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El regreso

(400 palabras)

 

Marcelo Medone

  

A Carmelo le silbaba el pecho; los músculos respiratorios vencidos por el cansancio. Estiró su brazo y alcanzó el aerosol de Ventolín. Lo atrapó temblorosamente con sus dedos artríticos, temiendo que se le resbalara su única chance de alivio. Cuando lo presionó y salió la dosis salvadora de broncodilatador, inhaló como si fuera su inspiración primigenia en la sala de partos, un conocimiento almacenado en alguna recóndita área de su cerebro, un elemental recurso de supervivencia.

Contó hasta diez y repitió la dosis.

Respiró frenéticamente mientras contaba otra vez hasta diez y se tranquilizó.

Ahora con más aire, se sentó en la cama y dejó los pies colgando, balanceándose libres. Los notó más hinchados que de costumbre y se dijo que tendría que salir a caminar en cuanto se lo permitieran. Con un nudo en la boca del estómago, contempló su modesta habitación en la penumbra del atardecer que se colaba por la ventana. Maldijo haber llegado enfermo a los 83 años, maldijo que fuera el año 2021 y maldijo a ese innombrable virus nacido en China que se prendía al mundo como una sanguijuela que se resistía a ser extirpada. Reflexionó que ya era bastante con ser viejo. Pero viejo, asmático, solo y en cuarentena era demasiado.

Tomó su teléfono celular, rebuscó en la agenda y marcó llamar. Luego de unos segundos escuchó una voz angustiada de mujer que le decía:

—Papá, ¿estás bien? ¿Pasa algo?

—No pasa nada raro, Mechi. Solamente que te extraño.

—Menos mal, me asustaste.

—Quedate tranquila. Estoy bien. Un poco atacado por el asma, como siempre.

—¿Por qué no llamás al médico?

—No, ya estoy mejor. Quería solamente escuchar tu voz. Es bueno escucharte.

—Disculpame que no te llamé antes, papá. Pero acá estamos complicados. Carlos va y viene del hospital, los chicos están insoportables adentro de casa, creo que me voy a volver loca.

—Bueno, hija, no te molesto más. Te mando un beso.

Súbitamente, le volvió a faltar el aire, sumado a un dolor opresivo que fluctuaba entre su hombro izquierdo y el centro del pecho. Lo invadieron las náuseas y una desagradable sensación de mareo. Sintió cómo un sudor frío le corría por la espalda.                                                                              

Realizando un último esfuerzo, Carmelo se recostó sobre su pila de almohadas aferrando el celular con sus manos deformes, cerró los ojos, exhaló brevemente y regresó en silencio a la oscura paz de antes de nacer.

 

Comentarios

  1. ¡Gracias, Editorial Primigenios, de Miami, Florida, por difundir!

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  2. Muy bien descripta la angustia de la muerte en soledad. Me golpeó fuerte.

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