El expreso oriental Lester F. Ballester Acontecidos los años el tren se detuvo. Paró en otro de esos miles de puebluchos con calles de tierra y viejas casas de madera, las grandes ciudades hacia mucho habían dejado de existir. El expreso oriental era el viejo rezago de los monopolios, sin ventanas ni puertas visibles, totalmente pintado de negro, indetenible en la nieve, imparable en el desierto. La gente rumoreaba sobre enfermos de una plaga, locos abandonados o criminales peligrosos. Pero al hombre que vieron descender no se le vio seña de enfermedad o demencia. Jean Pierre se bajó completamente feliz. La gente de la estación lo vio atónita. Estupefactos quedaron ante el hombre de traje impecable, sombrero de ala ancha y maleta discreta que salió caminando altivo. Detrás, sin perder tiempo, la gran mole de hierro echó andar. El recién llegado se detuvo en la taquilla y preguntó al empleado por el hotel del pueblo, el hombre solo atinó a señalar a la izquierda. Jean P
En un momento no determinado de nuestras existencias emigramos y dejamos atrás nuestros más preciados tesoros: familias, amigos, libros y hasta alguna que otra tumba. Lo que creíamos como algo intangible, sobrenatural, desaparece mientras la nave sobrevuela. Ya no volveremos a ser de un solo lugar, para ser de muchos lugares a la vez. Perdemos nuestra memoria colectiva, para sobrevivir únicamente de nuestras personales memorias. Las Memorias del Hombre Nuevo: la mayor mentira del mundo.