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Mostrando entradas de abril, 2022
  El expreso oriental   Lester F. Ballester   Acontecidos los años el tren se detuvo. Paró en otro de esos miles de puebluchos con calles de tierra y viejas casas de madera, las grandes ciudades hacia mucho habían dejado de existir. El expreso oriental era el viejo rezago de los monopolios, sin ventanas ni puertas visibles, totalmente pintado de negro, indetenible en la nieve, imparable en el desierto. La gente rumoreaba sobre enfermos de una plaga, locos abandonados o criminales peligrosos. Pero al hombre que vieron descender no se le vio seña de enfermedad o demencia. Jean Pierre se bajó completamente feliz. La gente de la estación lo vio atónita. Estupefactos quedaron ante el hombre de traje impecable, sombrero de ala ancha y maleta discreta que salió caminando altivo. Detrás, sin perder tiempo, la gran mole de hierro echó andar. El recién llegado se detuvo en la taquilla y preguntó al empleado por el hotel del pueblo, el hombre solo atinó a señalar a la izquierda. Jean P
  Sombras de la sombra   Seudónimo: Siul     Aquella mañana por vez primera, sintió Juan Galdes el peso de su sombra tirándole con furias del pantalón. Se paró firme en mitad del terraplén y decidido enfrentó a tan incorpórea adversaria. Pero, coces y puñetazos poco o nada pudieron contra el aire. Desde un tiempo hacia acá se sentía acechado, vigilado. Ocultas miradas tras los árboles, un duende en pijama junto al central… le eran por señales inequívocas de su intuición, aunque nunca había sospechado que su sombra, su propia sombra, alimentada desde siempre con lo mejor de sí, fuera a rebelarse de tal manera contra su cuerpo emisor. Momentáneamente, tal vez impactada, ella cedía. La presión de su agarre fue disminuyendo, hasta soltar ambas piernas, en las cuales como serpiente se había enroscado. Y tendida quedó cuan larga era a estas horas de la mañana. Luego de escupirla con odio, de pisotearla con saña, Juan continuó su marcha, aparentemente sin importarle que ella lo
  Síndrome   Guillermina Consuelo Sansaricq González     Tía nunca ha creído esto que cuento. Se burla. Todos dormimos en la misma habitación. Tan pronto mi cabeza se recuesta, alguien viene a buscarme. Aunque grito y me opongo nadie escucha, nadie interviene en la batalla que sostengo, para evitar ese maldito viaje que noche tras noche se me impone. Forcejeo. Su atracción es más fuerte que mi resistencia. Aunque cubra mi cabeza, aunque cierre los ojos, aunque me sostenga fuertemente de la cama, siempre logra llevarme más despierta que dormida, envuelta en un terrible ambiente rojo. El camino es rojo. Un intenso calor penetra mi cuerpo, elevándolo hacia ese extraño lugar. De pequeña pedía a los Reyes Magos una muñeca que dijera mamá y que caminara; Nunca la tuve. Le pedía a Dios el retorno de papá; Jamás lo hizo. Añoré oír cantar a mamá; Siempre estuvo triste. No me gustan los aviones. Los aviones vuelan hacia otros mundos. En avión se fueron mis muletas. Ha
  Ella   Seudónimo: Azur     Ella salió corriendo…parecía que corría por su vida…y mientras el viento arrastraba y secaba velozmente sus lágrimas, sentía su corazón apretado, como cuando estrujas con firmeza un pedazo de papel que no quieres que otros lean. Tenía una huelga de sentimientos agitados e incomprendidos en su cabeza, una huelga que le proyectaba carteles evasivos al aire, todo era confuso, no sabía describir lo que le pasaba, solo le parecía tener una cuenta regresiva en rojo…y ella solo…corría…solo corría. Su desconfianza se había convertido en la peor de las fieras, una fiera que desgarraba sin compasión la poca fuerza que le quedaba…Cayó, gritó desconsolada…Calló…quedó paralizada con sus rodillas pegadas a aquella arena fina y salada, las olas se le acercaban sutilmente, y justo en ese instante la vió, la reconoció, allí estaba ella, sola, agitada, triste, temblorosa, con la boca seca e incapaz de sostenerse…se inclinó y puso sus manos sobre la orilla fría, s
  Sin marca   Yerandy Pérez Aguilar     I Ojos es una ciudad pequeña, uno tiene la sensación de conocer a todos, y de que todos te conocen. Como todas las ciudades del mundo, se transforma al llegar la noche; una fina pátina de luz maquilla su avejentada tez de estuque centenario. Es una ciudad de postguerra donde la guerra nunca acaba. El conflicto cambia de nombre, de objetivos, de enemigos, pero el resultado sigue siendo un eterno estado de sitio, la incertidumbre del mañana, el celo y la desconfianza. Ojos tiene sus pandillas, hermandades, códigos; y rincones oscuros donde acudíamos cada noche en completo anonimato a satisfacer el elemental instintito.   Mi encuentro con La Masa fue por accidente, cuando la primera etapa de la crisis nos había sumido en el caos y cada noche un apagón nos dejaba a oscuras durante horas. Esa noche soplaba desde las dunas un aire frío y seco, cargado de polvo, que me obligaba a caminar con los ojos casi cerrados. Bajo aquellas co
  De cómo la perra Mamacusa frustró la sorpresa del ataque al cuartel de la guardia rural de mi pueblo   Seudónimo: El ingeniero     Esta historia no estaba en mis planes hacerla pública, me la contó un viejo, que tenía el don de comunicarse con los animales. El pobre ya descansa en el viejo cementerio del pueblo. Esta es la historia.  En el poblado existía una perra negra de patas y hocico blanco, orejas puntiagudas y cola corta sin pelo, la llamaban por Pelusa, a lo cual ella respondía muy bien. Vivía por el barrio que se conoce por la Carretera en una casa que la acogió desde pequeña al lado del viejo cuartel de la guardia rural . Aunque tenía su casa de adopción podía decirse que era una perra libre y callejera. Salía todas las mañanas con los claros del sol, con lluvia o con frío, y se encaminaba a la plaza del mercado del pueblo. Allí era muy bien conocida, principalmente por los carniceros que le daban un pedazo de piltrafa fresca para el desayuno, el cual ingerí