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Mostrando entradas de octubre, 2020
  El circo del autómata Leinen de la Carida d Cartaya Benítez Comparten mi celda la gitana mutilada y la mujer con las barbas más largas que he visto. Está abierta la exposición a la audiencia. Pasan mirándome y señalan: ¡está loca! Y me miran, asqueados y curiosos como quienes miran una especie recién descubierta en los confines de la tierra. Nos lanzan restos de comida y burlas, y su repugnancia. Me juzgan, nadie siente en estos días. No permiten que lo sueñe y me obligan a tomar las píldoras amarillas que me sedan por largos días de inanición. Controlan hasta los recuerdos efímeros en que me abstraigo de la sociedad mecanizada que me ha tocado vivir. Grito al mundo de éxtasis bajo la influencia de la vaguedad de mi memoria por anteponer ser llamada tuya a ser una mujer más sobre la tierra que usan y tiran para la fertilización en masa. Me aclaman como la atracción principal de la feria pero no me pueden arrebatar la sensación infinita de sentirme amada y deseada, de sentirme d
¡Pulga! Gretel Quintero Angulo   Un zapato de mujer abandonado, aunque esté viejo y se halle entre escombros, remite siempre a la historia de la Cenicienta, pensó. Regresar era algo que no solía plantearse, el mundo era demasiado grande como para hacerle espacio, por dos veces, a un mismo sitio. Menos aun tratándose de un lugar donde vivió durante tantos años. Además, al poco tiempo de él irse, su familia también había partido y con los muchos amigos de la infancia, más temprano que tarde, perdió el contacto. De modo que a esa urbe ni lo ataban los afectos, ni lo atraía la curiosidad. No obstante, en la vejez cierta añoranza por los territorios de la infancia comenzó a inquietarlo al punto de proponerle por teléfono a su hermana, algunos días antes de morir ella, la posibilidad de volver juntos al barrio en que habían sido niños. En aquel momento, por supuesto, no podía prever que su regreso fuera a realizarse de esta manera tan absurda. Su último recuerdo era el de sus manos p
  El cuadro   Osvaldo S. Reina Rodríguez                                                                         I      No podía sustraerse al encanto de aquel cuadro. Un bosque por el que corría un arroyo de aguas transparentes, del cual bebían pequeños animales cuyas miradas reflejaban la tranquilidad de sus vidas; era un bálsamo para sus nervios. Llamaba más su atención la rustica cabaña construida en lo que   había sido el tronco de un gigantesco árbol. Creía sentir el olor de la vegetación, el crujir de las hojas al ser pisadas,   el trinar de las aves del bosque. Era como si hubiese estado allí.      El tiempo transcurría lentamente, mientras él continuaba mirándolo embelesado.      -Señor, vamos a cerrar-   le interrumpió la joven a cargo del salón, Se demoró en contestar.      -Disculpe joven, me fascina esta pintura aunque... es hora de irse      -Señor, no es Usted el primero que se deja influenciar por la magia de esa obra de arte.      -No logro leer l
  Hoy Cristina Lona     Hoy es un 3 de septiembre, el inicio de un nuevo año escolar, siempre me he preguntado porque le temo tanto a los cambios, a pesar de tener 16 años mis miedos aún no han desaparecido, lo nuevo, lo desconocido. Todo está callado en esta ciudad, muchos jóvenes se sienten   realizados por un nuevo ciclo; la misma escuela, el mismo salón de clases, los mismos integrantes de esa gran familia que se había formado años atrás, sin embargo, yo no pertenezco a este el lugar, siento   un vacío en mí, como de las veces en las que comes un dulce y este no te satisface en su totalidad, sino que necesitas recurrir a otro para poder sentir satisfacción, así es como describo esta etapa de mi vida, en donde pude cambiar la sensación de admiración ajeno y dejar de lado mis propias expectativas para unirme a un grupo predilecto para muchos, pero que para mí, solo significa un efímero instante de superioridad. Mis libros son mi única compañía para hacerle frente a este mun
  ROMPER EL HECHIZO   (J. R. HERNÁNDEZ)   —Ayuda— me dijo la rana.                                                             Estaba sentada sobre una hoja que flotaba en el agua negra del río y su cuerpo brillaba como si tuviera encima una capa de lentejuelas derretidas. —Ayuda, señora bruja. —¿Qué quieres? —Verá usted, había una vez un príncipe que fue encantado por faltar a una promesa. Él quería ser feliz, así que fue a un campo de tréboles. Encontró un trébol de tres hojas, pero se resbaló y cayó en un pozo. Entonces, prometió a las criaturas del pozo que les entregaría el trébol de cuatro hojas, si lo hallaba, a cambio de su vida. Las criaturas lo levantaron hacia la superficie hundiendo sus pequeñas uñas en las paredes de piedra, lo que les provocó mucho dolor. El príncipe consiguió el trébol de cuatro hojas y se lo comió. Los habitantes del pozo lo maldijeron. Han pasado veinte años y ninguna princesa está dispuesta a deshacerlo. ¿Podría usted utilizar su magia…
    Húmedos Alain Mira López   El roce ¡Qué roce! Acelera el flujo libidinoso en el cuerpo. El beso no llega, pero el tocar su piel calienta las calderas internas y hace transpirar el residuo del gasto energético. El beso ¡Al fin el beso! Es una competencia por dominar. La curiosa lengua que explora el interior de la sensual entrada, y pelea, con su homóloga, envolviéndose en una espiral sin fin. La boca muerde, succiona, juega con los carnosos y rojos labios. Sigue el roce. ¡El bendito roce! No solo en los hombros y la espalda. Descubre las femeninas mejillas para un ciego de pasión; desciende por su pecho para llegar a las elevaciones favoritas del hombre. El roce se detiene, ahora él recuerda su infancia, su mayor antojo, por el cual lloró tantas noches. Un torbellino endurece la cúspide. Ella se eriza, muerde sus labios y gime. Las inquietas manos continúan hacia abajo, siempre hacia el sur. El bello centro, marcado por la esbeltez de las caderas, siempre, con la su
  Ana Lía y la Fábrica de Traumas Day Cordero   ´´Esto no es literatura señores, yo solo escribo para hacerme famosa.´´   Dice que no tiene magia pero yo conozco a Ana Lía. Es inadvertida como una tormenta en Mercurio. Hidrógeno en ocasiones para quien la respire bien. Ella es un labio sellado. Un blúmer con secretos. La humedad sin razón. Ana Lía es la balada de 10 minutos que cantas a todo pulmón delante del ventilador. La mujer en el camino que no sabe qué pinta ahí. Es un orgasmo en los ojos. Tercer clítoris del humor. Una frase ingeniosa en un funeral. El final alternativo en las tragedias griegas. El mar abierto por Moisés. Es coquetería de Magdalena, que roza con el pie el miembro de Jesús debajo de la mesa en la última cena. Es el clima y no lo sabe. Ay Ana Lía, ¿quién te roba el humor y te empapa en pecado? Las niñas como tú viven dispersas en el mundo, estoy convencida. Cuando se encuentran se hacen hermanas de vida. El tarot las une y el horóscopo las integ