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Mi calle está que arde

Ghabriel Pérez

 

 

No salgas. Comenzó la barricada. Acabo de ver cómo le abren la cabeza a uno con un orinal de aluminio, mientras otro se desangra a los ojos de todos después de un palanganazo. Una mujer ha lanzado una olla con agua caliente desde su balcón. Otra, la lata de clavos con los que restauraba su ventana. Le pegaron fuego a la ceiba de la esquina. Están gritando esto y lo otro. Y aquello que nadie imaginó. No salgas ahora. ¡Ni se te ocurra! No es prudente. Intentaba fumarme un cigarrillo y alguien acaba de dejarme con las manos vacías. Pasó tan rápido que apenas pude ver si era hombre o mujer, niño o niña. Mejor quédate en casa y busca en las noticias de la radio, pues tendrán que poner algo de lo que está ocurriendo. No hay como escapar de esta realidad. Todos están grabando desde sus celulares. Asaltaron la guagua que cubre la ruta de la P1. Encañonaron al chófer. Lo obligaron a subir el volumen del equipo donde escuchaba a Los Pasteles Verdes. Creerás que es mentira. A todo volumen se oían los músicos de los años 70, gritando: “Espérame en el cielo, corazón, si es que te vas primero”. Hicieron bajar a todos con las manos a la espalda. Los requisaron y les robaron cuanto hallaron en sus bolsos. Poncharon los neumáticos. La carretera se llenó de humo. Nunca vi a tanta gente fuera de sí. Lo han destruido todo. Maltrataron incluso a los perros y a los niños. Algunos sembrados se hallan chamuscados. Un manicomio es poco. El Infierno épico de Dante y el Apocalipsis bíblico no superan estas páginas. Se enteraron de que el hombre cumple cien años y se fueron a la huelga. Quieren volcar el país al revés. Una protesta sucederá a otra, hasta que dicten nuevas elecciones. La fiesta de palacio es grande, y el destrozo en las calles también. Dentro, no saben lo que ocurre afuera. A ritmo de Cimafuk comenzó el carnaval, a pesar de que el radar meteorológico pronostica fuertes lluvias. Las cámaras de la televisión intentan dar una imagen de país feliz. Las gentes salen de sus casas envueltas en capas y abrigos. Las manos enguantadas. Llevan botines, estilo Londres. Un Londres de fachada en decadencia. Cada un cuarto de hora pasan las fotos de la Primera Dama y el video donde ella afirma que hay presidente para rato. Su esposo cuenta con una salud de roble… Temprano en la mañana pidió que le abrieran las puertas de su gimnasio para hacer treinta planchas, cuarenta cuclillas y veinte abdominales. Ayer corrió dos kilómetros de pista. Tres meses atrás, ella arribó a la misma edad que él. Un bloguero fue apresado por publicar el artículo donde expone que estas son las únicas dos personas con posibilidad de llegar al siglo en un país donde la esperanza de vida es de 80 años. Ambos aparecen rodeados de hijos, nietos, biznietos, tataranietos y tres choznos. Un literato advierte que hay algo peor aún que enviar millones de almas al exilio, las cárceles o el paredón. Aclara sobre lo imperdonable de soportar que a un dictador le dé por escribir poesía a sus cien años. Y peor aún, que una editorial famosa lo publique. Y todavía peor, ver un recital suyo transmitido en cadena. A teatro lleno, mientras un público eufórico lo aplaude. Un científico exige, que tras su muerte, el laboratorio más importante del país pueda heredar el cráneo del presidente. Merece ser estudiado. Confía en que una muestra de su ácido desoxirribonucleico podría aportar nuevas informaciones sobre la verdadera composición de los genes del genoma humano. Se burlan. Él se enseria y aclara sobre lo valedero de su tesis para evitar la inminente proliferación de los caudillos... Una poeta, que ante el asombro sale de su tumba, declara que es el colmo del ridículo aplaudir en tiempos de tanta soberbia. Un prestigioso intelectual reclama impedir que se haga realidad lo leído en el periódico de mayor circulación al referirse al mandatario, donde el ministro de Cultura propone para él la entrega del próximo Premio Nacional de Literatura.

Escritores y artistas de todo el continente redactan una proclama donde exigen que se rectifique la publicación de un diario digital (aclaran que debe tratarse de un error), con la propuesta a la Academia Sueca de la Lengua de su nominación al Nobel.

Se lo robaron todo. Este mes no le podrán pagar a nadie. Los bancos quedaron desmantelados. Dicen que parecían ninjas. Tropas versus statu quo. La anarquía. La rebelión. Un motín. Regaron gasolina. Las pandillas bajaron desde los sitios underground y calentaron el barrio alto. Lo marginal y lo glamour se dieron de la mano para no dejar un centavo contable en los establecimientos oficiales. ¡La cuenta no da! Hay que empezar desde cero. Al hombre que salía a pasear su mono y divertía a los niños de la cuadra lo dejaron desnudo como al animal. Lo mismo hicieron con el dueño del chivo. Y además, le quemaron los pastos. A la familia que se dirigía con una balsa hasta la costa, le cortaron los sueños. Les rompieron la balsa y les gritaron que no habrá fuga del país. Están llamando a un paro nacional. A una huelga de brazos caídos. A la desobediencia civil. Lo concreto y actual es que salir de casa es cosa de locos. Aguza bien el oído y entenderás que hasta los aviones parecen ir con mayor prisa. Sus ruidos en el cielo se confunden con el ladrido de los animales acá abajo, con los cacerolazos en ventanas y balcones. Comenzaron los apagones. Hay piquetes. Caen vidrios desde las azoteas. Caen árboles. Caen postes del tendido eléctrico. Vuelan por todas partes de la ciudad las octavillas. Ni se te ocurra poner la televisión nacional, están pasando muñequitos de cuando ñañaseré (¡¡¡URSS!!!). La patria está ofendida. Anunciaron la develación de un altar por Quien tú Sabes, y hasta los más imberbes ahora son halados por las barbas. Mi recomendación es que no salgas. Piensa en tus hijos. En tus padres. En todos tus proyectos. Viene una época de prosperidades. Realizarás tus sueños. Se augura un futuro de luminosidades. Pero hoy, enciérrate a cal y canto. Hasta yo he preparado —por si acaso— mi cóctel mólotov. Tú, por favor: ¡no salgas!



Comentarios

  1. Descomunal, aunque basado en hechos reales que deben ocurrir. Abrazos

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  2. Una historia llena de atmósfera opresiva que gana la atención del lector. Se vive cada imagen de desasosiego con la intensidad de lo real. En una narración que encanta la imaginación de quien la lee. Pude respirar el aire de mi país.

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