Aquel que lo intentó y
no lo consiguió es superior al que ni lo intentó.
Arquímedes
Con
la teoría de Arquímedes
Ileana
Hernández Goicochea
Mariana creció
escuchando a su padre decir que “la falta de oportunidades limitaban el talento”.
El viejo, como ella lo llamaba dulcemente, admiraba su forma de escribir, se
extasiaba cuando leía un poema pero era riguroso con las frases trilladas o
cursis.
Añoró vivir en la
capital, cerca del gremio literario de la gran ciudad, para que ella tuviera
más oportunidades. Atentó contra tal deseo, la fatalidad geográfica en la que
se ubicaba el pueblito natal en el que descansan sus huesos. Confió siempre en
su talento y le dolía pensar que sus escritos solo deleitaran a los borrachos
que se congregaban en la única cantina de aquel terruño sin suerte.
Aquella preocupación
de su progenitor, siempre la acompañaba y la torturaba una y otra vez. Quería
triunfar, pero allí estaba toda su vida. Nadie en la familia había llegado ni
siquiera al bachillerato.Con mucho esfuerzo y sacrificio se había licenciado en
Derecho, ya tenía un Máster en Ciencias Sociales, pero el reto al enfrentarse
cada día al papel en blanco, se había convertido en una adicción.
Ansiaba tener
publicados sus libros, pero ¿cómo? Tocó puertas de todos los tamaños y todas se
cerraban en sus narices.
Dadme un punto de apoyo
y moveré el mundo.
Arquímedes
Uno de esos días
sin suerte, se encontró con un “amigo”, de esos que dicen que te desean “lo
mejor”, en las afueras de una de las tantas editoriales visitadas, que después
del saludo protocolar, al ver el disgusto reflejado en su cara acotó:
-Mi amiga si
quieres triunfar, tienes que buscar una palanca. De lo contrario, vas a seguir
en el portal escribiendo por encargo. Mírame a mí, ya tengo publicados tres
libros. ¿Cómo piensas que fue? Y tú ¿Cuántas veces has visitado instituciones, editoriales
y nada? No te das cuenta, necesitas buscar a alguien con influencia en ese
mundo, para que se ocupe de poner tu talento adonde va.
Y con una
seguridad que daba escalofríos, repetía:”una buena palanca, es lo que necesitas”.
Pero como si fuera una condena sentenciaba: -Si no es así no lo lograrás, por muy buenos que sean tus
escritos. Me avisas de tu decisión, puedo conectarte. Y se fue como alma que
lleva al diablo gritándole a un taxista.
Aquellas
aseveraciones que su “amigo” esgrimía con tanta seguridad, le lanzaron un cubo
de agua fría. Pensaba en la ética que aprendió de su padre y hasta en Arquímedes!
Qué manera de tergiversar su teoría!
Mariana no
compartía esas acciones funestas. No necesitaba tener un nombre o publicaciones
de esa manera. No quería esas influencias o palancas.
No iba atraicionar
la memoria de su padre. Su momento tendría que llegar. Nadie nace con nombres
se decía así misma. Lo que sí estaba segura que no quería comprar el triunfo,
eso sería como comprar la muerte.
Quién sabe qué hacer, sabe
también cuándo.
Arquímedes
El viejo creía en
los golpes del destino, tenía esa mística en todo lo que hacía y decía. Se
vestía siempre de blanco y en su habitación no faltaban los inciensos o
sahumerios de hierbas aromáticas. Muchas veces le comentó que cuando ya no
estuviera, mirara al cielo en los momentos importantes. El iba a estar guiándola
y el viento sería la señal de su cercanía.
Todos esos pensamientos
le daban fuerzas. Sabía que el éxito es efímero en el oficio de escritor pero
tal vez la suerte se acercaba alguna vez
a su puerta y la golpeaba.
Pasaron varias
semanas después de aquella conversación deprimente. Había retomado sus tareas
habituales. El trabajo por cuenta propia, de escribir por encargo, aunque no la
llenaba en sus pretensiones de triunfo, la entretenía. Se ganaba el pan de cada
día y tenía tiempo para escribir sus
propios trabajos. Además, la complacencia de los clientes le alegraba.
Muchos repetían la
visita, como aquel hombre de unos 50 años, que venía todas las semanas. Se veía
distinguido como salido de una novela inglesa, de ojos azules que te calan el
espíritu, estatura mediana y una elocuencia envidiable. Los poemas que pedía eran para su madre.
Aquel sábado que
quiso cerrar temprano, llegó. Traía un libro entre las manos. Al acercarse,
ella le preguntó:
Si estás dispuesto a
esforzarte por algo, el universo te enviará fuerzas para que lo logres.
Arquímedes
--¿Cuál es el tema
del poema de hoy?
Él la miró sonriente
y dijo:
No, hoy no deseo
ninguno. Vine para que vea esto.
Le pasó el libro
que sujetaba. Antes que ella lo abriera le apercibió:
-Aún no tiene los
datos del autor, ni el título, pero necesito su opinión.
Ella lo abrió
despacio. Observó que aún no estaba correctamente empalmado, pero para su
asombro fue leyendo de un tirón cada poema. A medida que pasaba las hojas los
reconocía. Se los sabía de memoria. Eran
los suyos o mejor dicho, los que había escrito para la madre de aquel hombre.
Lo miró sin
entender. Él se adelantó y acotó:
-Son todos los que
te compré. Trabajo en una editorial y el grupo determinó que esos poemas
merecen ser publicados. Si estás de acuerdo, ajustaremos después todos los
detalles, pero hay algo que necesita con
urgencia.
Ella asintió con
media sonrisa y preguntó curiosa el
nombre de la Editorial salvadora. La Palanca, contestó él. Mariana no sabía si
reír o llorar. Pensó en la depresión que le causó “la teoría moderna de
Arquímedes”. Miró al cielo y una brisa fresca le besó el cabello. Tras un
pequeño silencio exclamó! Eureka, se llamará Eureka!
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