Di tú
Jorge Luis Águila Aparicio
Uno
Me bastaba
con la licenciatura, sabía que podía alcanzarla; no terminé el pre-universitario
porque no me gusta estar becado; extrañaba a mis padres, mi casa y mis cosas;
por eso, antes de terminar el primer año dije: hasta aquí, no aguanto más. Vi muchas
cosas durante el tiempo en que estuve internado: robos, pleitos y abusos; por
lo que, al estar en casa, pude volver a la normalidad.
Mis
estudios de guitarra y piano, así como de inglés, eran lo prioritario, también
la literatura, no podía abandonarlos; mi madre le pagaba a un particular para
que me instruyera en solfeo; además matriculé en la escuela de idiomas, en el
segundo nivel, pues ya tenía la base de la secundaria; las clases eran por la
noche, dos veces a la semana, que alternaba con mis estudios para terminar la facultad,
y con el taller literario.
Sentía
vergüenza al ver a mis amigos en el segundo año del pre-universitario y yo
repitiendo el primero, pero lo sobrellevaba, me consolaba el hecho de saberme
en casa, donde me levantaba a la hora que me daba la gana, comía cuanto deseaba
y dormía todas las noches en mi cama, no en la litera de un albergue lleno de
gente que ni conoces. No quisiera acordarme, aquello fue un infierno, no sé
quién inventaría las escuelas en el campo, que dividen a la familia y forman
putas y delincuentes desde que son unos niños, como en las Esbec, donde pocos conservaron
su virginidad.
En mi
mente había varias metas, por ejemplo: perfeccionarme en el idioma, la guitarra
y el piano; seguir escribiendo poemas y matricular en la universidad. Para eso
estuve tres años asistiendo a la facultad, tenía interés, pero al final el
cansancio se impone a pesar de tu juventud. Al concluir el doce no pude acceder
a ninguna carrera como esperaba; resulta que no es como en el pre-universitario,
que las entregan por escalafón y tienes derecho a solicitar las que te gusten y
a continuar estudios.
La facultad
es una superación para trabajadores, para personas que no supieron aprovechar las
oportunidades y ahora tenían la ventaja de alcanzar el nivel medio superior;
como yo, que dejé la escuela; sin embargo, quería seguir estudiando, pero hasta
ahí. Tenía que por mis propios medios, hacer gestiones para el curso dirigido
en la universidad; lo primero que pidieron fue una carta de mi centro de
trabajo para matricular en una carrera acorde a mi perfil ocupacional; tuve que
regresar a Cruces y ponerme a trabajar en lo que apareciera, que fue de ayudante
de electricista en el gobierno municipal; cuando llegué a la universidad me
dijeron que solo podían ofrecerme Ingeniería en Control Automático, y que debía
presentarme a los exámenes de ingreso.
No fui,
siempre estuve divorciado de las ciencias; lo mío era el piano, la guitarra, la
poesía y el inglés, era lo que me gustaba, lo que deseaba estudiar. Le escribí
a Fidel y le planteé mi situación, mis deseos de estudiar lo que amaba; lo
único que logré fue que me citaran para Educación donde me lo reprocharon,
dijeron que las carreras eran para estudiantes del pre-universitario que
hubiesen terminado su duodécimo grado, y que eran entregadas conforme al escalafón
de cada cual, y que yo no tenía derecho. Mi padre se enojó mucho: “no me
explico cómo caíste en eso, ¿no sabes que esas cartas las regresan? De La
Habana para la provincia, de la provincia para el municipio, del municipio para....,
yo no pierdo mi tiempo escribiendo, mis problemas los resuelvo, y si voy a
escribir lo hago a Ginebra, a la comisión de los derechos humanos”.
Por mis
medios continué superándome en la guitarra, el piano y en el inglés. Ya leía,
veía películas, escuchaba emisoras y trataba de relacionarme con aquellos que hablaban
el idioma. Fue así como resolví un trabajo de profesor en un ingenio azucarero
que había sido demolido. A los trabajadores se les pagaba para que estudiaran,
no tenían que trabajar, hacían falta educadores de todas las asignaturas para
que ayudaran a vencer el duodécimo grado a aquellos que no lo tenían; por su
parte, a los profesores que no eran licenciados, como yo, les dieron la
posibilidad de matricular en el pedagógico la carrera que desearan.
Dos
Por fin, y
gracias a un programa que tenía la misión de convertir en universitarios a
todos los obreros que mostraran interés y aptitud, estaba matriculado, al final
no hacía tanta falta esta última, en la Tarea Álvaro Reinoso aprobaba
cualquiera, no había exámenes, preguntas escritas ni trabajos de control, como
en la secundaria y el pre-universitario; las evaluaciones eran orales, y orientaban,
además, muchos trabajos prácticos para la casa.
Yo obtenía
la máxima calificación en todo, hasta me eligieron presidente del grupo; los
encuentros eran los sábados durante todo el día. De lunes a viernes debía
impartir mis clases en el ingenio, es decir, en lo que quedaba del ingenio, una
empresa que durante muchísimo tiempo fuera coloso del recobrado y de la eficiencia,
era el único productor de azúcar blanca en la provincia, cada año cumplía su
plan de producción por adelantado; la gente estaba muy molesta, todos los
equipos y maquinarias se los habían llevado para renovar al ingenio más malo de
la región, que en definitiva fue el que se quedó trabajando.
La
tristeza se reflejaba en el rostro de los lugareños, la vida de aquel sitio era
el ingenio, la molienda, el olor a melao, a melaza, a guarapo, expandiéndose por
toda la zona junto a la llovizna del refrigeradero, que creaba una fina nube de
agua sobre las locomotoras y los carros de caña. En una asamblea dijeron que
estaba destinado a ser convertido en una piscina, después, en un criadero de
clarias. Ni lo uno ni lo otro, el sitio quedó en el abandono, lleno de lodo y
de recuerdos, como los pobladores, que llevaban en su pecho toda la nostalgia
de una vida entera consagrada a la industria.
Un
cementerio, en eso se convirtió, en un cementerio lleno de personas muertas en
vida; cuando se concretaba el deceso, los cadáveres era velados en el círculo social,
donde también se jugaba al ajedrez, al tenis de mesa, a las damas; se
realizaban actividades culturales, fiestas de quince, bodas, reuniones del
partido y de la agricultura. Ni la funeraria, ni la sala de video, ni la tienda
recaudadora de divisas, ni la guagüa, llegaron, al contrario, con la subida de
los impuestos, lo carretoneros comenzaron a cobrar más caro, cosa que disgustó
a los pobladores y les incentivó a mudarse, a comprar en cualquier otro lugar, “menos
en el cementerio este”.
Tres
Al
comienzo me fue bien como profesor, pero al poco tiempo llegaron las
exigencias: mucho papeleo, control, visitas y evaluaciones. Yo soy escritor,
sin embargo, odio la papelería y la burocracia, además, los estudiantes eran
verdaderos bueyes volando; como muchos sembraban, se ausentaban y eso afectaba
mi evaluación, tenía que visitarlos en horarios extra-clases e interesarme por
ellos, algunos vivían en el mismo sitio donde estaba enclavado el ingenio, es
decir, lo que quedaba de él, otros, en apartados lugares a donde solo se
llegaba a pie, o a caballo.
Las
clases se convirtieron en un infierno para mí y para ellos, que no sabían
hablar ni en español. Había dos campesinos que no dejaban desarrollarme,
siempre tenían un chiste a flor de labios en relación con el inglés. En la
clase de los horarios tuve que prescindir de nine ten, ya que uno de los dos agarró por decir: “¿Qué no hay tren? ¡Ni habrá en este
maldito ingenio!” De fifty two, pues
el otro preguntaba “¿Qué fui yo?” Lo mismo con eleven y con otras expresiones que despertaban su picardía
campesina; la gota que llenó el vaso fue cuando les dije la palabra toilet, aquello se vino abajo, los
guajiros no paraban de reírse, fui para la dirección y pedí la baja, de todas
maneras, me habían ofrecido un trabajo de auxiliar literario en la casa de cultura
y, sin pensarlo, me fui.
Cuatro
Me sentía
bien trabajando en algo que tenía que ver conmigo. Especialista de Literatura era
lo que respondía cuando me preguntaban, sonaba mucho mejor que eso de auxiliar
literario. Mis compañeros de trabajo eran, un escritor con muchos años de
experiencia, y una licenciada en matemática, la que no resistía a los
escritores ni a la literatura, pero fue el único puesto que pudo ocupar cuando
el suyo desapareció; era amiga de la directora quien, al hablarle yo sobre la
posibilidad de resolverle trabajo a un amigo poeta, me respondió: “Fulana no se puede quedar fuera, si
tengo que pedir la baja y ponerla a ella de directora, lo hago”.
A partir
de entonces comenzaron los encontronazos con la dirección, las organizaciones
políticas siempre estaban inventando actividades que no aparecían en la programación
y nosotros teníamos que apoyar en todo, lo más malo que hice fue acompañar a
una instructora de música en una actividad, me desgracié, después querían que
yo tocara en cuanto se inventara, porque eso era otra cosa, había instructores
de música que no sabían tocar la guitarra, aquello era increíble, tuve que
ponerme fuerte y decir que no, que lo mío era la literatura, que bastante tenía
ya con los cinco talleres, la tertulia, los eventos, las actividades
sistemáticas y con el taller literario, que era otro caos.
Allí me
encontré con todo tipo de personas: el escritor con libros publicados, que
pensaba que se lo merecía todo y constantemente nos estaba exigiendo el pago de
una resolución treinta y cinco; el autosuficiente, que no te acepta ninguna
crítica, pues todo para él está bien; el que se pasaba toda la mañana
conversando contigo de su obra y después no asistía a la tertulia; el que lo
escuchaba todo y luego hacía lo que le daba la gana; el de complejo de
inferioridad, que no aspiraba a ser escritor, pero en el fondo descubrías su
ambición por obtener un premio; el humilde, que cumplía con todo cuanto le
orientabas y te apoyaba en todas las actividades, quien pensaba que por haberle revisado un
poema ya iba a obtener un buen resultado; se acercaba también la señora mayor
de edad, que se enamoraba de ti y cuando hablaba contigo tal parecía que una
vaca te estaba pasando la lengua por la cara; la jovencita, a la que no podías
enamorar porque, si te decía que no, la perdías como aficionada; el enfermo de los
nervios, el homosexual, el que nunca iba a llegar a nada, el chismoso, y la
persona de doble ánimo; los necesitabas a todos, pues si te visitaban de la
dirección y solo había cuatro escritores, te evaluaban de mal, porque a ellos
lo que les interesa es la masividad. Por eso no menosprecié a nadie, busqué
aficionados en la asociación del ciego, en la de los impedidos físicos, en la
casa del abuelo, el hogar de ancianos, la casa de las embarazadas y hasta en
salud mental.
El
detonante fue cuando llegó el inicio de curso en septiembre y fui a ratificar
mi matricula en el pedagógico, el secretario me dijo que no podía seguir
estudiando porque ya yo no estaba en educación, ni en la Tarea Álvaro Reynoso;
me dijeron que el compañero de la agricultura era un caso priorizado, pues era dirigente
y tenía que hacer la licenciatura, y que la otra muchacha era federada, ambos con
una carta de autorización del gobierno y el partido.
Le hice
un escrito a la directora municipal de cultura para que intercediera, pero fue
en vano, se desentendió del asunto. Miserablemente me expulsaron del
pedagógico; así perdí un año de estudios en el que había obtenido resultados
sobresalientes, aquello me disgustó y pedí la baja, me fui con unos amigos
músicos a tocar en la ciudad, ganaba buen dinero en relación a los doscientos
sesenta y un pesos que me pagaban en cultura; pudimos hasta alquilar una casa,
pues la mayoría de las veces, trabajábamos hasta las tres o las cuatro de la
madrugada y a esa hora no teníamos en qué regresar.
Dejé a un
lado la literatura y me concentré de a lleno en la música, fue entonces cuando
me publicaron un libro de poesía y obtuve una mención en un concurso en La
Habana. Sí, a veces hay que olvidarse un poco de las cosas para que se te den.
Ya podía cobrar la treinta y cinco, pues estaba en el catálogo de una editorial,
sin embargo, nunca me invitaban a nada. La primera presentación del libro la
hizo su editor en la ciudad y fue él quien la cobró, después, el asesor de
experiencia que trabajaba en mi pueblo, invitó a su metodólogo de la provincia para
que presentara el libro de otra escritora publicada, y el mío.
No fui a
la actividad, estaba enojado, preferían pagarle los ciento veinte pesos a otra
persona, antes que, al propio escritor publicado, de tu pueblo, que conocías,
porque te había apoyado durante años en tertulias y talleres. Mandé para la
pinga a todos y me quedé a tiempo completo en la ciudad, iba al pueblo de
Pascuas a San Juan, a ver a mis padres, quienes me apoyaban y comprendían que
debía permanecer allí. Sabían que mi futuro estaba con el quinteto.
La
hermana de la mujer de Mandy, el director, era jinetera y andaba con un
canadiense que venía tres y hasta cuatro veces al año, un hombre muchísimo
mayor que ella, sin embargo, lucía bastante bien; aquella tarde quisieron que
les acompañáramos a una fiesta, iban a celebrar el resultado de los estudios
médicos, ya que se sospechaba que ambos tuvieran el sida; al resultar negativo,
querían festejar, como dijo él en un español bastante correcto.
En medio
de los tragos surgió la idea de invitarnos a Toronto; uno de los colegas me
dijo que no le hiciera caso, “¿no te
das cuenta que está borracho?” Era verdad, resultaba difícil que corriera con
los gastos de cinco personas, más nuestro representante. Le dije que
seguramente el señor estaba embromándonos y lo mejor era no hablar más del
asunto.
Me
levanté temprano y me fui para Cruces, mi papá tenía problemas, los cerdos estaban
presentando raras enfermedades y había sido cuestionado como veterinario, no
lograba diagnosticar el porqué de los ojos lagañosos y el decaimiento, que
provocaban la muerte diaria de decenas de animales, había sido citado para el gobierno
y el partido y hasta se concibió la expulsión, la suerte fue que, su idea de
analizar el pienso, tuvo éxito, descubrió que el alimento venía con déficit de
metionina y lecitina pues, por aquello de la sustitución de importaciones, lo
estaban fabricando en Cuba, y siempre había sido traído de Francia. Dice que se
paró en medio de la reunión y dijo: “¡Boten toda la mierda esa que están
comiendo los puercos y manden a comprar el pienso en Francia, cojone!”. Fue una situación difícil que tuvo un final feliz.
Les di dinero a mis padres y compré cosas para la casa, donde me quedé por una
semana, pues lo extrañaba todo. Tuvo Mandy que ir a buscarme, pues yo no tenía
deseos de regresar.
Cinco
“¿Cómo
que no quieres ir más, Michelito? ¿No te das cuenta que en una semana ganas lo
que cobrabas en un año en cultura? ¡Dale compadre, que sin el piano no somos
nada! Aparte de eso, lo de Mark es en
serio, me ha vuelto a hablar del asunto en dos ocasiones.”
Me
embullé con la posibilidad de viajar, le dije que al siguiente día me iba con
él. Sentí la curiosidad de leer sobre Toronto, fui al Joven Club para ver si me
dejaban conectarme, dijeron que las horas de navegación asignadas las habían
consumido; intenté acercarme a cultura, pero desistí, recordé que la internet
allí estaba monopolizada, era para el informático y para la directora.
Finalmente fui a la biblioteca pública y pedí la enciclopedia Océano; leyendo
supe que es la capital de Ontario, la ciudad más grande de Canadá, y que es, además,
su centro financiero.
Lidera los sectores económicos de
finanzas, servicios empresariales, telecomunicaciones, transporte, medios de
comunicación, arte, cine televisión, publicidad, software, medicina, educación,
turismo. Es un importante destino para muchos inmigrantes, es la mayor ciudad
del mundo en porcentaje de residentes no nacidos en el propio país…
A partir
de la lectura experimenté unos enormes deseos de emigrar, de vivir en una
ciudad como esa, con tantas posibilidades y oportunidades, estaba hastiado de
las colas y del racionamiento, del periodo especial y de la escasez, recordé
las conversaciones con mi primo Mario Fernando, y de la buena vida que se
estaba dando en Miami. Podía escribirle y pedirle ayuda para desenvolverme los
primeros meses en Toronto, luego se lo pagaría con mi trabajo, quizás hasta
podría cruzarme para los Estados Unidos.
Por otra parte, en las vecindades
cercanas al centro de la ciudad, viven un alto porcentaje de inmigrantes y
familias de bajos ingresos, que viven en alojamientos sociales y bloques de
apartamentos, como St. James Town, Regent Park, Moss Park, Alexandra Park y Parkdale.
Al este y al oeste del centro, vecindades como Kensington Market, Leslieville,
Cabbagetown y Riverdale son áreas comerciales y culturales, así como hogar de
muchos artistas. Estas vecindades cuentan también con un creciente porcentaje
de profesionales de clase media y alta que interactúan con las situaciones de
las personas pobres que viven allí.
Ni tengo
que irme para los Estados Unidos, en cualquiera de estas vecindades puedo
establecerme y trabajar en lo que aparezca; hablo inglés, y si la situación lo
requiere, me pongo a estudiar francés. ¡Vaya! ¿y los viejos? Bueno, voy a tener
que poner de mi parte, aunque los extrañe, la cosa está bien mala y les voy a
ayudar más estando allá que quedándome aquí. Con el quinteto me va bien, pero
como mismo entra el dinero, se va, aparte de eso, aquí siempre le están subiendo
el precio a todo.
Toronto posee más de cinco mil
setecientas fábricas, cerca de un tercio de su fuerza de trabajo se gana la
vida en fábricas. Las mayores actividades industriales son el procesamiento de
alimentos, la industria automovilística y la impresión de periódicos, revistas
y material publicitario. Otras actividades industriales importantes son la
industria textil, la fabricación de productos electrónicos y muebles.
Puedo
trabajar en una fábrica de lo que sea, total, si en ellas todo está robotizado
e informatizado, el esfuerzo físico es mínimo. Esto de la impresión de
periódicos, revistas y material publicitario me gusta, seguramente ofrecen
cursos de formación para ocupar los puestos.
Posee tres universidades. El
campus central de la universidad de Toronto se localiza en el centro de la
ciudad y es la mayor de Canadá, es responsable de la educación de más de
cincuenta y tres mil estudiantes.
¡Qué
curso de formación ni un carajo! ¡Lo que tengo que hacer es matricularme en
cualquiera de estas universidades y acabar de hacer mi licenciatura! Entonces
sí que le voy a dar en la cabeza a todos estos hijos de putas cuando les muestre
mi título, expedido por el rector de la Universidad de Toronto. Les voy a
decir: ¡quédense con su sede pedagógica, se la pueden meter por el culo!
Los precios de compra y
mantenimiento de las residencias son de los mayores de Canadá. Una casa con
tres habitaciones y doscientos metros cuadrados de área útil cuesta trescientos
cincuenta mil dólares canadienses. Los precios del alquiler también están
aumentando paulatinamente. La falta de viviendas de bajo costo ha llevado a un aumento de los sin
techo. Actualmente es de aproximadamente diez mil, que por lo general son desempleados, personas con
deficiencias
mentales y jóvenes adolescentes que se han ido de casa. Toronto
tiene un problema de falta de viviendas sensiblemente mayor que muchas ciudades
de tamaño similar. En el dos mil tres, treinta mil novecientos ochenta y cinco
ciudadanos se alojaron, al menos una vez, en un albergue.
¡Dios me libre! ¡Meterme en un albergue! ¡Y ahí sí debe
de haber drogadictos, locos y presidiarios! Nada, si la cosa se me pone fea, me
voy para Miami con Mario Fernando, que bien chévere es.
Seis
“¡Eeeeh, miren, llegó el buey volando! ¿Qué te pasaba,
loco? ¡Te metiste una semana sin venir!”
No me gustó eso de buey
volando, ese es el problema con la gente, le das confianza y enseguida
agarran confiancita. ¿Qué tiene de malo que me haya pasado una semana en mi
casa, con mi mamá y el viejo, que bastante complicado estaba? La cosa se puso
dura y quería quedarme con ellos, además, los extrañaba. Voy a tener que cortar
al tipo este para no tener un problema mayor.
Siete
Bueno, no seré un buey, pero estoy volando en Cubana
de Aviación rumbo a Toronto, donde trabajaremos durante tres meses, ¡digo!
trabajarán ellos, porque Mario Fernando me dijo que en cuanto llegara le
telefoneara para esperarme en la frontera. En todo caso soy un toro, o mejor un
caballo, pero no un caballo cualquiera, soy un caballo inglés, de pura sangre
caliente, con un temperamento alerta y nervioso.
Sí, estoy algo nervioso, esto de quedarme es serio, tengo
que hacer las cosas bien, para que todo fluya. Deja que se enteren en Cruces,
estas noticias corren más rápido que otras, enseguida la gente empieza: Oye, ¿tú sabes quién se quedó? ¡Michelito
muchacha! ¿Qué Michelito? ¡El hijo del veterinario, el que trabajaba en la casa
de cultura! ¡Ah, sí! ¡Ya sé quién es! ¿Y cómo fue la cosa? Nada, lo invitaron a
Canadá y brincó para los Estados Unidos. Ya llamó, dice que está bien,
trabajando.
Siento un poco de decaimiento, debe ser por el estrés
y por las cuatro horas que llevo encerrado, voy a tener que, cuando llegue a
Toronto, ponerme un suero de glucosa con calcio, como el que le puso papi a
aquel caballo con el azúcar baja.
En el Toronto
Pearson nos esperaba Mark, quien luego de los trámites aduaneros, nos
condujo hacia un pequeño bus de gris metálico. Cuando fuimos a guardar los
maletines en la parte trasera, nos dimos cuenta. Mandy, que tenía más confianza con él, dijo: “Eh,
Mark, ¿te compraste un carro ruso? Son buenos, ¿eh?”. Todos estábamos
asombrados, en uno de los países más desarrollados del mundo había autos Lada. “Es
un carro muy cotizado —continuó
Mandy—, tienen tremenda potencia”. “Así
es —prosiguió Mark—, este modelo me
gusta mucho, hala de las cuatro ruedas, tiene cinco velocidades, los frenos son
de tambores atrás y de discos delante, tiene una velocidad de ciento sesenta
kilómetros por hora y, además, es muy económico”.
Mark nos había rentado un apartamento en Crescent Town, en York, debíamos pagarle
todos los gastos en que había incurrido con el cincuenta por ciento de nuestras
ganancias, ese era el trato, las presentaciones en restaurantes, cabarets,
discotecas y otros lugares habían sido coordinadas por él. Esa noche comimos en
abundancia pues había surtido la despensa, llamaron mi atención el salmón y el
arce, cosas que nunca había comido, había además caviares, ahumados, embutidos y,
sobre todo, algo que nunca olvidaré, el American
Candy, que es el salmón canadiense curado con jarabe de arce y espolvoreado
con pimienta, es un plato exquisito. Decidí llamar a Mario Fernando al día
siguiente, después de un paseo que íbamos a realizar con Mark para que nos
familiarizara con la ciudad, me gustó la idea, así iba analizando las
conexiones que debía hacer.
En nuestro recorrido nos encontramos con muchos latinos,
en los barrios están su presencia y sus empresas. Santa Clair West es el hogar de muchos restaurantes y discotecas,
también es sede de muchos festivales latinos, era allí donde habíamos firmado
la mayor parte de los contratos. Mandy tenía mucha fe en el éxito y no estaba
equivocado, nuestra música les gustaba a los extranjeros para quienes tocábamos
en Cuba, sobre todo canadienses, que se volvían locos con el son cubano. Al
regreso telefoneé a Mario Fernando, me dijo que iba a salir temprano para la
frontera, pidió que hiciera lo mismo, que cualquier cosa, les preguntara a las
personas mayores de edad con quienes me encontrara en la calle, a nadie más,
que no me preocupara, todo iba a salir bien. Esa noche no pude dormir, la idea
del cruce hacia los Estados Unidos la tenía fija en mi mente.
Ocho
Y salió bien todo, en el punto fronterizo, mientras
otros estaban esposados o detenidos por pretender cruzar, yo estaba libre,
detenido, pero me movía con libertad a la espera de lo que ellos estaban
haciendo; como hablo inglés, estuve todo el tiempo conversando con los
norteamericanos y haciéndoles chistes. Hubo un momento en que me preguntaron: “¿Tienes
familia en los Estados Unidos?” A lo que respondí que sí, “me están esperando,
están muy deseosos de que esté con ellos”. Luego de tres horas me dejaron
pasar, Mario Fernando, al verme, se acercó, me abrazó, y dijo: “vamos”.
El recorrido en auto hasta Miami fue agotador, un día
entero en que ya no tenía nada más que conversar con mi primo, todos los temas
se habían agotado. Lo último que le escuché decir, antes de quedar dormido fue:
“Kendall te va a gustar, no te preocupes, te voy a conseguir un trabajo, o
quizás dos, para que estés más desahogado y puedas ayudar a mis tíos”.
Kendall es
un lugar que se encuentra dentro del condado de Miami-Dade, se le denomina “lugar
designado por el censo”, no es más que es una concentración de población
identificada por el censo de los
Estados Unidos para fines estadísticos, su nombre se tomó del comandante
Kendall, ejecutivo de la British Land Company, quien creó varios mapas de la
Florida. […] en Miami y sus alrededores encontramos muchas instituciones de
educación superior, como: la universidad Barry, la Carlos Albizu, la internacional de Florida,
la memorial de Florida, la Johnson and
Wales, la Keiser, el Miami Dade College, la mayor institución de educación superior
en Estados Unidos, la universidad
internacional de Miami de arte y diseño, la universidad Nova
Southeastern, la universidad St. Thomas, la Talmudic y la universidad
de Miami, situada en Coral Gables.
En cuanto me estabilice matriculo en cualquiera de
estas universidades, me dije y apagué la laptop, pues Mario Fernando deseaba
conversar. “Te conseguí un trabajito conmigo, no es algo del otro mundo, pero
está bien para empezar, hasta que te den el permiso y la residencia. La cosa se
ha puesto mala y hay que enfrentar lo que venga, la paga te da para alquilarte
un apartamento, es importante que te independices, tengas lo tuyo”.
A la mañana siguiente me vi limpiando piscinas, es un
trabajo agotador, aunque muy bien pagado; todas las semanas teníamos tres o
cuatro, recorríamos Miami en el Chevrolet Impala de mi primo, al principio
teníamos que tocar de puerta en puerta, después los clientes llegaban solos,
como cuando estábamos limpiando la piscina de Janet Reno, en Kendall. Allí nos
encontramos con Orenthal James Simpson, quien enfrentaba varios procesos
judiciales y había ido a buscar asesoría, pues Janet trabajaba para una firma
privada de abogados.
Mi primo le preguntó si quería que le limpiáramos su piscina,
a lo que él respondió que no, que no tenía ni quería, dijo además que sentía un
odio visceral por ellas, contó con tristeza cómo Aaren, su hija de dos años,
había muerto ahogada en la piscina familiar, dijo que se sentía culpable, pues
su relación con Marguerite se había tornado muy conflictiva; aquel domingo
habían estado discutiendo desde el amanecer, ya que su esposa lo había
sorprendido con Nicole, su amiga de la infancia.
En un estallido de ira descuidó a la pequeña, cosa que
no se perdona ni se perdonará. “Tiene que aprender a perdonarse —le dije—, usted está experimentando un sentimiento de culpa que le está
haciendo mucho daño mental, de seguro que no deseó la muerte de la niña, pero
sucedió y no fue su culpa. ¿Cuántas madres y cuántos padres no han visto a sus
hijos morir delante de sus propios ojos, sin poder hacer nada? Contra el
destino no hay quien pueda señor; quien odia sufre, se roe por dentro y usted
se odia. Le repito: tiene que perdonarse, lo cual no significa que va a olvidar”.
Me agradeció las palabras e invitó a que
conversáramos, su gentileza hizo que me explayara con comodidad; por su parte,
habló de su infancia y juventud en San Francisco y de por qué había decidido
radicarse en Miami; yo conocía de todos los procesos legales en los que estaba
envuelto, mucho se hablaba en la televisión, pero no quise preguntarle nada. Al
final me dijo que yo merecía, por mis conocimientos, tener un mejor empleo.
En un año obtuve la residencia y el permiso; alquilé
un apartamento y comencé, embullado por mi primo, a pagar un carro, ya había
sacado la licencia de conducción, pues me era necesario. Incansablemente
buscaba empleo, el asunto de las piscinas me tenía con problemas en la cervical
y no quería seguir, fue así como empecé de almacenero en una factoría, ganaba
menos, pero estaba siempre a la sombra y vestido de limpio.
Trabajaba, además, de sereno en una escuela privada,
cosa que no resistía, pues siempre he dicho que la noche se hizo para dormir,
pero aquí tienes que tener dos o tres trabajos, si no, te mueres de hambre. Por
eso aguanté hasta que pude, hasta que tuve que irme con John, uno de los
choferes, a buscar mercancías en otros estados; el oficio de camionero siempre
me atrajo, desde que vivía en Cuba me apasionaba eso de andar de pueblo en
pueblo, manejando mi propia rastra y pernoctar en cualquier lugar donde me
sorprendiera la noche. Observaba todas las operaciones de John y le hacía
preguntas, él afirmaba que, para ser un buen rastrero, lo primero que tenía que
hacer era comprarme un mapa y aprendérmelo de memoria: calles, intersecciones,
semáforos, avenidas, puentes, ciudades, pueblos, condados, no solamente en la
Florida, sino en todos los estados. “¿Imaginas que te manden a Filadelfia a
buscar un cargamento de telas y te pierdas?”
Nueve
Mi primera tarea como rastrero fue buscar un
cargamento a Filadelfia, llevaba un año preparándome y esperando la
oportunidad, que llegó cuando lo del infarto de John. Debía guardar reposo y la
dueña necesitaba un sustituto. “Has
salido con él varias veces —dijo—, encárgate
tú de la International, que lo más
probable es que no vuelva a conducir”.
Sentí pena por John y fui a visitarlo en Leisure City. Me dijo que era cierto, su
médico le había recomendado no volver a manejar, debía permanecer en casa,
guardar reposo y no pasar malas noches, tampoco podía hacer esfuerzos físicos
ni comer ciertos alimentos. “Asume —dijo—,
¿no recuerdas aquella vez cuando entraste solo a Filadelfia, sin consultarme?
¡Tú eres el hombre!”. ¡Sí! —le dije—, ¡pero por poco impactamos un
poste cuando doblé por aquella avenida en contra del tráfico! “¡Y tuve que
pagar la multa yo, cabrón!” —contestó—. Porque
no quisiste aceptarme el dinero —objeté—.
Al principio tuve dificultades, cuando estas llegaban,
le hacía una llamada a John y él me decía lo que debía hacer. Es increíble, lo
dominaba todo con lujo de detalles, había sido chofer durante cincuenta años,
era lo que llamo, un profesional, un experto. Poco a poco fui adiestrándome y
adquiriendo confianza, me pasaba los días y las semanas en la carretera, me
convenía, porque así espantaba el gorrión de la nostalgia y la tristeza de
estar separado de mis padres, a los que les enviaba todos los meses más dinero,
mi economía estaba en alza, pero no era feliz. No estaba estudiando, ni tampoco
ejerciendo como músico; en Miami es muy difícil encontrar trabajo en un grupo o
en un conjunto, es como ir a bailar a la casa del trompo, hay músicos
dominicanos, mexicanos, colombianos, puertorriqueños, venezolanos y cubanos que
lo abarcan todo, tocan en distintos lugares; si quería ganarme la vida como
músico debía irme para otro estado a probar suerte.
Esta llegó una tarde cuando me dirigía a Wisconsin a
buscar un cargamento de pieles; mi celular sonó, la singular y amable voz de
Simpson penetró en mi oído transmitiéndome su saludo. Me dijo que había hablado
con un tal Franco Dragone, amigo suyo de Las Vegas, director de un espectáculo
artístico, me dio su número telefónico, pues estaba buscando músicos para un
show que preparaba en el hotel Bellagio.
El corazón y el alma se me inflamaron de la alegría,
no solamente tocaba el piano, también me desenvolvía con la guitarra, la
trompeta y el clarinete. Sabía que en todos esos espectáculos entran en acción
varios instrumentos musicales y que, además, en el caso mío, también cantaba.
Estuve el resto de la tarde y parte de la noche manejando, hasta llegar a un
pequeño motel en Kenosha, pensé en bañarme, comer y hacer la llamada, cosa que
no hice hasta dos días después, al regreso, en el mismo motel, al sureste de
Wisconsin.
Su voz mostraba a un hombre amable y cortés, me
infundió tal confianza que decidí, en cuanto llegara a Miami, entregar la
rastra y marcharme a Las Vegas. Lo unía una gran amistad a Simpson, con el que
tenía deudas de gratitud, me dijo que a él no podía negarle nada, le pidió que
me dijera la forma de localizarlo en cuanto llegara, que lo del trabajo estaba
seguro. Me preguntó además cuánto era mi paga, cuando le respondí me dijo: “Aquí
vas a ganar el doble”.
Diez
El show no era solamente en el Bellagio, era para presentarse en la mayoría de los hoteles. Era un
grupo musical compuesto por mexicanos y colombianos, el único cubano era yo. Es
increíble, tocábamos hasta tres y cuatro veces en el mismo día, y no era porque
no hubiese grupos musicales, que es lo que más abunda, es por la enorme
cantidad de centros recreativos que existen, Franco tenía varios negocios y
acciones en los casinos, era además el director de un espectáculo artístico que
se desarrolla en el Bellagio,
independientemente del nuestro, patrocinaba a varios conjuntos musicales.
Me fue bien, enseguida tuve mi apartamento y mi carro,
no del año, que bien lo pude tener, sino un poquito más viejo, por aquello de
guardar dinero y mandar para Cuba. Le había dicho a mi madre que abriera una
cuenta bancaria, que uno nunca sabe lo que nos depara el destino.
Un carro de uso en los Estados Unidos, con cuatro o
cinco años de fabricado, no tiene nada que envidiarle al del año, tras del cual
están los millonarios, que no saben cómo van a gastar el dinero. Me vi con
mucho en los bolsillos y planifiqué proyectos de vida, viajar era lo que más
deseaba, conocer todo lo que había impedido el hecho de vivir en Cuba, tierra
que tenía atravesada en el medio de mi corazón; no lograba, ni por un segundo,
apartarla del pensamiento, aunque estuviera en los más lujosos hoteles tocando,
comiendo manjares o bebiendo las más exquisitas bebidas, siempre venía la imagen
de Cruces y la de mis padres sentados frente al televisor, viendo el noticiero o
la telenovela.
Una tarde, luego de terminar nuestra actuación en uno
de los restaurantes del Bellagio,
Franco nos invitó a que nos quedáramos a disfrutar del Quidam, un espectáculo que había realizado y producido para el
Circo del Sol. Desde mi llegada a Las Vegas, veía en todas partes la promoción,
y aunque deseaba verlo, nunca podía.
Acepté y me quedé junto a dos de mis colegas. Había
una gran cantidad de personas en el ala de butacas frente a mí, sin embargo,
llamó mi atención que, una luz proveniente de uno de los cinco arcos encima del
escenario, cada vez que incidía sobre un rostro en el público, irradiaba otra
finísima luz, que llegaba hasta mí de forma resplandeciente. Cuando se terminó
el espectáculo me acerqué, fue cuando nos conocimos.
Gracias por tu like.
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