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Desnudos ante el espejo.

Primera imagen

Luis Pacheco Granado

 

Te veo en el espejo desde la cama y ya no eres la misma, tus senos han crecido y los pezones son de un color oscuro, al igual que el círculo que los rodea, el pubis ahora es rojo como el fuego oculto en su interior listo a derramarse sobre mis deseos, un rojo tan lejos de aquel que un día como en un juego  acariciaba embadurnándolo de espuma: “¿Qué haces?”, preguntaste en un susurro mordiéndote los labios, la fiebre te hacía temblar, era el deseo que llegaba a ti dispuesto a arrastrarte a la locura: “quiero ser barbero”, te dije, sonreíste y miraste al cristal que devolvía tu imagen de mujer adolescente de solo 17 años, la mejor edad para comenzar a conocer el mundo, para adentrarte en inimaginables fantasías, 17 años y un cuerpo tremendo que hacía juego con la malicia de tus ojos, lo que  sumado a la ingenuidad de tus pensamientos te convertían en la presa perfecta de mi lujuria, la satisfacción de los más ocultos deseos que todo hombre ha tenido. Ahora son tus labios los que recorren mi piel, pero no son los mismos,  mientras  los muerdo mis dedos miden la extensión de tu clítoris que se va endureciendo poco a poco, ansiosa atrapas mi sexo y apuntando a los que desnudos repiten nuestra mímica, me abrazas, siento el calor de la piel; “ya no puedo más, házmelo. ¿Ves?, ellos también lo desean”. Comienzo a trazar surcos blancos en tu espalda, la misma espuma que humedece mis vellos que se entrecruzan con los tuyos, miro por sobre tu hombro y veo a nuestros clones imitarnos, aunque esta no eres tú, el cabello te ha crecido  en llamaradas iluminando la habitación, quisiera atravesar el cristal y estar allí contigo, porque ese soy yo  en otro tiempo, luego exhausta, propones una travesura: “Yo a ti y tú a mí”, me gusta la idea y nos llenamos de espuma y esperma, entonces comenzamos a despojarnos de la oscuridad de nuestros sexos, luego quedamos allí los cuatro, como uno solo y es cuando me asalta la duda y no sé si ese que te abraza soy yo y puede que  tal vez esas imágenes sean fantasmas atrapadas entre las luces del azogue.      

 

 

Segunda imagen

 

 Te sorprende escucharle esa proposición, su voz te traslada años atrás a la oscuridad de un cine, aunque te parezca extraño en esta situación, la oscuridad del local y los deseos hacen que sonrías, recuerdas la erección, con solo acariciarlo bastaría, pero no lo necesitas allí están ellos para estimularte, él ha llegado ¿del mercado?,¿ tal vez de un paseo?, no puedes precisar bien, de pronto la lanza al piso y la desnuda o a lo mejor no le quita la ropa, simplemente le levanta le vestido, deshace un paquete aunque puede ser que la historia no sea así, va al refrigerador y trae un pequeño envoltorio que rompe con habilidad, el contenido lo toma entre los dedos, ¿fue en realidad de esa forma?, ya lo tenía todo preparado y allí frente al espejo mientras saca el contenido la hace acostar con el rostro pegado ¿al suelo? ¿al lecho?, no importa, toda la habitación se refleja en el cristal, para eso está puesto allí, luego le entreabres las piernas y con tus dedos le vas cubriendo el negro orificio como si lo que estuvieras preparando fuera una tostada dejándola lista para mojarla en leche      y ya no sabes si el espejo refleja tu propia imagen sobre ella o es la de aquel que quiso bailar su último tango rodeado de espejos, iguales a ese que te acompaña en tus pesadillas ¿o fantasías?, por eso la levantas y así desnudos y olorosos la haces bailar mientras ellos lo hacen igual, como si nunca lo hubieran dejado de hacer.  

 

Tercera imagen

 

Le besas el cuello y el calor de su piel quema tus labios, con soltura le desprendes la blusa, los senos llenos de gozo se refugian en las palmas de tus manos, los sientes crecer y endurecerse, satisfecho por tu descubrimiento exploras por la llanura de su vientre deteniéndolas en la frontera del vestido, corres el  zíper sobre la cadera  despojándola de toda protección, ahora está separada de tu lujuria por una fina tela de araña, te arrodillas haciéndola girar, luego con los dientes terminas de desnudarla, mientras lo haces sientes  sus vellos arañarte el rostro, ahora es el ansia, tu lengua como serpiente en su cubil siente el agridulce sabor de sus deseos y allá en lo alto como salidos del cielo oyes los gemidos, mientras, las uñas te hieren la espalda, se apoya en su imagen y aprovechas para ir subiendo llenándola de ella misma, es como si le dejaras en cada poro su perfume de hembra en celo, llegas al principio y esperas ver tu rostro enredado en sus cabellos, pero te sorprendes ante la risa de esos ojos que no son los tuyos ni los de ella, es tu fantasma eterno que viene a perturbarte para que recuerdes que no existe otra, todas ellas no caben en su espacio y cada imagen siempre va a ser la misma, cierras los ojos aunque sabes que te sigue mirando, siempre lo ha hecho desde el día que decidiste esconderla de todos los mortales.


 

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