La
Bella y la Bestia
Patricia
Alejandra Iozzi
Me
llamo Bella, a diferencia de la historia, conviví con el odio durante mucho
tiempo. Sus cadenas me obligaron a realizar actos inmorales.
Fui:
víctima, esclava, mendiga. Me violaron, me subastaron, me raptaron, pero fue mi
anhelo de venganza el que me mantuvo viva. Nada, absolutamente nada era capaz
de alejarme de mi destino. O al menos eso pensaba hasta que me encontré con él.
Durante
años los alaridos de mi familia, al ser masacrada por aquellas criaturas
obscuras, atormentaron mi espíritu. Reiteradamente los veía morir una y otra
vez, como si estuviera inserta en un bucle temporal sin fin.
Fui huérfana
de niña y nadie se molestó en creer mi relato. Cuando escuchaban que bestias
inhumanas habían masacrado a mis seres queridos, se mofaban de ello y
establecían mi incompetencia mental.
Llegó
un momento en el cual las autoridades decidieron que un mal profundo invadía mi
alma y decidieron que sólo era útil como esclava.
El
hombre que me compró, en subasta pública, decidió que debían domesticarme,
luego que intentara atacarle con un cuchillo cuando me violó. Posteriormente me
vendió. El nuevo amo, prometió darme la libertad, pero sucumbió a manos de unos
malhechores al trasladarme a mi nuevo hogar. Escapé en medio de la confusión.
Durante
mucho tiempo caminé kilómetros sin descansar hasta que consideré que estaba a
salvo. Y en aquella ciudad me refugié.
Todos
los días, en la plaza principal extendía mi mano luego de entonar algunas
canciones de cuna de mi país.
Una
tarde de octubre, mientras regresaba a la pieza que le alquilaba, a una señora
que no realizaba muchas averiguaciones,
me atacaron por la espalda e inmovilizaron. Desperté en un barco, sin
entender lo que sucedía.
Todos
hablaban en un idioma desconocido para mí, sin embargo; sus intenciones eran
reales y no necesitaban de traducción. Nunca supe que los detenía, pero las
mismas quedaron en intentos imaginarios.
Debo
reconocer que me daban comida y agua para beber. Pero también recuerdo que la
tripulación fue mermando.
Esperaba
mi condena, más por necesidad que por obligación, cuando una noche estrellada
arribamos a nuestro destino. Ya casi no había tripulación. Supongo que la peste
se apoderó de ella y yo he sido un milagro.
Dos
hombres me maniataron y tomándome de los cabellos me arrastraron hasta tierra
firme. Allí me encerraron en un cubículo plateado, repleto de signos que no
comprendía. Solo sé que al amanecer estaba repleta de energía y un único
recuerdo acudía a mi mente: la muerte de mi familia.
Miré
hacia todos lados y sin reconocer dónde estaba, deambulé por aquellas calles
desiertas, hasta que lo encontré.
Estaba
parado frente a mí. Sus cabellos plateados le llegaban hasta los hombros, todo
en él era fantasmagórico, espeluznante. Pese a que no lo podía ver, intuía un
halo de sangre a su alrededor. Sin embargo; pese a un pánico atroz que deseaba
inmovilizarme, lo seguí.
Una
prudente distancia nos separaba, pero sentía que estaba a su lado. Caminamos
varios kilómetros hasta que nos adentramos en un bosque y en medio del claro
pude divisar un castillo.
─Llegamos.
(Fue lo único que mencionó antes de desaparecer entre los sirvientes)
─¿Quién
es? ¿Dónde estoy?
─Todo
a su tiempo, lo único que debe saber es que está a salvo y que nuestro señor la
protegerá.
Los
días pasaron y si bien me acicalaban e intentaban mantenerme feliz, las dudas
del primer día me acosaban. Y así fue durante mucho tiempo. Tanto que ya ni
recuerdo.
Aprendí
a realizar tareas sumamente fáciles y muchas más difíciles; sin embargo,
entendí el valor de la vida.
No
puedo decir que estaba cautiva pese a que no podía salir de aquella comarca.
Todo
fue agradable hasta que por una única vez vi su esencia y temblé de pánico. De
golpe, todos los recuerdos de aquella masacre confluyeron a mi mente y supe que
estaba ante la presencia del verdugo.
Después
de aquella revelación, recuerdo haber tomado un cuchillo de plata entre mis
manos, dispuesta a aniquilar al asesino tan buscado.
Fui a
la sala principal y no lo hallé. Recorrí cada habitación y salón del lugar
hasta que lo vi en el jardín mirando a la luna. Una violencia infinita producto
de mis deseos de venganza me invadió. Corrí hacia él como un centurión
enardecido por el odio.
─Ya
estás aquí por lo que veo. ¿Qué piensas hacer con ese cuchillo? Dijo sin
siquiera mirarme.
─Matarte
a ti y toda tu especie
─Ay mi
niña todavía no entiendes nada. Los lobos somos hijos de la Luna y ésta hizo a
la plata para hacernos más fuertes. Pensé que podía reivindicarme por haber
asesinado a una familia humana, pero veo que no es así.
Le
clavé el cuchillo de plata, recordando al sacerdote de mi pueblo que decía que
no había que escuchar a los demonios. Mientras que un par de garras destrozaban
mi cuerpo.
RECUERDA CAZADOR: Para matar un ser de
la luna solo se necesita una bala de oro. Solo el sol desaparecerá a los hijos
de las tinieblas. La Bella
PIM
Guaooo colega me gusta tu doloroso cuento éxitos, bay
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