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 Paseo de ciudad

Lioneski Buquet Rodríguez

 

 

 

Hombre, sal a la calle. Levántate de la comodidad del sillón ahora que aún es temprano. No te duermas y báñate. Camina sin rumbo por la ciudad para olvidar todo ese odio por una mujer miserable que no deja de exigirte desde la cocina ¡estoy cansada, me oíste, cansada de esta mierda, de ti, de no tener nada! sin tener razón según sus palabras; una mujer completamente tuya, con la que compartes discusiones ¡no jodas más, chica! Tú la agredes, gritas, manoteas ¡no me rejodas más la vida! Luego el portazo y tropiezas con el aire que no es puro pero sabe distinto al rancio entre estas cuatro paredes, ese aire compartido, aire de desesperación. Por eso sal a la calle. Camina por la plaza. No te disuelvas entre maldiciones. Mira los edificios, bares, parques, el ir y venir de las gentes con sus imprecaciones por dentro. Pero eso tú no lo sabes, sólo camina. Descubre las gentes reír e intenta reír también porque dicen los científicos que se libera una sustancia en el cerebro, un beneficio hay en la risa, algo capaz de desviarte la atención de las discusiones. Si no puedes reír camina, dicen que también es un excelente ejercicio. Pero tú lo harás no con el fin de ejercitarte. Sólo camina. En cada paso tira al suelo una a una las ganas de volver, golpear, apretar el cuello, los ojos fijos en sus ojos, las ganas de enterrarle en el costado el cuchillo de cocina con el que corta alguna carne y prepara las especias; enterrarle el cuchillo sin importar cuánto venga después; verla ahogarse en la sangre sin poder articular tu nombre, los ojos perdiendo el brillo mientras caiga al piso, mientras sonrías y digas su nombre. Esas ganas quedarán en el suelo, en cada paso por la ciudad. La vista por los parques, avenidas, lejos del tiempo. Deja a un lado esa costumbre de volver a tiempo para la cena, agotado del trabajo, con perfume en las ropas o alcohol en los sentidos porque hoy no es día de trabajo. Hoy las horas caminarán a tu lado por la ciudad, mirarán como tú los edificios, parques y avenidas, llevarán las mismas ganas de acabar con todo sin importar que el sol ande lejos, cayendo entre las nubes del horizonte, y las luces se abran paso en la oscuridad de las calles hasta la entrada de un bar, aquel donde decidas entrar y pedir un trago de ron y olvidarte de las ganas y discusiones, de ti mismo entre sorbos como si en cada uno bajara por la garganta la amnesia que necesitas. Luego toma el vaso y ve hasta una mesa donde nadie te moleste, donde solo se escuchen las manecillas del tiempo, la risa de los otros, la voz de un locutor en un radio detrás de la barra, la respiración propia en el instante en que una mosca se pose en tu cara para mortificar la paciencia, espantarla de un golpe y volver al trago, a tu mujer que estoy cansada, me oíste, cansada de no tener nada. Tu mujer que no dice ni media palabra del perfume en la ropa y el alcohol en los sentidos, sólo está cansada de la mierda. ¡No comas basura, chica, confórmate! Sí, hombre, no comas tanta… Luego los golpes ¡déjame, coño!, las manos en el cuello, sí, y otro trago por la garganta y otro trago y otro, sí, hasta sentir la cabeza girando, el espacio del bar, la multiplicidad de risas. Escuchar el nombre de tu mujer entre aquellas risas, el nombre que flota de una mesa a la otra como una pelota de playa o como una puta de piernas así de par en par. Una ventana las piernas al mundo, sí. Lo dicen, se recrean en las palabras. Y vuelva el nombre a golpear como un martillo en la cabeza, en el rostro, el cuerpo en el aire, contra el piso, los puños sobre ti. El sabor a sangre en la boca antes de salirte a la calle. Las calles serán un tenue entrecruzar de silencios, miradas con la oscuridad, el eco de los pasos sobre el pavimento. Tu mujer estará en casa con esa postura de esperar el regreso seguramente para otra discusión, quizá unos golpes, algún forcejeo y el mismo final de todas las noches. Piensa en eso. Piénsala como se piensa a veces en cosas comunes de cualquier ser humano: un hogar en ruinas, un dinero que no existe. Piénsala de camino a casa con ese andar errático del alcohol, no repares en las dos sombras que te seguirán de cerca en un serpenteo por paredes y asfaltos, favorecidas por los espacios sin luz, por el poco tránsito de personas en esta parte de la ciudad; dos sombras que encuentran en ti la presa porque algún dinero traerás encima, posiblemente pensarán ellos que te persiguen como las aves de rapiña acosan a los animales vulnerables. Y al doblar por una de las calles, sin percatarte del futuro, sientas el tirón de la ropa, las manos alrededor del cuello con una increíble fuerza; una fuerza que te arrastre lejos de todos y acalla la boca con un golpe a las costillas. Pareces desfallecer. La molestia en el estómago y esa sensación de vómito a la cual contribuyen los mareos, el alcohol. ¡Dale duro, que no se levante! ¡Aguántalo, apúrate! Risas también entrando por un espacio de la semiinconsciencia, sin poder hacer nada, apenas resistir los golpes una y otra y otra vez, y llorar como no llorabas, como deben hacerlo los recién nacidos. Lloras como una mujercita, ya no pareces tan macho, dicen ellos, y asestan otro golpe en la cara. Vámonos, este cabrón no vale la pena. ¡Espérate!, dice el otro. ¿Qué vas a hacer? ¿Qué tú crees? Deja eso ya. ¡No dejo nada! Venga, préstame el cuchillo. Quizá notes que aprietan tu cuello, los ojos fijos en tus ojos, la oscuridad en esos párpados mientras sientes la hoja de metal abrirse paso por la carne del costado. Luego el sabor a óxido de la sangre que sube por la garganta e impide la respiración sin poder articular tu nombre, algún órgano, los pulmones quizá. Los ojos pierden el brillo porque sabes terminaron tus pasos por la ciudad; no podrás volver la vista a los parques ni las avenidas, ni al ir y venir de las gentes por la plaza. En un esfuerzo final verás aquel rostro sonreírte por última vez, una sonrisa que va opacándose en tus ojos. Y quizá ese gesto de los labios acaba de traerte de nuevo a la comodidad del sillón, a tu mujer mientras ella te acaricia por un hombro: despiértate, amor, para decirte que vayas a bañarte, la comida está casi lista. 

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