Eso que oyes rugir Por Carlos González Carvajal Eso que oyes rugir, no te asustes, es el río. Está así por el ciclón, pero normalmente es mansito, como tu madre, que tienen que darle y darle para que se defienda… Aquellas dos cositas son las chimeneas del central. Antes, en tiempo de zafra, si el viento batía por esta vuelta se sentía el olor de la melaza, que es lo más rico que hay. Allí trabajaba tu abuelo y siempre que venía del pueblo me traía algo: un caramelo, un pedacito de raspadura… Eso gris es la mina que le prestó su nombre al barrio: “La Calera”. Ahí vivimos nosotros hasta que pasó lo que pasó. Era un lugar feo, por las tardes se levantaba un viento seco que se te metía en los pulmones y los dejaba en carne viva. Pero eso no es nada, comparado con lo que pasé después. A tu abuelo lo mataron por allí, donde están esas tres palmas. Si le hubiera hecho caso a mamá las cosas habrían sido distintas. Ella quería que nos fuéramos para La Habana cuando cerraron
En un momento no determinado de nuestras existencias emigramos y dejamos atrás nuestros más preciados tesoros: familias, amigos, libros y hasta alguna que otra tumba. Lo que creíamos como algo intangible, sobrenatural, desaparece mientras la nave sobrevuela. Ya no volveremos a ser de un solo lugar, para ser de muchos lugares a la vez. Perdemos nuestra memoria colectiva, para sobrevivir únicamente de nuestras personales memorias. Las Memorias del Hombre Nuevo: la mayor mentira del mundo.