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Mostrando entradas de mayo, 2022
  El hombre de los cuatro consejos   Elizabeth Méndez Lopez     Hace mucho tiempo en un pueblo muy lejano vivía una pareja de casados, ellos  eran personas de muy bajos recursos. Un día el hombre le dijo a su esposa ¡tengo que irme a buscar trabajo! Con lo que gano acá, no nos alcanza ni para comer, me iré para darle un buen futuro a        mi hijo que viene en camino... Dejó a su esposa embarazada y se fue a buscar suerte, camino cinco días y llego  a una aldea, en esa empezó a buscar trabajo, pero no encontró nada entonces vio que un anciano que era sabio estaba sentado a orillas de la calle, se acercó y le pregunto ¿Señor por casualidad tiene algún trabajo para que me dé? Desde hace cinco días   salí  de mi casa y no he   tenida suerte… El anciano le contesto: ¡Yo no vivo acá! Acabó de llegar a la aldea, pero si en    algo te puedo ayudar, ¡te puedo vender cuatro consejos! El hombre le dijo: y para que quiero yo, cuatro consejos, si a p
  El perdón   Pedro Antonio Jiménez Bravo       ―¡Lo que él me hizo no tiene perdón! ―Paco, mira que es tu hijo ―dijo la esposa. ―Por eso es que lo perdoné; ¡pero no me pidas que olvide lo que hizo, porque eso sí que no! ―Mandó a decir que venía a pasarse unos días por acá con los niños… ¡viejo por favor, no le vayas a decir nada! ―No prometo nada; pero haré lo posible, a fin de cuentas, sus hijos no tienen ninguna culpa.   ―¿Mamá, y como está todo por acá, cómo les ha ido? ―Bueno mijo’ en la verdad verdadera, dispués de lo que pasó, a pesar del tiempo, más nunca hemos podío' levantar cabeza. ―¿Y cómo puede un descabezao' levantar la cabeza? ―dijo el padre. ―¡Viejo! ―¡Sí, ya sé Otilia!   ―¿Papá cuando vamos a ir a pescar al rio? ―preguntó uno de los pequeños. ―Bueno mis nietos eso es si los dejan porque un HP se adueñó del rio, y hasta para eso hay que tener papeles. ―¡Papá, que ellos no entienden de esas cosas! ―dijo Alberto el Capitán d
  Adiós o la muerte   Verónika Alemán     Sonó la alarma y como cada mañana abrió los ojos deseando que ocurriera ese día la catástrofe que abriera el globo terraqueo justo en las coordenadas donde estaba ese país y se tragara la isla entera con todos los habitantes que aún quedaban allí. Pensó dos veces en las escusas que podía dar en el trabajo para quedarse en cama, entre las sábanas, a salvo de las miserias de la vida que llevaba. Luego recordó la casita que quería comprarse y lo mucho que le hacía falta su mísero salario. Tenía treinta años y desde los dieciocho estaba ahorrando para tener su casa, su propio espacio, no quería una mansión, un cuarto una cocinita y un baño eran su meta, pero el precio de la vida aumentaba más rápido que su ahorros. A estas alturas ya sabía que nunca iba a poder lograrlo, pero no quería resignarse, no podía, si se daba por vencida ya no tendría un motivo para levantarse cada mañana. Hizo un esfuerso sobre humano y puso los pies en el suelo
  Spondylus   Lorenzo Lunar     El trío canta junto a la barra. Antenor tiene la mirada fija en el vaso donde el dependiente acaba de servir el Havana Club Añejo. Frente a él, Ana Ramos mira las paredes. Entre ambos, la cajita de sándalo rosado. No es la de Antenor y Ana Ramos esa imagen vulgar del matrimonio que celebra su aniversario, sumergidos en el pomposo aburrimiento de la más cara paladar del Vedado. Antenor y Ana Ramos no son marido y mujer, tampoco lo que trivialmente se considera amigos. ¿Cómplices?, ¿compinches?, ¿cofrades de una extraña conspiración? Eso. Parece la de ellos esa serenidad etérea que se muestra cuando se cree haber logrado un anhelo de años. Ana Ramos es la típica emigrada que vuelve al redil, tal vez para demostrar que no fue errada aquella decisión. Para pagar la distancia y el tiempo escamoteado a sus amigos con un regalo insólito que puede ser, más que una prueba de fidelidad, un consuelo. Antenor es el dueño de «Spondylus Prínceps », la más célebre pala