Presagios de una pandemia
Marbelis
Quintanilla Díaz
Me
encontraba en mi balcón regando las plantas, una mañana de un día como otro
cualquiera. De repente escuché un ruido que me impactó. No sabía de dónde
venía. Parecían pregones de algún vendedor ambulante que se acercaba.
—¡A
toda la población, a toda la población, su atención por favor!
¡Algo
muy grande está sucediendo! ¡Ay, ¡Dios mío, es la guerra! — me dije. Seguro que van a movilizarnos
porque vamos a ser agredidos por los Estados Unidos. Era un auto parlante que
alertaba a todo volumen:
—A
partir de este momento, nuestro país y el mundo se declaran en estado alarma
porque una enfermedad nueva, muy peligrosa, nos está azotando. Es un virus
invisible pero mortal y casi desconocido, que se transmite a gran velocidad.
Les rogamos que se mantengan informados y aislados para evitar el contagio. Se
pide cumplan, con extrema disciplina, las medidas sanitarias dispuestas. ¡Sólo
así saldremos victoriosos!
Me
había adelanto a los acontecimientos pensando en la guerra. Respiré
profundamente, pero a la vez mi cuerpo se helaba. ¡Una pandemia, qué cosa es
esto! Y sentí un raro movimiento en mis plantas, en mi pecera, en mis libros.
La impactante noticia había penetrado en los más inverosímiles rincones. Una
movilización urgente se preparaba. Los animales terrestres y acuáticos y los
personajes de los cuentos infantiles estaban convocándose para el siguiente
día. ¿Qué tramarán? Y decidida me planifiqué asistir a esas reuniones.
Temprano
en la mañana me encaminé al bosque donde sería el primer encuentro. ¡En mi vida
había visto tantos animales reunidos! Tenían sus asientos en troncos de árboles
y delante había una mesa hecha de ramas. La junta dirigente estaba integrada
por un elefante, un león, un gato, un perro y una vaca. Escurridiza pasé y me
senté.
Se
puso de pie el gato y dando tres toques en el suelo con un bastón expresó:
—
¡Para decir el lema! Uno, dos y tres.
—
¡Unidos todos seguiremos, luchando por la salud! –respondieron al unísono.
Me
quedé boquiabierta con la organización que tenían. El león se refirió al
público:
—Animales
terrestres, yo creo que ya estamos informados sobre la triste situación que
está viviendo los humanos. Por el momento no se han reportado casos en el reino
animal, pero creemos que todo cuidado es poco. Debemos estar listos para
enfrentar tal amenaza pues como dice el refrán de mi abuela ¡guerra avisada no
mata a soldado inteligente! A continuación, les entregaremos unos folletos donde
están las instrucciones de cómo tenemos que comportarnos en estos tiempos de
COVIT. Lo primero es el uso del nasobuco. Escuchamos sus proposiciones sobre
este aspecto.
Una
araña que estaba colgando de su tela hace uso de la palabra:
—Nosotros
podemos donar nuestros tejidos que son de un material suave y persistente para
confeccionar los nasobucos. ¡Ah!, eso sí, necesitamos que alguien se encargue
de su distribución cuando estén listos.
—Por
nuestra velocidad podemos ser nosotras las mensajeras y ocuparnos del traslado
–se oyó decir a una liebre que rápidamente había levantado la mano.
—Muy
bien pensado, amiga. Ustedes se encargarán de esta tarea –sonrió satisfecho el
león.
—Señores,
—dijo una cabra— creo que han subestimado nuestro rico material puesto que
nosotras poseemos en el pelaje abundante lana que podría servir en la
elaboración de los tapabocas esos.
—
¡Aprobado! — contestó el león. Cuando tengan suficiente lana nos avisan y
mandaremos a recogerla. Ahora vamos a pasar al punto del lavado de las manos.
La
vaca, que estaba muy atenta, exclamó:
—Eso
lo resolvemos nosotras porque, extrayendo de la cáscara de la mata de guácima
su baba, y con el jugo que se le saca a la penca de maguey, fabricaremos el gel
que servirá con este fin.
—
Le doy la palabra al elefante con el objetivo de debatir el punto del
distanciamiento social —refirió el león.
—Compañeras
y compañeros, este tema a nosotros nos resulta un poco complicado pues estamos
acostumbrados a vivir en una manada y siempre andamos juntos de aquí para allá.
Perooo..., trataremos, a partir de hoy, de caminar separados unos de otros.
Ahora, los demás animales, ¡por favor!, que permanezcan en sus casas, cuevas,
hueco de árbol, debajo de las piedras, sea cual fuere el lugar donde viven.
¡Quédense allí! Salgan a lo necesario, sólo a buscar comida o medicamentos,
hasta que el riesgo haya pasado.
—Ahora,
necesitamos que los aptos para formar parte de una brigada sanitaria que será
la responsable de velar porque se cumpla lo establecido, además de pesquisar el
territorio, pasen por donde se encuentra el perro para que anote sus nombres
–solicitó el gato como miembro de la
presidencia.
Inmediatamente
se pusieron de pie la hormiga bibijagua, el topo, el almiquí, y hasta la
jicotea, con su lentitud; seguidos por muchos otros animales que dieron el paso
al frente y se fueron a la fila de los voluntarios.
—Si
se trata de vigilancia –pidió la palabra un sijú que desde su agujero en una
palma estaba participando de la reunión, — nuestra especie puede encargarse de
esa misión porque en realidad lo vemos todo, pero todoooo. Los totíes pueden avisarnos
si se acerca algún extraño. Nosotros velaremos de día y las lechuzas, de noche,
digo yo…, si ellas están de acuerdo.
—Bueno,
yo soy un buen observador y a mí sí que nadie me va a pasar gato por liebre —
dijo el totí provocando la risa de los presentes.
—De
noche, en los campos no habrá un intruso que yo no vea y lo delate. Aquí no
puede entrar nadie. Juntos nos cuidaremos y apoyaremos en lo que sea necesario—
apuntó muy seria la lechuza.
Retomó
el león la palabra para comprobar que se estaba entendiendo bien el mensaje.
Pero en eso, un animal muy misterioso que casi no se distinguía, llamó la
atención con su silbido, desde una mata de caimito.
—Pssss,
caballerooooos…. todo esto está muy bueno, pero yo tengo un problema.
Miré
hacia atrás y me pregunté ¿quién será ese enigmático animal? ¡Era un majá de
Santa María qué no sé cuánto medía! ¡Qué susto me dio! Me impresionó aquel sonido
característico de cuando están molestos.
—Mi
problema es el siguiente. Yo soy alérgico y se habla por ahí de que hay que
usar hipoclorito de sodio de forma obligatoria en la limpieza de las
superficies. He ahí mi preocupación. Por lo de mi alergia no puedo andar ni
rozar con esos líquidos. Yo creo que ustedes están exagerando un poco, pero bueno…,
¿dígame qué tengo que hacer?
—Señor
majá –interrumpió el león. Como usted hay otros animales que también están
preocupados, pero cálmese, para eso estamos aquí, para resolver las inquietudes.
Ustedes usarán gel y alcohol para el lavado de las manos y desinfección de las superficies.
—¡Ahhhh,
ya eso es otra cosa! Muchas gracias, señor león – y volvió a enroscarse
tranquilamente en su rama.
—Su
atención, por favor, esto es lo último que vamos a debatir aquí –dijo el perro.
A partir de este momento habrá un equipo de animales que serán los encargados
de que las medidas orientadas no sean violadas. También se les pide su aporte a
los árboles frutales y comestibles a que nos ayuden, ofreciendo sus alimentos a
quienes los necesiten. Poco a poco se van a ir distribuyendo algunos productos
que por su importancia van a ser, por supuesto, controlados. Recuerden,
cualquier queja o sugerencia, llamar a los números habilitados que se
encuentran en los folletos repartidos. Si no hay nada más que aportar,
terminamos esta sesión.
Con
énfasis y en alta voz repitió el león:
—¡Quédense
en casa, es la mejor solución, lo digo de corazón! Cuídense unos a otros para
que este virus mortal no nos pueda atacar.
Comprometidos,
los animales fueron a cumplir sus tareas. Yo, admirada por aquel particular
encuentro regresé a mi casa después de tan larga jornada.
En
la tarde me fui a recoger un equipo de buceo que me prestó un amigo, dispuesta
a comenzar otra misión. Tuve que tener mucho valor para poder lanzarme a ese
mar tenebroso y profundo, pero no lo dudé pensando tanto, porque lo que toca,
toca. ¡Ahí voy, al infinito y más allá, hacia el fondo del mar!
En
el lugar indicado había un gran teatro sin techo, preciosamente adornado. Los
asientos eran rocas, al frente un escenario hecho de corales marinos. ¡Guao,
qué belleza! Allí estaban reunidos diferentes tipos de animales marinos. A
muchos ni los conocía. Dirigiendo la reunión estaban un delfín, una ballena y
un temible tiburón. En otros tiempos hubiera salido huyendo, pero pensé que ese
no era momento para eso de estar comiéndose a otros.
La
ballena comenzó su discurso y me dije: aquí no hay lema. Pero un grupo de
caballitos de mar se pusieron de pie y tocaron una bella armonía con sus
singulares trompetas. ¡Bonita iniciativa!
—Estimados
compañeros, los hemos citado esta tarde por un motivo muy serio. Quizás algunos
conozcan la triste noticia del mal que está asechando a la humanidad. Pedimos a
los presentes que presten su mayor atención a este pequeño debate. Le doy la
palabra al delfín.
—Amigas
y amigos presentes. Que vivamos en el mar no quiere decir que estemos inmunes a
contraer el virus, por eso debemos tomar varias medidas para mantener nuestro
océano limpio y protegido de la pandemia. Por la salobridad del agua tal vez
ustedes piensen ¡eso no nos va a tocar! No hemos escuchado en ningún medio de
comunicación, ni mucho menos al distinguido doctor Durán, decir que en el agua salada
el coronavirus no pueda vivir. Recuerden que esta enfermedad es nueva y hasta
que no pase el tiempo, no sabremos más de ella. El uso del nasobuco es
imprescindible y obligatorio a partir de este momento.
Salta
una manta atrevida y preocupada:
—Dígame,
señor delfín, cómo podremos amarrarnos los nasobucos esos, si nosotros no
tenemos ni siquiera aletas.
—Entiendo,
amiga manta, que esté preocupada –respondió el delfín muy amoroso. Nuestro
consejo de defensa, aquí reunido, pensando que algo así podría pasar, conversó
con varios pulpos y ellos estuvieron de acuerdo en ocuparse de amarrar los
nasobucos. Hemos habilitado varios puntos de control donde se estará ofreciendo
este servicio. Ahora, los que no puedan llegar hasta allí por motivo de
limitaciones físicas o de edad, se les ofrecerá el servicio en sus viviendas.
Por
la parte trasera se escuchaba un murmullo y el delfín muy molesto manifestó:
—Si
a los que se encuentran atrás no les interesa lo que aquí se está tratando, por
favor, se pueden retirar.
—Oiga,
compañero delfín, — manifestó incómoda una estrella de mar. Aquí hay una
anguila eléctrica que dice que tiene nasobucos de venta en su casa. ¿Y usted
sabe lo que son? Las pencas marinas que adornan el fondo del mar. ¡Ahhh, y dice
que mañana temprano los va a empezar a vender!
—¡No
puede ser posible lo que estoy escuchando! Háganme el favor, pasen al frente
los tiburones encargados de velar por el orden, para analizar esta penosa
situación.
—
A ver, señora anguila, díganos la verdad. ¿Usted pensaba realmente vender las
pencas marinas con lo que necesitamos de ellas? — inquirió uno de los
tiburones.
—Discúlpenme,
pero hace mucho tiempo que yo no tengo trabajo y me hacía falta un dinerito.
Peroooo si no se puede hacer, me retracto. Ahora mismo devuelvo todas las
pencas y les prometo que jamás cometeré otra ilegalidad.
—Aclarado
el mal entendido vamos a seguir en el asunto que nos trajo aquí – prosiguió el
delfín, pero nuevamente se produjo una interrupción al oírse una voz que decía:
—Señor
delfín, lo solicitan aquí una trucha, una tilapia, un sapo y una claria.
Sorprendidos
quedaron todos cuando vieron aquella comisión integrada por peces que habitan
en el agua dulce.
—Permiso,
hemos venido a reclamar nuestro derecho a participar en esta reunión.
—Señora
trucha, quisiera saber cómo han llegado hasta aquí si las fronteras están
cerradas y del río no se puede pasar al mar hasta nuevo aviso.
—Como
ya conocemos, existen los protocolos. Nosotros solicitamos un permiso y aquí
estamos. Vivitas y coleando como usted ve.
—Amiga,
no se me altere, tomen asiento y sean bienvenidos. Nuestra preocupación es que
ustedes estén infestadas debido a su proximidad con los humanos y nos puedan contagiar.
¡Eso es lógico!
—No,
no, no, de eso nada. Ya nos hicieron las pruebas pertinentes, nos tomaron la
temperatura y estamos sanitos como una manzana. Lo que nos trae aquí es un problema
que se nos está presentando allá con la insolente claria.
—Pues
dígame, a ver, ¿en qué podemos ayudarles?
—Le
contaré lo que sucede. Sabemos que debemos permanecer en casa y salir únicamente
a lo necesario. Bueno, pues acá la compañera y sus hermanos, se pasan el día
velando para comerse al que salga. Ayer de mañana yo saqué a mis truchitas a
tomar el sol y ¿adiviné qué pasó? ¡Zazzzz, casi se las comen a todas! Si no
hubiera sido porque yo abrí grande la boca y ellas se escondieron dentro, no sé
qué hubiera sido de mis pequeños hijos. Creo que debemos tomar medidas con
estos depredadores. Usted querido delfín, ¡es tan sabio, tan prudente y siempre
ayuda a la gente! Haga algo para preservar nuestras especies.
Los
animales que se encontraban al frente estuvieron un buen rato debatiendo y
entonces fue la ballena la que dio a conocer lo que habían resuelto.
—A
ver…, estamos de acuerdo con lo planteado por la trucha, pero la claria también
tiene que comer para poder vivir. Por el momento señora claria, usted debe
parar de perseguir a los pequeños y buscar otros alimentos. Las madres no dejen
salir a sus crías hasta que esto pase porque, además, hay un peligro real que
se vislumbra y lo más importante es salvar las vidas. ¡Queda prohibido comerse
unos a otros! ¿Satisfecha, señora trucha? ¿Comprendido, señora claria?
—Sí,
sí, sí, amiga ballena. Trataremos de cumplir con lo acordado.
—Bueno,
si no hay más dudas seguiremos con nuestra reunión –refirió el delfín. Para
nadie es un misterio lo que aquí se está tratando. Si juntos luchamos por la
descontaminación de las aguas, porque no se derramen desechos, por mantener la
limpieza y lograr el aislamiento social, ganaremos esta batalla.
Así
terminó aquel debate. Yo había estado preocupada pensando que el oxígeno se me podría
acabar, pero me alcanzó exactamente hasta llegar a la orilla.
Llegó
la noche con sus usuales misterios. Ya estoy lista para la visita virtual a los
personajes de los cuentos infantiles. Desde mi balcón, acompañada de mis
plantas y animales, me conecté a Internet a ver qué pasaba en aquel mundo
mágico. Me están llamando, ¿quién será el primer afortunado en hablar conmigo?
Ni más ni menos que era la Hormiguita Retozona. La veo un poco delgada, será la
cámara o la vista mía.
—Amiga,
sabe que estoy preocupada porque mi madre últimamente no se ha sentido bien.
Parece que fue un resfriado. Hasta fiebre le dio, tosía, estornudaba, tuvo
vómitos y diarrea. ¡Casi se me muere! Los vecinos me ayudaron a llevarla al
hospital. Le hicieron pruebas en sus paticas, en sus manitas. Su barriga revisó
y hasta una prueba que se llama PCR a mi mamita le practicaron. Todo salió negativo,
pero por precaución varios días la ingresaron. Luego nos mandaron para la casa
porque se puso bien. Dicen que tenía un virus, pero no era el malo y aquí
estamos. Le indicaron vitaminas y que tenía que alimentarse bien.
—
¿Cómo piensas alimentar a tu mami si eres un poco holgazana?
—Recurrí
a mis amigos y ellos me enseñaron lo que debía con respecto a la cocina. ¡Hasta
sopas buenas y postres hago! Desconocía este talento que tengo.
—Me
puedes contar en lo que te ha beneficiado esta experiencia— le pregunté.
—Amiga,
ya sé de todo, aprendí a ser más humana y trabajadora y por supuesto a
considerar y respetar a los demás. Saber no ocupa espacio.
—Te
voy a dejar porque me entra otra llamada, hasta luego y que te sirva para el
futuro lo que has vivido. Sin más preámbulos contesté.
—Dígame,
¿con quién tengo el gusto de hablar? Una voz inmediatamente me dijo —Ponga la
cámara para verla—. ¡Óyeme, una video llamada! Eran Ricitos de Oro y a su lado
tres personajes distinguidísimos y muy bien vestidos: mamá, papá y bebé osos.
Dígame niñita, ¿qué es lo que se le ofrece?
—Miré
señora buena, resulta que ayer yo hice un plato de sopa rico, ricooooo y lo
puse a enfriar encima de la mesa. ¡Qué
sorpresa me llevé cuando regresé a la casa y vi que el plato estaba vacío!
Pensé, aquí entró un intruso. Fui hasta el cuarto y mi cama estaba ocupada,
había alguien durmiendo allí. ¿Esto qué cosa es? Han invadido mi hogar. ¿Quién
es el atrevido que a mi casa pudo entrar?
Saltó
el oso muy apenado.
—Amiga
si le dijera que todo eso es mentira y que el cuento es al revés. Esta niñita
mal educada entró a nuestra vivienda aprovechándose de que no estábamos y acabó
con todo. Se tomó el plato de sopa y después… a roncar en la suave cama de
nuestro bebé. Mire lo que dice ahora. Nosotros creemos que ella está muy
enferma y además perdida. Cree que somos su familia y para colmo nos acusa de
esto.
—Es
que tenía mucha hambre y estaba muy cansada. Para decir verdad, no sé dónde
queda mi casa —dice la niña angustiada.
—Todo
eso está muy bien— alego con mucho cuidado porque no quiero ocasionarle ningún
daño a aquella niña preciosa. ¿Acaso no ha oído hablar de la enfermedad que
está azotando a la humanidad? ¿Cómo va usted a comer de un plato que no sea
suyo? Si estuvieras contagiada propagarías el virus y ellos te podrán acusar de
andar regándolo por ahí.
—Perdónenme
señores osos, pero he pasado tanto tiempo perdida por esos bosques que no he
escuchado hablar de lo que me dicen. Por favor, ¿podrían ayudarme a buscar a mi
familia? Necesito comunicarle el peligro que se avecina para estar apercibidos.
Me
despedí de ellos y seguí por diferentes portales nautas. Me preocupé porque vi
un conejo corriendo y otros que le venía cayendo atrás. Eran Alicia, la del
país de Maravillas y Pinocho. Les comencé a llamar. La niña se sentó en un
tronco, sintió su móvil sonar y lo descolgó.
—
¡Una video llamada! ¿Quién me llamará a esta hora? ¿Dígame, con quién tengo el
gusto de hablar? — preguntó Alicia muy
curiosa.
—Soy
la vecina que estoy cumpliendo una tarea de visitar y persuadir a los
personajes de una tragedia viviente. Pero, ¿por qué estás corriendo?
—Le
cuento, amiga mía. Yo le estoy huyendo a este niñito, pues él quiere algo
imposible. Pregúntele y se dará cuenta de que no es posible.
Le
pregunté a Pinocho qué era lo que pasaba.
—Compañera,
supimos recientemente que hay que usar el nasobuco y yo, con esta nariz, no me
lo puedo poner. Es por eso que quisiera que Alicia me diera un poquito, de unas
goticas de que ella tiene en el pomito, pero me lo niega todo el tiempo.
—Querido
amigo, —intervine Alicia. ¿No hay nada que puedas hacer para que esa nariz sea
más corta? ¿Por qué usted no deja de mentir y así, zazzzz, su nariz se pone
chiquita?
—Si
esa es la solución, lo intentaré. Tengo que estar preparado para combatir esta
pandemia.
—Piense
bien y reflexione. Esa es la mejor solución para resolver su problema. ¡Hasta
luego! Cuídense mucho y cuiden a los demás –les recomendé.
Sigo
en mi ardua tarea. No creo eso que estoy mirando. Es la Cucarachita Martina y
se ve muy cómoda en su butaca. ¿Y esa mesa que tiene delante? Está llena de
maquillajes y un letrero que dice SE VENDE. ¡Se volvió loca la cucaracha!
Déjame ver si me coge el teléfono.
Pero
estaba tan metida en el rol de vendedora que no escuchaba el timbre del móvil.
Cuando por fin contestó me respondió muy molesta.
—Dígame,
qué es lo que quiere comprar y yo le informo el precio.
Óyeme,
sí que es una buena negociante la Cucarachita Martina. No, no, no, amiga mía, —
le dije enseguidita no fuera a ser que colgara la llamada. El motivo por el
cual la contacté es porque estoy visitando a los personajes de los cuentos para
alertarlos del virus, pero…, me pregunto ¿por qué está usted vendiendo todo su
maquillaje?
—Mire,
tal y como usted está mirando me encuentro enfadada. Por lo del virus ese ya no
puedo exhibir mi belleza para poderme casar. ¿Quién me va a querer sin contemplarme
la boca, porque con este trapo amarrado ni mi sonrisa se ve? Por aquí han
pasado todos los animales y ninguno se ha fijado en mí. ¡Ya no sé qué voy a
hacer! Además, sólo me casaré con el que me traiga el nasobuco más lindo.
—Dígame
señorita, ¿acaso ya pasó por aquí el Ratón Pérez?
—No,
no, no, a ese hermoso galán no he tenido el gusto de ver
—Seguro
que pronto vendrá y matrimonio le pedirá —le aseguré—. Amiga, no te desesperes.
El nasobuco es imprescindible para no enfermar. El maquillaje no lo vendas, eso
te lo aconsejo yo, porque si se cumplen los protocolos sanitarios quizás para
el mes que viene las cosas sean diferentes y tú te puedas casar.
En
eso vi un ratón muy portado que venía por la calle con una rosa en la mano y un
nasobuco dorado. No sé bien lo que pasaría porque colgué. No quise ser
indiscreta.
Proseguí
en mi búsqueda y qué alegría sentí cuando vi a Elpidio Valdés en medio de la
manigua. Intentaré llamarlo a ver si acierto.
—Buenas
noches, compatriota, ¿cómo está de salud?
—Muy
bien me encuentro, colega, ya estoy mucho mejor.
—Me
alegro porque sé que no tienes sangre para estar acostado. El motivo de mi
llamada es conocer si están preparados para enfrentar la triste epidemia porque
no sé si a ese monte llegan las noticias.
—Eso
es lo que usted cree, pero tenemos un radio y nos enteramos de todo lo que está
sucediendo. Dígame qué es lo que debemos hacer que ¡AQUÍ NO SE RINDE NADIE!
—Amigo,
usted está convaleciente, pero su tropa seguro que sí puede cooperar.
—Cuenta
con todos aquí, ah, y con Palmiche, también.
—Mire,
lo primero es estar bien informados y eso ya lo tenemos, lo segundo es cuidarse
y cuidar a los demás y lo tercero y último es velar porque no se cometan
ilegalidades.
—Yo
propongo formar patrullas de guerrilleros a caballo y por supuesto yo voy a la
cabecera dirigiendo la operación y usted verá que aquí no entra el bichito ese
ni ningún delincuente tratando de hacer negocios con lo que la naturaleza nos
da.
Saltó
la abuela que estaba escuchando, le quitó el móvil a Elpidio y me dijo con voz
fuerte
—Todo
eso está muy bueno, pero…… mi Elpidio no va a ninguna parte mientras esté
enfermo, ese muchacho es un cabeza dura.
Cuando
le fue a devolver el artefacto, ya Elpidio iba montado en su caballo Palmiche y
desde lejos dijo ¡ESO HABRÍA QUE VERLO, COMPAY!
Llena
de energía seguí en mi tarea. ¿Quién es ese que está ahí arrodillado al lado
del charco en medio del bosque? Era Loppi el del camarón encantado. Ring, ring,
suena el teléfono y nada. ¡Será que ese señor está sordo! Al fin lo cogió.
—
¿Quién osa interrumpirme en este preciso momento?
—Soy
yo, me puede atender.
—Y,
¿quién es yo? Creo que no le conozco.
—Pero
yo sí a usted. ¿Cómo se encuentra Masicas?
—
¿De dónde usted me conoce?
—Del
libro La Edad de Oro, el que escribió José Martí.
—Ahhh,
porque usted es periodista.
—No
exactamente. Soy la persona encargada de persuadirlos a ustedes para que no
sean afectados por la enfermedad. Mire Loppi, yo soy voluntaria, a mí nadie me
envió, se trata de humanidad. Me puede decir, qué le sucede que lo veo ahí
implorando.
—Le
contaré. Este viejo camarón no me quiere ayudar, sólo le estoy pidiendo unas
boberías para mi mujer porque si yo me aparezco allá sin las cosas, me vota de
seguro. Ella quiere, no yo, una máquina de coser, muchos metros de tela, hilo,
agujas y una tijera.
—Y
eso para qué será. Ah, ¿se va a poner a coser para la calle?
—Sí,
eso ella pretende, pero es que quiere vender los nasobucos esos de taparse la
boca como a cien pesos y el camarón dice que así no le va a dar nada. Es por
eso que estoy suplicándole.
Vi
revolverse el charco, ponerse más oscuro de lo que era y oí una voz que decía.
—Sólo
si usted le comunica a Masicas y la hace entender que estos no son momentos
para revender nada, le doy lo que desea porque si no ¡se lo quitaré todo!
—
¡Qué clase de susto me di, el bosque se estremeció! Me voy de aquí de este
enlace. Hasta luego amigo mío, te deseo que tengas suerte. Yo pienso que ella
sea inteligente y que pueda ayudar a mucha gente. Voy a seguir en lo mío,
Déjenme consultar los megas que tengo para poder continuar con mi propósito.
Todavía me quedan, voy a entrevistar a alguien más. Me necesita alguien. Es una
abuelita y está encamada, ¿qué le pasará?
—Soy
yo, la abuelita de la Caperucita Roja. Me hizo saber el leñador que usted
estaba visitando a algunas personas por Internet y como mi nieta me regaló un
teléfono 4G podemos comunicarnos sin dificultad. Pues como verá, estoy en cama
con una gripe y no quiero comer de nada. Estoy tomando cocimientos y mucha miel
¿Qué cree usted que yo tenga? ¿No será esa pandemia?
—No
abuelita, dígame, ¿le ha dado fiebre o falta de aire?
—Sólo
tengo mucho catarro y nada de complicaciones
—
¿Qué es lo que le preocupa entonces?
—Estoy
aterrada del miedo porque si el lobo se entera de mi situación seré un blanco
fácil.
—No
se preocupe, si usted lo viera venir le dice ¡No se me acerque, amigo lobo, que
creo que tengo el virus malo que anda por ahí!, y usted verá cómo sale
corriendo que no se le verán ni las patas.
—Ay,
qué buena idea la suya, eso mismo voy a hacer. Muchas gracias compañera, y
hasta luego. Ya por aquí estamos listos.
En
mi visita virtual me alegro al ver a la vecina Chucha en plena faena. ¡Hola!,
por dónde andas que no la distingo bien.
—Buenas
noches, Óyemeeee, si me di una escapadita con los vecinos del barrio para hacer
una reunión y así aprovechamos el tiempo y acampamos.
—Ya
veo que hasta una fogata han hecho.
—Sí,
esos fueron Pancho y Ramón para ahuyentar los mosquitos, no sea que nos coja el
dengue también.
—
¿Cuál es el motivo de la reunión?, —le pregunté, aunque yo ya lo imaginaba.
—Nos
encontramos aquí para tomar medidas y darles a conocer a toda la situación que
se está avecinando y cómo tenemos que comportarnos a partir de hoy. El amigo
Pancho les va a dar lectura a las medidas.
Saltó
Chucha y con una cubanísima décima resumió:
Caótica
situación
nos
ha tocado vivir
cuidarnos
y resistir
será
nuestra solución
El
Gobierno con razón
en
protegernos se afana
y
si la conciencia emana
de
todos los corazones
triunfará
con bendiciones
la
medicina cubana.
Un
aplauso se escuchó a través de la noche oscura. Todos entendieron la razón por
la que estaban allí Chucha muy expresiva concluyó:
—Recuerden
estar alertas y vigilantes. Ante cualquier ilegalidad su deber es avisar y
denunciar. A partir de hoy nuestro lema será ¡En cada barrio habrá más unión!
Ha
sido una noche bien cargadita, si pudiera descansar, aunque fuera diez minutos,
déjenme cerrar los ojos, me duelen un poco parece que por fijar la vista
—Ring,
ring, ring
—Óigame,
necesito hablar con usted.
—Buenas
noches, con quién hablo.
—
¿No me conoce? Yo soy Pin Pon, el de la canción.
—Ahhh
sí, en qué puedo servirle.
—Mire
la llamo para aclararle una cosita. ¿Usted ha escuchado mi canción?
—Por
supuesto que sí
—Pues
entonces no me vaya a dar una explicación de higiene porque desde pequeño sé
cómo lavarme con jabón las manos y la cara y. Así que ahórrese su tiempo.
—Pin
Pon, yo no sé los motivos por los que has reaccionado así.
—Es
que estoy muy alterado con lo que se oye.
—No
te preocupe mi niño, hay que estar bien preparado, pero no es seguro que a
ustedes los vaya a afectar, sólo que no podemos correr riesgos.
—Ah,
entonces lo que haré será transmitir a mis amigos todo lo que hemos hablado y
les transmitiré mis experiencias. Muchas gracias y hasta luego.
No
me dio tiempo ni a decirle adiós, estaba bien asustado. Es mejor que sea así y
no esté despreocupado. Voy a seguir en lo mío. A ver, quién es esa que está en
la playa con el mar tan furioso y con tanta soledad. La llamaré.
—Dígame,
soy yo, Pilar, la de los Zapaticos de Rosa.
—Hola,
qué tal, cómo has estado.
—He
venido a ver a la niña enferma y a traer unos regalos. Mírala, está allá.
—¿Qué
le has llevado Pilar?
—Mi
mamá me preparó una jaba llena de cosas, toallitas húmedas, gel de baño, jabón,
gelatina, sopas, ah…. y muchos
nasobucos. Me disculpas, pero tengo que ir a entregárselos.
—Pilar
te quería preguntar algo. ¿En qué estás invirtiendo tu tiempo libre además de
ayudar a los demás?
—Estoy
leyendo, jugando con mis muñecos, mi mami me lee cuentos y estudiando, por
supuesto.
—¡Qué
bueno, mi niña buena! ¡Cuídate mucho!
—Sí,
lo haré, igual para usted.
La
noche estaba fresca y agradable, era bien tarde. Ya me ha dado sueño. ¿Qué hora
es? Son las dos de la mañana ¡Qué lindo sueño tuve, amiguitos! ¿Quieren que se
lo cuente?
Pues
soñé que todo había pasado ¡Se acabó la enfermedad! ¡Encontraron la vacuna!
¡Comenzaron las clases! Los niños estaban felices y sus mochilas también, los
uniformes planchado y los maestros felices porque el nuevo curso ha comenzado.
¿No me adivinan quiénes volvieron? Pues regresaron los besos, los abrazos que
tanto habíamos extrañado y a nuestros médicos les había sido entregado el
premio Nobel por su desempeño en aquella misión. La alegría era infinita, no
sin recordar para siempre las vidas que se habían perdido por la horrible enfermedad,
pero…. como la ciencia no se rindió obtuvo lo que se propuso que fue vencer a
ese enemigo de toda la humanidad.
Hasta
aquí mis sueños, amigos.
Excelente cuento, es un recorrido interesante y contextualizado en este difícil momento, utiliza la imaginación, extrapolacion de ideas y recursos literarios para endulzar y concientizar a los lectores de la responsabilidad ante la pandemia
ResponderEliminarMuchas gracias saludos
EliminarEs un cuento muy interezante y muylindo devido a estos momentos q estamos pasando por esta pandemia tan peligrosa q termino con la vida de tantas personas.Dios te Bendiga por ese talento y inspiracion q dios te a dado.Felicidades.
ResponderEliminarEs muy bonito el cuento,en tiempos tan dificiles que estamos viviendo nos trasmite muy buena esenanza, con la union de todos podemos vencer esta terrible pandemia. Tienes una imaginaión excelente. Felicitaciones y bendiciones para ti. Felicidades.
ResponderEliminarMuchas gracias hoy es la premiacion
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