Condesa
Luis
Pérez de Castro
1
La combatiente fue hasta a su oficina, cargó dos colchones y
los llevó hasta las celdas número siete y ocho. Llamó a la reclusa de la
limpieza y le ordenó que las limpiara. Después fue hasta las celdas número once
y doce, comprobó que las mismas tenían tablero y colchón, y las cerró.
─¿Esas no se van a limpiar? –preguntó la reclusa de la
limpieza.
─Esas son para las lesbianas –gruñó─. Que la limpien ellas.
─¿Están listas las celdas? –preguntó Mercedes, jefa de orden
interior, a la combatiente. Caminó hasta la oficina, de una gaveta del buró sacó
una libreta y escribió en ella─. Te puse las medidas a tomar. Me las separas y
con la mocha bien baja, no quiero casualidades.
La combatiente le ordenó a la reclusa de la limpieza que se
marchara y abrió las puertas de las celdas. Dos combatientes aparecieron con Condesa
esposada de las manos.
─¿Número? –preguntó una de las combatientes.
─Para ella la siete, la ocho para Cuquita, la once para Mirita
y la doce para Dory –respondió.
Minutos después aparecieron tres combatientes con Mirita y Dory
esposadas una de cada mano. Unos metros más atrás, dos combatientes con Cuquita,
también esposada de las manos y los ojos llorosos. Dory le guiñó un ojo a Cuquita
y dijo con voz sensual:
─No te aflijas que cualquiera corre delante de dos mujeres de
verdad, ya tendrás tiempo para hacerte la mujercita.
Mirita le envió un beso y envuelta en una sonrisa pícara,
murmuró en un fino aullido:
─Tú lo que estás enamorada de la Mora, ridícula.
─¡Acaben de callarse! –gritó Mercedes.
Las combatientes las empujaron, obligándolas a entrar a la
celda. Mercedes se acercó y dijo:
─Las quiero tranquila, ya no hay motivos para seguir
jodiendo.
─Usted lo dijo –dijeron al unísono─. Usted manda.
Mercedes fue hasta Condesa, que permanecía sentada sobre una
banqueta de madera y recostada a la pared, y se sentó en el borde de la cama.
─¿Necesitas algo? –preguntó.
─Me la iban a aplicar –dijo─. Usted sabe que no me podía
quedar con los brazos cruzados.
─Ya eso pasó –replicó─. Te pregunté si necesitas algo.
─Todo bien –respondió.
Mercedes se puso de pie, salió y cerró la puerta. De pronto
se detuvo y señaló:
─Tranquila.
─Tranquila –reafirmó Condesa.
─¿Ningún consejo para mí? –preguntó Cuquita.
─¡Vete al carajo! –masculló Mercedes y se marchó.
2
Celda número uno
─¡Yoya! –gritó Fulgencia─. ¡Dime cuál es la tuya y ponme una
piedra con la otra!
Celda número tres
─¡Combatiente! –gritó Marina─. ¡Sálvanos con un pabellón!
Celda número cinco
─¡Marina! –gritó Bety─. ¡Tú sabes que yo no caigo en sodomía!
Celda número doce
─Deja que le pase un par de días por el lomo –murmuró Dory─,
que se va a templar hasta ella misma.
Celda número once
─Dory, quedamos en no hacerle caso a ninguna de estas locas
–dijo Mirita─. Si te dejas provocar estamos pérdidas.
3
La reclusa de la limpieza recogía la basura.
─No te detengas, recoge y dale –dijo la combatiente. Fue
hasta la celda número cuatro, tocó en la puerta y preguntó─: ¿Yoya, estás bien?
─¿Por qué? –preguntó desconfiada.
─No te oigo ni respirar.
─A mí la muerte me respeta –dijo─. Váyase tranquila.
La reclusa de la limpieza llegó a la celda número uno y recogió
la basura, vio a Fulgencia que le hacía señas desde el baño y preguntó:
─¿Cuál es la farándula?
─Recoge un papel de la jaba y se lo das a Yoya –murmuró─,
después te paso una caja de cigarros.
La reclusa de la limpieza fue directo a la celda número
cuatro, sacó el papel de la jaba y se lo entregó a Yoya.
─¿Qué le digo? –preguntó.
─Que se calle la boca sino quiere que le saque esa lengua
viperina que tiene –respondió.
4
Celda número siete.
Condesa permanecía tendida sobre la cama, con los ojos
cerrados y los brazos cruzados sobre el pecho.
─Siempre te veo en la misma posición –dijo la reclusa de la
limpieza parada frente a la puerta─. ¿Tú eres religiosa?
─No, pero pienso que algo debe de existir –reflexionó─. Por
eso siempre estoy con los brazos cruzados, para estar cerca de Dios.
─Vaya numerito –dijo la reclusa de la limpieza. Del bolsillo
del short sacó un papel y se lo entregó─. Es de Yoya, quiere la respuesta para
mañana antes de las diez, recuerda que es el desfile.
─No sé cuál es la baba si aquí los que viven sabroso son los
vagos ─dijo con indiferencia─. Está bien, mañana tendrá lo suyo.
La combatiente caminó hasta el fondo de las celdas, de
regreso se detuvo frente a la oficina y murmuró:
─Qué manera de comer mierda, hasta cuándo será esto –volvió
a recorrer con pesadez las celdas, se detuvo en el centro del pasillo y
preguntó─: ¿Cómo van las pancartas? –fue hasta la celda número ocho y la abrió,
después de advertir la tranquilidad de Cuquita, preguntó─: ¿Y la pancarta? Deja
de hacerte la graciosa y prepara la tuya.
─Combatiente…
─Deja el lloriqueo –interrumpió─, que mañana tienes que ser
la primera en el bloque.
─Usted manda –dijo con voz sumisa.
La combatiente fue hasta la celda número siete y preguntó:
─Condesa, ¿cómo van esos preparativos?
Condesa sacó del forro del colchón un pliegue de cartulina escrito
de un color rojo intenso y preguntó:
─¿Dígame usted?
La combatiente golpeó con el bastón la puerta y mientras se
retiraba, vociferó:
─Eres una vieja camajana.
Condesa volvió a meter el pliegue de cartulina
dentro del colchón. Después de comprobar la lejanía de la combatiente, sacó el
papel del bolsillo de la blusa y leyó con lentitud, decía: «Condesa, recuerda
que tenemos la cuenta pendiente del carro celular. Yo soy hija de Oggún, pero
vamos a evitar la sangre y, como el palo hace lo que se le mande, nuestro
encuentro lo haremos a palo, no olvides que bastón que mata perra blanca,
también mata perra de cualquier color. Mañana nos vemos».
Condesa
buscó en el bolso un lápiz y escribió al dorso: «Tampoco olvides que no siempre
se muere una porque le llegó su hora, a veces es preciso buscarla. Mañana
dejamos claro quién es quién». Dobló el papel, se pegó a la puerta y gritó:
─¡Necesito
botar la basura que quedó de las pancartas!
─Ya oíste
–ordenó la combatiente─, dale para que termines y te incorpores al
destacamento.
La
reclusa de la limpieza fue hasta la celda número siete y murmuró:
─Eso era
para mañana.
─Hay
cosas que no pueden esperar –comentó Condesa, depositándole el papel en el
bolsillo de la blusa─. Ni una palabra y ten listo los palos.
La
reclusa de la limpieza movió la cabeza en gesto negativo.
─¿Qué
quiere decir eso? –preguntó.
─Mirita y
Dory ya los tienen listos –respondió─. La llorona de Cuquita está controlada y
las demás harán lo suyo.
5
El
desfile, 6:00 a.m.
En la
radiobase se escuchaban las voces de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, también
la de Sara González reclamando por una unidad inexistente, sólo creíble en el
desgarramiento de sus notas, en la melancolía que trasmitía gracias a su
insistencia porque se manifestaran los sentimientos que la mayoría no
ambicionaba definir. La combatiente dio el de pie, fue hasta las celdas números
once y doce, y gritó:
─¡Vamos,
preciosas, para que ayuden a limpiar!
Mirita
estiró sus extremidades y dijo con voz soñolienta:
─Tanto
que nos critican y no pueden estar sin nosotras.
Dory
demoraba en levantarse. La combatiente abrió la puerta, entró y le quitó la
sábana de encima del cuerpo, y esta reaccionó con un gesto violento.
─Deja las
payasadas y tírate –exigió la combatiente.
─No vez
que estoy desnuda –maulló─. Sal para vestirme.
La
reclusa de la limpieza entró directo hasta la celda número cuatro.
─¿Dime?
–preguntó Yoya.
─¿Lo vas
a leer? –preguntó con el papel en la mano.
─¿Qué me
digas? –volvió a preguntar, esta vez con impaciencia.
─Dice que
hoy se define quién es quién –respondió mientras de un cubo sacaba una cuchara
afilada en la punta─. Vaya, recuerda que es una chiquilla y te aventaja.
─No seas
pendeja –dijo en tono áspero─. Yo soy una mujer, vieja, pero una mujer. ¿Y los
palos?
─Mirita y
Dory los tienen –masculló temblorosa.
─Esas dos
locas son lo máximo –murmuró─. Si ves otras iguales empújalas, que son de yeso
nacional.
─¿Cuándo
llegaste que no te vi entrar? –le preguntó la combatiente a la reclusa de la
limpieza. Se acercó a la puerta y dijo─: Yoya, espero te limpies, porque llevas
tiempo que no pones una.
Yoya
vaciló por un instante, fue hasta el baño, cogió una cartulina que colgaba de
la pared y dijo:
─Esto es
suficiente. Total, aquí las ministras son ustedes que valen poco y el pueblo
nosotras que valemos menos –observó el rostro contrariado de la combatiente y
con un gesto bufonesco, preguntó─: ¿Me equivocó?
La
combatiente dio la espalda y se marchó. Yoya rajó la cartulina en cuatro partes
y la tiró al retrete.
7:30 a.m.
Mirita y
Dory, junto a la reclusa de la limpieza, tiraban agua en el pasillo central,
los baños y el solero. El resto de las reclusas decoraban sus celdas. Mirita
fue hasta la oficina de la combatiente y preguntó con fingida ingenuidad:
─¿Puedo
hablar con ciertas reclusas?
─Sin
exagerar –respondió.
Mirita
hizo un movimiento sensual con las caderas y salió por un costado del pasillo
hasta la celda número uno, parada frente a ella, preguntó:
─¿Cuál es
la qué quieres, a mí o a Dory?
Fulgencia
caminó hasta la puerta y murmuró:
─Tú
tienes dueña –de la faja del blúmer sacó una fotografía de Dory─. Esta es la
que me arrebata, ¿dime?
─¿De
dónde te la robaste? –satirizó Mirita.
─¿Dime?
–volvió a preguntar.
Mirita se
pegó a los balaustres y dijo:
─Si haces
lo tuyo, tienes la pelea ganada.
─¡Dispara!
–reclamó.
─Dentro
de un rato te traigo un palo –enfatizó─, cuando estemos en el pasillo se lo das
a Yoya.
─Darlo
por hecho –afirmó.
Dory fue
hasta la reclusa de la limpieza y dijo:
─Sácale
conversación a la combatiente, tengo que hablar con Marina.
─No te
demores –reclamó.
Dory
lanzó un cubo de agua frente a la celda número tres, cogió la escoba y comenzó
a sacar el agua. Cuando estuvo cerca de la puerta, dijo:
─Tengo
una misión para ti.
─Si no me tengo que vestir de verde olivo
–satirizó Marina.
─Déjate de comer mierda –exigió─. Te voy a
traer un palo para que cuando comience el desfile se lo des a Condesa, no
puedes fallar.
─Cuenta
con eso –dijo mordiéndose el labio inferior─. Ricura.
─¿Ya
terminaron? –preguntó la combatiente.
─¡Todo
listo! –gritó la reclusa de la limpieza.
Mirita y
Dory caminaron tomadas de las manos. Entraron a la celda número siete.
─Lo
tienen todo a pedir de boca –dijo Dory─, lo otro queda por ustedes.
Condesa
sonrió.
Mirita y
Dory, aún tomadas de las manos, se dirigieron hasta la celda número cuatro.
Dory le dio unas palmaditas en las nalgas a Mirita y la empujó hasta la puerta.
Mirita miró detenidamente a Yoya, su pelo color rojizo, sus ojos verdeazules,
sus manos que ya mostraban la rudeza de los años. Yoya también la miró con
ternura, como jamás nadie la había mirado, y se ruborizó.
─Cambia
la vista –dijo Mirita muy bajo.
─No te
preocupes –dijo ella también muy bajo─, son unos palitos nada más.
─¿Entonces
no es a matarse? –preguntó con voz entrecortada.
─Sólo
unos palitos –volvió a decir muy bajo, con su mirada verdeazul carcomiéndole
las entrañas.
─Vamos
antes que la combatiente nos llame –interrumpió Dory, secándose con el reverso
de la mano un par de lágrimas que le corrían por el rostro.
─Hasta
más tarde –deslizó Mirita con sutiliza.
─Hasta
dentro de un ratico –respondió ella con su mirada verdeazul perdida más allá
del vaivén descompuesto de sus nalgas.
─¡Tengan
listas las pancartas! –gritó la combatiente.
9:50 a.m.
─Se les
informa a las combatientes responsables del desfile, se ubiquen en sus lugares
de salida ─anunciaron por la radiobase─. Va a dar comienzo el mismo.
La
combatiente de las celdas fue abriendo las puertas con lentitud. Cuando llegó a
la reclusa de la limpieza, dijo:
─Miren
eso, Condesa con una consigna y Yoya desfilando –la llevó junto a ella hasta la
puerta y volvió a decir con voz quebrada─: Creo que voy a llorar.
La
reclusa de la limpieza miró a la combatiente sentarse detrás del buró. Mirita y
Dory esperaban en el fondo del pasillo, junto a un grupo de reclusas, por la
señal para que Condesa y Yoya, que permanecían en sus celdas, salieran al
encuentro pactado. Mirita se veía inquieta, salía del grupo y regresaba. Dory
la sujetó por la mano y murmuró:
─Si no te
controlas lo echas a perder.
─¡Todas
frente a las puertas! ─gritó la combatiente.
Condesa y
Yoya salieron al pasillo. Condesa caminó hasta el fondo de las celdas, Yoya
hasta la puerta de entrada. La reclusa de la limpieza buscó un forro de colchón
y cerró la puerta por dentro. Condesa y Yoya caminaron hasta el centro del
pasillo. Fulgencia y Marina le entregaron los palos. Mirita fue hasta ellas y
dijo ahogada en un suspiro:
─No se
vayan a matar, que me muero.
Yoya se
le acercó y murmuró:
─No seas
bobita, esto pasa rápido –le hizo un gesto con la mano a Condesa, indicándole
que se acercara─. Los golpes son abajo y a la primera que diga ya o se caiga.
─No hay
lio –dijo Condesa.
La
reclusa de la limpieza comprobó que la combatiente permanecía en la oficina,
alzó las manos y las bajó.
Yoya
golpeó a Condesa sobre la espalda, luego repitió los golpes sobre el hombro
derecho. Condesa puso el palo en el piso y se apoyó en él. Yoya la volvió a
golpear en la espalda. Condesa dio un paso atrás, se repuso y contraatacó con
un golpe en la espalda, otro en el antebrazo izquierdo y otro nuevamente en la
espalda, hasta que Yoya cayó de rodillas.
Mirita,
junto a Dory y el resto de las reclusas, miraba con los ojos bañados en
lágrimas a Yoya de rodillas sobre el piso. Con un pañuelo se secó el rostro e
intentó ir hasta ellas.
─Tú sabes
que no se puede meter nadie –dijo Marina.
─Ven
–reclamó Dory ofreciéndole el hombro─, apóyate aquí.
La
combatiente salió de la oficina y quedó consternada. Por momentos pateaba la
puerta, después volvía a la oficina, regresaba y pateaba la puerta una vez más,
hasta que suplicó:
─Por lo
que más quieran, abran la puerta.
Condesa
dejó de golpear a Yoya, se le acercó y preguntó:
─¿Terminamos?
Yoya la
sorprendió con un golpe por el costillar derecho, obligándola a doblarse,
volviéndola a golpear sobre la espalda. Dory hizo un gesto de contracción con
la boca y se abrazó a Mirita, que aún lloraba a su lado. La combatiente salió
despavorida a las áreas exteriores. Se detuvo frente a la tribuna, donde se
encontraba la directora junto a Mercedes, otras combatientes y familiares
invitados, y gritó:
─¡Se
matan las muy hijas de putas!
Condesa
cayó al piso.
Mirita,
Dory, Marina y Fulgencia se acercaron a ellas.
─Esto no
ha terminado –balbuceó Condesa.
Y acto
seguido le propinó a Yoya un golpe por el tobillo, obligándola a caer junto a
ella.
Yoya
soltó el palo. Condesa repitió la acción.
Cuando la
directora y las combatientes llegaron al área de las celdas, esta se encontraba
con la puerta abierta, las reclusas en un círculo y en el centro Condesa y Yoya
recostadas sobre sus espaldas, y a su alrededor Mirita, Dory, Marina y
Fulgencia envueltas en lágrimas. Mirita miró a la directora y preguntó envuelta
en otro llanto desconsolador:
─¿Ha
visto usted mejor homenaje al primero de mayo?
6
Celda
número doce.
─Mirita,
¿estás despierta? –preguntó Dory.
─No me
puedo quedar dormida –respondió.
─La
combatiente de la cocina me mandó un papel diciéndome que quería verme –dijo
casi en un susurro.
─¡Esa
mulatona está detrás de ti! –exclamó.
─¿Qué tú
crees? –preguntó, esta vez con preocupación─. Me dijeron que la policía está
detrás de ella.
─Eso es
otra cosa –dijo con rapidez─. No te enredes, recuerda que a nosotras si nos
parten las nalgas.
─¿Y si
insiste? –volvió a preguntar.
─¡Jódela!
–acentuó Mirita.
La
reclusa de la limpieza tocaba las puertas con una pala de madera.
─Saquen
los potes –decía─. Hoy si vale la pena comer.
Cuando
llegó a la celda número once, Mirita estaba tirada sobre la cama con el rostro
cubierto con una toalla.
─No vas a
comer –preguntó.
Mirita
fue hasta ella y con voz tristona, reclamó:
─¿Dime
algo de Yoya? –volvió hasta la cama, de la funda de la almohada sacó una caja
de cigarros y se la entregó. La reclusa de la limpieza demoraba en responder y
Mirita volvió a reclamar─: ¡Mija, no ves que estoy desesperada!
─La
tienen en la tapia, dice que está bien –dijo. Sacó una pala de puré de papa y
la dejó caer sobre un plato plástico─. También dice que Condesa es la otra dura
aquí…
─Eso no
hay quién lo dude –interrumpió Mirita.
─Que si
puedes –terminó diciendo─, también le mandes algo a ella.
Mirita
regresó a la cama, de un bolso que colgaba de la pared sacó otra caja de
cigarros, se la lanzó y exigió:
─Que le
lleguen.
La
reclusa de la limpieza fue directo a la celda número doce, se sentó en el piso
de espalda para Dory y dijo con ironía:
─Qué
suerte tiene alguna gente, mira que hay tipas detrás de ti y no logran ni
cojones.
─¿Cuál es
la intriga? –masculló con aparente calma─. Vomita lo que traes y deja de
hacerte la linda.
─Siéntate
–dijo golpeando el piso─, siéntate para que no te caigas.
Dory se
sentó recostada a la puerta, del bolsillo de la camisa sacó dos cigarros, los
encendió y le pasó uno.
─Dice la
socia del boquete que después del recuento está aquí –dijo la reclusa de la
limpieza─. ¿Dime?
─Que aquí
hay mujer para lo que ella quiera –respondió, apagó el cigarro contra la pared
y le pellizcó el pómulo izquierdo─. Antes de irte se lo soplas a la
combatiente.
La
reclusa de la limpieza quedó ensimismada, con la mirada perdida en el color
púrpura del humo que Dory le acababa de soltar en pleno rostro.
─Yo te
dije que había mujer para todo –ironizó Dory─. ¿Lo dudas?
─¡Oye!
–gritó la combatiente─. ¡Que manera de demorarte repartiendo la comida!
─Ya estoy
afuera –respondió─. Sólo me falta Bety y la tapia.
─¿Estás
en algo con Dory? –preguntó Bety mientras sacaba el pote por debajo de la
puerta.
─Endereza
eso si quieres comer –respondió─. No te duermas si quieres ver la película.
La
reclusa de la limpieza arrastró el carro hasta la tapia y dio varios toques
continuos en la puerta. Yoya sacó un plato plástico de color verde, después de
guardarlo sacó otro, este de color blanco.
─La estás
metiendo buena –dijo la reclusa de la limpieza─, en colores y todo.
─Echa los
cigarros que te dio Mirita y deja de congraciarte –dijo con voz gruesa─. No
falles con los cigarros de Condesa y procura que fuera de la combatiente nadie
se entere de lo que sabes.
─No hay
quién le pase una –murmuró mientras arrastraba el carro por el centro del
pasillo, en dirección a la oficina de la combatiente.
─Suelta
lo que traes –ordenó la combatiente.
─La socia
de ustedes cae después del recuento –dijo─. La carnada está en la doce.
La
oficial de guardia entró con una carpeta de acrílico, pasó por la oficina de la
combatiente y preguntó:
─¿Ya
están listas?
─¡Coño!
–se sorprendió─. Me cogiste movida.
La
oficial de guardia llamó a la reclusa de la limpieza y dijo:
─Anuncia
el recuento, recoges lo tuyo y te pierdes.
La
reclusa de la limpieza anunció el recuento. Sobre el carro donde repartía la
comida puso un trapeador, una escoba, una cubeta y se marchó. La oficial de
guardia, acompañada por la combatiente, caminó hasta el final del pasillo y
comenzó a cantar:
─Uno.
─Tranquila.
─Tres.
─Con
mucho sueño.
─Cinco.
─Con
dolor en el pie –se quejó Bety.
─Después
del recuento vas a la enfermería –dijo la oficial de guardia y gritó con
desgano─: ¡Siete!
─Todo
bien –respondió Condesa.
─¿Seguro?
–se preocupó la oficial de guardia.
─¿Usted
cree que se pueda estar bien encerrada? –preguntó.
─Tú te lo
buscaste –dijo y continuó─: Ocho.
─¿Qué
pasó que no me sacaron hoy? –preguntó Cuquita.
─Eso lo
sabe la reeducadora –ladró la oficial de guardia y gritó por la celda once.
─Esperando
una luz que ampare a las desposeídas –dijo Mirita.
─A lo
mejor aparece alguna y las libera –respondió mientras caminaba en compañía de
la combatiente en dirección a la tapia. La combatiente vio a Dory pegada a la
puerta y preguntó─: ¿Y esa cara de llanto?
─¿Qué
cara de llanto de qué? –replicó.
La
combatiente fingió una sonrisa y le dijo a la oficial de guardia:
─Vamos a
ver si Yoya vive o no.
La
oficial de guardia golpeó varias veces con el pie la puerta, al ver que Yoya no
respondía, dijo alarmada:
─Esta se
habrá ahorcado.
─Lo habrá
hecho con la sábana –comentó la combatiente─, porque yo le quité el resto de
las pertenencias.
─¿Cómo
creen? –preguntó Yoya─. Si no lo hice en la de mayor severidad lo voy hacer en
esta mierda.
La
oficial de guardia y la combatiente fueron hasta la oficina. La combatiente se
sentó detrás del buró, sacó una libreta e hizo varias anotaciones que la
oficial de guardia firmó.
─Si
fallamos nos cuesta el pellejo –dijo la oficial de guardia─. Abre bien los ojos
y sin sentimentalismo, aquí la que la busca la encuentra.
─¿Tienes
sueño? –le preguntó la Jimagua a la combatiente de las celdas minutos más
tarde.
─Estas
desgraciadas no le dan un respiro a una –respondió─. Voy a tener que ir a la
enfermería, tengo dolor de cabeza.
─Ve y
merienda si quieres –dijo─, ya el comedor y la cocina están bajo control.
La Jimagua
recorrió las celdas. Miraba con detenimiento al interior de cada una y hacía
gestos de desaprobación con la boca. Cuando llegó a la número doce se detuvo
frente a Dory, que la esperaba en short y la piel olorosa a colonia. Abrió la
puerta y dijo:
─Llegó el
momento de demostrar lo qué presumes.
Dory se
le acercó al oído y dijo:
─Dudo que
la carga de hoy la aguante alguien fuera de nosotras dos.
─Directo
para la oficina –exigió la Jimagua─, sin escala.
Dory
caminaba lentamente, cada vez que pasaba por una celda hacía un gesto con las
manos. La Jimagua esperó que entrara a la oficina, dio un recorrido por el
pasillo y también regresó a la oficina.
─Quítate
la ropa –requirió la Jimagua de forma desesperada. Comenzó a acariciarle las
nalgas, mientras le murmuraba al oído─: Yo te comiera todita, todita.
Dory
logró desprenderse de sus brazos.
─¿Qué
pasa? –preguntó la Jimagua.
─Es que
quiero disfrutarlo –respondió.
Con
movimientos sensuales Dory se quitó la blusa, después el short, se le acercó y
murmuró:
─El hilo
dental lo quitas con los dientes.
La
Jimagua la haló hacia ella, después de morderle los labios, la tiró sobre el
buró.
─¡Quítate
la ropa! –suplicó Dory─. Dale, quítame el hilo dental y cómeme de verdad.
La
Jimagua se quitó la ropa. Después de besarle los senos y los muslos, la
complació quitándole el hilo dental con los dientes. Miró como fascinada sus
entrepiernas y preguntó con voz intermitente:
─¿Lo
quieres ahora?
─Jimagua
–dijo Mercedes acompañada por un grupo de combatientes─, se acabó el juego.
─No, es
que… ─tartamudeaba la Jimagua desorientada.
─¿Te vas
a justificar? –preguntó Mercedes─. Ponte la ropa.
Dory, aún
desnuda, lloraba tendida sobre el buró. La combatiente de las celdas preguntó:
─¿Cuál es
el llanto?
─Tenían
que dejarnos terminar –respondió ahogada en un sollozo.
─Ya
tendrás tiempo para eso –sermoneó la combatiente.
Mercedes
cogió una toalla y se la tiró sobre la cabeza a la Jimagua.
─Para que
no te vean la cara –dijo.
Yoya
comenzó a tocar la puerta de la tapia. Condesa la imitó golpeando la suya.
Seguidamente se sumaron Fulgencia, Marina, Bety, Mirita y Cuquita. La
combatiente se acercó a Cuquita, le sujetó las manos y dijo:
─Tú
querías salir, ¿no? Ahora echa gasolina para un largo tiempo.
─¡Déjala
que vea la película completa! –gritó Bety.
Bajo
toques de puertas e insultos, Mercedes y el resto de las combatientes
condujeron a la Jimagua hasta el área administrativa.
─¡A estas
hijas de puta hay que joderlas! –le gritó Bety a Dory, que caminaba por el
pasillo en dirección a su celda.
─No te
arrepientas –dijo Fulgencia con voz mustia─, que tú eres la mía.
─Todo
está bien –reclamó Condesa─. No quiero más llantico.
Dory se
detuvo frente a la celda número once, miró con los ojos llorosos a Mirita y
preguntó:
─¿Qué tú
crees?
─Se trataba de ti o de ella –respondió con
certeza─. De todas formas, ella se va para la calle a seguir con otras mujeres
y tú tienes que quedarte aquí.
7
La
combatiente llamó a la reclusa de la limpieza.
─Acompáñame
–exigió. Fue hasta el buró y de una gaveta sacó dos tarjetas. Se dirigió a la
celda número once y la abrió, continuó hasta la número doce, también la abrió y
dijo con sarcasmo─: Mirita y Dory, recojan que hasta hoy nos acompañaron.
─¿Para
dónde vamos? –preguntó Mirita.
─Mejor ni
saberlo –dijo Dory─. Me juego el corazón que ella sabe menos que nosotras.
La
combatiente asintió con una leve sonrisa.
─Lo de
ellas es abrir y cerrar puertas –vociferó Dory. Se viró para Mirita y gritó─: ¡Pero
niña, mueve esas nalgas!
─Siéntense
en la oficina, que unos minutos las vienen a buscar –dijo la combatiente. Haló
a la reclusa de la limpieza y ordenó─: Limpia esas dos pocilgas, que no queden
rastros de estas dos.
8
Condesa
permanecía sentada en el piso, recostada a la pared.
─Parece
que hoy el sol se fue de vacaciones –dijo Yoya sentada al otro lado de la
pared.
─Lo que
nos faltaba, después de tantos días sin verlo –aludió Condesa─. ¿Qué crees que
les hayan hecho?
Yoya
permaneció en silencio.
─No te
preocupes –la tranquilizó minutos después─. Lo único que pueden hacer es
trasladarlas, así las pierden por un tiempo de aquí.
─¿Tienes
cigarros? –le preguntó la reclusa de la limpieza a Condesa.
─Si sabes
algo dilo –reclamó─, que no me gustan las intrigas.
─Se las
llevan para otra prisión, todavía no saben cuál –dijo la reclusa de la limpieza
después de entregarle los cigarros─: ¿Quieres algún recado para ellas?
─Que ya
nos veremos –respondió con sequedad. Encendió un cigarro, después de expandir
el humo, repitió en tono apesadumbrado─: Que ya nos veremos.
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