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Años de más

Teresa Medina Rodríguez

 

¿No sé de dónde esta vieja saca fuerzas para liárselas con el motor del agua, cebarlo, arrastrar esa manguera tan larga y regar los árboles? Por falta de advertencia no será. Se lo han pronosticado en más de una ocasión.  Ojalá no se enrede con la manguera. Si se fractura un hueso, con la excusa del trabajo todos zafan el cuerpo.  

Esta mujer que, antes de acostarse, lo recoge todo por si la muerte la sorprende de madrugada no digan que es una desordenada, debe sentirse muy mal para no ejercitar su cuerpo en los primeros quince minutos después de levantarse. Se estira como un chicle. Mientras se ducha, oye las noticias. Desayuna, si a eso se puede llamar desayuno. Con rapidez prepara los demás alimentos. Sólo cuando los tiene encaminados, se sienta frente al ordenador.

Como los tintes estaban caros y malos decidió dejarse las canas, pero el desrizado del cabello y el corte no los olvida. Mucho menos las uñas, las cambia de colores como el camaleón. No puede perder el glamour, asegura cuando alguien pregunta al verla arreglada como si fuera a salir. Eso de andar en chancleta y bata de casa con las manchas de grasa porque olvidó ponerse el delantal, no es lo suyo.

Jamás se avergüenza ante el espejo. Al contrario, celebra cada línea, cada arruga de la piel, como si fueran trofeos en la contienda de la vida. Abre el calendario del móvil donde tiene anotados los cumpleaños de los amigos y los llama por el placer de felicitarlos. También están los acompañantes, los conversadores preocupados por su salud y por todo.

Nunca supo con qué intención alguien le preguntó:

—¿Hasta cuándo piensas seguir escribiendo?

Respondió con la mejor de sus sonrisas:

—Averígualo con Dios y me dices.

Algunos días amanece muy extraña, quizás triste. Camina de un lado a otro, observa cada rincón, como si escuchara las voces en los objetos.

Mira los abultamientos de la placa, las rajaduras de las paredes, los cartones que cubren el techo manchado por goteras, las grietas del piso empañado, las termitas en pleno goce con las maderas de los marcos y las puertas. Echa un vistazo al óxido de las piezas del baño. La premisa de accidente la obligó hacer uno nuevo. Con tal de no tener problemas compró la marca más cara y le crearon un problema más.

A veces, pasa el dedo por los cristales de la puerta y las ventanas. ¿Desde cuándo no las limpia? Encoge los hombros. ¡Total!

Eso era antes, cuando alguien anunciaba visita. Pasaba revista a todo lo que debía brillar y, con tal de dar una buena impresión, el sacrificio.

Fueron otros tiempos. Había para brindar. Ahora, ni ella.

Del librero sí se ocupa. Sufre ante el deterioro de un libro. Ya están comprometidos para sus amigos. Si se convirtió en custodio de la casa, por qué abandonar el librero.

¡Cómo si se los fueran a echar en el féretro!

Hizo bien en vender toda la cristalería de su suegra. Con ese dinero se pagó un fin de año en un cayo.

Después les tocó a las ropas. Unas las reformó y la mayoría la vendió.

La situación se iba tensando y, como a ella le gusta andar bien arreglada, vestir acorde con su edad… ¡Tan presumida!

Hace rato dejó de regalar para convertirse en una comerciante. Ahora a todo quiere sacarle dinero. Sin embargo, coloca, en el poste de la esquina lo que sabe se van a llevar en un santiamén.

 

 

En la tecnología no quiere quedarse atrás. Llama a sus amistades, informáticos, o va a donde le pueden enseñar. Lo anota en una agenda y relee para no olvidarlo.

Por facebook ha encontrado a varios compañeros de antaño. ¿De qué va hablar con ellos? Siempre dice estar bien, aunque muerta. Escasos son los que anhelan recordar cuando se está viviendo en otra orilla.

El grupo de caminantes matutinos se fue dispersando por diferentes motivos. Decidió no caminar sola. Teme caer en uno de los profundos huecos que apuestan fracturarle los huesos. Ante esa inseguridad, prefiere la sesión de baile inventada en la casa.

Alguien aconsejó:

—Es bueno mover los muebles de lugar. Vendes los no utilizados y así varías…

Pero no dijo cómo modificar los recuerdos, cómo sacarlos de la mente, arrojarlos a la deriva, para que se los llevara el viento del sur en una de sus ráfagas.

Después de la viudez, pretendieron robarle la voluntad, el deseo de ser como siempre fue.

Los recuerdos la perseguían. Se puso en manos de una psicóloga. Le mostró los diferentes colores del arcoíris, el efecto de las gotas florales y la dulzura del tratamiento. Una vez terminadas las consultas pudo abrir el armario para contemplar los álbumes de fotografía. El de la boda, el nacimiento del hijo, los días felices que no volverán como dice la canción.

Desconcertada, abrió la gaveta donde atesoraba una buena cantidad de medallas, diplomas reconocimientos. ¡Total!, si por cada una de las certificaciones recibidas te dieran un pago mensual fuera más aceptable la cosecha.

¿A quién le interesaría todo aquello después de tu partida?

Lo recogió. Lo echó en una bolsa plástica. Abrió el contenedor y, de un tirón, dejó caer parte de su vida.

Con la libreta llena de poemas en la mano dudaste por un instante. Eran los mismos leídos a los amigos en las tardes de té, canciones melancólicas, vino, trova vieja y nueva. Volviste a guardarla.

Ahora le toca el turno a los artículos de periódicos, papeles amarillentos donde aparecen tus primeras publicaciones, el primer libro, los comentarios, las críticas.

Otra gaveta llena de recortes de leyes de poca duración. Gacetas no tan oficiales.  ¡Para la basura!

Un diploma y fotos de tu esposo, ingeniero innovador de la fábrica, premiado en varias ocasiones con otro diploma y una flor, retratado junto a sus compañeros. Esos mismos, después del sepelio, se los tragó la tierra. Quizás en medio de tanto dolor no pudiste percatarte si descendieron a la misma fosa, nunca más supiste de ellos. ¡Farsantes! ¡Ingratos!

Prefieres deshacerte tú a que otro venga a burlarse.

 

 

En un mes te deshiciste de todo. Ya estabas libre.

¿De qué manera se puede morir sin suicidarse? ¿Por qué has sobrevivido a los que un día te acompañaron? La muerte rompió tus vínculos conyugales. Y la estampida deshizo los lazos. Familiares, madres, padres, hermanos hijos y hasta el Espíritu Santo, partieron hacia otras orillas en esa obsesión de realizar sus sueños. De nada valieron ruegos y lágrimas. No importa que sus proyectos carecieran de fundamento, y sus deseos de esperanzas quedaran en el campo de las mil batallas. Nadie les cerró el paso ni mutiló alas. ¿Quién sabe si cuando despierten finjan o disimulen que están realizados? Sin embargo, gracias a ellos respiras de vez en vez.

No me explico cómo aprendiste hacer una sola comida al día. Por las tardes engañas al estómago como te engañas tú misma pensando que sonaría el timbre de la puerta y las amistades vendrían a charlar un rato, pero no hay trasporte y se cansan de tanto sacrificio, mucho menos para venir a ver a una vieja triste. Esa que cierras cada noche con siete pasos de llaves después de atrancar las ventanas desde el atardecer por temor a las picaduras de los insectos o la entrada de otros animales. Ahora que digo animales, todas las mascotas, alguien te las ha envenenado. Por eso, decidiste no tener ni uno más.

Después de ver las novelas tomas las pastillas y, aunque no tengas sueño, vas a la cama y cierras los ojos:

—Acuéstense —recuerda las órdenes de tu mamá—. La cama da sueño.

Pero tú mantienes los ojos abiertos, fijos en las grietas del techo. Ruegas que no te caiga arriba un pedazo de la placa que otrora ya hubieras arreglado…

A esa hora del duerme-vela, se hace perceptible la angustia hasta las lágrimas. Esta noche no le darás ese gusto. Por eso, me quedaré al acecho. Debo clavarte la ponzoña del abatimiento. Piensa que el amanecer será lo mismo con lo mismo.

Me miras retadora:

—Estoy dispuesta a dormir. Esta vez no te saldrás con la tuya.

Grita atormentada. Me siento en el borde de la cama y te levantas refunfuñando. Abres el frasco de las píldoras, echas un puñado en la boca, agarras la botellita de agua que dejas a tu lado y la bebes hasta el final.

Yo sonrío.

Después, todo fue silencio. Un imperturbable silencio triunfal.

Enero 25, 2021

Bejucal

Comentarios

  1. Wow bellísima lectura mágica que me remontó a tantos recuerdos hermosos
    Ha sido fenómenal está narrativa y enseñanza para todos los que la lean
    Felicitaciones y bendiciones Maestra de letras brillantes.
    Te deseo salud y éxitos.

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  2. Me encanta, de veras. Qué personaje más vivo, que historia más tierna y desgarradora. Cómo se padalea cada palabra, qué oscuridad más luminosa, querida. Enhorabuena.

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  3. Triste, hermosa y cotidiana historia. Es la vida

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  4. Muy poética realidad!!!! Gracias por no rendirse jamás!!!

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  5. Muy poética realidad!!!! Gracias por no rendirse jamás!!!

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