Bunker Félix José Rosales Antúnez He vendido helados por todos los suburbios: barriadas con pasajes, ciudadelas, cuarterías, recovecos, casas solitarias entre basureros, viviendas dentro de tanques, manzanas misteriosas con muchos pasadizos secretos. Un día antes de mi oración de fe me fui deslizando con mi carrito por una pendiente, de pronto sentí un olor a mar abierto por encima de los olores albañales característico de estas riveras de cañada oscura pensé que me había extraviado porque en una cuarta de tierra no tenía noción de los puntos cardinales; pregunté a un niño que me parecía algo extraño por su alegría contagiosa y su mirada inteligente ─¿Hacia dónde queda el zoo? Se rió y me dijo ─puro brinque la calle y siga. Sabía que estaba perdido pero no podía creerle y tome el rumbo opuesto. Subiendo la pendiente de un elevado; centrado en el esfuerzo de empujar con mis piernas ya viejas la pendiente, cuál fue mi sorpresa al ver la mar esplendida con su ver
En un momento no determinado de nuestras existencias emigramos y dejamos atrás nuestros más preciados tesoros: familias, amigos, libros y hasta alguna que otra tumba. Lo que creíamos como algo intangible, sobrenatural, desaparece mientras la nave sobrevuela. Ya no volveremos a ser de un solo lugar, para ser de muchos lugares a la vez. Perdemos nuestra memoria colectiva, para sobrevivir únicamente de nuestras personales memorias. Las Memorias del Hombre Nuevo: la mayor mentira del mundo.