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“Arturo Comas”

Por Alejandro Martín  Rojas Medina

A Arturo Comas

A Fernando e  Iris

por empujarme a pedalear.

 

 

1

 

La humedad del viento nocturno hizo a sus manos apretar mucho más el manillar. Aun así, aprovechó este gesto para controlar las oleadas de emociones que le desbordaban mientras sus ojos recorrían el aparato. Los güines, el cedro, los engranajes, las poleas, el motor analógico.

«¡Al fin, carajo, estoy volando!» pensó emocionado mientras alas artesanales lo elevaban por sobre las palmas; y su alegría lo impulsaba a pedalear con mayor fuerza y así aumentar su velocidad.

Fue cuando escuchó los gritos de alarma, los disparos, un rugido titánico sacudió el aire, y el rojo se apoderó del cielo nocturno…

¡Bombas!  

A su alrededor, una docena de alas mecánicas con el escudo de la República en Armas surcaron el aire, con la aterradora agilidad de las aves rapaces. Y de sus garras de güin soltaban las cargas de muerte sobre las fogatas y casas de campaña. Algunos panchos, mordidos por el miedo, huían de las endemoniadas criaturas con alas. Otros convulsionaban en agonía ardiendo en el suelo como teas.

A golpe de gritos, insultos y maldiciones un coronel hispano organiza a sus hombres en columna. Una lluvia invisible de plomo destroza las ligeras alas, otras se incendian con las bombas propias. Del suelo se eleva el fuego, del cielo llueve los engranajes ensangrentados.

Pedalea agitado. El aire caliente le quema la frente, el humo enceguece su vista, y el hedor a guerra lo asfixia. Entonces un violento estremecimiento azotó su cuerpo. Los incendiarios ojos del oficial sombrero de yarey con una pluma de gavilán se clavan como un escalofrío en él. El hombre ladró una orden y los fusiles alzaron sus cañones. “Preparen, apunten …”

Segundos después del estallido de pólvora siente el plomo silbarle cerca del rostro. El ave artificial chilla y se quiebran sus alas. El entorno comienza a girar en una espiral mortal enredado en los aparejos inertes cae el gavilán, cual, si fuera una aturdida lechuza hacia el oscuro abismo, cada vez más oscuro, más rápido, más fuerte.

El impacto de su cabeza contra el suelo le hizo despertarse de súbito.

2

De repente se sintió invadido con un profundo desasosiego.

Tardó unos instantes en tranquilizarse y ubicarse en el lugar donde se encontraba. Sus brazos dejaron de abrazar su mesa de trabajo como si fuese una balsa.  

«¡Carajo, Sanguinarios hijos de puta! ¡Ya es el cuarto fusilamiento esta semana!»— maldijo para sí al frotarse los ojos, seguido de un par de movimientos con los que intentaba aliviar su maltratada espalda. Volvió a sentir aquel ensordecedor ruido y se percató que se trabaja del retumbar de las campanas de la iglesia de la Plaza de Bejucal. En ese momento su estómago se quejó por sus continuos abusos de horario.

Había vuelto a quedarse dormido en aquella incómoda posición. Llevaba días trabajando sin descanso hasta que el agotamiento terminaba por noquearlo.

Entonces a su mente le llegaron fragmentos de su turbulento sueño.

 «¡Voló!¡Es posible carajo! Pero»—pensó y emocionado se dirigió hasta su escritorio y aferró uno de los papeles regados en este. Tomó la pluma, la humedeció en tinta y comenzó a garabatear los detalles del artefacto de su sueño pasado que aún se aferraba su cerebro, antes de que se desvanecieran.

«¡Maldita sea! ¿Como se impulsaba el motor?» pensó cuando  miró a su mesa de trabajo y la desilusión lo envolvió.

Solo fracaso es respuesta a sus agotadores esfuerzos.

La guerra había estallado hacía semanas y la situación en Bejucal era cada vez más descontrolada y peligrosa. Sería difícil continuar con sus experimentos sin llamarla atención de las autoridades españolas o del cuerpo de voluntarios. Podrían acusarlo de laborante. Pero la grandeza de su lograr su meta lo superaba a él mismo a cualquier obstáculo, y a cualquier guerra.

 

La impotencia y frustración le inundaban cuando miraba al prototipo de motor sobre la mesa del taller. Parecía un amasijo con engranajes de relojes de cuco y cajas de música donde se acumulaba la energía mediante el movimiento de una manivela mediante un gran   resorte de motor. Incluso le había agregado al mecanismo un imán para que girara de manera permanente con una bobina. No estaba seguro de que “esta vez” funcionaria.  

 

 Había seguido todos los principios de Sir George Caley y el modelo de máquina-pájaro del mecánico Diego Marín Aguilera.Pero el sistema de propulsión por “combustión” de Pedro Paulet, que tan bien le convendría a su artefacto, más bien le salía como si fuesen juegos ingeniosos de un loco incendiario. «Aun así, creo que los diseños de esos imanes rotatorios, del francés Hippolyte Pixii, podrían funcionar. ¿Tal vez eso sería la solución?»

«Siento que estoy mucho más cerca. Pero primero, necesito desayunar algo».

El sonido de los porrazos en la puerta lo hicieron escupir del susto, su primer sorbo de café con leche.

Arturo se demoró unos segundos en percatarse de que no se trataban de otros fusilamientos, sino que los fuertes golpes provenían de la entrada de la casa dispuestos por lo visto a derrumbar la puerta.

Antes de abrir la puerta, junto las manos y miro a techo a modo de plegaria.

Afuera, con una tenebrosa familiaridad, un individuo lo escrudiñaba con la mirada desde ununiforme azul de rayas finas, grados de coronel y sombrero de yarey con una pluma de gavilán; escoltado por un grupo de catorce hombres armados de similar vestimenta.

    Sus papeles de identificación, de inmediato— dijo meramente el oficial frunciendo su cuidado bigote.

Arturo obedeció y sus temerosas manos extrajeron la documentación del bolsillo de su vieja chaqueta.

    Señor Arturo Comas Pons – leyó el oficial frunciendo el ceño.

El aludido asintió en respuesta.

    ¿Por qué se ha demorado tanto en abrirnos la puerta, ciudadano?

    Discúlpeme, señor, estaba desayunando en la cocina que queda en el fondo de la casa el duro trabajo en mi taller no me ha permitido descansar de manera adecuada.

    ¡Señor, no! ¡Coronel Zulueta del batallón Voluntarios, para usted!¡Acaso no tiene un criado que le habrá la puerta!

    Tenía uno, pero ya no viene porque creo que se me ha olvidado pagarle.

– ¡Usted es un idiota, un poco más y le derrumbamos la puerta!

    ¿Mi puerta? ¿Y por qué?

    ¡Acaso usted tiene la cabeza escondida bajo la tierra!¡Una demora implica esconder una rata laborante; existencia de conspiración!  ¡Estamos en guerra contra los traidores a España!¡La ignorancia no lo salvara del desacato y mucho menos del fusilamiento! ¡Estese atento a la puerta cada vez que toquemos! ¡O búsquese otro criado!

Arturo se sintió como puñaladas en el estómago, cada una de aquellas palabras y estuvo a punto de desfallecer, pero el sargento lo agarró por el cuello de la camisa y lo sacudió.

—Estos papeles suyos, dicen que usted es agrónomo de profesión. Sin embargo, se es sabido que fundó el periódico “El Bejucaleño”. ¡Mentiras insurgentes en papel!¡También participó hace un tiempo en ese juego extraño, imposible de entender, que llaman “Pelota” cerca de los terrenos próximos a la estación del ferrocarril!¡La gente comenta cosas muy raras sobre usted, señor Comas!¡Incluso que realiza pactos indecentes con el demonio dentro de su casa! ¡Y en este pueblo no puedo permitir nada rarito! ¡Ni insurrección ni demonios!  ¡Mucho menos en mi vigilancia!¡Que en Bejucal no existe diablo más que yo!¡Vamos a ver qué carajo tiene en ese dichoso taller suyo!

Un gesto de la mano del coronel y Arturo es empujado por dos voluntarios al interior de la casa. Mientras lo llevan casi cargado, oye como los soldados registran las habitaciones, y cerca de sus espaldas, el tacón de las botas del jefe, persiguiéndole hasta que dieron con su taller.

 

3

    ¿Qué carajo es todo esto? – exclamó Zulueta, mientras él y sus hombres, algunos persignándose, miraron con estupefacción el inaudito contenido de la habitación.

Las paredes estaban cubiertas, con bocetos en papelsobre el esqueleto de aves voladoras. Desperdigados por el suelo, rodeando el escritorio, se encontraban varios   de pequeñas ruedas enlazadas con cadenas hacía unos pedales, ramas de cedros atados en bultos, piezas dentadas de reloj y en el centro de la estancia, largo y enorme como las velas de un barco antiguo, una especie de armazón endebleque en su parte superior imitaba de mala manera, las alas de un murciélago.

Una mano agarró a Arturo por el cuello, y lo proyectó contra la pared. El coronel desenvainó su sable de caballería y deslizó el filo de la hoja muy cerca del cuello del inventor.

    ¡¿Explíqueme usted qué coño significa toda esta brujería?!¡Esto es cosa de adoradores del diablo e insurrectos!¡Y también hay blancos en el ejército mambí que siguen el satanismo de los negros!¡Tenemos rumores de que hay un agente insurrecto! ¿Es acaso usted? Escoja bien palabras. Con lo que he visto tengo motivos de suficientes para fusilarte. ¡Y sin juicio!

    Coronel Zulueta, — a Arturo le costaba respirar y hablar sin que el filo del sable le rozara la garganta— por favor...¡Ay!  no sé de donde han salido esos rumores con tan malas intenciones sobre mi persona. Esto no es ¡Ay! brujería, es ciencia, le intentaba de explicar ¡Ay!... Y lo de la Pelota es ejercicio físico ¡Ay!  es como montar a caballo sin necesidad de animal. Muy bueno para mi edad— balbuceaba con los ojos humedecidos—. Solo soy un criollo leal a España, empeñando todo su esfuerzo y conocimiento en encontrar una manera para que el hombre pueda volar como las aves.

    ¡Ahora me tomas por estúpido!¡El hombre pertenece al suelo, joder! ¿Para qué le haría falta volar como una tiñosa? — replicó Zulueta dejando una línea roja correr por el cuello del otro.

    Serviría como medio de transportación. Para poder detectar las lluvias para las cosechas. ¡Ay! Soy agrónomo, ¿recuerda? Además, me han llegado rumores que los norteamericanos están cerca de conseguirlo. ¿Por qué no adelantarnos nosotros? Yo me apoyo en los principios de Don Diego Marín Aguilera, el gran inventor español. Estoy seguro de que si lo consigo mi velocípedo aéreo será un gran aporte para la corona de la madre patria.

    ¿Velocípedo para ayudar a España? – Zulueta retira el sable mirándolo con los ojos entrecerrados—. Mi primo Don Felipe tiene uno. Lo he visto montarlo. Costoso, según me dijo… muy costoso—. El coronel se aleja unos pasos de Arturo como si divagara, mientras el resto de su escolta asentía con la cabeza—. De acuerdo, apostaré un poquito de mi fe en ti, tal vez sea divertido—, el coronel arranca uno de los bocetos de la pared con la imagen de los huesos de un pato y lo coloca frente a la cara de Arturo—. ¿Quieres volar, señor Comas? Te doy una semana para que hagas funcionar tu cachivache. Si no te procesare como alborotador, laborante, adorador del diablo y excéntrico público en tiempos de guerra.

    ¡Pero coronel, siete días es muy poco tiempo!¡Todavía no he logrado darle más potencia al motor, debo nivelar la dureza del esqueleto del velocípedo!¡Necesito más güines!

    ¡Ay, Arturito!, ¡Arturito! ¡No me suelte toda esa palabrería! ¡Tome esto es la motivación que necesita! Póngase a trabajar en su inventico y es posible que le ayudemos. Pero tienes prohibida, la salida del pueblo. Y si en una semana, su cacharro no funciona; le garantizo que con plomo.¡Sí volaras de verdad!

                                                                  4

 

Tres días después de la “visita” del coronel a su casa y el inventor no se le despegó el terrible pensamiento de que su destino ya se encontraba sellado. Conocía ya la fama de Zulueta como miembro del cuerpo de voluntarios. Incluso formó parte del grupo que condenó a pelotón de fusilamiento a ocho muchachos en la Habana por motivos estúpidos. Y desde su llegada a Bejucal el Cuerpo de Voluntarios se había vuelto más “eficiente” y sanguinario.

Se encontraba en arresto domiciliario y siempre un par de soldados mantenían una vigilia a toda hora en la entrada de su casa o las de esquinas cercanas de su barrio. Esto terminó por confirmarle que, Zulueta, solo se divertía con él. Al concluir el plazo lo fusilaría; hubiera hecho funcionar su invento o no.

Sin embargo, a pesar de su condición económica de clase media, Arturo vivía solo, y le dispusieron a Manuel. Un regordete pequeño y comerciante de cuero de la plaza, para que atendiera a todas sus necesidades durante ese periodo.

Pero en el trascurso de los días Arturo, se sentía muy agradecido por la presencia de Manuel. El cabo comenzó a cuidarlo mejor que una nodriza. Además, no dejaba de levantarle el ánimo ante cada fracaso experimental, aconsejándole que debía esforzarse el doble. Después de escucharlo varias veces se percató que de ahí estaba, la solución de su problema.

Decidió colocar una segunda maquinaria de reloj reforzada de manera alterna, para que así   el pedaleo duplicaba el empuje para generar la alimentación eléctrica de los dinamos necesaria para impulsar las aspas de cedro de la hélice frontal. Así sus piernas no se agotarían tanto por el esfuerzo y los potentes motores lo mantendrían a él mismo en vuelo.           

 Además, fortaleció el armazón con pedazos de cuero regalados por el propio Manuel.

Arturo presentía que se encontraba cada vez más cerca de la solución. El tiempo no lo acompañaba, pero debía prepararse para la siguiente prueba.

 

 Por su parte el cabo, al principio, asumió con mucho fastidio aquella agotante tarea. Era la primera vez que lo llamaban al servicio.  Le agradaba mucho la intimidación y respeto que infundía el poder del uniforme azul rayado. Pero en realidad su trabajo en la plazaera lo que en verdad alimentaba su familia. Por lo que permanecer mucho tiempo sin ir a la plaza no le era rentable. No entendía por qué su coronel “El Gavilán” apodado así por todos sus subalternos, lo había escogido a él para vigilar al loco del pueblo, y nada menos que como su criado. Si no fuera porque un tío suyo era relojero y él mismo había trabajado en el cuarto de máquinas de un barco a vapor. Hubiese tomado como instrumentos del diablo toda aquella tarequera de aspas de tela, engranajes con estribos, rueditas y palos del monte que Arturo se empecinaba en llamar “velicivedo volador”. Pero el loco cada vez lucia más atormentado y escuálido de lo que debería ser un adorador del Diablo. Era muy modesto y educado. Se olvidaba de los horarios de sueño, comía y bebía solo porque Manuel hacía que le trajeran la comida de una fonda, usando el dinero del loco, claro. Lo peor era ayudarlo con sus ideas descabelladas. Pero al final, toda aquella situación de circo terminaría en menos de una semana.

 

                                                             5

– ¡Como carajo, tú dices! – le gritó de manera endemoniada el coronel a su subalterno. 

– Como le informo, mi  coronel. Se ha ido volando como los totíes. ¡Volando! – se esforzó por unir sus palabras Manuel en pleno estado de embriaguez. Si no se hubiera emborracho antes, no hubiera tenido el valor de encararse con Zulueta.

–¡Contrólese, cabo Manuel! ¡Presentarse ante mí en ese estado, es una falta de respeto para el uniforme, imbécil! ¡Por qué no me informó de los adelantos antes, cabo!

–Porque no hubieron. Fui testigo de cinco intentos desastrosos. Ese maldito cachivache apenas se elevaba medio metro del suelo y al momento salía disparado a estrellarse con alguna de las paredes con tremendo estruendo. No se cómo ese pobre señor a su edad no se rompió los huesos o no se mató con tantos golpes. Me daba pena con el coronel. Al parecer no conseguía que la maquinaria principal obtuviese suficiente fuerza; para elevarlo en peso. A parte de traerle los materiales que me solicitaba, pagando él claro; yo solo le aconsejaba que a pesar de los fracasos debía esforzarse el doble. – confesó Manuel ya con los ojos húmedos.  

Esta noche decidí pasar un rato por la cantina del “Gallo” y antes de retirarme a casa decidí pasar un momento para ver al señor Arturo.

 ¡Fue entonces cuando vi el milagro, mi coronel! ¡La maquinaria demencial de Arturo lo elevaba por los aires por encima de su casa y comenzó a alejarse como   un gigantesco murciélago mareado! Casi me cagué de miedo cuando salí corriendo para verlo mi coronel. Es verdad lo que se dice. ¡Ese hombre ha invocado al demonio en Bejucal!

– ¡Idiota! – estalló Zulueta dándole un puñetazo en su buró antes de propiciarle un galletazo a la cara de Manuel. El porrazo le desvaneció todo rastro de alcohol en su cerebro.

– ¡Dales la alarma a los hombres y que se muevan, imbécil! ¡Esto es una fuga! ¡Salimos de cacería insurrecta! – le ordenó con los pensamientos ardiéndoles en su cabeza al uniformado armado que les acompañaba.

Si Manuel a pesar de su borrachera contaba la verdad, el invento de aquel lunático lo había convertido el hombre más peligroso en esos tiempos de guerra. Eso no podía tolerarlo nunca. Mucho menos durante su vigilancia.

–El coronel soltó un suspiro en un intento frustrado por liberar la ira antes de lanzarse de nuevo sobre Manuel, agarrarlo por el cuello de la camisa y gritarle. 

–¡Estas degradado! ¡Ponte a rezar para que atrapemos a ese perro!  ¡Porque si no te juro coño por España y el propio Dios, que te fusilo en su lugar!

6

« ¡Lo logré!¡Coño ahora sí, estoy volando! » – pensó emocionado el inventor mientras el frescoracariciaba su cuerpoy su continuo pedaleo impulsaba  su   aeroplano  con ligereza aunque de manera irregular por el cielo nocturno.

La prueba de la última versión del motor resultó todo un éxito.  Al accionar el artefacto el equipo tomó una altura inesperada, al punto de impactar, “esta vez”, contra el techo. Aquel momento a solas fue el primer paso de Arturo para su objetivo supremo. La noche siguiente seria interlunio y decidió usar eso como ventaja.  Pero no podía esperar más. Esa misma noche decidió probar suerte con su invento y escapar.

Diez minutos después del segundo despegue, con éxito, el escape comenzó a llevarse a cabo de acuerdo a su plan.

 Aferró sus manos al manillary continuó se pedaleo con fuerza.

 Miró al monte en el horizonte como meta, esquivando tejados y pararrayos, mientras su velocípedo aéreo lo extraía de manera discreta por “los aires” del poblado silencioso del Bejucal.

Un súbito escándalo de disparos y gritos de alarma le anunció que su plan de fuga peligraba. Fue muy ingenuo de su parte creer que pasaría desapercibido ante la guardia   nocturna.   

Y al reconocer entre aquellos alaridos la voz de Zulueta dedujo al momento el adelanto asegurado de su sentencia.

Pero el inventor no se rindió; aceleró hasta llevar a sus piernas a su límite.

Aunque uno de los disparos consiguió agujerear el ala derecha del artefacto, Arturo, logró mantener su ritmo de vuelo. Sin embargo no se atrevía a mirar hacia  abajo. La luz de las antorches aumentaba y la mera visión de los voluntarios incrementando su número como hormigas; lo hubiera paralizado de miedo   por completo.

Cuando comenzó   a esquivar las cimas de un grupo numeroso de árboles significaba el hecho de que acababa de abandonar el pueblo. Las rodillas se le calcinaban por el esfuerzo, pero necesitaba un poco de más esfuerzo para adentrarse en el monte y esconderse ahí.

Una de las balas terminó por estallarle uno de sus motores.

En ese momento a pesar de su esfuerzo Arturo, perdió por completo el control de su aparato y se vio atrapado de repente en un súbito vórtice de madera, tela y metal hasta que acabó por estrellarse en una ceiba que pretendía esquivar.

 

 

7

Un par de oleadas de dolor explotaron en su cara antes de hacerlo reaccionar. Al abrir los ojos, se percató que de hecho se encontraba en el fondo del tártaro. Su golpeada mandíbula escupió un buche de sangre antes de percatarse de que su adolorido cuerpo colgaba   entre los restos de las alas y las ramas de la ceiba como una marioneta defectuosa. Le dolían las costillas y le ardía mucho la pierna izquierda.

Entonces se percató Zulueta lo miraba, con una sonrisa cruel, limpiándose las manos ensangrentadas con un pañuelo, escoltado por doce hombres armados con machetes y bayonetas.

–¡Ay, Arturito!, ¡Arturito! ¡Al final, me has sorprendido! ¡Tu armatoste funcionó! ¡Volaste! –soltó el coronel agarrando la golpeada quijada de Arturo – ¡Pero traicionaste mi confianza y la de España! ¡Intentaste escapar al cerro; seguro para unirte esos perros insurrectos! ¡Y eso no lo permitiré!

    ¡Pero voleeee!¡Tú te seguirás arrastrando en tierra!¡Tan leal a España y ni pancho eres!¡Pero yo voleeee!¡ – soltó el inventor.

– «¡Mira cómo se me hace el gallito el inventorcito!¡Si voló!¡Pero lo tumbé y ahora lo mato yo!» pensó Zulueta insultado cuando desenvainó   su sable.

En ese momento, un viento agitó el follaje de arbustos que rodeaban la ceiba.

Una oleada de siluetas semidesnudas brotó de repente, de los matorrales y cayó encima del grupo de voluntarios con furia homicida.

― ¡Embosca...! ―  intentó gritar Zulueta con su revolver en mano, antes de que una hoja de machete se clavara en su vientre y lo rajara su esófago en canal.

El resto de los soldados a pesar de los disparos de los rifleros, terminaron por ser engullidos por la sanguinaria contienda y por el numeró de sus atacantes. Los alaridos, el sonido de la carne y el hueso masticados por el metal solo duró unos pocos minutos.

Arturo solo pudo atestiguar de manera silente el final de aquella carnicería.

 Una alta silueta se acercó al cadáver del antiguo jefe de voluntario. Le escupió antes de extraerle la hoja del machete y despojarle de su pistola y sable de caballería.

Se acomodó aquellas pertenencias en su pantalón sucio de lino y reparó con sorpresa en la figura del hombre colgado del árbol.

― Bájenlo de ahí ― ordenó este y Comas pudo apreciar como la sangre oscurecía un poco la musculatura cobriza del colosal individuo que se le acercaba.

― ¡Viva Cuba Libre! Soy inven..heescrit a Martí ― fueron las únicas palabras Arturo divagando tuvo fuerzas de decir antes de terminar de desmayarse mientras lo bajaban del árbol y lo soltaron en el suelo  como un saco de boniato .

 Un subalterno con camisa raída, se le acercó al líder del grupo mambí.

―Mi teniente, hemos macheteado a todos esos voluntarios de mierda. Ninguno de esos perros escapó. Ese es el blanquito volador, mi teniente. ¡Estaba vigilando subió en la “mata” y lo vi con estos ojos, mi teniente!¡Lo juro por la Virgen de la Caridad! Blanquito flaco, escapó de pueblo volando como toti en aparato raro. ¡Parece cosa diabólica, mi teniente! ¿Qué hacemos con él? ― le confesó al teniente uno de su insurrectos descamisados.

― Bien hecho Evaristo. Este tipo ha mencionado a Martí antes de desmayarse. Supongo que se refiere al “Presidente”. Me he enterado de su lamentable caída en combate hace un par de semanas. Llevémoslo rápido al campamento; antes de que vengan más refuerzos del pueblo. Ya sea genio, brujo o loco; no es un voluntario. Ya el general sabrá qué hacer con él. ¡Y por dios, desbaraten esa cosa!¡Me da mucha mala espina! ¡Agarren todo lo que sirva para las fogatas!¡Y el metal para la fragua! ―ordenó el teniente y sus hombres sin cuestionar obedecieron.  

 

8

Al terminar su ponencia Arturo apoyó sus manos sobre mesa sobre la cual se desplegaba el plano de diseño y todos los demás papeles con aspectos técnicos y costos de su velocípedo aéreo.

Esta vez sí lo tendrían en cuenta, tenían que hacerlo.  Había pasado mucho para llegar ahí.

Después de recuperar el conocimiento estuvo cuatro semanas atendido en un hospital de sangre mambí a pesar de las condiciones y carencias. Sus costillas solo se encontraban golpeadas, pero se recuperaron. Solo el hecho de esforzarse por caminar hizo que la fisura de su tibia nos terminase por sellar bien y le dejara una leve cojera. Mientras esperaba la visita del general tuvo que trabajar durante un par de semanas como ayudante de enfermero en el Hospital de Sangre. Cuando se produjo el deseado encuentro el líder militar, le confesó además del fatídico destino de su prototipo el hecho de que no podía comprometerse más por su seguridad y mucho menos con  el desarrollo  de su curioso invento.

Sin embargo, el jefe militar, si le facilitó los salvoconductos necesarios para que pudiera llegar encubierto a la Habana y de ahí partir hacia losEstados Unidos.

Decidió, usando las claves de correspondencia necesarias, presentar su solicitud a la junta secreta del Partido Revolucionario Cubano.

En la expedición que logró subirse consiguió llegar hasta Tampa en la costa oeste dela Florida en unas semanas. Pero debido a una súbita fiebre tuvo que esconderse en los caseríos de pescadores cubanos en los manglares de Cayo Hueso. Tuvo que mantenerse ahí durante mes y medio antes de que el Club Revolucionario cercano, le hiciera llegar la documentación necesaria para poderse mover como un ciudadano común.  

Pero al llegar a Nueva York, la mayor parte de los conspiradores comenzaron a verlo como un lunático, espía o provocador de los peninsulares, empeñados en frustrar la gesta independentista.

A pesar de esos reveses siguió insistiendo hasta que lo invitaron a una pequeña reunión, con tres delegados y dos cooperantes del partido.  

El delegado de la Junta, Don Tomas Estrada Palma escuchó con interés y sin interrumpir  ni un solo instante  la hora y media que Arturo empleó en explicar las ventajas bélicas de su invento y su eficiencia en su escape exitoso de Bejucal.

Después de concluida la ponencia el delegado se levantó y se dirigió de manera inquisitiva al inventor.

― Muy imaginativo, señor Comas. ¿Es usted fanático a Julio Verne?

―Bueno si un poco. ¿Pero quésignif…

― Eso explica muchas cosas sobre usted, señor Comas― le interrumpió el delegado―. Mire se le agradece todas sus buena intenciones y molestias al presentar esta propuesta para la causa revolucionaria; pero estos complicados tiempos de guerra no nos permiten emplear los pocos recursos que tenemos en una investigación a largo plazo que puede o no ser convincente en la contienda independentista.

― Pero, mi velocípedo, señor… ¡funciona…!

― Ahh, si, por supuesto. ¿Y dónde usted me dijo que se encuentra ese prototipo?

― Estrellado en los montes de Bejucal. Desmantelado por los mambises y empleado en las fogatas.

 ―Muy conveniente. ¿Usted ha estado en la guerra antes, Señor Comas? No es una aventura como a veces tratan de hacer ver algunas de esas novelas. Se trata de un sacrificio, por un bien mayor que lo llevara a un encuentro seguro con la muerte.

―Pero mi velocí..

― ¡Su aparato no es económico, señor Comas!¡A pesar de las cifras que nos ha mostrado, estoy seguro de que construir cada uno nos costaría cientos de dólares!¡¿Con su tamaño, como los contrabandearíamos encubiertos hasta Cuba?!¡Y lo principal! ¿Protege a quien lo maniobre de las balas?

 Arturo perplejo negó con la cabeza.

― ¡Lo ve!¡Usted mismo me da dado la respuesta! ¡Si usted es tan inteligente como dice, entiéndalo, de una vez! La situación de la guerra es crítica. Tenemos carencia de recursos, muchos patriotas están perdiendo la vida. ¡Maceo ha caído en las cercanías de Punta Brava!

 ― ¡Como dice! ― exclamó Arturo azorado por la terrible noticia.

  ― Eso mismo. ¡Deje de tener la cabeza en las nubes!¡Le repito, la situación es crítica!¡Si quiere ayudar con su mente de verdad, necesitamos balas!¡Balas! Y una forma económica y segura de mandarlas para Cuba. ¡Sino regrese a la patria y enlístese en la manigua!¡Mientras tanto, no nos haga perder más el tiempo, señor Comas! No podemos llenarnos la cabeza con sueños poco serios sobre hombres volando por ahí. ― concluyó el delegado.

― Muchas gracias por su tiempo señores y sus consejos. ― fue lo único que pudo decir el inventor, y con una fuerza extraída de los fondos de su corazón comenzó a recoger sus papeles.     

En el apuro por salir de ahí ante la juzgante mirada de los delegados; amontonó todos los documentos de su velocípedo en su brazo derecho mientras que con la otra aferraba una maleta que contenía entre sus objetos personales, la investigación no mostrada para la construcción de losprototipos de un submarino con ruedas y el de un Rayo de la Muerte mediante electromagnetismo.

Cuando se detuvo debajo del umbral del club “Barbicane” sintió el frio morder su cuerpo, ensañándose con su pierna maltratada.

Apretó los dientes hasta que soltó un suspiro de desengaño. Estrujó el bulto de papeles y lo soltó en un cesto de basura de la entrada. Depositó su maletín en el suelo, se frotó las manos para calentarlas antes de volver a recogerlo.

Salió afuera y se mezcló con los habitantes de la fría ciudadela de concreto llevando consigo solo sus sueños.

9

Wilbur, tuvo la intención de acercarse y abarcar al desaliñado sujeto con apariencia de loco. Pero el tipo se había esfumado del club. No era de extrañar y a pesar de no entender mucho el idioma, percatarse que la junta acababa de molerle sus sueños en polvo. Sin embargo, fueron algunos detalles los planos de diseño de su ¿vilicipedo? que captaron de inmediato su atención. Llevaba semanas reuniéndose con los simpatizantes por la independentista de esa isla enorme   del mar caribe. Después de algunos encuentros también simpatizo con la causa, e incluso   se animó a pesar de las réplicas de su hermano, a ser un cooperativista “monetario” de la causa y lo invitaron a la primera reunión.

Ya a punto de abandonar el lugar se percató del rollo de papeles en el cesto de basura. Miró a su alrededor antes acercarse y hurgar en el recipiente. Casi al instante pudo reconocer uno de los diseños del cubano loco. Estaban ahí, aunque en un idioma casi críptico, pero ahí se encontraban. La maquinaria doble de reloj reforzada, la forma del armazón. Los detalles de ensamble del motor con dos dinamos para el movimiento de la hélice. Todo caótico de manera general, sobre todo la parte del dinamo que no tenía ningún sentido, pero en esencia era eso.

 ¡Esto! ¡Esto es lo que faltaba! ¡Cómo no me di cuenta antes! ―  exclamó Wilbur emocionado antes de abrir su maletín y guardar dentro su inconcebible hallazgo, para luego dirigir sus pasos hacia la terminal de trenes.

«¡Deja que mi hermano vea estos planos! ¡Se caerá de culo de la impresión!», se dijo mientras se acercaba por el andén del Grand Central Terminal hacia el tren que lo llevaría de vuelta a Dayton, Ohio.

―Que tenga feliz viaje, señor Wright― le dijo el recolector de boletos con una entrenada sonrisa después recogerle el ticket. 

    ― Muchas gracias― sonrió Wilbur abrazando el maletín al tiempo que sus ojos se alzaban al cielo donde volaba una banda de palomas―, estoy seguro de que lo tendré.

 

                                                                                             Fin

                                                                                          2 de marzo 2019

 

 

 

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  Nuevos títulos de la editorial primigenios   Qué fácil sería si sólo se tratase de ser recíproco. Qué sencillo hubiese sido si no tuviese tanto que decir. Cuando el pasado 9 de marzo Héctor Reyes Reyes me envió el poemario "Veinte gritos contra la Revolución y una canción anarkizada ", para que le escribiera el prólogo, sentí que de algún modo nuestra amistad corría por los más sinceros senderos, y ¡eso que hacía nueve largos años que no nos veíamos! No recuerdo bien cómo conocí a Héctor, pero estoy casi seguro que fue al final de algún que otro malogrado concierto de rock o alguna madrugada a la sombra de un noctámbulo trovador, todo esto en nuestra natal ciudad Santa Clara. Lo que sí sé es que para finales de 1993 era ya un asiduo contertulio a mi terraza del barrio Sakenaf. Para ese entonces en nuestras charlas no hablábamos de poesía, y mucho menos de poetas, sino más bien sobre anécdotas y relatos históricos en derredor a mi maltrecho librero.Tendría Héctor unos 14 a
 Tengo menos de un dólar en mi cuenta de banco y sigo publicando libros de otros.   A menudo me pregunto si vale la pena el tiempo que dedico a publicar libros de otros. Son muchas horas a la semana. Los días se repiten uno tras otro. A veces, en las madrugadas me despierto a leer correos, mensajes y comentarios en las redes sociales sobre esos libros, a los que he dedicado muchas horas. Algunos de esos comentarios me hacen dudar de si estoy haciendo lo correcto. No por las emociones negativas que generan algunos de esos comentarios, escritos por supuestos conocedores de la literatura y el mundo de los libros. Desde hace mucho tiempo, estoy convencido de que existen dos tipos de personas en el mundo: los compasivos y los egoístas. Los compasivos (y me incluyo en ese grupo) vivimos en el lado de la luz, los egoístas no, por mucho que brillen en sus carreras, en sus vidas, o profesiones, son seres oscuros. Ayudar a otros, no pensar en uno, dedicar tiempo para que otros puedan lograr sus
 COMO SI ESTUVIERAN HECHOS DE ARCILLA AZUL COMPILACIÓN DE CUENTOS DEL SEGUNDO CONCURSO INTERNACIONAL PRIMIGENIOS Un maestro dijo una vez que se escribe para ser leído, pero si la obra no se publica, resulta difícil llegar a otros. En aquel entonces, no existían Instagram, Gmail, blogs digitales, ni siquiera teníamos internet, computadoras o teléfonos inteligentes. Por lo tanto, esa frase no es aplicable para explicar el Concurso Internacional de Cuentos Primigenios. Por lo general, los autores que participan en certámenes literarios tienen tres objetivos principales: publicar, obtener reconocimiento y visibilidad, o ganar un premio en metálico. El Concurso de Primigenios, organizado por la Editorial Lunetra y el blog de Literatura cubana contemporánea Isliada.org en su SEGUNDA edición, cumplió con estos tres objetivos, pero con una gran diferencia: los cuentos enviados a la editorial fueron publicados en el blog "Memorias del hombre nuevo". Aunque esto no es algo novedoso,