La extraña
muerte del primo segundo de Ávila
Francisco Juan Barata Bausach
Valencia, humedad, calor, un
inmisericorde calor.
Esta mañana no hubiera tenido nada de
especial, a no ser que agosto y la humedad de mi amada ciudad no repitiera un bucle
tan agobiante y repetitivo cada verano. Aparte de lo mentado, estaba inmerso en
unos pensamientos muy preocupantes, al menos para mí.
Ya parecía un acaparador, en eso se parecía
mi montonera de ropa pendiente de planchar. Esa era la única habilidad hogareña
que los cariños de mi madre no me habían concedido. Por lo tanto, y aprovechando
que estaba sin pareja, (y que el Pisuerga pasa por Valladolid), mi nuevo objetivo
sería buscar un ligue, al que además de los atributos tan atrayentes de la
mujer, que me convierten en un ferviente admirador del género, supiera
planchar.
No vean en esto ni rastro de machismo,
desafortunada cualidad de muchos congéneres a los que odio, los trabajos caseros no son obligatorios para
ningún género, pero yo no sé planchar. Si fuera gay, me procuraría buscar un novio
que supiera planchar, pero como no lo soy, (de momento), pues qué de malo tiene
buscar una mujer que sepa planchar y, además, no le molestara hacerlo como favor
para mí, en algún rato perdido. Yo a cambio le puedo cocinar, que determinadas
cosas no las cocino del todo incomibles.
Mientras me fumo un pitillo, no debería
fumar, pero fumo, sentado en el cómodo alfeizar de mi ventana, recibo la
inesperada visita de mi paloma favorita, que es la que utiliza mi gran amigo,
Don Luis Romero Bromera, para comunicarse conmigo cuando hay asuntos de su
urgencia. Don Luis no es dado a los móviles, ni a los fijos, ni a nada ligado
con la tecnología, “porque nunca se sabe quién está escuchando”. Esto me lo
dijo mucho antes de que se descubriera el lio de las escuchas telefónicas del “Gran
Hermano Yanqui”.
Para enterarme de sus apresuramientos,
extraje de la patita del lindo volátil el canutillo donde introduce sus
mensajes y leí la notita que contenía; escueto y directo como siempre, Don Luis
escribía, “Paco amigo, ven volando”, lo tomé como una metáfora para no romperme
la crisma en el intento. Le contesté también escueto, “Voy Don Luis”. Metí la
nota en su lugar y la paloma, como mensajera que era, tomó el rumbo a casa del
remitente.
Después de vestirme con prendas
apropiadas, porque en casa las que uso no son apropiadas para pasear, salí
hacia la morada de mi amigo. Don Luis vivía
en pleno “Barrio del Carmen”, en un bello casón nobiliario de los muchos que se
reparten por la barriada y no estaba a más de un cuarto de hora de mi casa a paso
de legionario.
Cuando llegué cerca de su vivienda
contemplé un inusual movimiento en la puerta; coches de policía, ambulancias y
hasta un furgón de la “Funeraria Judicial”. Un agente de policía me negó la
entrada, hasta que Don Luis, que estaba cerca de la puerta me vio y le dijo al
agente que me dejara pasar, que era familia directa suya. Me acerqué hacia él a
la vez que, obviamente, le pregunté:
─Don Luis, ¿qué batiburrillo ha montado?
─Paco, esta mañana encontré muerto a mi
“primo segundo de Ávila”.
─¿Cómo, ¿dónde, porqué, de qué? ─, fue
la cascada de preguntas que se me ocurrieron ante el óbito de su primo segundo,
que de tan cotidiano vivir en casa de Don Luis, también se había convertido en
algo muy próximo a mí.
Más adelante les hablaré de las
peculiares condiciones de la estancia del “primo segundo” en casa de Don Luis.
Pero ahora es de recibo centrarme en los comentarios de mi amigo.
Don Luis, disculpándose, me presento al
Inspector de la policía que estaba a su lado.
─Francisco, te presento al Inspector Santa
Catalina de la “U.D.Y.C.O”, ( Unidad de Intervención y Control de la Jefatura
Superior de Policía de Valencia”.
─Encantado Inspector, si puedo ayudar
en algo.
─Don Francisco, muchas gracias y
aprovechando su ofrecimiento, ¿desde cuándo no ve usted al finado?
─Pues verlo, lo que se dice verlo en
forma corpórea, debe hacer más de dos meses. El “primo segundo” de Don Luis,
aunque se sabía que estaba, casi nunca era visible por mor de su manía, que
supongo Don Luis ha puesto en su conocimiento.
─Así es, caballero. Perdone, me
disculpará pues acaban de llegar los de “criminalista”; no se aleje demasiado Señor
Romero, por si necesitamos de usted.
─No se preocupe, estaré en el saloncito
que ya conoce, con mi sobrino Don Paco.
Ambos nos dirigimos al pequeño sótano
donde pasábamos agradables veladas y donde tenía ya asignado un sofá que siempre
pretendía engullirme cuando en él me sentaba. Don Luis se sentó en su sillón
mecedora y comenzó a hablar de lo acontecido:
─Esta mañana, salí a eso de las ocho
para realizar algunas gestiones por el centro y antes de que la calina empezara
a derretirme, volví con casi todo resuelto. Entré en casa y me extrañó ver el
cuarto de baño con la puerta abierta y el ruido de un grifo abierto. Me acerqué
a ver de qué se trataba y encontré a mi “primo segundo” en la bañera, más
mojado que una dorada, con los ojos abiertos como si hubiera visto un fantasma
y la boca con una mueca harto desagradable.
En ese punto, Don Luis dejó lugar a una
pausa para que asimilara sus comentarios y sin moverse de la mecedora,
continuó:
─ Sin dudarlo, y después de comprobar que el
“fiambre” en que se había convertido el susodicho no tenía pulso, llame al “112”.
Se presentaron muy rápido todos los estamentos oficiales que has visto.
─Don Luis, debe tratarse de un desafortunado
accidente de baño. De esos tan habituales por un resbalón y el subsiguiente y
nefasto acto de romperse el cuello, ¿no cree?
─Podría ser, no digo que no, pero es muy
extraño, por lo que ahora te refiero amigo. Bueno, pariente, no quería que te negaran la entrada y de
alguna manera tu ya eres para mí como un nieto.
─Me halaga su querencia, Don Luis;
procuraré recordárselo en su próxima visita al Notario.
─Paco, no te tomas nada en serio ─. Me
contestó, a su vez sonriente.
─Para tomarse las cosas en serio están
los tiempos actuales, Don Luis.
Don Luis, pasó con su sosiego habitual
tan propio de su calidad de “Catedrático de Instituto, Emérito”, a referirme
las causas que causaron en él su sensación de extrañeza.
─En primer lugar, Paco, mi “primo
segundo”, no era la persona más aseada de la humanidad, ni de lejos. Por esa
razón y por el bien de nuestra salubridad mutua le obligaba, bajo pena de
expulsión de mi morada, a ducharse, por lo menos una vez a la semana. Y anteayer
había cumplido, por lo que no era en nada posible que de “motu propio”,
volviera hoy a ducharse.
─Pero, abuelito, podría ser que su lucidez se
estuviera turbando aun más y le diera por estar más limpio que un “pincel”.
─Paquito, el abuelito será tu “santa
madre” travestida.
─Don Luis, perdone, pero no creía que
tan pronto renegara de mí.
─Joder, Paco, que soplagaitas puedes
llegar a ser. Pero vamos a lo serio. Además de lo mentado, cuando me fui esta
mañana pasé por la puerta de su cuarto y roncaba como un trombón desafinado. Y
para más extrañeza, cuando entre en el cuarto de baño, en la repisa de la
bañera estaba abierto el gel y el champú.
─ ¿Y? ─, requerí extrañado por esa
apreciación.
─Paco, si recuerdas, el primo segundo estaba
más calvo que el culo de un bebé, por lo que lo del gel limpia pelos no tenía
ningún sentido.
─Pero, estimado amigo, no daremos pábulo a la historia
de Prim, porque ambos estaremos de acuerdo que su “primo segundo” estaba algo,
bueno más que algo, pero que muy trastornado. ¿O cree usted que sus “supuestos
perseguidores” por fin le han encontrado y le han buscado una morada en el
cielo a perpetuo?
Antes de continuar con la respuesta de
mi amigo, quizás sería conveniente, para que comprendieran mejor la historia,
relatar, muy escuetamente la aparición en casa de Don Luis del ahora finado, su
“primo segundo” de Ávila.
•••
Cuando mi otro anciano y amigo me presentó en
su día a Don Luis para que me solucionara unas dudas sobre como cazar
gambusinos, cuestión sobre la que no debo enrollarme ahora, ya que sería otra
historia y no quiero liar demasiado la madeja, conocí, más bien me asombré al
ver una “especie” de fantasma que me produjo el correspondiente sobresalto.
Entonces fue cuando Don Luis me contó
que el supuesto fantasma, no era otro que su “primo segundo” de Ávila. El
nombrado se presentó hace pocos años en su casa, presentándose como lo hemos
estado mencionando, “su primo segundo de Ávila”, sin darle su nombre ni el apellido. Algunos
lugares comunes que el abulense le mentó fueron suficientes para que Don Luis
diera por “legal” el linaje de su primo. Además, según añadió entonces el actual
“fiambre”, era para no poner en peligro a su “querido”, Don Luis. Este es de natural bonachón y no insistió
nunca en conocer su nombre.
Según le refirió tiempo después, el
primo segundo era conocedor de quién mató al conocido General Prim. Y por esa
cuestión, según él de sumo peligro, los círculos políticos cercanos al “Duque
de Orleans”, presunto implicado en el asesinato, le estaban buscando para
ofrecerle “libre de gastos” un bello nicho en el cementerio de “La Almudena” de
Madrid. El primo segundo, que era muy
devoto de Santa Teresa de Jesús, ambicionada ser enterrado, cuando le tocara, en Ávila y no se le había perdido nada en “La
Almudena”, cementerio de su mayor respeto pero que en nada gozaba de su interés.
Por esa causa, el devoto “teresiano”,
desde entonces habitaba en casa de Don Luis, gozando de su hospitalidad y
gorroneando todas sus necesidades, porque vino a Valencia sin oficio ni
beneficio. Al respecto, siempre fue
comentario de mi amigo que su primo segundo era frugal en todo, hasta en el
aseo. Salía poco, que es mucho decir, no
salía para nada del casón de Don Luis. Eso era para no dar facilidades a sus perseguidores.
•••
Aclarado lo concerniente al asunto del
General Prim, ya teníamos asumido que al occiso le faltaba una hora de horno, ya
que sus cualidades mentales o no eran a la fecha muy lucidoras o no lo habían
sido nunca.
El absoluto desconocimiento de todo lo
relacionado con su vida anterior a su aparición en el “Barrio del Carmen”,
habían sido para nosotros una incógnita. Bien es verdad que nosotros no hicimos
nada por despejarla.
Don Luis, además, me contaba que si
alguna vez, de pasada le preguntaba algo sobre su vida anterior, éste se hacia
el “sueco” y pasaba del parloteo muy raudo.
Antes de que me contestara a mi
pregunta sobre la credibilidad de la historia que le contó su primo, entró en la
salita el inspector de policía para despedirse de nosotros.
─Don
Luis, Don Francisco, en principio y a resultas de la autopsia, todo parece un
desgraciado accidente. Pero para confirmarlo, lo mejor será y me repito,
esperar al resultado de la autopsia. Don Luis, si no es molestia, podría
venirse con nosotros para firmar su declaración. Perdonen, el Juez me reclama
para ordenar el levantamiento del cadáver.
Esto último nos lo comentó cuando un
compañero solicitó su presencia ante el Juez que acababa de llegar.
Don Luis, aprovechó para despedirse de mí.
Quedamos a media tarde, si no tenía
inconveniente y comentaríamos más tranquilos el extraño suceso.
Aun restaban hilillos de Sol, cuando
volví a pasarme por casa de Don Luis, para ver si algo aclarábamos. En su morada
no había nadie, supuse que las gestiones con la policía se habían demorado y decidí
volver paseando a mi casa para esperar noticias suyas, que seguro recibiría tan
pronto le fuera posible.
Mientras volvía a casa, creí ver a mi íntima
amiga, María, mi primera novia, ahora casada con mi colega y tocayo Paco. Iba cogida
de la mano, muy acaramelada con quien en
una primera impresión era su marido. Cuando iba a saludarles, dudé un instante,
ya que el menda que iba con mi exnovia me dio la impresión de que no era su
marido. Confuso con todo lo que podía llegar a imaginarme y contando hasta tres
antes de sacar conclusiones, decidí seguirlos a una prudente distancia.
Se metieron en el “Jardín Botánico de
la Universidad de Valencia”, lugar interesante, por sus árboles exóticos, sus
aves “residentes” (loros y papagayos pendientes de extraditar), sus gatos
adoptados y los bellos rincones donde el silencio enriquece los oídos en medio
del guirigay acústico de la ciudad. Una vez dentro, como ellos, me di cuenta de
que yo parecía un “huele braguetas” de baratillo por lo torpe de mi
seguimiento, pero como ellos iban muy acaramelados, entre su charla y los susurros al oído, ni
cuenta se dieron. Mi habilidad era tan poca, que di un soberano traspiés para
no pisarle el rabo a uno de los muchos gatos que allí viven. Por esa causa se
me despistó la pareja.
Estaba dando vueltas por aquel verde
laberinto en su busca, cuando al entrar en una romántica y coquetona plazoleta,
casi me doy de bruces con ellos si no es porque ellos estaban a lo suyo,
dándose un morreo de película. Casi tengo que tirarme al suelo para evitar ser
visto. Me refugié detrás de una maceta y
desde allí vi con claridad que mi amiga le estaba poniendo los cuernos a mi
amigo, ya que el “pollo” era un desconocido para mí. Estupefacto por lo
inesperado, lo primero que hice es practicar una retirada táctica que tan
buenos frutos ha dado siempre.
Ya
en la puerta del recinto, las cavilaciones comenzaron a amargarme aquella preciosa
tarde. Mi colega y compañero, del colegio y de la Universidad, Francisco,
estaba convaleciente en su casa después de estar internado unos meses en un
psiquiátrico por un brote sicótico que le dio por su trabajo.
Pero esta también es otra historia, que,
de momento, también prefiero obviar.
Lo importante era dilucidar qué hacía
yo con esa patata caliente que tenía en las manos. Mi mejor amiga, engañaba por
todo lo alto, según lo visto hasta ahora, a mi mejor amigo. Y encima, en momentos
sicológicos que, desde mínimos, estaba ahora en trance de mejorar; no tenía ni
repajolera idea de lo que hacer. Pensé que lo mejor sería irme a mí casa y
pensar en la tormenta perfecta que se estaba formando.
Ya en los fines del crepúsculo estaba
en mi sofá, dándole vuelta a lo que hacer respecto a mis amigos, o que no hacer,
cuando vi en la ventana, la paloma mensajera, servicio nocturno, que seguro me
enviaba Don Luis. La notita ponía… “Paco, disculpa mi ausencia vespertina. De
momento, en ausencia de noticias al respecto, considero que antes de
calentarnos los cascos deberíamos esperar a que la policía nos dé alguna luz
para empezar a caminar por la oscura senda que en estos momentos es el deceso
del “primo segundo”. Cuando tenga noticias nuevas, te aviso y hablamos”. (En
este caso no fue muy escueto que digamos.)
Contesté, yo sí muy escueto, que, de
acuerdo, a la espera de sus señales y el donoso palomo partió en la oscuridad a
la búsqueda de su palomar.
En el caso del devoto de Santa Teresa
de Jesús no había noticias y en el asunto de mis amigos, no tenía claro ninguna
ocurrencia para salir del atolladero en que me consideraba metido por mor de
nuestra gran amistad.
Decidí desconectar contemplando alguna
serie yanqui, así, hasta que muerto de sueño me fui a la camita.
En los brazos de Morfeo estaba, cuando
el timbre de la calle sonó, dormido, en modo autómata miré el despertador, eran
las tres de la madrugada y ni repajolera idea de quién podría ser. La única
manera de saberlo era abrir la puerta mientras preguntaba quién era por el
telefonillo, o creo que fue al revés, no sé. La voz que contestó acabo de
despertarme…, “soy Laura, abre por favor y baja a ayudarme a subir las
maletas”.
Inaudito, era mi mujer, la misma que
llevaba salvando al mundo en una “ONG” más de tres años. Como yo no tengo ascensor, ni mi finca
tampoco, tuve que bajar dos pisos a por sus maletas. Laura tiene la virtud de
efectuar apariciones, cuando menos, demenciales. Salí a la escalera con mis pantuflas
y casi me rompo la crisma al perder una de ellas, cuando estaba delante de mi
mujer. No me deje los piños en el suelo del patio porque caí en sus brazos.
─Cariño, que recibimiento más efusivo ─,
dijo descojonándose del trompazo que recibió con los brazos abiertos para que
no me rompiera la crisma─. Por cierto ─, siguió ella mientras intentaba
recobrar el equilibrio y la compostura─ ¿estás con alguna “amiguita” en casa?
─No. Estoy solo hace mucho tiempo y
necesito que me planches algo de ropa.
─Paco, ¿estás gilipollas o estas
gilipollas? Me voy a la habitación de invitados. María me ha puesto al
corriente de cómo has guardado mi ausencia.
─Laura, cariño, ni me has escrito en todo este tiempo.
─Quedamos en darnos un respiro, pero
nadie habló de estar respirando en la cama con otra. Yo así lo entendí, pero tú
no has parado.
─Laura, cielo, sabes que no se
planchar.
─Que
te den por donde amargan los pepinos. Súbeme las maletas y mañana ya
hablaremos.
Dejándome con la palabra en la boca,
bueno, no sé si con la palabra, pero si con una bolsa y dos maletas, se subió
toda digna ella. Cuando llegué al piso con la lengua arrastrando hasta el
felpudo, ya estaba encerrada en la habitación de invitados. Dejé sus cosas en
la puerta y me fui al balcón a fumar.
Mi presente, en cuestión de horas, se
había se había vuelto muy juguetón. María y su amante, el “primo segundo”
muerto y ahora Laura, mi mujer e íntima amiga de María, la presunta infiel. Se
presentaban unos días poco aburridos, así que me fui a dormir, no sin antes
tomarme mis pastillas para conciliar mejor el encuentro con Morfeo.
A la mañana siguiente me desperté muy
pronto.
Le preparé el café con leche a Laura,
como un autómata, lo venía haciendo desde que vivíamos juntos, por derecho consuetudinario
y eso que yo no tomo nada para desayunar. Le deje el café en la mesita de
noche, sin despertarla. Pero como siempre, el olor del café la despertó y salió
a la cocina apurando el bebedizo.
─Gracias por el café. Por lo menos no
te has olvidado.
─Laura,
la decisión de darnos un tiempo, partió de ti, por lo que todos tus reproches
los considero superfluos─, mi comentario era una cortina de humo para que no me
suelte la barrila por su “ausencia”.
─De todo eso, he pensado bastante y ya
lo hablaremos cuando ordene mis ideas. No puedo mentir si no te dijera que aun
siento algo por tus huesos y quiero antes aclarar mis ideas.
─Bueno Laura, aquí tienes un pack
completo, tu casa, tu marido y la plancha. Tú misma.
─
¡Joder con la plancha de los cojones Paco!, ¡que inútil eres!
─Bueno, en vez de empezar a discutir tan
pronto, acepto esperar a que hablemos
cuando tengas claras las cosas, pero por favor, ¿me plancharas?
─ ¡Hostia nano!, estas igual de pesado que
siempre.
─Dejemos la discusión por ahora, que
tengo un mogollón de cosas encima de la mesa que cuando te las cuente, vas a alucinar.
Con tranquilidad, de manera sosegada,
pero sin pausas, le fui detallando mi amistad con Don Luis, los extraños
sucesos que viví una noche en su casa (esto es otra historia que algún día
también tendré que relatar), la extraña muerte del “primo segundo” de Ávila, la
historia en sí del citado, ahora como cadáver y de remate el asunto de nuestra
amiga del alma María y su escarceo.
─
¡Joder Paco no te debes haber aburrido!, no me explico de donde sacabas tiempo
para tus amiguitas.
─Laura, la plancha.
─Bueno, de momento, tú ya tienes bastante
con el rollo del primo segundo ese, ya me iras contando en que acaba. En cuanto
a María, ese tema queda bajo mi control, te prohíbo expresamente que le comentes
nada a Francisco. Hablaré con ella y veremos en qué nivel de infidelidad está
el “rollo”.
─ ¡Ah, pero hay niveles!
─No me hagas hablar, que el nivel plancha tiene su guasa, Paco. Pero
respecto a María, yo sabía que llevaba desde antes del suceso de su marido
pasando la mano por la pared. Tengo que saber si solo es que se ha cansado de
consolarse sola o hay algo más. Así que ya te contaré.
En ese momento vi a la paloma en la
ventana, claro que antes de coger la nota tuve que explicarle a Laura de que
iba el lindo pajarito, lo que le produjo el correspondiente cachondeo. El
mensaje me citaba en dos días en su caserón, temprano, como de costumbre. Como
es obvio, mi respuesta fue…, “sin falta estaría allí el sábado”.
Llegado el sábado, después de recoger a
Don Luis, nos dirigimos a la “Jefatura Superior de Policía”, donde el inspector
Santa Catalina nos había citado para ponernos al corriente de la situación.
Según me comentó Don Luis, mi presencia estaba
justificada por si “le daba un soponcio” a causa de las noticias recibidas. Comentario
que me hizo en su mejor tono guasón. Mientras íbamos llegando, le conté la
repentina aparición de Laura, tema que conocía de pasada. Se alegró de la
noticia, a la que auguraba un desenlace feliz, por mi bien y porque últimamente
se notaba un cierto desaliño en las camisas que llevaba, “por culpa de la
maldita plancha”, le contesté, a lo que sonrió con socarronería. Cuando
llegamos a nuestro destino, después de pasar los controles de seguridad, nos hicieron pasaron a una sala bastante
destartalada, pero con muebles nuevos y cómodos, las sillas en especial, donde
teníamos que esperar al inspector.
No tardó demasiado Santa Catalina en
aparecer.
Después de los saludos de rigor, se sentó
frente a nosotros y comenzó a exponernos el estado de la investigación.
─Su pariente, por los primeros resultados obtenidos, no ha
fallecido por el golpe que se dio, estaba muerto antes del trastazo, murió envenenado.
Creo que la cara que ambos pusimos al
escuchar tamaño despropósito fue suficiente indicio para justificar nuestra inocencia,
bueno la de Don Luis, si hubiera tenido alguna duda.
─ ¿Pero cómo es posible? ─, preguntó
incrédulo mi amigo.
─Posible lo es, pero aún no conocemos qué
tipo de veneno era. Esperamos que desde el laboratorio de Madrid nos informen. Además, el supuesto primo segundo suyo, ni era
primo segundo, ni era de Ávila. Y encima estaba en “busca y captura”.
─ ¿En busca y captura? A causa de qué. ¿Y qué es eso de que no era
primo mío? ─espetó extremadamente confundido Don Luis.
─No se altere Don Luis, que el asunto
es lo bastante rocambolesco como para escribir una novela ─, le refirió Santa Catalina.
Levantándose de su silla, para dar más
empaque a lo que nos iba a decir, siguió:
─Le cuento. Por las huellas dactilares tenemos
su identidad real. Se llamaba Prospero Mansilla Relapso, natural de Burgos y que está en “busca y
captura” en relación al asesinato de Doña Concepción Rellano de Romero, Baronesa
de Puente Arrabal y tía abuela materna suya, Don Luis.
─¡Mi tía Conchita, cuantos años sin
verla!, supe de su muerte. Aunque me dijeron que fue de muerte natural, cuando
el notario me comunicó que había heredado el título nobiliario y el solar
familiar. ¿Cómo es posible que mi falso primo pudiera asesinarla?, ¿se
conocían?
─Vayamos por partes, Don Luis. En
primer lugar, se creyó desde el principio que fue una muerte natural por la
edad. Pero al morir sola se le practicó la autopsia. Por caprichos del destino,
el resultado de la misma se traspapelo, por lo que por esos misterios de la
burocracia que nosotros somos los primeros en denostar, pasó más de un año
hasta que el doctor del pueblo recibió el informe y no dudó en ponerlo en
conocimiento de la Guardia Civil. Su tía abuela fue envenenada. Puesta en
marcha la correspondiente investigación, se echó en falta desde algunos días
después del fallecimiento al encargado de cuidar sus tierras, el que supongo
habrá adivinado, que era ni más ni menos que su supuesto primo segundo.
─Sigo sin entender que, hacia ese
mastuerzo como encargado de las tierras de mi tía, en un lugar donde todos se
conocen y manos ociosas de mayor confianza no le hubieran faltado.
─Buena observación, Don Luis. Pero, ese
desgraciado llegó al pueblo en invierno y como no tenía donde caerse muerto,
solicitó ayuda en la parroquia. El bueno del párroco, lo acogió y le dio
trabajo cuidando el cementerio y sus jardines parroquiales. Parece no se le
daba mal al “pájaro” en cuestión la jardinería, porque estuvo en ese trabajo
casi tres años, por lo que se hizo un lugareño más. Cuando el encargado de las
tierras de su tía decidió emigrar con su familia, el párroco no dudo en
recomendar al enterrador, como persona de total confianza. Su tía, sin dudar de
su párroco, lo contrató. En su nuevo trabajo estuvo cumpliendo en todo momento
sin dar que hablar en su cometido.
─Pero inspector, ¿cómo llegaron a
sospechar de él? ─pregunté yo, mientras don Luis asentía con la cabeza.
─Al principio nadie sospechó nada; la muerte se consideró algo natural. La
partida de su primo segundo, no se consideró extraña para nadie. No había echado
raíces en el pueblo y su partida, unos meses antes de conocer la autopsia, fue
tan normal que a nadie extrañó. Pero, cuando comenzaron las investigaciones por
el asesinato, el más cercano a su tía-abuela era él, por lo que las sospechas
fueron hacia su persona. Al investigarlo, se descubrieron antecedentes penales
y lo más duro fue saber que había penado más de cuatro años por intentar
envenenar a otra tía suya en Burgos, huyendo con sus dineros y joyas, cuando creyó
que le había dado matarile. Esta tía, en el buen sentido, no murió, por lo que
cazar al chapucero fue bastante rápido y fue directo al trullo. No tardaron los
compañeros de la Guardia Civil en saber que había intentado comprar un
matarratas muy específico en la tienda del pueblo. Allí no lo consiguió, pero a
los pocos días viajó a Burgos, por lo que pronto supimos donde compró el
veneno.
─Pero ¿por qué querría matarla? ─ Preguntó
cada vez más interesado por la historia Don Luis.
─Según el párroco, ─espetó Santa
catalina─, su tía-abuela guardaba bastantes joyas y monedas antiguas de oro y
plata en algún lugar de su casona, que nosotros nunca encontramos. Aunque sí
descubrimos indicios de que alguien lo buscó antes. No sabemos si lo encontró o
no, pero su desaparición hasta ahora fue tan misteriosa y tan radical, que
pensamos que pudo encontrar los caudales y salir huyendo del país.
─Pero, si encontró las joyas, ¿qué hacía
desde hace tanto tiempo en mi casa viviendo?, no tiene sentido─, preguntó Don Luis.
─Eso, ahora, nos hace pensar que no
encontró las joyas. Pudo pensar que, refugiándose en su casa, podría esconderse
y sabiéndole heredero, quizás encontrar el tesoro que buscaba. Y usted, Don
Luis, dada su candidez en este aspecto, le puso un puente de plata a ese
sinvergüenza para que viviera del cuento, se escondiera de toda la Policía y
Guardia Civil que lo buscaba y de paso ver si usted sabía algo de las dichas
joyas.
Tenía mucho de lógica lo que el inspector
expuso, empecé a barruntar algo que, por una mirada de soslayo a Don Luis, él también lo hacía.
─Señor Santa Catalina, ─preguntó Don
Luis─, todo es muy coherente, incluso mi candidez, pero situados ya en el
presente, ¿quién mató al Mantilla?
─Mansilla, ─corrigió el inspector sin
conocer la socarronería de Don Luis.
─Bueno, tanto da si Mansilla o Mantilla,
la cuestión es otra, ¿quién lo dejó sin visitar nunca más Burgos?
─De momento, hasta que no tengamos el
resultado de la autopsia, estamos buscando entre cualquier allegado del occiso
que conociera sus trajines, pero no tenemos nada en claro. Señores, como ven confío
plenamente en ustedes, por lo que si se les ocurre alguien que tuviera interés
en su muerte me llaman. Esto es, de nuevo, lo que hay.
Después de las despedidas de rigor, una
vez en la calle, nos miramos con cierta complejidad, Don Luis solo dijo, “Paco, de momento dada la
hora que es, llama a Laura, os invito a comer y allí será donde mejor
recapitularemos toda la información que ahora sí que conocemos”.
─Me parece muy acertado Don Luis, ─mientras
marcaba el número de Laura que aceptó encantada la invitación, por comer y por
conocer al que para ella era alguien muy especial, por todo lo poco que aun que
sabía.
Hasta aquí llega el relato que he querido contarles;
una muerte extraña e insospechada, que dará lugar a nuevas conjeturas cuando
sepamos algo más sobre lo que a partir de este momento sucederá, pero eso será
otra historia. La que acabamos de contarles solo se refería a “La extraña
muerte del primo segundo de Ávila”, que extraña fue y mucho. Más tarde, cuando Calíope
me ilumine, hilvanaré tantas historias que convergen en los alrededores de la
interesante vida de mí ínclito Don Luis, y también, modestia aparte, o que no
se aparte, mis cuitas, que tampoco son pocas.
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