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Supervivencia

Aymara Hernández

 

La tierra se viste de blanco mientras el mar se oculta bajo los témpanos. Desde la colina cercana unos ojos agazapados esperan, observan con angustia la ruta por donde las presas deben cruzar.

La Osa levanta sin prisas su cabeza, olfatea y aguza los sentidos, no la volverán a sorprender. Es difícil alimentarse en estos tiempos, siempre llega primero uno más fuerte reclamando lo encontrado y el olor de la bestia mayor flota en el viento helado.

Cerca de la costa, los oseznos, hambrientos, vagan con su madre en busca de comida.

De las heladas aguas, frente a la osa madre, surge un feroz macho dispuesto a devorarle sus cachorros, presas fáciles en estos tiempos de hambruna y él hace muchos días no come.

La Osa en dos patas ordena la rápida retirada, sin embargo, el cachorro más pequeño se ha quedado atrás, ocasión que aprovecha el oso para atacarle de un zarpazo y a pesar de que la nieve se ha teñido de rojo, la madre no lo dejara y embiste al oso con furia desmedida, una y otra vez empujándolo con fuerza hacia la trampa que conoce desde el invierno anterior. El hielo se fractura y el oso al pisar el resorte cae en la emboscada de los hombres.  

La madre lo contempla un segundo luchando por su vida, no hay alternativa. Él o ellos. Satisfecha se da la vuelta. No le importan sus heridas, no mira hacia atrás, solo corre, cuanto le dan sus patas, empujando al osezno herido, tras el cercano olor de la foca que ha salido del agujero. Sus cachorros tendrán otra oportunidad.

Los hombres, desde la colina cercana, sonríen; se acentúa el olor de la bestia mayor flotando en el viento helado. Ellos también comerán.

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