Mi calle está que arde Ghabriel Pérez No salgas. Comenzó la barricada. Acabo de ver cómo le abren la cabeza a uno con un orinal de aluminio, mientras otro se desangra a los ojos de todos después de un palanganazo. Una mujer ha lanzado una olla con agua caliente desde su balcón. Otra, la lata de clavos con los que restauraba su ventana. Le pegaron fuego a la ceiba de la esquina. Están gritando esto y lo otro. Y aquello que nadie imaginó. No salgas ahora. ¡Ni se te ocurra! No es prudente. Intentaba fumarme un cigarrillo y alguien acaba de dejarme con las manos vacías. Pasó tan rápido que apenas pude ver si era hombre o mujer, niño o niña. Mejor quédate en casa y busca en las noticias de la radio, pues tendrán que poner algo de lo que está ocurriendo. No hay como escapar de esta realidad. Todos están grabando desde sus celulares. Asaltaron la guagua que cubre la ruta de la P1. Encañonaron al chófer. Lo obligaron a subir el volumen del equipo donde escuchaba a Los Pasteles Ve
En un momento no determinado de nuestras existencias emigramos y dejamos atrás nuestros más preciados tesoros: familias, amigos, libros y hasta alguna que otra tumba. Lo que creíamos como algo intangible, sobrenatural, desaparece mientras la nave sobrevuela. Ya no volveremos a ser de un solo lugar, para ser de muchos lugares a la vez. Perdemos nuestra memoria colectiva, para sobrevivir únicamente de nuestras personales memorias. Las Memorias del Hombre Nuevo: la mayor mentira del mundo.