UN AMOR IMPOSIBLE
Juan Contreras Hdez
Ir
a la playa por las tardes, siempre ha significado algo muy especial para los
enamorados, para los románticos empedernidos, para los locos y para los poetas…
Ese
día, Natalia salió del trabajo y se fue caminando con su amiga hacia la
estación del bus. Eran las cuatro treinta de la tarde, los enormes y cálidos
brazos del sol ya pintaba las nubes de tintes enrojecidos y rosados, las
palmeras cuajadas de cocoteros se mecían con el suave viento y por entre los
techos de las casas y los edificios se podía observar un pedacito de la hermosa
plenitud del atardecer.
Natalia
se detuvo y le dijo a su amiga.
¾
¿Oye mi pana, que te
parece si nos vamos a levantar la nagua a la playa?
¾
¡Eso mismo estaba
pensando Nati! Hace mucho calor, la brisa del mar nos refrescará y con suerte
nos encontramos unos parceítos que nos inviten a tomar unos guaros.
Natalia
Vélez Obello es una joven de veintisiete años, con su hermosa cabellera ondulada
de color castaño, piel morena, ojos muy vivos, enormes caderas, busto
desbordante que amenaza con escaparse del escote de su vestido amarillo y una
sonrisa jacarandosa que se escucha a un kilómetro de distancia. Vive con su amiga en Tierra Baja tres mil
quinientos ochenta y siete, La Boquilla, provincia de Cartagena. Trabaja como
recepcionista en el Hotel Auaecoco y su amiga es camarista. Hace cinco años que
viven ahí, en ese modesto apartamento, pagando su renta puntualmente.
Entonces
se regresaron caminando y dirigieron sus pasos rumbo al hotel donde trabajaban,
sabían que el Hotel Auaecoco contaba con una de las mejores playas de Cartagena
y además, por ser empleadas, gozaban de ciertos privilegios.
En
menos de veinte minutos ya estaban caminando por las blancas arenas, mojando
sus piernas con el vaivén de las olas y disfrutando del hermoso atardecer.
Matilde
y Nati habían llegado de Cocuy, Provincia de Gutiérrez, hacía ocho años. Unas
amigas les platicaron que en la ciudad de Cartagena encontrarían un buen
trabajo. Meses antes se había muerto la tía de Mati, única familia que le
quedaba y a Nati la animaron sus abuelos para que se fuera a donde encontrara
un mejor futuro. Matilde es una chica guapa, de tez apiñonada, esbelta, pelo
negro y unos ojos de miel inconfundibles y soñadores. Solo estudió la Primaria
en la escuela Simón Bolívar, donde conoció a Natalia y se hicieron tan amigas
que hasta la fecha siguen compartiendo todo, menos al novio, claro está.
A
Nati se le murieron sus padres cuando tenía menos de diez años y sus abuelos se
hicieron cargo de ella, con mucho sacrificio le dieron la oportunidad de
estudiar el Bachillerato.
¾
¡Caminen por la sombrita,
que los bombones de derriten con el sol!
¾
¡Si besar fuera pecao,
feliz me iría pa’ l infierno!
Dos
señores pasaron cerca de ellas y les echaron los perros, se notaba que ya se
habían tomado algunos tragos, pues su semblante alegre y la forma tambaleante
de caminar los delataba. Ellas solo sonrieron y siguieron inmersas en sus
cavilaciones, recordando todo lo que había pasado en esos ocho años.
Cuando
recién llegaron de su pueblo, sin conocer a nadie, buscando en el periódico,
tocando puertas para pedir trabajo y ni quién les ayudara. Iban de un lugar a
otro, durmiendo en los portales de la plaza o en las bancas del parque, ya
después consiguieron trabajo como empleadas domésticas y la señora de la casa
les ofreció un cuartito pequeño. Años después, cuando paseaban por la zona
costera, vieron los anuncios donde solicitaban empleadas en los hoteles y se
animaron a preguntar. Así fue como llegaron al hotel Aguaecoco. Y hasta se
consiguieron un bonito apartamento.
¾
¡Es tardísimo Mati!
¡Vámonos!
Y
se dirigieron a la parada del bus. Cada día recorrían esa ruta del transcaribe,
que las llevaba a su trabajo y las traía de regreso. Por la noche preparaban
sus alimentos para el lunch y comida del día siguiente y así lo hicieron en
esta ocasión. Después de cenar y lavarse los dientes se vistieron su pijama y
se dispusieron a dormir.
¾
¡Buenas noches Mati! – Dijo
Natalia antes de entrar a su cuarto.
¾
¡Buenas noches amiga!
¡Qué descanses! – Contestó Matilde.
En
menos de media hora ya estaban en los brazos de la luna. Contando borreguitos
que brincaban de una nube a otra. Natalia se trasladaba a mundos extraordinarios
de la mano de un chico al que no le veía el rostro, pero el solo hecho de
sentir su mano y de abrazar su cuerpo le emocionaba y por más que trataba de
identificar sus facciones nunca lo lograba, pues cuando estaba a punto de
descubrirlo, sonaba la alarma. Y eso mismo ocurrió en esta ocasión.
Ya
era viernes y después de una ducha y vestirse apropiadamente, solo les quedaba
tiempo para tomar el bus y llegar a su trabajo. Y así lo hicieron. Nati en la
recepción dando la bienvenida a los clientes y Mati poniéndose de acuerdo con
las demás camareras para distribuirse las áreas del hotel y las habitaciones.
Ese
día aún era temprano. Natalia fue por un cafecito y se dispuso a esperar detrás
del mostrador, de vez en cuando salía a saludar a los turistas.
En
ese momento llegaron dos jóvenes, uno alto y musculoso y el otro de barba
cerrada en forma de candado. Cada uno con su maleta y algunos enseres de
oficina.
Nati
se dirigió al más alto con un sonreír sensual.
¾
¡Bienvenidos caballeros!
¿A nombre de quién está su reservación?
¾
Me llamo Braulio señorita
y la reserva está a mi nombre.
¾
Yo me llamo Alberto y
venimos de México.
Después
de hacer el registro los acompañó hasta su habitación y les habló de todos los
espacios del hotel, las áreas de diversión, los restaurantes, las albercas, las
palapas de la playa, etc. Braulio la miraba complacido y ella se ruborizaba un
poco. Al llegar a la habitación 405, Alberto entró con las maletas, las colocó
en el closet y posteriormente se tiró en la segunda cama. Mientras tanto,
Braulio le agradecía a Natalia por todas las atenciones dándole un beso en la mejilla al despedirse.
Nati se regresó a la recepción, su imaginación comenzó a volar recordando sus
sueños, aquel joven le atraía mucho y al verlo por primera vez sintió algo muy
extraño, como si lo conociera de siempre.
Ya
dentro de la habitación…
¾
Oye Beto que lindas
chicas hay aquí.
¾
Si Wilson, ya me di
cuenta que te gusta la recepcionista. ¿Pero al menos le preguntaste cómo se
llama? – Contestó Alberto, dando media vuelta sobre su cama.
¾
No güey, se me olvidó.
Pero al rato la busco, ya tengo pretexto para platicar con ella.
Braulio
y Alberto eran socios de una pequeña empresa de productos de limpieza, allá en
Querétaro, México. Contaban con cinco sucursales en la ciudad y desde hace
años tenían ganas de visitar Colombia.
En una agencia de viajes les dijeron que si de verdad querían pasar unas
agradables vacaciones, tenían que ir a Cartagena. Y después de ver imágenes y
videos de esa ciudad y sus playas, les encantó la idea e hicieron la
reservación.
Braulio
o Wilson, como le decía Beto, estaba separado de su mujer, tenía tres hijos y
desde hacía dos años no había podido encontrar a otra chica con quien compartir
su vida. Su amigo le decía:
¾
¡No te desanimes güey, ya
llegará!
Fueron
a nadar a las albercas, a tomar las piñas coladas, los mojitos y otros guaros
originarios del lugar. De vez en cuando, Braulio iba a buscar a su amiga y
cuando no había clientes en la recepción se acercaba a platicar con ella; así
se dio cuenta que se llamaba Natalia y que tenía una amiga Matilde y que salían
de trabajar a las cuatro de la tarde. Y finalmente se atrevió a invitarla.
¾
¿Qué te parece si vamos a
caminar por la playa cuando salgas de trabajar?
¾
Me parece bien, pero irá
también Mati.
¾
¡Muy bien! – Dijo
Braulio.- Le presentamos a Beto.
Y
esa tardecita la pasaron de maravilla, corriendo por la playa, arrojándose
puños de agua en la cara o sentados en las rocas del arrecife contemplando el
atardecer, cuando el sol se sumerge entre las aguas del mar Caribe, allá en el
horizonte.
Matilde
y Alberto también aprovecharon para conocerse y en menos de media hora ya reían
y gozaban del paseíto.
El
tiempo se les escapó de las manos y llegó la noche, cerca de las nueve,
acompañaron a las chicas a la estación del bus. Sus manos y sus cuerpos no
querían separarse, pero tenían que hacerlo, así es que Natalia y Braulio se
dieron un fuerte abrazo y un beso. Lo mismo hicieron Matilde y Alberto.
La
noche transcurrió en un abrir y cerrar de ojos, parecía como si se le
estuvieran haciendo realidad todos sus
sueños. Las características de Braulio encajaban perfectamente con las del
chico misterioso. Ahora comenzaba a imaginar el rostro de su galán.
El
sábado, en cuanto llegaron al trabajo, revisó la lista de las habitaciones
ocupadas y corroboró que efectivamente en la suite 405 seguía hospedado Braulio
Rodríguez Alcocer. Qué alivio, por un momento pensó que todo era producto de su
imaginación. Ese día se buscaron en diversos momentos, no se cansaban de
platicar y de besarse. Por la noche fueron a un barecito llamado El Barón Rojo;
Matilde y Alberto decidieron irse a descansar. Ya cerca de las doce de la
noche, Braulio acompañó a Natalia a su apartamento.
¾
¡Quédate conmigo amor!
Quiero que borres de mi mente esos sueños que me persiguen cada noche. – Le
dijo Nati.
¾
No es posible por ahora,
en unos días viajaremos a México y entonces todo será distinto. – Le contestó
Brau y se despidió emotivamente con un beso interminable.
Unas
horas antes, Braulio le había declarado su amor a Natalia. Parece como si
hubiera nacido el uno para el otro, se veían felices.
Y
así transcurrieron tres días más, por las mañanas se buscaban para platicar y
por las noches iban a caminar por la playa o se tomaban unos tragos en el bar
del hotel.
Aquella
tarde, Braulio caminó tres o cuatro kilómetros por la orilla de la playa, no le
importó mojar sus pantalones, contemplaba el paisaje como queriendo despedirse
para siempre, pero al mismo tiempo se resistía a dar el siguiente paso. Finalmente
lo dio, tomó su maleta y fue a casa de Natalia, eran las cinco quince, su vuelo
estaba programado para las siete diez de la noche. El mismo zapatico en que
llegó, los llevó al Aeropuerto Internacional Rafael Núñez y una hora después ya
estaban volando rumbo a México. De la emoción que los embargaba, se quedaron
dormidos con las manos atadas y sus cuerpos unidos en uno solo. Ahora soñaban
el mismo sueño, ya no había sobresaltos, ni preocupaciones para Natalia…
De
pronto despertó, tenía una mascarilla de oxígeno que le cubría gran parte de la
cara y en ambas manos conexiones de suero y otros medicamentos, vio a Mati con
los ojos llorosos sentada en una silla. Se quitó la mascarilla y le dijo:
¾
¿Qué sucede amiga? ¿Dónde
está Braulio?
¾
No conocemos a ningún
Braulio. – Contestó Mati. – Llevas una semana inconsciente. Un joven apuesto y
musculoso te llevó al hotel aquella noche, dijo que estabas como dormida, ahí
donde las olas amenazan con tragarse todo lo que encuentran a su paso.
Natalia
enmudeció, dos o tres lágrimas rodaron por sus mejillas.
Dos
días después, Natalia fue dada de alta del Hospital Naval y Mati la acompañó
hasta el apartamento. En la recámara de Nati estaba una maleta con toda su
ropa, cuidadosamente guardada, la abrió y encontró una hoja de notas del hotel
con el nombre de Braulio Rodríguez Alcocer, una dirección de la ciudad de
Querétaro, México y los diez dígitos de un teléfono. Al reverso un breve texto
que decía: “Allá te espero, mi vida”.
De
inmediato marcó a ese número telefónico y la voz de una anciana le contestó.
¾
¿Quién es? ¿Qué se le
ofrece?
¾
Le estoy hablando de
Cartagena, Colombia. ¿Me puede comunicar con el Joven Braulio? – Respondió
Natalia.
¾
Hay hija, que pena me da
decirte lo que te tengo qué decir, mi hijo murió hace un año, en un vuelo que
venía precisamente de Colombia. El avión cayó en la selva de Nicaragua y solo
cenizas quedaron de él y de su amigo Alberto.
Natalia
y Matilde se quedaron atónitas, ante aquellas palabras…
Desde
entonces, Nati va todas las noches a la playa, deja una flor blanca a la orilla
del mar y escribe en la arena: “Pronto estaré contigo amor”.
Juan
Contreras Hdez.
Derechos
Reservados: México
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