Misión
cumplida
José Luis Pérez
Delgado
Sus manitas
blandas cercaron mi cuello. La química del sudor y el llanto humedeció la piel
de mi corazón que latía con genio y nervioso. Volveré, volveré. Te lo
prometo…le hablé en voz baja pegándome a su oído mientras mis manos por ser
más fuerte que todo su cuerpo, la fue separando de mí con mucho cuidado en no
lastimarla...Te traeré el mejor de los regalos -le aseguré- ahora he
de irme muy lejos, por allá, por allá arriba donde está el manchón y no
regresaré hasta encontrarla, cuando la tenga, la guardaré en mi morral y
con paños de hilos la mantendré bien fresca como el rocío de nuestras lágrimas.
Me volví sin resentimiento alguno y comencé a escalar, la superficie no tiene
relieve, es tan lisa y pulida como si estuviese hecha para que nunca nadie
llegase a su cima, abajo queda el llanto y los gemidos de los que me quieren y
me necesitan, se han quedado resignados, ocultos bajo las sombras, por todos
ellos es que decido hacerlo, otros, han quedado criticando sin cesar,
despedazando mi proyecto como carroña nutritiva, los peores ignoran y apenas
notan mi ausencia.
No puedo quedarme intacto. Escalaré, escalaré por
todos.
Comienzo a tomar una forma distinta, se estrecha el
camino y ya no percibo la tortura de los gritos escondidos, acepto así que he
avanzado, tengo que seguir, estoy al borde de tocarle pues distingo muy bien el
círculo como un eclipse de corcho que nos ha cubierto por tantos años, creo que
mi vida entera, la era del plástico ha colonizado lo contemporáneo sellando con
rudeza todos los escapes, por suerte, ésta es de corcho, por eso es antigua,
mucho más que yo.
Ya estoy sobre sus hombros, en lo más alto de su
cuello, tan cerca de ella que puedo palparla. Sujeto mis esperanzas, busco con
mi posición el mejor acomodo para empujarla. Ahora pienso en aquellas manitos y
siento como sí estuviesen soldadas a mi cuello, estoy a punto de cumplir contigo -me digo a mí mismo- me creo
merecedor de recompensarme por la proeza y con mucho cuidado en no errar,
disparo con fuerza mis deseos que hacen diana estallando la cubierta, los
pedazos vuelan deflagrados por al aire como un cometa en la inmensidad del
cielo. El aire caliente sale, el aire más frío entra. Interactúan. La
temperatura comienza a acondicionarse mejor para la vida, abro el morral y
parte de lo que puedo alcanzar se queda cubierta bajo mi guarda. El tiempo ha
pasado tan rápido que no lo noto. Ya comienzo a descender.
Camino abajo las paredes vuelven a ensancharse y la
gravedad me empuja desafiándome constantemente. Ya escucho los gritos, parece que
estoy llegando, son muy acentuados diferenciando la alegría de aquel dolor
cuando me empinaba. Mis pies resbalaron y no sentí nada más, hasta caer sobre
un colchón de palmas y aplausos. Estaban todos celebrando.
La sensación de mi cuello de nuevo quedó cercada
por una manitos ya maduras y bastas que me abrazaban humedecidas químicamente
en esa mezcla de tóxicos y sentimientos… ¡Papá, papito!, Que bueno que
regresaste… hace tanto tiempo que esperaba por ti… mira, papá, has
llegado en el justo momento que la gente celebra… ¡El poder ya está
delegando! ¿Y el morral papito lindo?... ¿Qué es eso tan grande que me
trajiste? – me preguntó emocionada -... Tómalo tu misma mi hijita
– le contesto -. Ahí, ahí dentro del paño viene tu libertad que es la
misma para todos que la merezcan, por haber sido obligados a vivir tanto tiempo
preso en el fondo de una botella.
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