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Maura

Paulo Adriazola Brandt

 

Caminará intentando alejar la culpa por las historias que debe inventar para que la señora Jacinta siga cuidando a su hijo, porque ya le ocurrió que una mañana estuvo muy cerca de confesarle la verdad. Se sintió estúpida y débil. Es un error que no se puede permitir porque la señora Jacinta es bien estricta y nadie cuidará al niño con la dedicación que ella lo hace. Maura buscará en su celular algún mensaje y creerá haber visto uno del departamento de extranjería, pero luego recapacitará que ellos solo dan información en persona. Donde trabaja queda distante. Por eso siempre llega atrasada. Esta vez avanzará a saltitos pequeños como si tuviera un pie torcido, intentando recortar el tiempo porque el metro está lejos de su ruta, y se cansará y se le mojarán las axilas formando una visible mancha húmeda. Las escaleras son interminables, reflexiona, y retira los audífonos de sus oídos porque cree que la desestabilizan, y los guarda como un ovillo en el fondo de la cartera, junto al envase de una crema de manos que dejó a medio abrir. Entonces sacará su tarjeta bip para sortear el torniquete, pero no escuchará el pitito de la tarjeta y creerá que no tiene dinero y volverá a intentarlo mirando el visor que le anunciará que sí hay dinero, pero solo para ese viaje y correrá al andén rozando a una mujer que la insultará, maricona fíjate por donde andas. Antes de ocupar el asiento que estará frente a ella, revisará que la pequeña botella, con algo de alcohol y un poco de bebida, no se incline y siga bien cerrada.

 

Cuando llego, siempre es la Estrella la que está metida en el único baño que podemos usar. Me pongo nerviosa porque en cualquier momento llega un cliente y todas las chicas ya están vestidas, con zapatos altos y bien pintadas. Golpeo la puerta otra vez y la Estrella me dice que me vaya a la chucha y deje de molestarla. Le digo que necesito cambiarme de ropa, y me dice llega más temprano floja de mierda. Entonces miro por el pasillo para ver si la jefa anda cerca, y me coloco rapidito mi vestido plateado que voy usar esta semana porque quiero impresionarlos apenas me vean entrar al recibidor. No se crea que solo lo hago para aumentar las propinas. Aquí gano lo suficiente para pagarle a la señora Jacinta, y también para hacer unos ahorritos que envío a mi familia. Lo que más me gusta, más bien me fascina, es sentirme deseada apenas me ven, antes de que sepan mi nombre o los bese cerca de la boca, como aquellas noches que los hombres me susurraban cochinadas que me excitaban en las fiestas de mi barrio. Ya, estoy vestida y arriba de los tacos que resaltan mis glúteos. Ahora debo pintarme. Pero no puedo sin un espejo. La Estrella sigue encerrada, y ahora golpeo con los nudillos como si fuera un taladro. Abre la puerta y sale pintada como puta chabacana que a nadie se le ocurriría elegir. Por fin puedo entrar y me pinto rapidito, sin descuidar el contorno de mis bellos ojos. ¡Qué linda que me veo! Un poco más de labial en la comisura, un leve aroma de perfume en el pecho y un par de traguitos para la buena suerte. Ahora le voy a enviar un mensaje a la señora Jacinta contándole que llegué bien. Cree que trabajo en una joyería de un barrio elegante, subiendo un cerro, bien lejos, para que jamás se le ocurriera visitarme. ¡No! Escucho el saludo de un hombre que viene entrando, y eso significa que no alcanzaré a unirme al desfile de presentación.

Este hombre va superando el primer piso y siente el esfuerzo en las pantorrillas enflaquecidas y realiza un cálculo apurado de cuanto falta para llegar al departamento donde hará lo posible por borrar lo que ahora interpreta como rabia. Espera recobrar el deseo de venganza que lo abandonó luego del último insulto deslavado de su mujer. Trae las palpitaciones frescas del sexo destrozado por palabras soeces que fluyen dsde ese odio que no termina de liquidarlos. Ahora no hay remordimiento, ni mucho menos confusión. Quiere sentir como si todo comenzara de nuevo, en el mismo lugar como quedó en su recuerdo, cuando vino por última vez ese húmedo día de verano. El cansancio ha ido tomando sus piernas, pero no lo siente porque se fija en las manos inquietas que han comenzado a sudar. Tocará el timbre y aguardará, mientras su cabeza se irá paralizando o concentrando en el placer que viene recibir, y en el dinero que piensa gastar. Entrará y ocupará su lugar en la recepción y esperará a las chicas de ese turno que desfilarán una a una con su nombre en la boca y una mirada coqueta. Pasarán todas, pero no encontrará la fantasía sexual que esperaba y la patrona lo notará y le hará un gesto de paciencia y recorrerá el pequeño pasillo para tomar del brazo a Maura y llevarla como modelo rezagada. El hombre abrirá bien los ojos para medirla, para delinear el tatuaje en un muslo, y creerá reconocer ese perfume en las visitas nocturnas a su madre. Tratará de memorizar el nombre que le acaba de revelar con tanta gracia, y también se esforzará para hacerlo coincidir con el nombre de la mamá de ese niño, mientras ella camina alejándose para que él decida con cuál de ellas quedarse. Detendrá las imágenes pornográficas que lo han aprisionado en apetitos eternos e insaciables, para sustituirlas por la certeza que bastará con ser un cliente obediente. Finalmente, a esa joven angustiada que llegó disculpándose por el incomprensible atraso, mientras la festejada le mostraba a su hijo durmiendo en un sillón.  Rápidamente sus ideas se concretarán en un juego minucioso y perverso dirigido a derrotar lo que ella tiene de vulnerable, y ocultará o mostrará según le convenga, las circunstancias del secreto que tiene en su mano. La patrona le pide un nombre, que elija, y él ya no tiene dudas. Maura. Ella es la escogida.     

 

Me espera en la silenciosa habitación impregnada de incienso. Creo que lo he visto antes, pero no aquí. Me parece lindo, aunque es flaquito y le sobra un poco de pellejo en las caderas. Se para al lado de la cama en una actitud graciosa, como si no se decidiera a abrazarme o solo estrecharme la mano. Se saca los calzoncillos y queda desnudo. Entonces le pregunto cuál es su nombre, para tutearlo, porque deseo crear la confianza necesaria para que reciba todos mis encantos. No me lo dice, pero gentilmente quiere que le repita cómo me llamo, le digo Maura, aunque aquí recomiendan que inventes uno para protegerte. Pero el mío parece inventado. Suavemente le tomo la mano y le pido que se recueste de guatita para comenzar con el masaje, y me pide que sea intenso, con toda la fuerza que pueda. Me gusta que sus manos estén quietecitas porque así me concentro mejor. Pregunta cuantos años tengo y le digo la verdad, aunque también parece mentira porque me veo más niña. Mis manos continúan repasando la espalda y los hombros. Prefiero preguntarle si es posible masajear sus glúteos y se ríe fuerte. Esa risotada es distinta. Trato de no confundirme, pero mis manos se ponen flojas porque mi cabeza trata de hallar el lugar donde se hizo presente. Empieza a hablar que le gusta el sexo con dolor, y me pide que le pegue un puñete en el muslo. Le digo que solo hacemos servicios normales, y dejo de esparcirle aceite en la planta de los pies porque su cara y el sonido de su risa estridente se unen y aparecen en la casa de doña Jacinta una noche que llegué tan atrasada porque trabajé a domicilio y me encontré con su familia festejándole el cumpleaños y mi hijo durmiendo acurrucado en un sillón. Me pregunta en un tono un poco grosero si voy a continuar o va a buscar a otra chica. Sigo. Luego me dice que siempre anda caliente y que le gustaría hacer videos y subirlo a esas páginas web donde te pagan si la escena es buena. ¿Lo harías conmigo? Le digo que no me gusta grabarme y le pregunto cuántos hijos tiene, para cambiar de tema. No me contesta. Los nervios me van venciendo porque no logro saber si ya me reconoció. En este momento entra silenciosamente la Karen y me dice al oído que me apure porque llegaron dos clientes y no tiene donde atenderlos. Con la cabeza le digo que bueno y sale sin hacer ruido. Antes que le pida que se dé vuelta para continuar con el otro masaje y así terminar de una vez, me confiesa que si su madre supiera que frecuenta este lugar…no termina la frase, pero sube las cejas y deja salir un leve silbido. No tienes para qué contárselo. Es que no tengo secretos con ella, a menos que reciba algo quedándome calladito, y vuelve a reír. Pierdo la noción del tiempo tratando de encontrar una salida. No me he desnudado porque no quiero que vea lo bonita que soy o que piense que mis piernas podrá ponerlas donde él desee. No encuentro otra solución que seguir, porque se está incomodando por mi lentitud y creo que quiere levantarse y tal vez salga a quejarse con mi jefa y ella me dirá que hay tantas chicas desesperadas por este trabajo así que mejor cuídalo. Me apuro en sonreír y le digo que se ponga de espalda.

 

Él intentará convencerla con frases a medias, metáforas vulgares, o con la franqueza de sugerirle que no hay nada de malo en regalarse, si el premio es que su hijo siga en buenas manos. Y ella resolverá que la osadía será el puente que la dejará en el lugar donde se mantendrá indemne, dueña de sus decisiones. Él interpretará esa nueva actitud como aceptación, que lo entendió todo y bien, y que acatará sumisa, aunque vacilante, lo que él le diga. Ella comenzará el masaje con más decisión y vehemencia que nunca, lo tomará y lo besará en el cuello y luego repartirá el miembro entre una mano y otra, estrujándolo, acariciándolo, separando el deber de la angustia para ser más eficiente. Y observará cómo la cara del hombre se vuelve rojiza y las venas de la frente se acentúan tornándose azul oscuro, y no parará hasta escuchar el primer quejido, el primer signo de intenso placer, y entonces cubrirá el pecho huesudo del hombre con su cabellera como si fueran plumas. En ese instante, él borrará las frases redactadas, las amenazas y posibles concesiones que ordenó cuidadosamente mientras hubo silencio en esa habitación, y olvidará todo vestigio de ineptitud y flojera, dejándose llevar por ese torrente puro que no había vivido. Estará cerca de explotar, de vaciarse y aceptar el descenso hacia la realidad de la que siempre trata de huir. Ella seguirá vestida, como para ofenderlo, como para que entienda que es su decisión cuando desvestirse y entonces, en el momento que esté rendido, simulando una carcajada, Maura se acercará al oído del hombre y le dirá: “Esto, siempre se paga”.

 

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