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La magia del conejo Jano

 

Elizabeth Garcés Ferrer

 

Dicen que cuando se vive un drama el ser humano se fortalece, es muy posible, pero, tal vez sea entonces que se necesite más amor alrededor, uno solicita el ser arropado por emociones que lleguen al alma porque existe una herida que prácticamente no se cierra jamás del todo. Isabel, una adolescente de 14 años, sentía frio en el alma constantemente y con mucha lógica puesto que había perdido a sus padres en un accidente de tren dos años antes. Se reconstruía como podía y no siempre era fácil el enfrentar la vida. Sus abuelos maternos, Carlos y Marta, la ayudaban mucho y con ellos vivía en la actualidad.

Marta comprendía que la niña luchaba contra los demonios de la gran pérdida, asistía a su titánico esfuerzo por llenar el vacío que le dejó la muerte de sus padres. Marta no era tonta sospechaba que detrás de la sonrisa de su nieta se escondía un dolor infinito, admiraba su valentía puesto que seguía dando lo mejor de sí e, incluso, continuaba siendo una excelente estudiante. Consiguió mantenerse en equilibrio después de lo sucedido.

Marta quiso darle una alegría a su nieta y al decidirlo no pudo imaginar que su gesto provocaría el comienzo de una sublime caminata, que provocaría una especie de aventura como las hay muy poco reuniendo simpatía y ternura a raudal. Isabel la vio llegar a casa con una caja en las manos, no le dio mayor importancia puesto que no era raro que lo hiciera si iba de compras. Marta se quitó el abrigo dejándolo sobre una silla, en el comedor. En la calle el frio era intenso y así se lo dijo a su marido.

La caja se hallaba encima de la mesa y Marta se notaba muy contenta:_” esto es para ti, Isabel”, le dijo a su nieta a la vez que daba pequeños golpecitos sobre la caja. La adolescente se sorprendió, parecía cohibida. No era su cumpleaños ni ninguna otra fecha especial por lo que no entendía el significado de aquello aunque también era cierto que conocía a su abuela y sabía que no era dada a ofrecer cosas inútiles.

Tuvo su respuesta en cuanto comenzó a abrir la caja. La incertidumbre cedió paso a la sorpresa ya que se encontró con un diminuto conejo de un negro tan intenso que era casi imposible verle los ojos. Todo en él era negro. Las diminutas orejas se movían como queriendo detectar su entorno. Era una pequeña “ bolita” con corazón.

Isabel miro a su abuela con una amplia sonrisa que denotaba su infinito agradecimiento. Inmediatamente tomó al animal en sus manos y sintió que temblaba, pero se dejó acariciar por la joven, formándose entre ambos un lazo eterno.

El miedo del conejito duró muy poco, comprendió que su nueva vida le iba muy bien y que estaba en el hogar correcto por lo que corría explorando el más mínimo de los rincones. Marta e Isabel reían: “Ya hace de las suyas, no para” decían las dos mientras que lo seguían con la mirada.

Evidentemente era feliz, corría y comía tranquilamente. La aventura comenzaba a tomar forma puesto que Jano brillaba con luz propia, de él emanaba una fuerte dosis de sentimientos, emociones y picardía que no dejaba indiferente a nadie. Todo lo positivo atrae, lo que es negativo se traduce en algo por lo que no queremos navegar y el conejito entraba, indiscutiblemente, en la primera categoría se podía decir que era la mejor arma con la que aniquilar la rutina y la morosidad. Jano “sacudía” cada minuto de la vida poniendo una risa en los que lo rodeaban

Existía un antes y un después de la llegada del conejo a la casa. Le habían comprado una jaula, pero se mantenía vacía la mayor parte del tiempo. Isabel lo tomaba en sus brazos, lo acariciaba y fue ella la que le buscó el nombre, sin saber el por qué Jano le pareció hecho a su medida, estaba convencida de que le iba muy bien a aquella cosita que corría como un loco por toda la casa.

A medida que pasaban los días Jano demostraba apreciar lo bueno, Martha le decía a su nieta:

_ Este conejo se cree rico, como si perteneciera a la aristocracia.

Marta no se equivocada, a Jano le gustaba lo que fuera exquisito y lo saboreaba con deleite. Se movía con majestuosidad y miraba levantando la cabeza con mucha altivez.

La vida de Isabel y hasta la de Marta, parecía haberse integrado por completo al cotidiano de Jano porque él “domesticó” a todo su entorno y sin el más mínimo esfuerzo aunque proponiéndoselo, el muy picaron. Todo el que visitaba la casa tenía derecho al recibimiento de aquel diminuto ser que jugueteaba con los que ya eran sus “amigos”.

Jano tenía pasiones muy personales y la música era una de ellas. No cualquier música, solo la buena le interesaba, esa que hace “volar” el alma, la escuchaba durante largo rato acostado en su camita. Sus orejas se movían mientras que mantenía los ojos semi cerrados gozando de su posición favorita para tales momentos: muy relajado, con el cuerpo totalmente alargado y dejando a la vista las dos patas traseras puesto que las estiraba al máximo. De perfil era lo más parecido a una efigie egipcia. Nada que, el Jano era arrogante y eso no se lo quitaba nadie, pero ofrecía tanto amor que se le perdonaba.

Isabel decía que en los ojos de su mascota hallaba un océano de amor e inteligencia, si, también la inteligencia vivía en aquel conejo. Desde que llegó a casa su magnetismo había atrapado a todos, bueno a casi todos ya que, Carlos el silencioso abuelo, se resistía a caer en la trampa. Hombre de pocas palabras y de dificultad para expresar lo que sentía se juró que no sería aquella “bolita” negra la que lo sacaría de su posición.

Carlos mantenía su distancia con Jano, pero ese mismo Jano era un experto en el arte de conseguir sus propósitos. El hombre era testarudo pero su adversario le ganaba puesto que, lo era mucho más

Un año acababa de pasar desde aquel día de invierno en el que una simple caja le servía de transporte y su territorio no podía estar más definido. Su cama rebozaba de juguetes y la historia afirmaba que jugaba con todos. La manta que cubría el lecho tenía que estar muy bien puesta, sin el menor pliegue, de haberlo se despertaba entonces el meticuloso conejito: Jano se afanaba a pasar una y otra vez sus patas delanteras sobre aquella tela hasta que la zona arrugada desaparecía por completo.

Desde el salón Jano dominaba el ir y venir de la familia. Con la llegada de la noche era el momento de ver la televisión, un acontecimiento muy común en todos los hogares y que Jano, dueño de un alma un tanto “humana”, también disfrutaba a sus anchas. Se colocaba ante la pantalla y, como siempre, movía las orejas según el sonido pero cuando se daba cuenta que no se trataba de música decidía montar su propio espectáculo: corría y saltaba con su juguete preferido que sujetaba con los dientes, un viejo trapo que llevaba a Isabel parándose firmemente en sus dos patas. Evidentemente había que jugar con él y de ser posible, apagar la televisión. Isabel comprendía muy bien al querido Jano por eso le echaba el paño por encima y salía corriendo con él a cuestas mientras la familia reía abiertamente ante las piruetas del animalito. Sostenía el trapo por una punta, lo apretaba con fuerza con la boca y no se le caía.

Al sol rendía pleitesía, posible que soñara con él, gracias a su admirado astro Jano descubría el mundo cada día. La mañana comenzaba con detalles muy precisos y era curioso, pero los desempeñaba junto a Carlos que solía levantarse el primero. Intentaba mantenerse distanciado emocionalmente del animal, pero nunca le deba la espalda, en realidad Jano se había convertido en su fiel compañero. Le pedía de mil y una manera que le abriera la puerta para ir al balcón y así disfrutar de los rayos del sol además de escuchar el canto de los pájaros que se escondían en los frondosos árboles del parque de al lado, con tantas cosas buenas aquel lugar era, sin duda alguna, el Paraíso para Jano. Introducido en aquella atmosfera permanecía muchas horas, era su mundo personal.

El universo del conejo Jano era mágico e impregnado por el aroma de las flores del parque vecino. Su vida no radicaba en dar saltos y comer, no, Jano distribuía bien su tiempo y le daba la intensidad que a menudo nos falta a nosotros, los seres humanos. Dormía la siesta junto a Martha, bajo su cama, salía de allí cuando ella lo hacía.

Su carisma era inmenso y consiguió ganar el corazón de Carlos, lo hizo con una paciencia increíble. Llegó a existir tal unión entre ellos dos que Carlos pronuncio un día una frase terrible: “ Prefiero morirme antes que Jano, lo contrario no lo soportaría”.

Carlos se enfermó y murió. Jano acuso dramáticamente su vacío, lo buscaba en todos los lugares negándose a comer y a beber. Isabel y Martha intentaban protegerlo, lo arropaban con desesperación, pero una noche de julio, semanas después de morir Carlos, aquel conejo tan singular se marchó en silencio.

Jano fue un gran amor, morir fue lo único malo que hizo y el único daño que causo.

Comentarios

  1. Me encantó el cuento. Me gusta mucho su estilo.

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    1. Muchas gracias Jesus. Te agradezco, realmente, tu amabilidad.

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