Hipnosis
Duvier Vergel García
Hoy
se cumplen seis meses de que Raquel perdió a su esposo y todavía no abandona la
costumbre de ir a visitar su tumba en el cementerio para conversar con él.
Cualquiera que la vea seguramente la tildará de loca o quizás simplemente le
diría que no sea tan comemierda y que viva la vida como mejor le parezca que de
todas maneras a ella en algún momento también le tocará servirle de alimento a
los gusanos.
Cuando Raquel y su esposo se vieron por
primera vez ella se encontraba en una parada de ómnibus. En ese momento acababa
de salir de la guardia del hospital en que trabajaba como enfermera. Raquel en
aquel entonces era un verdadero monumento de mujer; morena, estatura mediana,
ojos pardos, el pelo algo ondeado hasta la cintura y entre la dos cejas tenía
un lunar que cualquiera la relacionaría enseguida con esas mujeres hindúes que
vemos en las películas bailando con el vientre de forma desaforada.
Hacía media hora que Raquel se encontraba en
la parada y no se veía rastro alguno de la guagua que cada vez que ella sale de
la guardia la traslada para su casa en Miramar. Esa noche había sido una de
esas en que hay que amar mucho el trabajo que uno realiza para no pedir la baja
y ponerse a hacer otra actividad que por lo menos reporte tranquilidad y algo
de dinero para seguir viviendo. Con ese cuerpazo Raquel puede lograr lo que
quiera, quién sabe si un día de estos se encuentra con algún yuma mojigato y
adiós a la bata blanca, a las guardias y a esa imagen de mujer recatada que le regala
a todo aquel que la conoce.
Después que el reloj de la sala de espera
del Hospital “Hermanos Almejeiras” marcó las 9:15 minutos de la noche se desató
lo que sería para Raquel uno de los episodios más dolorosos de su vida como
enfermera y además como mujer. Se había escuchado la voz potente del camillero
cuando gritó:
─Abran paso que este hombre se
muere.
En efecto acababan de traer para el hospital
un señor de aproximadamente unos setenta años que presentaba las clásicas
características de quien ha sido atropellado y posteriormente abandonado en el
lugar de los hechos; moretones por todos lados, la ropa desgarrada y manchada
de sangre, fractura en la cadera y un golpe bastante fuerte sobre el ojo
izquierdo. El anciano todo el tiempo decía incongruencias. Las únicas palabras
que el médico de guardia logró entender fueron: ¡Yo tuve la culpa!
Inmediatamente Raquel se puso en función de
su trabajo y entre ella, el médico de guardia y otros compañeros de la sala
lograron estabilizar al señor accidentado inyectándole una buena dosis de
calmantes pero el hombre había sido reportado de grave y ahora se encontraba en
Terapia Intensiva.
Una vez montada en la guagua local y ya de
regreso para su casa Raquel fue víctima de una fatiga que provocó que cayera al
suelo desplomada y fue entonces en ese momento cuando David le dio a oler un
perfume que llevaba consigo. Raquel ya había vuelto en sí y conversaba
diáfanamente con aquel joven tan agradable y oportuno.
─No sé qué hubiese sido de mí
sin tu ayuda, cuando vine a ver todo a mi alrededor se oscureció y sentí que mi
cuerpo se alejaba, me era ajeno, llegué a creer que era otra persona la que se
había desmayado.
El joven mientras Raquel hablaba la miraba
complacido; cada gesto y palabra le permitían conocer mejor al especímen que en
ese momento estaba frente a él y que por uno de esos azares inexplicables del
destino sentía que ya la había visto antes, que se conocían de otro lugar donde
ella no era enfermera ni él venía de visitar a su padre accidentado durante la
noche anterior, mientras atravesaba una avenida porque pensó que le daba tiempo
llegar al otro extremo de la calle sin ser brutalmente estropeado por aquel
almendrón amarillo que nunca se supo, y tal vez ya no se sepa quién iba al
volante.
Terminado el recorrido de la guagua Raquel y
David intercambiaron teléfonos y direcciones y acordaron verse dentro de dos
días en el hospital cuando ella nuevamente entrara de guardia.
El día marcado para la cita de David y
Raquel había llegado. Ella estaba ansiosa porque el tiempo transcurriera
rápido, deseaba verlo, volver a conversar con él y preguntarle por la salud de su papá. Tal vez
entre ellos surja algo que trascienda más allá de una relación efímera y puedan
cazarse, tener hijos, compartir una vida juntos o mejor aun, lograr entre los
dos entender cómo una mujer puede quedar viuda y al mismo tiempo descubrir que
nunca estuvo casada, ni que es enfermera, ni que su nombre es Raquel.
Lo primero que hizo Raquel cuando llegó al
hospital fue ir a la sala de Terapia Intensiva para ver cómo se encontraba el
señor accidentado durante su guardia anterior y al llegar se percató de que la
persona por la que ella preguntaba nunca estuvo en el hospital. Esa noche lo
único relevante que sucedió fue que una enfermera quedó totalmente desnuda en
medio del pasillo víctima de un irreversible ataque de nervios.
Desde hace un buen rato está cayendo una
fina llovizna debido a la cercanía del frente frío que ha venido anunciando el
Instituto Nacional de Meteorología a través de las noticias. Esta situación no
impide que cierta mujer se dirija hacia el cementerio de su localidad. El
cementerio de ese pequeño pueblo, como casi todos los cementerios se encuentra
ubicado en las afueras y este particularmente tiene fama de que durante las
noches se escuchan gritos, se ven luces que se mueven de lugar y otros mitos
más que de manera progresiva se han ido arraigando entre la población;
fundamentalmente lo relacionado con la profanación de ciertas tumbas para la
práctica de la brujería.
Al llegar al lugar la mujer tuvo que
esforzarse bastante para poder abrir la pesada puerta de hierro oxidado del
cementerio. Cuando ya estuvo dentro dejó entrever un mechón de pelo algo canoso
y fue recibida por el guardia del lugar.
─Buenas noches, señora, usted
no debería estar aquí y mucho menos mojándose con esta lluvia, anda un catarro
por ahí que al que lo pesca lo deja que parece que se escapó de una de esas
tumbas.
El muchacho se percató de que aunque la
lluvia había arreciado la mujer estaba completamente seca. Andaba descalza y
cuando intentó mirarle directamente a los ojos tuvo que cambiar la vista. Esa
mirada le había provocado un dolor de cabeza de los mil demonios. Parecía que
la mujer no miraba para ningún lado. Todo en ella emitía vibraciones que
provocaban una especie de hipnosis bastante parecida a la muerte.
─¿Cuál es su nombre joven?
El hombre dejó escapar una diminuta
sonrisa y ladeó la cabeza para ambos lados del cuerpo como quien ya ha
respondido esa pregunta muchas veces anteriores a esa.
─Mi nombre es David y a parte
de ser guardia del cementerio me dedico a vender perfumes de marcas reconocidas
que han sido reenvasados. ¿Le interesa comprar alguno? Esos perfumes son
originales, yo tengo un socio que me los trae directamente de la fábrica, ayer
si no llega a ser porque me quedaba un frasco de Camerata una enfermerita medio
bobalicona pero rica como un pastel no hubiese vuelto en sí después de
desmayarse.
La misteriosa señora hizo caso omiso de la
verborrea que aquel joven había dejado al descubierto y continuó su trayecto
hasta la misma bóveda de siempre. El guardia sintió algo de curiosidad y esta
vez decidió seguirla. La mujer había desparecido delante de sus ojos. Al
acercarse a la tumba se percató de una inscripción en el centro de la misma que
decía así:
“Dedicado a David, de
su esposa Raquel
con mucho amor y
cariño”
15 de agosto de 1979 –
26 de abril de 2013.
El joven guardián después que leyó la
inscripción de la tumba regresó al sitio exacto donde hacía la guardia,
perdiéndose en la oscuridad que nunca más podrá salir de su cabeza.
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