Señal
de la ventana
Flor
Habanera
Corre, se tira contra la puerta del cuarto, le da con las
patas, ladra insistente. Oigo un ligero ruido, luego se hecha delante de la
puerta y mueve el rabo como saludándome.
Siempre que llego pasa lo mismo: la gorda ahí de piernas
abiertas tirada sobre la cama mostrando su erótica desnudez y el monte de venus
desbordado de la tanga.
Es media noche apenas puedo sostenerme, mi miembro
despierta tímidamente caigo de cabeza en su entrepiernas y las manos resbalan
por sus muslos. Lejos escucho ─quítate, ese rabo flácido, vete a bañar ─. Me flaquean
las piernas, como un eco continúo oyendo a la gorda rezongar: Creo, por lo molesto
de mis ronquidos.
El ron provoca en mí saltos en el sueño: doy vueltas en la
cama, me siento y me paro, vuelvo acostarme, a veces camino y hasta hablo solo.
Ahora corre del cuarto a la sala. Despierto. Ladra sin parar. Vuelvo a oír el
ruido. < Parece la ventana, ¿será?> Estiro la mano, estoy solo. Grito─ ¡gorda,
gorda!─ Desde la sala se oye su voz lejana, está cerrada la puerta.
Allí sobre el sofá de piernas abiertas muestra su robusta
naturaleza. Lo único que le queda para justificar el sobrenombre de gorda. Mi
mano encuentra el pubis húmedo y un fluido interior más viscoso, con olor
diferente al de ella. Aún, espero anhelante se ofrezca y permita abrir los
labios verticales. Se voltea─ ¡Acuéstate, estate tranquilo!
Poco a poco el ron se aleja de mí. La gorda alterna entre
el cuarto y la sala. Mi posición ahora, el sofá. < ¿El pubis húmedo… por qué
viscoso… ese olor?> Hundido entre los pensamientos camino hasta la ventana. Me
saca de la sensación de duda: corre hasta el cuarto, se tira contra la puerta,
vuelve a ladrar con insistencia hasta escuchar el ruido. Presiento que algo
pasa. Me pongo en guardia, agudizo los oídos; en efecto el ruido viene de las
hojas de la ventana.
Abro la puerta de un tirón─ ¡gorda que pasa!─ De nuevo sobre
la cama con las piernas abiertas lo más sexual posible. Pienso que está en
espera de mis caricias; pero no.
Lo que sentí fue el chirrido de la ventana. < No es
posible, ¡tu mente te juega una mala pasada!> Me quedo en el sofá sin hacer movimiento
alguno. Él, echado a mi lado. < ¿Cómo fue que nunca me percaté?> Entonces
advertí que estaba en el club < ¡Y tú el cómplice!>
Le aprieto el hocico con fuerza y cargado lo llevo conmigo
a la cocina. Recuerdo las palabras de mi padre<<El hombre macho no lo
aguanta>> En mí entró una tormenta que me arrastra hasta el cuarto
cuchillo en mano. Solo la veía en la cama o en el sofá haciendo el amor con
otro.
Abro la puerta en el mayor silencio posible. El cuchillo ensangrentado
cae de mis manos. Las lágrimas saltan ¡Qué injusto he sido! Ella no nota mi presencia,
gime de satisfacción mientras el perro del vecino lame su naturaleza.
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