Comer sopa
Seudónimo: Charlie
Dicen que los guapos no toman sopa
pero yo estoy viendo que la cosa es otra
Pedro Luis
Ferrer
Horas antes de tener
a Leo en la entrada de mi casa gritando: Gordo, deja el porno que se armó la
tercera guerra mundial, yo había regresado de correr. Decidí por fin bajar este
sobrante de carne distribuido entre papada y michelines, que solo servirán para
flotar, o para que en vez de El Bolo empiecen a decirme La Bola. De no ponerme
duro con urgencia, mi vida seguirá bastante agitada. Pero insiste Leo a todo
pulmón, como si el único problema del mundo lo tuviera él; como si mi casa no
se hallara cerrada hermética, o como si no viviera más personal en este barrio.
¡Que se joda! Que se achicharre bajo el sol o que venga más tarde. Hay que comenzar
a poner forma desde la base.
Y es que a partir de
ahora habrá que respetar al gordo. Pronto estaré de pelea, sí. De un momento a
otro la voy a formar, y si se va a formar que se forme. Será con el zapatero,
sí. Con ese bufón de corte que se está haciendo el pillo, y sin saberlo me
ayuda, pues siempre necesitas de algún puntico que te sofoque un poco para
obligarte a mejorar. Y es que hace ya dos semanas le di mis únicos zapatos de
salir, y él: Coño gordo, ven mañana, que el socio que vende las suelas no ha
venido. Al día siguiente vuelvo a caerle en su casa, pero el Tico nunca está.
Tras una semana de asedio averigüé su paradero, y a pesar de su cara de asombro
al verme en casa de su querida, salió airoso: Compadre, me da una pena terrible
contigo, pero te explico. Es que me fajé a muerte con la pura, tú sabes que la
zapatería está en su casa y ahora no me deja entrar, te juro por ella misma que
en breve lo resuelvo… y otra vez esa rata se cree que me envolvió. Pero él sabe
que ya le llevo carta y pronto me verá otra vez donde su esposa, a ver cómo le
cae. ¡De hoy no pasa que recupere mis tenis, aunque sea sin arreglar…! O al
menos algo así me repetía una y otra vez, justo antes de quedarme sin aire en
la tercera vuelta a la pista y regresar a casa para re-ordenarme. Fumar par de
criollos y un feliciano para aclararme las ideas. Relajar un poco frente a la
tele y darme un baño antes de entrarle con todo a ese estafador, no vaya a ser
que me coja cansado. Uno, dos, desplazamiento lateral y recto de izquierda. Ganchito
de derecha al mentón… ¡Ja! Te tengo medido. Caíste en los puños del Bolo.
Escucho el ajetreo
de los cien cerrojos de la puerta, y a mi santa madre:
—Bolito, mijo, ya
llegué.
Siempre hay tiempo
para apagar el televisor y encender un cigarro, en lo que mi madre termina de
abrir la puerta. Pero la cosa en cuestión de segundos se me pone tensa, pues
junto a ella ha entrado Leo, que tras sentarse a sus anchas en la sala disimula
con una sonrisita su cara de shock. Me saluda con el tono de pedir favores, y
luego hace una seña de cátcher que no quiere que mi pura al bate huela el
lanzamiento.
—Tabas a tu aire,
Bolete, dame acá un cigarro.
Leo se salva porque
es colega entre colegas, de lo contrario…
—Abrevia, acere,
¿qué te hace falta?
—Na’, gordo,
necesito que me prestes quinientos pesos con urgencia.
—Espérate, vamos a
ver a Urgencia pa’ hacer una ponina.
—Acere, esto es
serio, es la Tercera mundial. Cosa gorda, bróder, cosa gorda.
—Ya, hermano, no
busques más público… a ver, ¿qué pasó?
—Charlie y yo nos
fajamos con unos Abakuá.
—Pero, ¿cómo sucedió
eso?, explícate.
—Nada, que a la salida
de la pincha en el puerto uno de ellos llamó a Charlie con tremenda rutina,
para ganarse unos puntos frente a los demás: Chama, llégate acá un momento, le
gritó. Ven tú, le respondió Charlie. Está bien, blanquito, es pa’ aclarar una
cosa, es que me dijeron que tú dijiste que yo dije que alguien dijo que el
primo del Baconquere es jeva, ¿qué bolá con eso?
—¿Y qué hizo
Charlie?
—El menor cortó la
reacción rápido: “¿Qué pinga te pasa, breterona?” le respondió, y fue ahí
cuando esa puerca presidiaria le tiró una galleta que él esquivó de película.
Lo abracó y luego un poco de boxeo amarrado a lo Randy Couture para sonarlo por
la boca y por la nariz… pero después el gordo le mordió el pómulo con parte del
ojo incluido. Todos los gordos siempre habilidosos.
—Acere, ¿y esa pulla?
—Coño gordo, no
jodas que estoy nervioso.
—Bueno bueno, sigue
el cuento.
—Ok. Imagínate, en
esa parte que estaban abracados fue que entré yo por detrás y rematé a la
puerca con galletazo al tímpano. No fue al piso porque le dio a Charlie el
abrazo del oso. Pero en eso llegó un negro alto y fuerte navaja en mano: Ese es
mi ekobio, ese es mi ekobio, gritaba, y yo ni se cómo pude esquivar el tajazo,
la verdad. Somo Eforí kama, blanquito, Eforí kama… dijo y le soltó un navajazo
a Charlie que también se echó pa’ atrás de puro milagro.
—Ustedes se ponen
bestiales. ¡Primer mes de pincha!
—No, Bolo, ¿cómo iba
a permitir que ese tipo mordiera a Charlie? Ahora tiene un tremendo derrame en
el ojo.
—¿Y qué pasó
después?
—¿Después?... después
corrimos toda la Avenida del Puerto. El Marabana nos queda chiquito.
Debo mejorar mi
estado físico, de haber sido yo hubiera tenido que dar una muela inmensa,
pienso mientras Leo me pide otro cigarro para continuar:
—Fíjate que nos
cayeron detrás, pero nosotros sacábamos tremendos tramos y hasta nos dimos el
lujo de parar y gritarles cosas: “Vívanla, vividores…” Luego les tocaba el
turno a ellos: “Deja que los cojamos, ustedes no entran más al puerto, ¡pero
paren, yeguas!” Y cuando se nos acercaban un poco de nuevo, metíamos otro
sprint. En una de esas fue que saqué el móvil y llamé a la policía.
—¡¿No jodas?! ¿Y qué
dijiste?
—Compañera, para
informarle que nos persiguen unos tipos con cuchillos. “Dígame la dirección,
por favor.” Avenida del Puerto, señora. “Sí, pero en qué parte exactamente.” No
sé bien, estamos corriendo. Dile que cerca de Patrulla, me sopló Charlie. Por
la calle Patrulla, compañera. “Sí, pero… ¿en qué parte de Patrulla
exactamente?... en fin, que la llamada duró como tres minutos y le colgué.
—¿Y ahora qué?
—Ahora te pido esos
quinientos pesos, porque Charlie se quedó acomplejado y quiere colarse en
Mantilla para atacar a esa gente.
—Pero… ¿Charlie está
loco?
—Y eso no es nada,
Bolo, primero vamos por casa del Bresia. Charlie lo llamó para alquilarle un
timbre y sonarlo por allá. No hay forma de quitarle la idea, y para colmo el
Bresia le dijo que avancemos, pues nos pasará la pistola. En verdad yo no estoy
para eso. Coño, si hasta le pedí Charlie que se calmara para vengarnos a lo
grande de esos muertos… pero no hace ni diez minutos me escribió.
Leo saca su móvil de
una bolsita y me enseña el mensaje:
“Asere, ¿vienes o no conmigo a matar a esas puercas?”
—Coño, la Bola,
vamos a conversar con él…
—Bróder, ¿qué Bola
de qué? Yo soy el Bolo en la Habana…
—Deja la bobería y
vamos a verlo, Bolito, que él siempre te ha hecho caso.
—Está bien, vamos.
Déjame inventarle algo a la pura. Además, si hasta me hace camino, pues yo
también ando cruzao.
—¿Y eso?
—Na’, un drama ahí
con el estafador del zapatero. Me quiere tumbar unos tenis y él no sabe quién
soy yo. Creo que igual tendré que matar a alguien hoy.
—Coño, sí, a veces
hay que resolver sin mucha muela; de raíz…
Entro al cuarto para
buscar la billetera, el móvil y los preservativos, ya que uno nunca sabe. Pero
mi madre, tan intuitiva, me suelta lo de siempre:
—Mijo, te puse el
agua, báñate que se te va a enfriar.
—No, mima, primero
veré al tipo de los zapatos, ahorita vengo.
—Ay, pipo, tú mira a
ver y no busques problemas.
La vida se complica
en un minuto y siempre puede ponerse peor, pienso justo al llegar a casa de
Charlie que ya nos estaba esperando afuera. Viste un abrigo grueso con gorro,
un jean sucio y los zapatos del fútbol. Su ojo izquierdo parece un atardecer
rojizo; ahorita lo coge la noche.
—¿Qué pasó, mi
consorte?
—Na’, que voy a
meter pa’ asesinato múltiple.
—Ya lo sé, pero
calma, acere, que eso no es así. A ver ese ojo...
—Ni me lo siento —me
dice, y mira a Leo fijamente—. ¡Nos fuimos!
Leo responde con una
sonrisa de resignación.
—Piquete, eso será
Star Wars 10 en Mantilla, ¿por qué primero no los acusamos y luego los
barremos? Para que pierdan doble y nunca olviden.
—No vengas con
nosotros, Bolo, tú no andas ready. Además, acuérdate de tu purita y su bateo
con la presión.
—Hay que apurarse,
pibe, que ellos también tienen pistolas y están en su zona —le interrumpe Leo.
—Pero yo los veo a
ustedes sin bates, sin mochas, sin piedras, ¡sin nada!
—Todo eso lo
recogemos con el Bresia, ¡aquí no hay miedo! —responde Charlie.
—Bueno, hermanos, al
menos los acompaño hasta la parada. ¿Necesitan llamar a alguien? Ustedes nunca
tienen saldo y a mí me quedan unos minuticos.
—Sí, dame acá.
Le doy el móvil y
Charlie hace una llamada más que corta; unos segundos que indican que ya en
Marianao, exactamente en el Palenque, los espera el Bresia para abastecerlos.
—Estén en talla,
gente, que los ekobios de Mantilla se unirán a los de su zona.
—Como si tengo que
ir solo, gordo. ¡Aprende! —responde Charlie.
—Dale, Magdalena, no
busques más coros que ya nos vamos —sentencia Leo.
No hay palabras para
evitarlo. Sin duda alguna se va a formar. Es por eso que mucho antes llegar a
la parada, me pongo en función de darles el dinero:
—Cuídense, colegas,
y llamen si algo. Yo ahora también voy a resolver asuntos pendientes.
—Es así, hermano,
¡con todo pa’ que respeten! —me dice Leo.
—Tranquilo, Bolito, que
será una pincha rápida, ¡pum! ¡pum! ¡pum! Es más, ahorita nos vemos pa’ fumar un
poco de yerba.
Mientras me alejo
pienso en Charlie y en su buena educación. Ni por un instante se le escapó
algún pequeño gesto de: “acompáñame”. Tal parece que ni lo pensó. De todas
formas no puedo ir. En realidad no soy como ellos. Si ando más frío que la nariz
de Santa Claus. Además, es ya una ley: quien va de gratis siempre sale herido.
Y yo igual tengo que jugarla, pues mi próximo destino será la casa del
zapatero, o la de su mujer, pues ya ni sé. De hoy no pasa que recupere mis
tenis, carajo, me repito justo en el segmento donde empieza a lucirse la loma
de la Tortuga. Prendo un cigarro para que el humo me relaje los pensamientos.
Poner forma y
respeto al personal de zona se trata de no dejar que los otros ensayen contigo,
y para eso no se puede andar inflando. Con tal que ese pillo vuelva a quedar
mal, se ganará unos combos. Uno, dos, izquierda y derecha. ¡Cojones, que todo
son problemas!
Toco en la puerta de
la esposa del zapatero, pero nadie abre. De manera lenta, casi imperceptible,
se mueve una persiana. Este tipo quiere enmarañarme los tenis a cómo sea.
Vuelvo a tocar esta vez con más violencia, y es cuando me sale su mujer:
—Buenas noches.
—Buenas noches, mi
vida, ¿tu esposo anda por aquí?
—El Tico ya no vive
aquí.
—Oye, no digas eso
que una vecina me juró que él acababa de salir, sé que está aquí, dile que
salga...
Hago un ademán para
entrar, pero con suavidad ella me pone la mano en el pecho.
Con más suavidad aún
me dice:
—Papito, que el ya
no vive aquí.
—Entonces cuando lo
veas le dices que… —le digo, pero me interrumpe una voz.
¿La voz de la
inocencia? No lo creo, en esta casa todo el mundo está entrenado para mentir,
incluso este niño que apenas ayer aprendió a caminar y que ahora grita: Mamá,
mamá… ¡Bahh! Como tengo yo la cabeza, lo último que deseo es dar un escándalo
con un niño presente.
—Mira, linda, sé que
ese zorro está por aquí. Si de casualidad viene, dile que lo estoy buscando. Él
sabe por qué… y creo que tú también.
Ella me mira y creo
que intenta aguantar sus carcajadas.
Este tipo se cree
Bin Laden, pero yo lo trabo.
Normalmente, debería
llegarme hasta casa de la madre del Tico, para que él sepa que lo tengo cogido
por todos los frentes. El enemigo debe sentir que eres su sombra para que viva
asediado y pierda toda su energía. Que no pueda dormir. Que no se le pare el
rabo, y que hasta que se le caiga el pelo por la tensión constante… pero ahora
el hambre me tiene un poco débil y no podría así de fácil con la Loma de la
Tortuga. Guerra avisada no mata soldados, me digo mientras regreso ayudándome
con el humo de los Criollos para flotar por las lomas.
Llego a casa y sin hacer
escala me dirijo a la cocina. Le doy un beso a la pura y desesperado por comer
algo, ya que tampoco es saludable cortar peso a base de sufrimientos, me siento
a la mesa y espero a que me traigan por fin la comida:
—De pinga, mima, ¿lo
que hay es sopa?
—Tómatela toda,
Bolito, que está sabrosa y te ayudará en la dieta.
—No tengo mucha
hambre, mima, más tarde quizás —le digo y me levanto, pues en verdad lo que
sucede, es que al menos hoy no soportaría tomar sopa. Me recuerda de lo que
carezco.
Entro al baño para
darme una ducha y relajarme. Prendo el calentador, pero la tibieza del agua
sugiere que he vivido siempre a esta temperatura. Apago el calentador. Me seco,
me visto y sin hacer más escala voy rumbo a la cama. Comienzan los problemas
por exceso imaginativo. No dejo de pensar en que esto no es un reality show. En
que Mantilla es un barrio caliente, ya que hay una pila de maleantes por allá,
y aunque no esperan un ataque, si de momento se unen barrerán a los míos.
Desearía llamarlos, pero que va, a estas alturas me siento en offside. Que la
emboscada en la Caída del Halcón Negro sería una pequeñez al lado de esta. Que
mi última pelea fue en la secundaria, cuando Raúl me levantó a Dalmita, y que
después en el inter-barrio Leo me cedió dos pases a gol que bien pudo haber
anotado a su cuenta, solo para que me luciera, porque éramos contrarios y ella
estaba apoyándolo desde las gradas. Del día glorioso en que al fin pude echar
la placa en el techo de mi casa, y terminamos con las manos hecha mierda por el
cemento. A los días siguientes nos empezaron a decir el trío de las momias
debido a los vendajes. Que entre nosotros nunca importó el dinero, y que los
tiros duelen mucho. Que los ambientosos siempre pactan tablas, pero que los
míos son a fuego, grandes ligas, ¡reales hasta la muerte! Que nunca he visto un
asesinato. Que es hora ponerse duro. ¡Bah! Que voy para allá con los refuerzos.
Es evidente que
cuando uno está decidido, las ideas exactas llegan como por magia. Entonces
salgo hasta mi patio y recojo unas botellas, aunque sabiendo que no serán
suficientes, porque allá hay pistolas. Entonces me alumbro por completo para
emparejar la cuestión. Tengo en el patio un poco de gasolina para mezclar
pinturas. La vierto en botellas de cristal y perforo tapas de pomos plásticos
para ponerles mecha. Unos coctelitos molotov son más que justos. Aún queda
tiempo. De seguro el consejo de guerra en casa del Bresia se extiende. Él les
dará su monserga de: No importa ir cana si se va con orgullo. ¡Hasta de la
prisión se sale! Le pasará la pistola a Charlie, y se quedará para hacer luego
el cuento a sus consortes en cualquier esquina, porque no irá.
Meto la artillería
en la mochila y agarro un poco más de dinero, exactamente la mitad de mi capital.
Y por si no regreso, bajo mi almohada dejo lo que resta a mi purita, junto a
una nota donde le aclaro que ella es lo que más quiero en este mundo. Agarro
además algunos preservativos, pues con estas cosas de la guerra uno nunca sabe.
Salgo sin que mi
madre lo note.
Voy pa’ la guerra.
Me voy pa’ la guerra
en taxi.
Cada cinco minutos
el cerebro me cae en las manos con los baches que sacuden al almendrón. Una y
otra vez lo reacomodo. Sería mejor castigarlos con fuego por los flancos, así
salen asaditos y luego les damos paredón, pienso. Y cuando llega el momento de
bajarme en la esquina de 100 y 51, aunque todas mis cuentas topográficas no
están claras, me siento listo.
Monto en otro taxi
que me llevará hasta Mantilla, aunque de este punto en adelante jamás he
recorrido el camino. Comienzo a fijarme bien en cada atajo, en cada posible
escondite, por si nos vemos forzados a una retirada. Debo llamarlos, necesito
desde ya localizar la posición para unirme a la tropa en el frente de batalla.
Ya casi que puedo oler la sangre. Agarro el móvil y llamo a Charlie: <El móvil que usted llama está apagado o
fuera del área de cobertura>. ¡Candela, ya están batíos! Llamo a Leo,
pero me cuelga, y entonces lo vuelvo a intentar:<El móvil que usted llama no responde> ¡Carajo, espero que no
sea demasiado tarde!
El taxi se detiene.
Tras bajarme observo con cautela el panorama. Una aparente calma se ha
apoderado de las calles de Mantilla, aunque hay un grupo de chamacos
sospechosos que, como postales, debaten la fórmula eterna sobre cómo llegar a
ser un personaje duro. Están jugando dominó, y rodeados además de algunas
putillas con claras pintas de terroristas. Hay otros tantos sentados con sus
móviles en una esquina, que al seguro esperan su turno para entrar, mientras
cuidan la retaguardia. Todos sonríen victoriosos. Tienen que ser ellos. Aquí
son uno para todos y todos para uno. Creo que ya la guerra terminó. Éramos
pocos soldados, pero haré que el sacrificio de mis socios pese.
Tomo un poco de
distancia rumbo a la luneta de un teléfono público, para no levantar sospechas.
Con disimulo abro la mochila y saco el primer misil. Enciendo un cigarro para
aclararme las ideas. Este quizá pueda ser mi último, pero presiento cuan
estimulante será el futuro correcorre de los cuerpos con candela. Tras par de
caladas acerco el cigarro a la tela de la botella, pero justo en ese instante
suena el teléfono y chequeo. Es el número de Leo:
—Oye, ¿dónde están
ustedes?, responde rápido que ya yo estoy en La Palma.
—¿Qué dónde tú estás?
—Aquí, en zona de
guerra y listo pa’ soltar los incendiarios. ¡Dame tus coordenadas, rápido!
—No, bróder,
tranquilo, que el Bresia conoce a esa gente. Los llamó por teléfono y cerramos
el lío. Apúrate, que con el dinero compré yerba y ya estamos en zona.
Son palabras que
calman al instante. A veces Leo tiene la habilidad de soltar frases a nivel de
un profeta que promete vida eterna.
—Oye, pana, yo vine a
darle candela a esta gente —le grito a la bocina—. Ahora vengan pa’ acá o mañana
verán en el noticiero: “El Bolo quemó Mantilla.”
—Coño, Bolo, deja
eso tiburón, ¡relájate!
—Pa’ mí que ustedes
son unos pencos —le digo y cuelgo.
Pasado el sofocón
hay que inflar. Al parecer también es vital promocionar el aguaje. Ya puedo
regresar a casa y con tranquilidad tomarme, o mejor dicho, comerme la sopa. Luego
entre iguales contaré el asunto en alguna esquina. O no, tal vez será mejor
llegar por casa de la madre del zapatero, con toda esta artillería, solo para
conversar un poco.
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