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Boceto del silencio

 

Seudónimo: Rigel. H

   

El hombre llega a la casa y se tumba en una silla del pequeño comedor. El de hoy ha sido otro viaje inútil. Sabe que su esposa debe haber percibido su entrada; podría asegurar que ella lo observa desde algún lugar de la otra habitación. Está agotado. Es bien difícil encontrar personas interesadas en comprar arte en una época de tanta crisis, se dice a si mismo tratando de aligerar de sus espaldas el peso del fracaso. La mesa esta arreglada para comer; Carlos se ha quedado mirando el plato vacío casi con terror en los ojos. La pulida loza parece acusarle desde su blancura impecable; los cubiertos aburridos de esperar, adquieren brillos más intensos ante sus ojos. El último dinero que les quedaba, enviado por los padres de Alice, se consumió casi exclusivamente en la enfermedad de la niña. Apenas quedó algo con que comprar materiales para pintar. Cuan lejanos parecen ahora para Carlos, los domingos en la finca, los caballos, las tertulias en la casa de Marcelo, sus extensas conversaciones sobre el nacimiento de un New Art en la Isla. Ahora, tiene una hija enferma, hace en vano largas caminatas en busca de trabajo y tampoco ha logrado vender cuadro alguno. Hay noches en que las paredes del pequeño apartamento parecen estrecharse sobre él. En tales ocasiones sale afuera a pesar del frío y mirando las luces de las calles de Harlem, piensa en las calurosas noches de su tierra natal…

Alice observa a su esposo sentado a la mesa, sabe que es mejor no preguntarle nada. Mucho menos puede contarle que tuvo que hacer una larga fila como una menesterosa más, para conseguir la sopa que humea ahora sobre la hornilla. Si llegara a enterarse de esto se pondría peor de lo que ya está, quizás le diga que ha vendido algún objeto de valor, de los pocos que les quedan. Mientras se decide a hablarle toma un cuaderno de la gaveta y comienza a dibujar. El hombre que nace en el papel es muy diferente al de hace un año atrás cuando se conocieron en casa de Marcelo; estaba lleno de ideas nuevas, de proyectos por realizar. Pasaban horas conversando sobre el último escándalo en tal o más cual exposición de alguna galería importante. También de las teorías que tenían ambos sobre la relación entre color y voluptuosidad. Ella se sentía fascinada ante tantos nuevos descubrimientos, pensaba entonces que tenían todo un mundo de cosas que compartir. Marcelo, casi un hermano para Carlos nunca creyó que fuera una buena idea que la pareja se alejara de la Isla.

─Fuera de aquí ya no será el mismo, lejos de la luz de la Isla se sentirá asfixiado, no podrá crear más y se derrumbará─ le dijo en una ocasión en la cual ella prefirió no escucharle. No podía imaginar entonces que viviría tardes como esta donde el silencio alcanza dimensiones increíbles, como un ser monstruoso que te acompaña a todas partes, incluso en medio de una discusión, en medio del llanto; el silencio arrastrándote hasta una cueva oscura y fría donde trata de robarte la cordura…

La niña que se ha quedado muy quieta, como sumergida en un sueño muy profundo. Cuando nació, Carlos parecía feliz por el acontecimiento. Luego su llanto comenzó a molestarle pues no le dejaba trabajar con tranquilidad. Su llanto le recordaba que debía conseguir trabajo pronto o al menos vender algún cuadro, aunque fuera a un precio ridículo. Cuando enfermó la pequeña, los padres de la esposa comenzaron a ayudarles enviándoles dinero, aquello era la declaración para Carlos de su fracaso total. La relación de la pareja parecía ser una especie de imán para el infortunio; un obstáculo tras otro, una puerta tras otra cerrándose y la felicidad soñada estallando como burbuja de jabón barato. Luego el clima de esta ciudad ajena para él, los días grises; quizás fuera cierto que necesitara de su terruño para poder crear a sus anchas, para poder respirar, quizás deberían volver antes de que él siguiera apagándose, antes de que todo se apagara.

Sobre las páginas del cuaderno, Alice intenta dibujar una sombra al lado de la figura del hombre; es una mancha leve, tenue, trazada dolorosamente, tanto como lo puede ser la silueta del silencio de una niña enferma. Un viento helado entra por la puerta entreabierta, por donde Carlos se ha ido sin ofrecer explicación alguna. Los platos han quedado abandonados sobre la mesa y un hombre que ya no existe, crece en el papel. La mujer no sabe que magnitudes usar para medir este instante en que dibuja el silencio de su hija, la mesa vacía, la partida de su esposo. Tiene ante sus ojos un lienzo que nunca terminará, que volverá a deshacer una y otra vez hasta el fin de sus días.

 


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