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Doce pesos

 

Seudónimo: Dávide

 

Nunca fue fácil recorrer largas distancias en la región montañosa del norte de Nicaragua. Creer que algún día veríamos carreteras asfaltadas interconectando las comunidades y llegar a las más remotas era una idea realmente descabellada. Sin embargo, yo mismo fui testigo del proceso de construcción de la carretera que ahora llega hasta la comunidad “La Patriota”.

Para trazar la trocha tomaron como referencia una vieja ruta por donde pasaban ruecas de mulas cargadas de producción de ida y cargadas de materiales y mercadería de regreso. Con la trocha hecha lograron que el primer camión de carga llegara a la comunidad y con ello redujeron a la mitad el tiempo requerido para transitar la ruta, al igual que duplicar la capacidad de carga, hacer el recorrido tres veces por semana y reducir los gastos de implicaba el transporte de productos, entre otras cosas. Claro está, eran otros tiempos.

Mi papá fue el primero en disponer su camioneta de doble tracción para el transporte de pasajeros y cargas menores. Él siempre condujo su camioneta e iniciaba los días del recorrido partiendo desde "La Patriota" a las 6 de la mañana y, de regreso, salía de Matiguás a las 2 de la tarde. Recuerdo que llegaba hasta el corral de los Aráuz, esa era su improvisada terminal en la comunidad, ya que las reglas del corral servían de poste para atar caballos con los que terminarían transportando lo que iba en la camioneta.

En la cabina de la camioneta cabían 2 pasajeros y el resto iba en el camastro, por lo que "el chinelas", un amigo de papá, se encargaba del cobro, el cuido de la carga y la distribución del espacio.

La vez que "el chinelas" enfermó, papá me encomendó la tarea de cobrar el pasaje a todos aquellos que abordaran la camioneta en el transcurso de la ruta. Sabía que estaría solo y que era una gran responsabilidad. Pero nunca hubiera imaginado lo que pasaría ese día.

Comencé a cobrar. Sabía cómo moverme en el camastro para que la camioneta en marcha no terminara dejándome tirado en la carretera. Todo marchó bien hasta que llegué a cobrarle a un hombre que hablaba con otro en ese momento, calló, me vio de pies a cabeza y soltó un par de carcajadas. Le insistí sobre el pago diciéndole que ese día era yo quien cobraba el pasaje y que, si iba hasta Matiguás, le costaría doce pesos el servicio. Me respondió que no me pagaría y que dejara de molestarlo.

Pensé que se trataba de una broma, de esas que los mayores hacen a los menores, y que en cuestión de un rato terminaría pagándome. Decidí saltarlo y cobrar a los restantes. Pero después volví donde aquel hombre.

 

—¿Ya me va a dar los riales? —lo enfrenté.

Él volvió a decirme que no, mientras los demás solo quedaron viéndonos. Supe que mi apariencia, la de un joven de 13 años, no estaba a mi favor. Atravesé el camastro de la camioneta y, desde lo más próximo a la ventana del conductor, le grité a papá que un hombre de los que venía atrás no me quería pagar.

Papá detuvo su camioneta casi de inmediato, todos escuchamos cómo las llantas se arrastraron sobre las piedras sueltas de la carretera, bajó de prisa y vino por la parte de atrás. Papá me preguntó quién era aquel que no había querido pagarme. A pesar del miedo, señalé al hombre.

—¡Caballero, bájese! —le dijo papá, quien todavía no había subido al camastro de la camioneta.

—¡No, amigo! Era una broma al muchacho —respondió el hombre y aún sin levantarse de su sitio.

—¡“Que se baje” le estoy diciendo!

—Si aquí tengo los doce pesos. Tampoco me los voy a robar.

—¡Que se baje de mi camioneta, muy cabrón!

—Pero no te pongás malo —dijo el hombre al bajar de la camioneta.

—El niño le pidió que pagara su pasaje. Además, él es mi hijo…

—No lo sabía. Pero ya te dije: era una broma. ¡No seas delicado!

—Me le vas a pedir disculpas a mi hijo.

—¡Tampoco exagerés las cosas!

—¡Que le pidas disculpas, hijueputa! ¡Él anda trabajando!

—Tomá los doce pesos y ya está.

—¡Hartate esa mierda! Y no quiero que abordés mi camioneta.

—¿Qué te pasa, hombre!

—No quisiste pagarle y por pura huevonada tuya. Pues ahora por huevonada mía te quedás aquí. Yo no te llevo.

—¡Come mierda, hijueputa!

—Pues veremos quién se queda comiendo y valiendo mierda.

Yo supuse que pasaría algo terrible en ese momento, imaginé un terrible enfrentamiento a golpes o quizá que el hombre intentaría subirse aprovechando que papá volvía a la cabina. Menos mal que no pasó nada de eso. Aquel hombre quedó a mitad del camino y yo con el recuerdo de ese gran día.

Comentarios

  1. Casi lloro 😥 cuando leí lo primero, estoy apunto de abandonar mi casa y mi comarca en la zona rural de el Viejo-Chinandega. Y sentí esas letras en los más profundo de mi corazón porque tengo mucho miedo del paso que daré. Y lo siguiente me alegro muchísimo sentí el suspenso 😂😂😅😅 y me recordó a las ocasiones que tuve que ver ese tipo de incidentes en los buses de el viejo -potosí.

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  2. Me ha gustado mucho. Ha hecho, además de recordar parte de mi infancia, buscar en el mapa dónde quedan los lugares que menciona. Felicitaciones!

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