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Muslito de pollo o el pollito vestido de azul

 

 

Victoria F. Regal

 

 

¿Qué es un pollito vestido de azul? Un policía

 

Hacía muchos años que en El Mercado Negro se había incrementado la demanda de comida saludable, desde que entró en vigor el etiquetado en la comida chatarra a la gente le dieron más ganas de consumirla.

El impacto fue tal que el mercado de vegetales se vio afectado y terminó por desaparecer. Ahora, estos insumos los consigues a un precio exuberante y qué decir de la carne que solo puede comerse ya preparada en una hamburguesa, unas alitas o las clásicas piezas KFC.

Así que aquí estoy yo, pagando una cantidad de dinero increíblemente ridícula (quedando increíblemente endeudado) por un muslito de pollo. Pensaba prepararlo en un caldito sin verduras, quizá un poco de pasto en lugar de orégano y listo. La boca se me hacía agua y…

 

A todas las unidades tenemos un 2 en la calle González Gallo. Es un 62 con posible 50.

 

Había olvidado apagar mi radio en la hora de comida, y sí, estaba comprando un muslito de manera ilegal, pero era el llamado a un ascenso con mejor sueldo que agregaría zanahorias a mi caldito.

 

Aquí Pérez. Estoy cerca del domicilio. Mi compañero sigue en 7. Iré solo.

 

La noche ya estaba totalmente cerrada; parece que sigue siendo la mejor hora para hacer cualquier cosa ilícita. Corrí hacia la camioneta, dejé el muslito en el asiento, encendí la sirena y arranqué con su respectivo patinar de llanta.

No encontré más unidades en el camino, quizá todas habían llegado ya, aceleré un poco más rebasando a los incautos automovilistas que escuchaban todo menos el güiu güiu de la sirena. Me miraban como si abusara de mi autoridad para ir más rápido «este pinche puerco va por su pedido al Burger King» seguro es lo que pensaban. Pero no, este puerco pagó una cantidad descomunal para prepararse un sano caldito de pollo.

Llegué al domicilio tarde. Había ya cinco patrullas con las luces encendidas.

 

A todas las unidades en dirección González Gallo: nos informan que en el lugar hubo un 86-87. Se recomienda precaución, no podemos comunicarnos con los oficiales…

 

Era una matazón. Había cuerpos de oficiales, civiles, casquillos y armas. Bajé de la camioneta con pistola en mano y un charco de sangre me dio la bienvenida. Avisé por radio:

 

Base, tenemos a varios 88 necesitamos un 2-10 y refuerzos.

 

No los necesitaba pero era el protocolo, igual cuando llegaran ya tendría la gloria de lo que sea que fuera la mercancía del contrabando. Me acerqué entonces a la entrada: un portón oxidado abierto de par en par. Había un caminito de plumas blancas ¡La mercancía era de gallinas! El camino daba a una bodega. Entré, quedándome paralizado, anonadado, con la pistola al costado de la pierna, totalmente descuidado. Mi mercancía estaba deshecha.

Las aves habían visto su suerte en el fuego cruzado y al igual que mis compañeros estaban muertas. Al final de la bodega en una mesita de metal resplandecía un color azul neón, me acerqué sorteando a las gallinas muertas. El azul estaba contenido en una jeringa y a un lado había una caja con un huevo intacto. Me saboreé unos ricos huevitos a la mexicana. El cascaron entonces comenzó a romperse y salió un pico, después otro y uno más. Había tres picos y 6 alas intentando salir del mismo cascaron.

Mientras admiraba tal fenómeno una bala rozó mi brazo. Caí al suelo, rodee debajo de una mesa y me cubrí; saque mi pañuelo del bolsillo y me lo até fuertemente. El plan era: salir del otro lado de la mesa, gatear hasta ver los pies del cabrón que me disparó y pagarle igual. Entonces me percaté de que a un lado de mi cabeza había un pollo mirándome.

Recordé que tenía un muslito esperándome, uno que seguramente iba a echarse a perder; pero aquí tenía un pollo entero. Podía cuidar y alimentarlo a mi gusto hasta ponerle musiquita para que no se le tensara la carne.  Lo resguardé bajo mi brazo y salí echando balazos pa todas direcciones. Distrayendo al enemigo. Llegué a mi unidad, dejé al pollo y vi que salía un camionetón del portón oxidado. El güey iba a seguirme. Me eché en reversa, una vuelta con freno de mano y puro pa adelante.

Voltee a ver la mercancía que le lloraba a mi muslito. Quizá me había pinchado con la jeringa azul porque el pollo ¡Lloraba a mares! En el retrovisor, la camioneta se veía más alejada. Pronto la perdería, me resguardaría en el deshuesadero del Memo y…

—¡Eres un policía malo pío!

Perdí el control de la camioneta y casi choco con un árbol. Me metí en una calle oscurísima y frené. Quizá estaba en shock y por eso creía que el pollo hablaba.

—No tenemos los nutrientes que dicen pío ¿Por qué siguen comiéndonos?

Efectivamente el pollo hablaba ¡¿Cómo iba a comerme un pollo que habla?! Mi día de suerte había terminado ahí. Resignado le dije que los pollos sabían ricos y más en caldito. Se puso a llorar y a contarme que en ese lugar experimentaban con las gallinas. Querían aumentar la producción para abastecer los comercios de comida chatarra, pero algunos presentaban efectos secundarios como el habla.

—¿Me estás diciendo que los cocineros matan pollitos que hablan? —le pregunté

—No, no todos hablamos pío. Yo me caí de la mesa cuando nací y estuve escondido todo este tiempo.

Pobre criatura del señor, tanto tiempo viendo cómo experimentaban y mataban a sus amigos. Quería ayudarlo, de verdad, pero también quería comérmelo.

—Debes ayudarme, pío

—No puedo hacer nada —le dije —Verás, yo solo quiero comerme algo sano como un caldito de pollo. Discúlpame pero es así.

—Sí puedes pío. Eres un policía y mis captores siempre se andaban cuidando de ustedes. Yo tengo mucha información que te puede servir pío. Además ¿Has pensado en una sopa de verduras?

Sí, también lo había pensado pero salía más caro. Aunque aún estaba la cosa del aumento. Si llevaba a este pollo al comándate y nos daba toda la información sobre esta industria podría comprarme todas las verduras que quisiera. Podía dejar de lado los pollitos que ya empezaban a darme pena.

—De acuerdo —le dije— te ayudaré pero tienes que hablar bien de mí. Debes dejarme como un héroe ante mis superiores.

—Tenemos un trato pío.

Lo llevé entonces a la comisaría. Pasé con el comandante, me senté frente a su escritorio y le dije «escuché al pollo» El pollo cantó todo lo que sabía, dio nombres y direcciones. Se planeó una redada a la que no fui requerido. En su lugar se llevaron al pollo, le pusieron un traje azul y hasta le consiguieron una gorra. El cabrón me traicionó, terminó convirtiéndose en un pollicía y a mí solo me quedó un muslito echado a perder.

 

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