Juicio Final
Enrique E. González-Rodríguez
A los veintitrés años, 5 meses y
ocho días del matrimonio, Alberto Alejandro no pudo consumar por primera vez el
amor con su esposa. Simplemente la virilidad no le respondió. Su apéndice
masculino ni siquiera se enteró que él y Yolanda estaban tratando de llamar provocativamente
su atención.
Seis horas más tarde volvió a la
carga con bríos renovados, pero tampoco hubo reacción positiva, o de ningún
otro tipo. El miembro parecía estar en huelga de brazos, extremidades y, sobre
todo, cabeza caída; literalmente. La justificación de tan poco interés por la
acción fue clara y lógica: hay que descansar un poco y todo volverá a ser
normal.
Catorce horas después, dos días después,
un fin de semana después, dos meses después; seguía la misma actitud apática
del murciélago, como Yolanda nombró a “aquello que le colgaba entre las
piernas, dormido y cabeza pa’ abajo”. No había forma de que diera de si por más
que se hiciese para despertarlo.
Como sucede en estos casos de
“intimidad penosa”, Alberto y Yolanda empezaron a aplicar medidas recomendadas
por la sabiduría popular internacional, consultada en Youtube, Facebook, Instagram,
TickTok y cuanta red social les fue accesible.
También indagaron, aunque muy
tibiamente, entre algunos conocidos. Era una búsqueda de soluciones que se
definía “para un amigo” cada vez que se consultaba algo a un tercero.
Lo primero que hizo Alberto fue
renunciar al cigarro, su mejor amigo por casi 40 años. Decisión que se hizo más
difícil porque Yolanda siguió fumando al ritmo habitual. En definitiva, el del
problema era él, ella podía ponerse en Alerta 1 en cualquier momento.
Al mes y medio, de no fumarse su
salud y su dinero, Alberto se sentía mejor, casi desintoxicado del cigarro
porque de lo otro, del mal principal, ningún progreso.
Siguiendo los consejos
impersonales de las redes sociales de moda y de algún que otro programa
televisivo, su tranquila y apacible vida dio un giro dramático. Empezó a
caminar y a tratar de hacer un poco de ejercicios. La idea no parecía mala
porque irle a la contraria a la voluntad sedentaria puede ayudar a evitar el
infarto, cooperar con la circulación sanguínea, oxigenar el cuerpo y más de otras
trescientas doce razones que justifican el sacrificio.
Fue aplaudido y puesto como
ejemplo en la familia, entre los vecinos y los compañeros de trabajo por las
decisiones correctas que estaba tomando para mejorar y hacer más saludable su
vida. Nadie sospechaba la verdadera razón de la toma de conciencia y del cambio
repentino hacia una vida saludable.
Yolanda tampoco lo secundó en
esa tarea. Nada de ejercicios extras. Ella no tenía ningún problema, como ya
sabemos, y siempre estaba dispuesta para la acción sexo-combativa, quien
necesitaba arreglarse era él.
Alberto no cejó en su empeño e introdujo
en la relación con Yolanda dos juguetes sexuales que adquirió de manera
discreta en una tienda especializada de gran reputación; esas que se anuncian
en los horarios de la madrugada y no ponen ningún indicativo en sus bolsas para
ayudar a los clientes a pasar inadvertidos.
Esa adquisición fue una decisión
rápida y poco pensada que le hizo temblar un poco las finanzas, pero estaba
decidido a seguir gozando de su relación plenamente, costase lo que costase.
Los problemas siguieron
creándose en vez de solucionarse. El uso exitoso de los dos sexojuguetones de
manera asidua lo hizo comenzar a sentirse celoso de los mismos. No podía
competir con ellos ni en tamaño ni en eficiencia. Era una competencia
totalmente desleal.
Yolanda disfrutaba con ellos,
incluso con los dos a la vez, ignorándolo a él cada vez más. Esta preferencia
de su mujer provocó que la autoestima de Alberto descendiera seis puntos más y
ya la aguja se situó dentro de la zona pintada peligrosamente de rojo.
El tiempo siguió pasando con el
único resultado de ponerlo más nervioso cada día. Con más de veinticuatro años y
medio de matrimonio en las costillas decidieron buscar ayuda profesional. ¡Al
fin!
La decisión se tomó por voto unánime
en reunión a puertas cerradas, y sin más delegados que ellos dos. Ya era hora de
consultar el problema con un médico, un profesional de la salud, y dejarse de
consejos de los conocidos del vecindario y de los desconocidos encontrados en
Internet.
En la primera consulta el galeno
le recomendó que hiciera lo mismo que él venía haciendo hacía meses sin ningún resultado:
dejar de fumar, bajar de peso y llevar una vida físicamente activa. A pesar de
que ya todo el tratamiento se estaba poniendo en práctica, les recomendó continuar
y esperar un poco más de tiempo, no ponerse muy ansiosos con la situación y
dejar que las cosas fluyeran naturalmente.
Les explicó, con un tono seguro
y confiado, que según las estadísticas mundiales estos tipos de problemas de “disfunción
eréctil repentina” era una situación pasajera que se solucionaba felizmente en
el momento menos esperado.
Alberto no se dio por vencido y
continuo su saludable vida: no cigarro, intransigencia con los carbohidratos y
más ejercicio físico.
A la segunda consulta, dos meses
después, asistió Alberto solo porque Yolanda tenía compromisos inexcusables en
su trabajo y de todas maneras para ella no había nada nuevo ni algún
tratamiento a seguir porque ella estaba sana y disponible 24 x 7. En fin, no
estaba para aburrirse ni perder el tiempo.
En esta ocasión se fue al grano
y a la situación concreta del problema que lo afectaba.
Alberto salió del consultorio fortalecido
espiritualmente y cargado toda la esperanza del mundo, contenida en una receta
de Sildenafil (popularmente Viagra) en su mano derecha. La recomendación del especialista fue que no
se desesperara y que fuera poco a poco, que no consumiera una pastilla completa
al principio para que monitoreara como le asentaba el uso de las píldoras.
- Recuerda que cada organismo
es diferente, la dosis que funciona para uno puede que no tenga el mismo efecto
en otra persona-, le dijo.
Con el corazón lleno de ilusión
fue caminando, -para seguir haciendo ejercicio-, a una farmacia que quedaba
lejos de la casa. Era mejor no levantar comentarios malintencionados en el
barrio. Tuvo que esperar tres días para volver a recoger el anhelado producto
(no lo tenían en existencia, debían pedirlo a la empresa) y pagar una buena
cifra, porque al parecer las pastillas lo valían.
- No me importa el sacrificio
económico con tal de recuperar mi vida sexual, se dijo mientras recogía el
preciado paquete.
Para crear las condiciones
perfectas esperó al fin de semana siguiente planificando un ataque frontal
total con las tropas bien descansadas. Soñó con la venganza que iba a tener después
de tanto tiempo de fracasos sexuales e incertidumbre con la hombría. También
calculó las horas de actividad ininterrumpida que le esperaban y con las cuales
procedería a zurcir la rota moral masculina.
El día escogido llegó. Ese
sábado apacible y monótono despertó tarde y continuó con poca actividad física hasta
las primeras horas de la noche. Preparó cuidadosamente el escenario y decidió
comenzar una hora antes de la actividad prevista, como se lo habían recetado,
ingiriendo un tercio de la pastilla azul, por aquello de que el médico recomendó
de ir tanteando las reacciones y también, -para ser totalmente sinceros-, porque
ese tercio valía lo mismo que lo que Alberto ganaba en cuatro días de trabajo.
Sonó el campanazo inicial y… en
los primeros treinta minutos no había sucedido ninguna acción clara de
erección, solo forcejeo de corte sexual habitual. La decisión no podía ser
otra: Alberto Alejandro salió a buscar, entre malhumorado y apocado, los otros
dos tercios de la pastilla milagrosa.
Cuando regresó Yolanda
jugueteaba alborozada con los falos plásticos, como de costumbre. El encuentro
terminó como ya era habitual, la única actividad física que tuvo fue la de
lavar concienzudamente los juguetes cuando Yolanda se durmió, plácidamente extenuada
por la enérgica autoactividad sexual.
El escenario se repitió en varias
ocasiones con el mismo e invariable resultado. La situación psicológica de
Alberto se deterioró y su autoestima volvió a descender peligrosamente cuando
se agotaron las caras pastillas sin haber obtenido ningún resultado alentador,
aunque fuera parcial.
Si bien la tarea de despertar al
murciélago no se cumplió nunca, los efectos secundarios de los que el galeno le
había hablado sí se presentaban en toda ocasión en que tomaba las “milagrosas”
píldoras: dolor de cabeza, musculares y de espalda; diarreas y nauseas. Era
como haberse sacado la Lotería, pero negativa.
Por ese tiempo Yolanda empezó a
llamarle “El Cueva”, en alusión al lugar donde habitan los murciélagos. Al
principio era una jarana entre ambos, pero con el paso del tiempo y la persistencia
de la nula actividad del miembro masculino, el sobrenombre se fue transformando
en una burla que ya no le agradaba.
El próximo en enterarse de la
situación íntima por la que pasaba la pareja fue el psicólogo, tres meses después
de que se acabaron las píldoras azules.
Referido por el doctor Argüelles,
que no quiso darse por vencido y escaló el caso del paciente con disfunción eréctil
(padecimiento popularmente conocido como Impotencia), a la consulta del sanador
de mentes. Quizás el fallo no fuera físico sino mental, quién sabe.
El loquero (como se conoce
cariñosamente esta especialidad médica) se aseguró, en las tres primeras sesiones,
de que en la vida de Yolanda y Alberto no había pasado nada que los estresara
en los últimos tiempos, que la relación con las respectivas suegras era buena, que
en los correspondientes trabajos las cosas iban mejor que nunca y que cada año les
aumentaban el salario a ambos cónyuges.
Muy a su pesar, el psicólogo
decidió que no tenía nada más que hacer para volver a la normalidad las
relaciones íntimas del Impotente Alberto y la Golosa Yolanda y siguió las
orientaciones para estos casos: los envió
a ver a un terapista sexual avanzado.
Inicialmente la consulta con el
Dr. Ferrer le resultó extraña e intimidante a Alberto. Era una tarde fría -22
de enero- y la oficina médica era una especie de construcción añadida en el
techo del hospital, que no contaba con ningún tipo de calefacción.
Aparte de las inclemencias del
tiempo, que lo malhumoraron desde que salió de la casa, se sintió todo lo
incómodo que pudo al encontrarse hablando abiertamente con un desconocido sobre
las relaciones íntimas con su esposa, lo cual incluía detalles de las posiciones, duración de los orgasmos,
lugares habituales de apareamiento, juegos sexuales previos y un largo y
ruborizante etcétera.
Los sólidos conceptos de
privacidad e intimidad que Alberto respetaba fervorosamente desde la niñez se
tambalearon sobre sus ejes y fueron totalmente ignorados en aras de buscar una
explicación al problema y darle la solución final a su penosa situación.
La segunda consulta fue más
chocante porque tuvo que ir acompañado de Yolanda, la que se mostró bastante desinhibida
y cooperativa, para sorpresa de Alberto. Allí les explicaron a ambos cómo
tocarse más y mejor en la intimidad, cómo provocarse placer intenso y como
alargar el tiempo de la erección.
Todo de manera muy profesional,
pero Alberto se la pasó preguntándose si con la edad que tenía era normal y necesario
que viniera alguien y le explicara a su mujer, de 25 años de matrimonio más año
y medio de intenso noviazgo, qué forma era la mejor para estimularlo en la cama.
El próximo fin de semana,
relajados gracias a más de tres cuartas partes de una Blue Curazao, ambiente preparado
para la ocasión y alta disposición combativa, se decidieron a poner en práctica
todos los trucos recién aprendidos. Ardides y traquimañas que más parecían de
la cosecha de un calenturiento vídeo XXX porno que de las recomendaciones
serias y científicas dadas por un profesional de la salud.
Siguieron todas las recomendaciones
del especialista, de la A a la Z, incluso las más arriesgadas, intrépidas e
inimaginables; pero el resultado fue el mismo: el apéndice masculino de
Alberto, una vez más, perdió por No Erección.
Totalmente decepcionado Alberto volvió
al cigarro, relajó la dieta, desatendió la disciplina diaria del ejercicio y
comenzó a ganar las libras perdidas.
Alberto había sido un tipo
monovaginal y unisexual toda su vida. A pesar de que se fijaba en los llamativos
atributos femeninos de sus compañeras de trabajo y de las mujeres que se
encontraba diariamente, nunca había mantenido una relación fuera del
matrimonio, de lo cual se vanagloriaba.
No había dudas que la situación
de impotencia total en la intimidad con Yolanda lo había desequilibrado, pero lo
que más le molestaba es que sí tenía erecciones cuando veía materiales fuertes
y eróticos, hasta se masturbaba como si no tuviera ninguna afectación mecánico-eréctil.
Agotados todos los
procedimientos científicos, llegó el momento de consultar un amigo, que es lo
que se hace cuando hay un caso tan delicado como este, donde la hombría está en
juego y las últimas esperanzas comienzan a abandonar al afectado
definitivamente.
Decidió dar ese “paso de fe” y
confesar su problema a Roberto. Se conocían desde siempre en el vecindario y a
él podía confiarle su problema.
Roberto era un tipo práctico, era
su mecánico de cabecera. Al dejar la escuela había aprendido en la calle el
oficio con el que ganaba el sustento para su familia y un extra para, -de vez en
cuando-, tener una aventura amorosa extramarital. Un tipo sin mucho estudio,
pero diáfano y franco.
De visita en casa de Roberto, y
ya con varios tragos Alberto se envalentonó y le fue contando la situación tan
complicada y embarazosa por la que estaba pasando después de 26 años de matrimonio.
El problema de la erección nula a
la hora del sexo con Yolanda, que no se resolvía ni con juegos eróticos,
pastillas, mejor salud, consejos técnico-sexuales, con nada. Sin embargo, en
ciertas ocasiones, le confesó, tenía erecciones viendo películas, fotos o hasta
leyendo materiales algo subidos de tono. En fin, lo más extraño del mundo.
Roberto lo escuchó atentamente. Al final del relato, con la
mano sobre el hombro de su amigo, emitió el juicio final del asunto cual sabio
de la vida: - Alberto Alejandro, esa
mujer ya no te gusta.
Muy interesante historia, a cuantos no les habra ocurrido lo mismo que a Alberto Alejandro. Una historia para refleccionar.
ResponderEliminarEs un tema tan "tabú" como común que "sufren" los hombres en nuestras sociedades hispanas, por la herencia del machismo y la pena de no poder hacer un buen papel en la intimidad con la pareja, cuando en realidad el amor por la compañera es algo mas grande que la actividad sexual.
EliminarFelicidades, Enrique, muy buen trabajo.
ResponderEliminarCuando publiqué mi libro te regalo uno.
Alfredo.
Muchas Gracias por el comentario y más por la oferta de recibir buena literatura
EliminarEnrique, una trama en la que no pocos pueden verse reflejados. Y además muy bein escrita. Felicidades. Esteban
ResponderEliminarGracias, este es un "asunto delicado de hombres" que no se comenta cuando ocurre porque tenemos el lastre de la herencia machista de satisfacer a toda costa a la pareja, olvidando que el sentimiento de amar es mucho mas grande que las relaciones sexuales.
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