El único sonido de la noche
Cordelia
Soy periodista y voy a entrevistar a alguien que he admirado mucho. Ella, una mujer bonita que conserva su
belleza a pesar de haber cumplido ya las seis décadas, es de una personalidad
fuerte, siempre se lo he visto en su mirada… aunque de lejos, porque no es
alguien a la que me una ni tan siquiera una lejana amistad. Le dedicó por
completo su vida a Él, gran actor
de teatro, televisión y cine, a quien también he admirado extraordinariamente
por su calidad actoral. Ya Él no
está entre los vivos, o al menos entre los que creemos que estamos vivos
—¿quién sabe?—, y en poco tiempo se le rendirá homenaje; se le dedicará toda
una semana en la que se podrán ver algunos de los filmes en que actuó. Y es que
ya se cumplen 10 años de su muerte… o de su viaje a otra vida, a otro mundo
paralelo, no sé.
Ella también fue actriz, la recuerdo
perfectamente, pero cuando Él enfermó,
su decisión fue darle la espalda a todo y dedicarse por entero a cuidarle, ni
un minuto se despegó de su lado. También por eso la he admirado muchísimo. Al
inicio Él pudo continuar trabajando,
dirigió algunos filmes, pero poco a poco fue empeorando y no quedó otra
alternativa que el retiro.
La revista para la cual trabajo, una de las más populares de la farándula
en mi país, me pidió que la entrevistara. La semana pasada, la secretaria de
nuestro director la llamó a Ella
para concertar el encuentro de ambas. No fue nada fácil conseguir esa cita,
pero creo que el prestigio de nuestra revista colaboró… y también quiero pensar
que quizás ella conoce mi trabajo, no soy de las que andan tras las «noticias»
de los divorcios, las peleas, las infidelidades. No, eso nunca, yo empiezo por
respetarme a mí misma. He dedicado siempre mi trabajo a la profesionalidad de
las estrellas, a sus éxitos y por qué no, también a hablar de sus fracasos
cuando estos sirven de experiencia para poder continuar subiendo por los
difíciles peldaños de la fama y la posteridad.
Desde que Él enfermó, se
mudaron a una casa fuera de todo bullicio citadino. Solo había visto el lugar
en algunas fotos y ahora que me acerco, hasta el aire que respiro lo siento
diferente. El lugar es… pa-ra-di-sí-a-co. Exteriormente la casa, de dos
plantas, parece como «forrada» de piedras en tonos diversos de beis y por la
cercanía de la playa, parecería que la casa fuera parte de la arena, o al menos
sus paredes. La coronan preciosas tejas color ladrillo que a esta hora de la
mañana brillan como si estuviesen acabadas de pintar. Desde el camino que
bordea la orilla puedo ver el majestuoso portal que rodea la casa y pienso que
sería una magnífica idea que Ella
me permitiera entrevistarla allí, con la brisa marina como acompañante.
Decido detener la marcha para disfrutar del paisaje que me transporta a mi
niñez cuando vivíamos cerca de la costa. Ese olor a mar que incluso degusto es
único. Además, la entrevista se concertó para las 10 y quedan unos 15 minutos.
Quiero ser puntual, llegar a la hora acordada, ni antes ni después.
Pasan unos minutos y pongo de nuevo el auto en marcha, avanzo y desde este
recodo del camino ya no diviso el portal, la vegetación costera de esta parte
no me lo permite, ya me voy acercando a la entrada. De momento siento la
sensación de acercarme a la no-vida, a algo inerte, a un pedazo de mundo que se
detuvo en el tiempo hace años. Solo percibo vida en algunas mariposas que
revolotean por los arbustos floridos de la entrada.
Estaciono el auto y apenas me bajo de este, veo que se abre la puerta. Es Ella. Pareciera como si fuera ella misma
hace diez años… el tiempo no ha pasado por Ella,
ni por su cara, ni por su expresión, ni por su andar. Me saluda cortésmente, me
llama por mi nombre y sé que quiso esbozar una sonrisa, aunque no la percibí en
sus labios, sino en sus ojos que de momento adquirieron un brillo diferente.
Me llama la atención la sencillez de la sala, solo los muebles necesarios y
los adornos justos para crear un ambiente agradable. Aquella impresión inicial de
no-vida en mí fue cambiando… Me invitó al portal:
—Sentémonos aquí, es mi sitio preferido y el de Él.
Pienso que también el mío. Le pido que preferiría tomarle primero algunas
fotos porque la luz a esa hora es la perfecta, en mi opinión, para algunas
tomas. Accede. Pero si lo hago así no solo es por la luz y los ángulos de las fotos
que quiero tomar, sino también porque son minutos que ayudan a que el
entrevistado se relaje y en este caso, para serenarme yo también. Tengo que
reconocer que ese sentimiento de admiración que siento por Ella crece cuando la tengo delante de mí
y es algo que se transforma, no sé en qué ni cómo… ni tengo idea ni siquiera de
cómo explicármelo a mí misma. Decido no pensar en ello, me perturba.
Tomo bastantes fotos, ella no protesta, todo lo contrario, me da ideas y me
percato que ya la relación entre las dos no es la fría y distante de cuando nos
hemos visto en otras ocasiones o de cuando me recibió. Hay más calidez en su
mirada, se siente confortable. Yo también.
Me invita a acompañarla a la cocina para servir un té y así lo hago. Ya
tenía la bandeja con los vasos preparados. En un pequeño platillo pone unos
bombones —¡si supiera que son mi debilidad!— y servimos los vasos con un té
frío del cual emana un olor desconocido pero maravilloso. Ella decide también llevar al portal la
jarra por si deseamos más té, ya que los vasos son pequeños. Ambas reímos. Lo
mejor de su sonrisa es la sinceridad que encierra.
Ya en el portal nos sentamos en unas cómodas mecedoras y sin intercambiar
palabra, decidimos comenzar a tomar el té mirando al mar. Ambas con la vista
perdida… ¿en el horizonte?... ¿en la profundidad? Yo no sé cómo comenzar y Ella se da cuenta, por lo que comienza a
entrevistarme. Me hace algunas preguntas sobre mi vida, sobre mi trabajo, y me
las hace de forma tal que me hace sentirme en confianza, así que decido
recordarle algo, un poco en tono de broma:
—La entrevistadora soy yo.
Ambas volvemos a reír. Extraje mi pequeña grabadora del bolso y una libreta
pequeña de apuntes y comencé la entrevista. Algunas preguntas eran sobre Él, claro está, pero eso solo sería el
«envoltorio» de la entrevista, la justificación. Porque en realidad lo que me
interesaba era Ella, su vida
profesional e indagar en cómo y por qué decidió abandonarlo todo por Él.
Al poco rato no estaban allí sentadas una periodista y su entrevistada,
sino dos amigas recordando momentos de sus vidas, compartiéndolos, reviviendo
unos y lamentando otros. Cuando ya el sol había abandonado su cénit, decidimos
entrar y preparar algo de almuerzo. Resulta que a ambas nos encanta la cocina,
así que disfrutamos preparando los platillos que tuvieron un poco de su sazón y
otro poco del mío. Almorzamos y me invitó a descansar un rato en la biblioteca escuchando
música. Me sorprendió cuando me dijo:
—Seleccioné unos cuantos CD, estoy segura que es la música que te gusta.
Y me quedé en una pieza cuando escuché las primeras notas del «Concierto
No. 2» de Rachmaninoff, mi predilecto. ¿Cómo ella sabía? ¿O acaso intuía? ¿O
coincidimos en gustos?
Si bien me sentía muy cómoda hablando con ella, no me atrevería a decirle
algunas cosas… Las dos disfrutamos de ese maravilloso concierto sentadas en dos
butacones reclinables, uno al lado del otro. Al terminar la pieza me percaté
que mi mano derecha enlazaba su mano izquierda. Y me dije a mí misma, no entiendo. Decidimos regresar al portal
para concluir la entrevista. Cuando el cielo comenzó a adquirir tintes
naranjas, rosados, entramos y fue directo a la cocina a preparar una bandeja
con quesos, aceitunas y galleticas, tomó además una botella de vino blanco —¡el
que me gusta!— y entramos de nuevo a la biblioteca.
La inconfundible melodía del «Claro de Luna» de Debussy llegó a mis oídos a
la misma vez que, aún sin mirarla, percibo su mirada dulce, tierna…
Ella se sienta en la alfombra, recuesta su
espalda y cabeza en el chaise lounge.
La veo cerrar sus ojos y suspirar. Me siento a su lado. Nos tomamos las manos y
nos miramos fijamente a los ojos. No entiendo mucho, pero decido que mis
instintos y mi corazón actúen, «desconecto» mi cerebro. Por su expresión veo
que hace lo mismo. Le acaricio la cara con el dorso de mi mano derecha; me la
toma entre sus dos manos y primero besa mi frente. Sus labios bajan endulzando
mis mejillas hasta llegar a mi boca que le entrego sin abrigar duda alguna.
Primero se enseñorea la ternura, en ella, en mí. Después llega el frenesí y los
deseos se entrelazan en su cabello, en mis senos… La melodía del «Claro de Luna»
y nuestros suspiros son el único sonido de la noche.
Es un cuento ameno que te introduce dentro de la trama sin que te des cuenta. Describe de forma minuciosa todo el ambiente que se nos olvida que somos simples espectadores. Aunque durante el desarrollo de la trama se ve que los personajes tienen gustos afines, el final es completamente inesperado.
ResponderEliminarEs un cuento exquisito y delicado, que nos introduce en la trama sin que apenas nos demos cuenta. El inesperado final, completamente creíble dada la afinidad de los personajes, lleva a un clímax sencillamente asombroso.
ResponderEliminarHermoso cuento. Muy bien llevada la trama, te va llevando como si estuvieras ahí dentro, la exquisitez de la narrativa es genial con un toque final inesperado pero a la vez creíble. Me encantó.
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