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El Pantano

 

S Carrington

 

 

 

 

Dedicado a los miembros del Cubo 6, sala 8 del Combinado del sur de Matanzas: Héctor Morejón Domínguez,el Cenaguero, Rafael Gómez Iglesia, Jovellano, Armando Morales López, Matanzas, Maique lArencibia, Badboy,  el profesor, William Grande Domínguez, M .B E, Yadian Michel Rodríguez, BadBunny, Ismel González Gilarte, Luciano, Gabriel Surí Pedroso,  KP3, Félix Damián Pérez  Díaz, negrito, Menor, Jorge Luis Cortina, Rafael Aga Ortiz , El excedido, Carlos Alejandro Oña Ramírez, Carlitín, Pedro Betancourt, Armando Morales  López, El futbolista.

 

 

La citación

El Pantano es la red   inalámbrico humanoide más perfecta del universo, sus miembros son elegidos en forma automática, antes de nacer todos llevan una mancha trasparente en la zona de la honradez y de la vergüenza. El Pantano ha protegido a Cuba del imperio más grande del mundo, para ser automáticamente seleccionado sus miembros deben conocer de antemano algún secreto, alguna violación o abuso de cargo, basta con que uno de los miembros de su familia, ingieran un producto ilegal, abusado de su influencia o renieguen de la existencia carácter legal de esta red, para ser escogido. El Pantano se auto programa por miles y miles de centurias, si uno solo de sus miembros comete perjurio, si mencionan la palabra honradez, sus redes son reforzadas en los sistemas de justicia. Me pregunto algo que sé que usted no responderá:

─¿Pertenece usted al Pantano?

─¡No!

Sabía que usted me iba a responder eso, cada miembro del Pantano se vigila entre sí, a veces, se hace de policía y en otra de ladrón.

 

 

El asedio

 

S. Carrington no era ningún tonto, de hecho, es uno de los privilegiados que conoce el secreto del Pantano. Preso del miedo, como todo conocedor del sistema de justicia cubana, temprano en la mañana salía con su lista de recibos por pagar. Temeroso también de la justicia divina, se persignaba con los recibos que lo atormentaban. Salía a la calle. Habían suspendido muchas licencias. Todo son cuentas ─decía atormentado─ cuentas y más cuentas. Si robo caigo preso, trabajo y el dinero no me alcanza ─entre refunfuños y reflexiones desapareció en la distancia. Podía elegir, para llegar rápido, tomar ventaja por alguna entre calles, pero no lo hizo, caminó hasta Villa María.

El solar era un entramado de hierros, cabillas, tuberías aéreas y antenas parabólicas. El solar por esos días estaba de fiesta. La maestra del gas  que pasa por el medio de la calle, había sido descubierta por las burbujas que salían de un charco de agua. Es gas…es gas ─gritaba la muchedumbre como si hubieran descubierto oro. La premisa fundamental era conseguirse un codo, una unión universal o cualquier tipo de artefacto de plomería que sirviera para enlazar la maestra con las tuberías ilegales. Tulio, el abogado picapleitos, retocaba sus apuntes─ entonces señora ─dijo, reacomodando el bajo de su pantalón ¿Su hijo robó en una bodeguita o en una bodega?

─¿Cuál es la diferencia?─dijo la ingenua mujer. Tulio chasqueando los dedos, ectificó─. En el dinero, mi querida señora ─diciendo esto, sacó un bultico de dólares─. Con este bultico, caminamos un poquito, con otro bultico que tiene que buscar, caminamos otro poquito, despreocúpese, ahora yo tengo que moverme ─decía, mientras estrellaba el tacón del zapato contra el piso, para liberarse de un pedazo de calabaza, pegado al tacón como una plasta de mierda─. Es mejor que sea mierda ─dijo acercándose el tacón a la nariz─. Cada vez que piso mierda me entra dinero, es calabaza ─balbuceó con desaliento, cogió el camino y desapareció.

S. Carrington brincó un ladrillo que taponeaba un salidero evitando tocar la tapizada pared de musgos que crecía en el viejo fregadero hasta llegar a su casa. Observó la pintura que recientemente había dado para contrarrestar el embate del óxido, estaba marcada por unos dedos, alguien sin duda había estado allí, habían tocado con bastante ansiedad haciendo una hendidura en el aluminio. ─¿Quién pudiera ser? ─Se preguntó con los latidos del corazón en la garganta, miró los recibos de pago e introdujo la llave en el picaporte. Una vez adentro, notó la presencia de un papel en blanco sobre el piso. Él era conocedor del Pantano, enseguida relacionó el papel en blanco con una citación; no se atrevía a inclinarse. Estaba paralizado, solo pudo asomarse colgando todo su cuerpo en una pierna. Afuera se encontraba Chicha, una negra de ojos saltones conocedora del secreto del Pantano. Chicha se movía sin dificultad entre la corrupción y el deber. ─Tú sabes que yo digo la verdad─ espetaba con grandilocuencia─. Por eso es que caigo mal. Chicha miró a S. Carrington con recelo, su mirada no expresaba nada, podía estar pasando algo que ella todo lo resolvía con levantar los brazos en forma de saludo comprometido. S. Carrington, pensó en un tal vez, tal vez no sepa nada ─cerró  de nuevo la puerta y miró al papel en blanco. Lo recogió, lo sostuvo con firmeza llevándolo: frente a sus ojos. La nota era escueta. Tenía que presentarse en la cuarta unidad del Cerro. La nota no traía ni fecha, ni destinatario; estaba seguro que la nota estaba relacionada con el saludo de Chicha. Sintió angustia, quizás le estaba prestando demasiada importancia a esto, prendió el televisor, puso una toalla en la espalda del sillón y se dispuso a seguir una serie, tras dos horas televisivas cogió el matamoscas y liberó una que estaba atrapada, golpeó fuerte el matamosca contra la pared; pero la mosca destrozada no se soltaba. Asustado volvió a la puerta, la cual rechinó reclamando unas gotas de grasa.

 En Villa María, una pareja de ratas, merodeaba, sin mucha prisa, buscando algo de comida. Él escuchaba la voz de Chicha; pero no la veía. El letrero que marcaba el número del solar estaba ladeado, cosa que realmente le molestaba. A hurtadillas llegó hasta él y lo dejó lo más alineado posible, después regresó. La pareja de ratas con pasmosa tranquilidad pasó por su lado. Pensó en regresar y apalearlas; pero el problema en que supuestamente estaba metido, lo tenía agobiado. Encendió el televisor y quedó atrapado en su serie favorita. De madrugada volvió a sostener la citación en sus manos, era tan frágil, que si la sacudía dos veces con la misma fuerza quedaría reducida a dos trozos de papel incoherentes; pero era conocedor del Pantano, de seguro habría una copia y otra copia y otra copia. Entonces el pequeño y débil papel se convertía en lago inexpugnable, en un especie de bomba de tiempo. Esa noche sintió de nuevo un pálpito que terminaba en la garganta.

 

 En la parte trasera de la vivienda podía sentir los motores de la fábrica de caramelos, antigua Ambrosía, por la mañana se aconsejó y llegó a la calle Consejero Arango, inclinándose por la goma hasta estar frente por frente a la unidad. Podía darse el lujo de retroceder; pero el guardia de la puerta se le acercó y le preguntó si quería ganarse algún dinero. ─Usted─ dijo el guardia con voz baja─. Usted ve el perro aquel ─le dijo señalando hacia la esquina─. Ese perro lo atropellaron ayer, si se revienta el mal olor llegará hasta aquí, los guardias no quieren cargarlo, cincuenta pesos no están mal para comenzar el día, como en La Matriz, supe que usted era el elegido ─le entregó el dinero echo una bolita─. Cincuenta pesos son buenos ─repitió mientras Carrington, estupefacto se dirigió hacia el animal, intentó arrastrarlo reteniendo la respiración, pero el cuerpo estaba pegado junto a sus fluidos y al tirar de él comenzó a fragmentarse, un olor fétido escapaba de sus entrañas. Buscó un trozo de zinc, desde un auto manejado por una mujer vestida de blanco le gritaron ¡Cochino!  El guardia se río.  De regreso S Carrington estira una mano y le entrega la citación. El guardia se aparta y dice: ─Usted está citado─ le cambió el tono de su voz. De forma imperativa y directa dijo─¿Por qué usted no me dijo que estaba citado?... lo del perro podía esperar. Siéntese en aquel banco, deme todo lo que tenga arriba y no se acerque a la puerta.

Lo primero que me quitó fueron los cincuenta pesos. Las horas en el banquito de los acusados pasaban lentas, casi inamovibles, cada vez que pasaba un oficial, le sonreía, las fotos de altos dirigentes colgaban de las paredes, dándole al interior de la unidad un carácter ceremonioso. Sobre las 3 de la tarde, el fluido ir y venir en la unidad, pasó de la cogestión al silencio absoluto. El guardia de la puerta había sido relevado, le dolía la espalda y tenía hambre un hambre feroz. Un oficial de baja graduación dijo, puliéndose la punta de las botas con un papel. ─¿Por qué usted está aquí?─Recibí una citación─ respondió con cierto aire de esperanza. ─Si recibió una citación a mí no me interesa, yo con lo que tengo que ver es con que usted almuerce. Lo voy a bajar para el calabozo para que usted almuerce o coma ─dijo─. Hoy es lunes para el viernes debe haberse resuelto este problema y usted no puede permanecer sentado hasta el viernes. ─Bueno, porqué usted no me deja ir y yo vengo el viernes─, murmuró S Carrington, modulando el tono de su voz…─¡Dejarlo ir!… ¿Usted piensa que somos comemierdas?...¿Usted podría guardia?.. fugarse… ¿Sabe lo que me puede pasar?

 

El celador no rompió con mis expectativas, era un gordo barrigón que merodeaba fácilmente los cincuenta años, estaba acostumbrado a lidiar con hombres alcohólicos, con problemas de todo tipo. Quítate los cordones y el cinto y sácate los bolsillos, no quiero que te ahorques, hice lo que me pidió en forma voluntaria, “hacia afuera los bolsillos”, “hacia afuera”, me replicó, le entregué sesenta pesos con algún menudeo, también le di la llave de la casa y los comprobantes del pago de los recibos. ¿Por qué está usted aquí? Su pregunta me hiso mirarlo de frente, yo no sé porque yo estoy aquí. ¿Usted no es el de la citación?  Sí, sí, yo soy el de la citación, pero le aseguro que en todo esto hay un error, le dije en tono esperanzador. Lo primero que te voy a decir es que yo soy un simple calabocero, encendió un tabaco y se frotó la barriga, yo de entrada no fui quien te mandó aquí, quien te mandó, me dijo levantando los hombros es cosa de allá arriba, hoy es viernes, de echo todos los pinchos gordos se fueron, lo mío es evitar que la gente se fugue, que te dé por ahorcarte o por ahorcarme, yo, los he visto replico el calabocero entrar radiantes y salir con las patas por delante; cambiando el tema, las dos bandejas que se encuentran allí sobre la mesa son tuyas, una pertenece al almuerzo y la otra a la comida, son idénticas: fritura de tiburón, arroz con gris y un pan. ¿Por qué las miras así?, me preguntó sin darme tiempo a responder, no vas a comer, eso significa que estas plantao, plantao, si es un término que resume las palabras huelga de hambre, plantao, te informo que no tienes derecho ni a visitas, ni a colchón, a mi puerco le vas a caer bien, porque él ve en cada plantao un aliado; ya que su sancocho aumenta en forma considerable. Yo no estoy plantado, le dije. Casi tu bandeja cae en el sancocho, eres un chico avispao. Después que comí, me dio un golpecito por el hombro y me dijo tengo que meterte en el calabozo. Pasamos una reja la cual bloqueaba la luz de un cuarto hediondo. Un olor penetrante a chicotes a culo a cojones, daba la bienvenida, tras mis espaldas la reja se cerró deslizándose, acto seguido, un cerrojo chirrió, aspiré , la última bocanada de aire fresco, antes de entrar, que dios me ampare,  dije resignándome hacia mi interior, esto es duro, peor de lo que imaginaba,  si al menos pudiera sentirme culpable

 

Sentía que mi situación se iba poco complejizando. Hacia donde quiera que miraba predominaban los balaustres y las rejas, el aire se sentía pesado, los brazos de algunos reos colgaba en forma inerte, vestidos por el cansancio el ocio  y la rutina, eran brazos sin rostros, brazos multicolores.

─Salgan a desayunar ─gritó el carcelero y saquen los colchones. Ese chocolatín, dijo un detenido, me tiene el estómago acabado, es una diarrea con una tiradera de peos que me mata, mientras tiraba una pequeña bola de papel y la recibía con la mano contraria, hay que comérselo o tomárselo, dijo el puro enfatizado con un movimiento de la cabeza estos cabrones te van debilitando. Sobre una de las paredes me llamó la atención un número de teléfono. Es de tarjeta, me dijo el menor y esta pinchado. Ese teléfono deberían darle el grado de comandante o primer ministro porque mira que ha resuelto casos.  La risa colectiva no se hizo esperar, el teléfono y los chivatos que hay en este puto lugar, yo quisiera saber el nombre de uno solo para hacerlo cagar pelos dijo un mulato que se apellidaba Leiva. Tú puedes ser el chivato, dijo uno que se hacía llamar el guajiro. Repíteme eso dijo Leiva amenazando con estrellar el desayuno contra el rostro del guajiro. Dejen eso, ustedes los presos en vez de unirse se fajan unos con otros. Usted amigo me dijo poniéndome la mano sobre el hombro está más complicado de lo que yo mismo suponía, está acusado de secuestro y desaparición, con la agravante de falsificación de documentes y otras mierdas que le están saliendo y lo peor del caso es la instructora que le pusieron, pregúntele usted mismo a los presos quién es la instructora Cero. La instructora Cero me dijo Cortinas es la pesadilla más grande que puede tener un detenido. Cortinas era un negro achinado que dada su sanción, lo tenían de pastillero, él servía el  almuerzo   y ayudada  en lo que podía al calabocero, mientras los día pasaban, sus penas se iban mitigando,  aunque como se dice en buen cubano, estaba  hervido,  a él se le acusaba de lecciones graves con peligro para la vida, dicen que había golpeado salvajemente a su mujer, por cuestiones de infidelidad pero la verdad de la verdad, solo la sabía él, en ocasiones le vi secarse las lágrimas, sufría mucho y se ahogaba en su sufrimiento,  era una bomba de tiempo, su carácter  variaba de la amargura a la violencia, no era un delincuente, su matrimonio estaba sentenciado y sus celos y la  bebida lo habían convertido en su propia pesadilla, los dolores en sus nudillos, día tras día, le recordaban lo que había   hecho, el rostro inmaculado de su esposa y madre de sus hijos, era sustituido en sus pesadillas por la cara de una mujer golpeada por un animal , por ese animal que todos llevamos dentro, que aflora mostrando lo peor del ser humano. Este, cree le decía en forma sumisa al celador echamos agua, barremos esto. Para él era muy importante cada rayo de sol, cada oportunidad frente a la luz, ya que estaba sentenciado. La señora Cero tiene un halo de leyenda, en treinta días que llevo aquí, he oído todo tipo de historias sobre ella, los oficiales viejos la conocen por el sobrenombre de la Sabuesa porque antiguamente ella olía a los presos y dicen que en ocasiones pasaba por el pasillo y afirmaba, ahí está fulano de tal y efectivamente, allí estaba. Era una mulata flaca bien parecida, pero tenía una boca que era un escusado. Yo soy la oficial Cero, cero disparos porque lo han hecho y han fracasado, cero brujerías, he sido la mujer que más pingas he visto, golpeaba con las tofas los testículos de los violadores hasta que apareciera sangre, que ella la llamaba la menstruación de los delincuentes. Un día   me llamó para su oficina,  con todo lo que  había  oído los testículos se me redujeron de tal forma, que no me los encontraba, esa noche había un frío que le roncaban los putos nervios, cuando el guardia me retiró las esposas, ella apareció de repente, encendió  la luz y te golpeó dije interrumpiendo de golpe la conversación, te desnudó, Cortina respondió con la cabeza en forma  negativa, su oficina estaba llena de gigantografias de mujeres golpeadas, empezando por mi mujer pero esa mujer es un monstruo, le dije, en un tono casi imperceptible, él no me respondió, de sus ojos brotaron dos lagrimones, se alejó  diciendo esa es la instructora que cogió tu caso

Bueno ya han hablado bastante, entren, cuídeme y yo los cuidos si van a fumar no dejen colillas sobre el piso. Una vez  adentro el calor era insoportable, las horas parecían condenadas a no pasar,  si entraba algún payaso era bueno pero lo que más penetraba la reja era la mentira y la desconfianza,  yo tenía sembrado dentro de mí un terrible enemigo, la claustrofobia, cada llegada de un nuevo detenido para mi significaba una persona más consumiendo oxígeno, si era fumador, mucho peor,  mucho calor, aquí adentro le comenté a un mulato  y las camas de cemento están tan pegajosas que uno puede quedarse pegado, él me miró con desdén,  escupió hacia una esquina y refunfuñó, la humedad me está matando.

El sonido crujiente del cerrojo era una especie de alarma de muerte, el cerrojo sonaba para entrar o sacar a alguien, para extraer a los interrogados o para devolverlos a su celda o simplemente sonaba emitiendo un silencio  ensordecedor que trasmitía la sensación que se habían olvidado de ti. La imagen de mi madre, que era fallecida, en los momentos en que quedaba preso de mis pensamientos, me era inevitable, madre créeme que he tratado de recordar aquella oración que me regalaste  cuando era niño pero no la recuerdo, tengo miedo pero nadie lo sabe, ampárame si te es posible, amen, será  Elegua el que me habrá encerrado, aquí tengo todos esos santos llenos de polvo, tampoco cumplí  con la promesa que le había hecho al viejo Lázaro, si al menos  pudiera saber de qué se me acusa, tengo algunas caquitas del pasado pero nadie sabe nada, de eso no puedo desesperarme, no puedo cambiar días por años, es como dice el presidiario de la esquina  de la casa el No, es una sola puerta. Pero el Sí conduce a más y más puertas la rutina de los días es lo que mata pero siempre entraba alguien diferente,  yo no sé por qué estoy aquí, repetía un hombre de aspecto delgaducho, su movimiento era errático, sin lugar a dudas, yo soy Collins, el boxeador, a mí todo el mundo me conoce porque yo cazo cangrejos, además de su aliento etílico él hablaba  con una especie de deje que por unos instantes se le podía confundir con un haitiano, sin embargo al escucharlo con atención, su verdad salía a flote , yo soy analfabeto, la blanca esa del poder popular, es una ladrona , todos los materiales del ciclón, los ha desaparecido y nadie dice nada porque ella es fina y es rubia, yo tengo el mal de Parkinson, yo bebo todos  los días porque me tiemblan las manos pero me desvelo por las pesadillas, entonces veo el trapicheo, el mete y saca colchones, cabillas por aquí, sacos de cemento y no pasa nada porque es donación, entonces cuando vino la comisión del ciclón, tengo un  pensamiento malo, murmuró en forma casi imperceptible  dirigiéndose hacia el baño orinando a distancia, llenando el piso de una estela de orine,  cuando vino la comisión yo le enseñé mi papel, dieciséis tejas,  un saco de cemento y mi colchón, le dije dame lo mío que yo te sé y me dice que no hay, que va llamar a la policía, entonces me hice la idea que estaba  cogiendo un cangrejo y la saqué de la cueva, esa que es la oficina donde están los materiales, dame lo mío maricona o te mato. Por las noches el boxeador seguía en su rin: izquierda, derecha, al centro, derecha, izquierda, a las costillas, cuando este se llevaba las manos hacia la nuca y se preguntaba el por qué estaba allí, muchos de nosotros, falsos abogados, le decíamos que no dijera más, que la iba a matar, tú eres un alcohólico y tú no te recuerdas, no amenaces, porque en la prisión también existen anormales como tú le dijo el guajiro, pero cuándo me van a soltar. Su pregunta quedó en el aire como tantas otras, todos éramos, socios del silencio, cómplices de un entramado en el que todos TODOS éramos sospechosos habituales.

─¿Pertenece usted al Pantano?

─¡No!

Sabía que usted me iba a responder eso, cada miembro del Pantano se vigila entre sí, a veces, se hace de policía y en otra de ladrón.

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