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La última taza

 

Seudónimo: Avi Tovar

 

A unos les quita el sueño. A otros les ayuda a concentrarse. Algunos afirman ponerse de buen humor cuando lo prueban. La mayoría dice tomarlo como pretexto para la charla. Yo lo uso como relajante. Había discutido con mi esposo y tantos gritos me alteraron los nervios, por eso preparé café, esperaba que la suave fragancia de los granos tostados hiciera su trabajo. Fue el regalo de una amiga como recuerdo de un viaje a Centroamérica; según ella, el bouquet y el sabor denotaban la buena calidad del producto. Al percibir la esencia, de manera inevitable mi boca salivó. Me serví un poco y fui a la estancia, le pedí a Alexa encender la bocina. De los altavoces emergió la potencia del réquiem K 626 de Mozart. Me dejé llevar por la sinfonía, agité los brazos como si fuera director de orquesta y casi estrello el recipiente contra la pared. La parte final me llena de nostalgia, escuchar la sequentia III después de haber reñido sería demasiado. No quería llorar, así que opté por avanzar a la siguiente pista, la suite No. 3 de Bach, la situación mejoraba. Coloco el pocillo humeante en la mesa de centro. Escucho bullicio de gente arremolinándose y subo el volumen para no ser perturbada. Me acomodo en el sofá y doy la primera cata. Experimenté una agradable sensación apenas sentir el líquido caliente fluir por mi cuerpo. Alabada Etiopía. Mi esposo sigue en la cocina. A veces lo odio tanto, es un bruto, el cardenal marcado en mi rostro sigue doliendo. Nuestra hija permanece encerrada, no le gusta vernos pelear, le prometí que no pasaría otra vez. Un nuevo sorbo al elixir. Bienaventurado Kaldi. Respiro hondo. Cierro los ojos y trato de olvidar la escena. Disfruto la melodía. Estoy en paz.

Tocan a la puerta. Es probable que llevaran tiempo haciéndolo, los golpes contra la fina madera resonaban insistentes en el interior del hogar. Con fastidio, aviso al ser del otro lado que pronto abriré. Tuve que alzar la voz para escucharme por encima de las cuerdas del aria. Apuro el último trago y me levanto. Me concentro en identificar los matices de la bebida que recorren mi garganta. Llaman de nuevo. ¡Ya voy!, les grito. Carajo, digo para mí. Veo por la mirilla. Comienzan las primeras notas del Verano de Vivaldi. Hay dos oficiales; atrás de ellos, una multitud expectante. Con tiento, abro la puerta. Me ordenan levantar las manos. ¡Están llenas de sangre! Múltiples voces me lanzan injurias. El flash de las cámaras me ciega por un momento. Un hombre me sujeta y otro cruza como ráfaga en la vivienda. En la recámara, mi hija llora escondida bajo la sabana. En la cocina, con el cuchillo utilizado para pelar frutas clavado en el cuello, mi esposo sufre los estertores finales. “¡Le advertí que ya no lo hiciera!” “¡No debía tocarnos más!”, le suelto al policía. Se lo dije anoche, al tomarnos la última taza de café. Se lo repetí hoy, al atravesarle el corazón.

Antes de salir aspiro con fuerza, deseo guardar en mi memoria el magnífico aroma impregnado en la casa.

 

 

 

 

Comentarios

  1. Maravilloso cuento. Soy fanático del cafe y desde el principio me atrapó.

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  2. Gran final. De verdad no me lo esperaba.

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