Almas
limpias.
Seudónimo: El Flaco
“Toc,
toc, toc” sonó secamente la puerta. La mayoría de los visitantes abrían y
pasaban voluntariamente. Pero Patricia Montero no tenía todavía tanta
confianza.
Como
siempre llevaba una blusa, esta vez negra, descotada, que permitía ver los
tatuajes de su cuerpo, uno en el hombro, un corazón, y otro en la parte
superior derecha de su espalda, una rosa. Venía pintarrajeada, guapa podríamos
decir, perfumada y fresca.
Sin
embargo, le urgía contarle algo a Pablo Álvarez, su amigo, su mentor, su casi
amante, su casi hermano por el tiempo que llevaban conociéndose e intimando.
“Tiene
las nalgas más paradas y los cachetes más rellenos ¡Uy! Que bella” pensó Pablo
mientras le servía un café en una tacita de peltre.
Hola
¿Cómo están tus padres? ¿Y tú abuelita? La gallina que me trajiste la tengo
enjaulada, qué tal el campo ¿Les ha llovido? ¿Y el gallo? Me metiste en un
problema, me dio pena la otra vez ¿Quién venía en la camioneta? ¿Era tu papá?
Seguro que les dijiste a todos que yo necesitaba un gallo y una gallina, tú si
eres inventadora Patricia, todo lo que tengo que hacer por ti, hablaba Pablo
poniéndose una franela, pues a esas
horas de la mañana todavía no se había vestido completamente.
Hacía
todo lo posible por ir engranando los hechos, las emociones y las ideas desde
la última vez que se vio con ella. Así de sopetón le dejó la gallina y se
marchó con el gallo, altivo, pinto y espoleado. Luego cuando le preguntó por el
animal por teléfono le contestó tan tranquila “El gallo a lo que iba”. Supuso
que lo habían matado, en el acto. Ella le había prometido que no, pero ocurrió
esa horrible fatalidad.
La
casa tenía aproximadamente mil metros cuadrados, un caserón para una ciudad de
mediana envergadura económica, dividida en varias secciones. Como era invierno
la mitad del terreno estaba sembrado de maíz, espigado hermosamente, casi
tocando el cielo, zumbado por las avispas, rodeado de caraotas, batatas y
auyamas. En casi el centro se levantaba el gallinero, de unas diez gallinas, la
otra, la que trajo Patricia estaba aparte, en una jaula de hierro con mecates.
También estaban un área de tanques de agua, un estacionamiento y la cocina con
sus respectivos compartimientos.
Al
fondo, al abrigo de unos olivos, americanos y no los de los cuentos orientales,
donde reposaban resembradas plantas de mangos, tamarindos, guanábanas y cacaos,
permanecían dispuestas sendas sillas de mimbre y una mesa improvisada sobre dos
desvencijados bloques de arcilla.
En
este sitio Pablo prefería alejarse para hablar con Patricia. Allí no se
escuchaba la bulla de la calle, los motores de los carros y el trajín de los que visitaban la casa por
distintas urgencias.
─¿Entonces?
Cuéntame ¿Qué le pasó al gallo?─ le preguntó
Pablo. Más que saber sobre la suerte del animal le llenaba de ansiedad
irse al rincón de las sillas, al cobijo de los olivos, porque ahí solía
acariciarle las manos y frotarle las rodillas. Arrastraba seis lentos meses sin
hacer el amor con una mujer, aún así le
tocaba ser respetuoso con ella.
─Ahorita
te cuento. Permíteme contarte una cosa primero… mejor cuando estemos a solas─ a
Patricia tenerlo como sus oídos la
excitaba, le entraban de vez en cuando ganas de entregársele también a él, pues
en una ocasión tuvo la gentileza de confesarle las veces que había hecho el
sexo con sus novios tóxicos. Eso la estimulaba pues como mujer y no se
consideraba a sí misma una sucia, ni una perra cualquiera.
Pasaron
frente a las gallinas, frente al maicito, frente al arbolito de flores moradas.
A Patricia nada del entorno la cautivó,
portaba un nudo de problemas entre las paredes de la garganta.
─Vengo
molesta Pablo─ dijo sonriendo a medias. Él la conocía bien y por las señas
entendió que el problema no era uno de vida o muerte como la primera vez cuando
la cargó al médico porque estaba dizque embarazada.
─¿Qué
pasó? Te veo mucho mejor ¿Te limpiaron por fin?─ le preguntó irónicamente─ ¿Te
quitaron el peso de encima?
Ella
se le quedo mirando unos minutos, lo realizaba por costumbre, era como su rito
de inicio.
“Ando
caliente con mis hermanos, con mi mamá, con mi papá… Ya sabes mi vida loca─
abrió la boca pelando los cortos dientes que respaldaban una linda encía rosada─
Mi hermano se ensañó contra mí injustamente, ellos no me pueden estar acusando
sin saber. Dicen que le ando encabronando una situación a mi papá. Yo tengo una
amiga con la que asisto al gimnasio, con ella comparto todo el tiempo cuando
vengo a la ciudad. Sabes, vamos al gimnasio, hablamos, salimos de compra y como
ando para arriba y para abajo con mi papá
entonces él también se la pasa metido en su casa. Ahora mi mamá dice que
mi papá se acuesta con mi amiga, yo sé que no, es así Pablo. Esa amiga mía
posee su marido. Además, está enamora de otro tipo que no vive ni aquí en esta
ciudad, que se encuentra en la capital ¿Tú crees que le va a parar a mi papá?
Pero apenas exige algo él se lo va a buscar rápidamente. “Quiero una torta con
chocolate” va y le trae una con doble ración,
“quiero ir al mercado”, mi papá va a toda velocidad a llevarla. Él está
enamorado como un niño ¿Qué? Sí, mi papá ya saltó los sesenta años. Sí, la
crisis de la tercera edad. Bueno, entonces mi hermano molesto porque la otra
vez, como él es que le maneja las cuentas a mi papá, verificó en el banco y vio
unos gastos de un pollo asado. Por eso
dice que mi papá le compra comida a mi amiga.
Y en estos días porque andaba con ella por el centro comprando un
pantalón y una blusa y me observó ahora cree que estaba comprando ropa con los
reales de mi papá. Yo sé que mi amiga no
es ninguna tonta, pero de allí a pensar que se está acostando con mi papá es el
colmo de los colmos”
Pablo
estaba impaciente, tomaba todo el aire que podía en sus pulmones. Esta vez no
le acariciaba las piernas, debía escucharla. Se limitó a rozarle con los dedos
entre las comisuras de los pantalones rotos a la altura de las rodillas. Con un
gesto le acarició levemente los pies.
─No
te sulfures por eso. Todas las familias pasan por situaciones tensas. Ocurre
también cuando no salimos y nos enfrascamos en el mismo lugar, no airamos
nuestras emociones─ le explicaba. Le costaba entrar en la intimidad. La escena
se le tornaba ya incómoda, pesada, áspera.
“Lo
que me provoca es irme lejos Pablo. Mi mamá y mi hermano me formaron un peleón
“¡Ahora sí, comprándole ropa a esa mujer!” Esa amiga mía es una chama, tiene 27
años y es mamá de un niño, lo que no me gusta de ella es que no para de hablar, tú llegas a su casa
y habla que te habla. Así que mi papá se le pega, yo sé que está enamorado de
ella, pero mi amiga ni le para. Sí, entiendo lo que me dices, que es normal que
se enamore a esa edad de una más joven, me salpican las rabias también con mi
papá. Fue una tía mía la que armó todo este rollo, porque esta amiga mía
estudió con mi mamá y desde esos días viene el chismecito de que mi papá se
acuesta con ella. Lo que me enervó la sangre fue lo que me gritó mi hermano “Te
la pasas con el tipo ese, el que fue tu marido. Aquí no lo quiero ver, si viene
lo saco a patadas”. Eso no es problema de nadie Pablo, ni de mi hermano ni de nadie. Si quiero volver
con mi ex es una decisión mía y el único que me puede prohibir llevarlo a la
casa, si nos enganchamos de nuevo, sería mi papá. Son chismes pablo, chismes
regados por todos lados. Ahora el otro tipo…”
─¿Cuál?
¿El legítimo o el ilegitimo?─ inquirió Pablo. Sabía que con los dos
Patricia había tenido amores.
─¡Con
el psicópata Pablo! ¡El psicópata!─ repitió despectiva─ Lo odio. Me anda
averiguando la existencia. Sabe todo de mí como si me estuviera vigilando.
─¿Y
sería él quien te hizo la maldad?
“¡No!
Eso es otra cosa. Mi prima se encontró con mi ex. Sí, con el otro, el legítimo,
y le explicó lo que yo creía. “En verdad a Patricia le tenían un trabajo
montado”. Por eso se le devolvió toda la maldad a la Malula esa, que anda como
loca, loquísima. Me escribió y yo a ella ¡ay! nos dijimos de todo. Se le
volaron los tapones, anda de gancho con un muchacho de 16 años. “Lo que a mí me
sobra a ti te falta” me dijo. “¿Qué? ¿Qué te sobra a ti chica” le pregunté.
“Maridos, maridos, huevos. Tengo al que era tuyo y a varios más que me
mantienen”. “Marginal─ le contesté─ por lo menos yo soy ingeniera, a ti lo que
te falta es estudio. Hasta mi mamá te ganó que se graduó de periodista”. La
Malula y yo tuvimos un peleón “Dime para vernos, para matarnos a golpes”. “Dime
pues, pon hora y fecha” la retaba. Ay, no vale la pena, está vuelta loca. Es
que esas cosas son así, se regresan, ella está acostumbrada a lo malo, pues se
le regresó su maldad. Cuando yo vivía con mi ex ella me enviaba panes y quién
sabe con qué maldición adentro. “Andas por ahí flaquita y yo en cambio tengo mi
rabote perra” me recriminaba por mensajes telefónicos. “¡Claro! Con esos panes
me mataste desgraciada” le escribí. Esas cosas existen Pablo. Ya me limpié.
Camino bien. También limpié a mi papá. Anotaron su nombre en un papel y el
gallo botaba una baba como pus por la boca. Hay que ver, los animales saben cuándo
los van a matar, ese gallo pelaba los ojos horribles y paraba las plumas
nerviosísimo ¡Uno si está lleno de suciedades Pablo! Finalmente el gallo cayó
muerto, torciendo las patas ¡Me asusté tanto Pablo! Porque el hijo de la señora
es y qué materia y se trancaron a hablar con un espíritu que se transformó en
un tal Don Matías ¡Ah! Mi hermano consiguió los velones en mi cartera, ese es
otro cuento. Entonces mi cuñada tuvo que inventar que le planeaba una brujería
a mi hermano. Ese fue otro lío “¡Marta me está echando una brujería!” Esto lo
enfureció más, porque jura y perjura que yo le busqué el brujo a su mujer, que
le compré los velones y que le gastó la plata a mi papá sin consideración a mi
mamá ¿Tú crees que yo le pueda hacer una ratada de esas a mi madre? ¿Tú crees
que yo pueda andar con mi papá haciendo algo tan sucio como eso?”
Patricia
comenzaba a sudar por el sol de las diez de la mañana, por lo que tuvo que
mudar la silla a una sombra. Sus cachetes se sonrojaron un poco, tanto por la
vergüenza como por la rabia. Intentó tocarle la mano a él, pero se contuvo porque le pareció desabrido.
─Dijiste
que lo traerías vivo. Ahora la tengo solita encerrada─ Pablo señaló el corral
de las gallinas. Lo dijo sólo para disimular lo incómodo que se sentía, allí
escuchando toda esa retahíla de babosadas familiares.
─Lo
sé Pablo. Me dio mucha lástima que lo mataran, no hubo más remedio─ asintió
Patricia con una falsa bondad.
El
teléfono de ella repicó varias veces, hasta que lo contestó: “¡Alo! Sí, estoy
en la casa de Pablo”
“Mi
amiga ahora quiere que le cuente todo. Yo le aconsejé que se quedara tranquila,
que demasiado hizo con recomendarme lo del gallo, que desea hablar con mi mamá.
Las conozco, lo que puede surgir es otra pelea”.
Pablo
le pasó las yemas de los dedos sobre la piel de sus rodillas y le parecieron
más morena. Las acarició suavemente, no hallaba qué decir. En realidad, era una
madeja que él no podía desenredar. Había muchas puntas y nudos, el papá, la
mamá, la tía, el hermano, la Malula, el ex, el psicópata, la amiga , los
amantes, la cuñada, el entrenador del gimnasio, el calor del campo, la ciudad,
la angustia, la alegría, la flacura, el culo grande y otras triquiñuelas más .
Cuando ya iban a zanjar el asunto por ese día con una frase contundente que
seguramente expresaría Pablo, Patricia interrumpió la escena de tensión.
─Además
Pablo ¡Me salió el diablo!─ afirmó sudando más.
─¿Qué?
No me digas.
“Sí,
me salió el propio diablo. No, así no. Era un diablo rarísimo. No poseía rabo
ni trinchete. Estaba dormida, abrí los ojos y estaba frente a mí, con la cara
diabólica, monstruosa. Digo yo que era el diablo con una capucha negra de la cabeza
a los pies y con sus dos cachos puntiagudos. Se encontraba a mi lado como
deseando hablarme. Grité con todas mis fuerzas y mi mamá surgió para auxiliarme
“¿Qué pasó hija?” Así que sigo bravísima con mi papá y mi hermano ¿Cómo se
atreven a llevar al psicópata para la casa?”.
“Toc,
toc, toc” sonó la puerta. Los perros latieron, repicó el celular. “Pablo es mi
amiga. Quiere hablar conmigo. Hablaré también con mi papá”. Patricia se dirigió
hacia la salida, lo que aprovechó Pablo para medirle las nalgas, francamente
algo más carnosas, por lo menos se veían
mejores que las de su amiga. Los tatuajes le sobresalían. Las gallinas
aletearon cuando los vieron cruzar, eran casi las once. Detrás de ellos pasó
también, caminando, el diablo.
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