Recuerdos
Ángel
García
1
A las tres de la mañana, el celular de Carlos sonó
estruendosamente, llenando por completo
su habitación. Carlos, con los ojos cerrados, estiró su mano derecha hacia el
buró, y cogió el celular.
—¿Bueno?— dijo con la voz ronca,
mientras se frotaba los ojos con el índice y el pulgar de la mano izquierda.
Carlos oyó del otro lado del celular el sollozo de un hombre,
que se esforzaba inútilmente
por contenerlo.
—¿Bueno?— repitió después de un carraspear.
—Mi niña falleció, Carlos— dijo la
otra voz de repente, sosteniendo el llanto en su garganta. Era
Heladio, su hermano.
—¿Qué?— dijo Carlos, incrédulo.
—Sí—dijo Heladio, con un hilo de voz—. Hace diez minutos
salió el doctor y nos dijo a Juana y a mí que había muerto.
Carlos se sentó en el borde de la cama. Se llevó la mano
izquierda a su frente llena de arrugas
horizontales y cerró los ojos para impedir que las lágrimas se le escaparan.
Sintió un mareo que lo hizo
sostenerse de uno de los tubos de metal de la cabecera de su cama. Sí, mi hija,
aquí jugábamos tu papá y yo./Jugábamos a los pistoleros con unas ramas en
formas de revólveres que encontramos
debajo de un árbol, jugábamos a patear la pelota; y a veces jugábamos
a los luchadores./O no, Heladio, que en esta misma casa jugábamos
a todo eso./Y, ¿tú a qué juegas, mi
niña?/ Carlos se levantó de la cama, y sintió como su vista se nublaba;
sentía que en cualquier momento
iba a azotar contra el frío suelo. Salió de la habitación hacia la cocina sin prender la luz y sin despertar a
Elena, su mujer, que dormía plácidamente
con el antebrazo derecho cubriéndole el rostro.
—Carlos, ¿sigues ahí?— preguntó
Heladio a través
del celular.
—Sí, aquí sigo— respondió Carlos,
áridamente.
Carlos entró a la cocina y abrió el
refrigerador. La luz que salía del aparato iluminó por completo la cocina, junto
con un rumor robótico. Sacó una jarra
de plástico llena
de agua.
Abrió la alacena y cogió un vaso de vidrio, lo puso encima de la estufa y, sin siquiera
mirar, lo llenó con agua,
derramando unas gotas alrededor del recipiente.
—Quiero que llames a una funeraria y
encargues una caja (de preferencia que sea blanca)
y que la manden a la casa— le pidió Heladio a su hermano—. Lo haría yo mismo, pero siento
que apenas y tengo fuerza para
hablar.
—Sí, hermano— respondió Carlos, con
un nudo creciéndole en la garganta y con la mano
izquierda trepidando mientras sostenía el vaso con agua —. Yo llamo y les pido
que la manden a tu casa.
—Gracias, Carlos— agradeció Heladio,
después colgó.
El celular se resbaló de su mano y cayó al suelo cubierto de
azulejos blancos. No le dio importancia.
Le dio un trago al vaso con agua, para así tragarse el amargo llanto. Cerró de nuevo sus ojos y, a pesar de sus
esfuerzos por evitar llorar, sintió los tenues hilos de lágrimas caminar por sus mejillas pobladas de la
áspera barba. Carlos abrió sus ojos oscuros y notó, con tristeza, cómo las lágrimas
que bajaban por su barbilla
afilada caían en el agua diáfana del vaso. ¿Cómo vas a llamar a tu hija, hermano?/¿Araceli?/Como nuestra
madre./Estoy muy feliz por ti,
Heladio. Cuídala y ámala mucho./
Elena entró a la cocina con los
cabellos despeinados y con una bata blanca cubriendo su cuerpo desnudo. A la mujer le extrañó ver a su marido
recargado sobre una de las paredes de
la cocina a oscuras y admirando un vaso con agua. Se acercó y reposó su mano en
el brazo de Carlos.
—¿Qué pasa?— inquirió la mujer.
—Araceli murió— respondió Carlos.
2
Heladio y Juana arribaron
a su casa a las cuatro de la mañana,
junto con una ambulancia
que llevaba dentro el cuerpo inerte de Araceli. Entraron a la sala y entre los
dos sacaron los únicos tres sillones
que tenían, un centro de mesa con un florero de porcelana encima, y un mueble de televisión con los
bordes desgastados.
La
sala quedó vacía, a excepción
de una pared repleta de fotos familiares, que ninguno de los dos se atrevió
a tocar. En el
centro de todas esas fotos, había una foto enmarcada en grande de Araceli, de siete meses,
vestida de blanco
y en los brazos de su
madre, con Heladio al lado abrazando a su esposa por la cintura con la mano
derecha. Era una foto que tomaron
el día del bautizo de Araceli. Juana se acercó a la foto, quedando a unos pocos centímetros del vidrio impregnado
con huellas dactilares, polvo y telarañas colgando del marco dorado. Se
quedó absorta mientras admiraba el cuadro. Heladio,
te tengo una noticia./Estoy
embarazada./Te lo juro. No estoy mintiendo./Yo también te amo./Siente mi vientre, mi amor. Aquí hay vida, vida que
tú y yo creamos; vida que nuestro amor creó./Te juro que voy a amar a este bebé tanto como te amo a ti./Vamos a
ser muy felices, te lo aseguro./ Ni
Heladio ni Juana podían explicar el vacío inmenso que se sentía dentro de su casa. Pero después de un rato, comprendieron
que su hija era el factor que completaba no sólo su casa, sino sus vidas enteras. Heladio se preguntó cómo iba
a seguir sin ella. ¿Cómo seguir viviendo
sin sentirse culpable o egoísta de que él siguiera respirando mientras su hija
estaba muerta?
Juana se llevó ambas manos al rostro
y recargó su frente descubierta en el vidrio del cuadro. Comenzó a llorar. Su cuerpo se estremecía con cada sollozo.
Sentía un vacío frío en la
boca del estómago. Se sentía en un sueño; incluso llegó a pellizcarse los
antebrazos con demasía para ver si
así despertaba, pero todo era real, y a veces la realidad es mucho más funesta que cualquier pesadilla.
Heladio se acercó
a su mujer y le apretó suavemente el hombro, seguido
de un beso en la cabeza. Juana se volvió hacia él y se colgó del
cuello de su marido. Heladio sintió su cuello
empaparse con las lágrimas calientes que los ojos de su mujer desataban. Él la
tomó de la cintura con ambas manos,
la abrazó con firmeza, y hundió su cara en el hombro blanco y lleno de pecas de su mujer. Juanita, sé que no tengo mucho dinero, y
también sé que tu familia no aprueba
nuestro amor, pero te amo; te amo más que a nada en este mundo. Así que, ¿te casarías conmigo?/¿De verdad, mi
cielo?/No sabes lo feliz que me has hecho./Te
prometo que siempre te voy a cuidar a ti, y a los hijos que me
regales./Te amo tanto, tanto, chula./
Heladio alzó la mirada al cuadro de su familia.
Se percató de lo mucho que se parecían Araceli y él: los ojos pardos y rasgados,
el pelo lacio y oscuro, su piel morena.
Sintió como si alguien le estrujará el corazón por dentro, un nudo en la
garganta y, al igual que su esposa,
sintió como si estuviera sumergido en una pesadilla. Pero él bien sabía que no lo estaba. Mientras yo esté vivo, hija, siempre
vas a estar bien. Nada ni nadie te va a
lastimar./Te lo juro,
mi amor./
Oyeron un carro detenerse al frente
de su casa. Se soltaron y, tomados de las manos, salieron. Con los ojos acuosos,
vieron la carroza fúnebre con un féretro blanco dentro de la batea.
Dos hombres vestidos
con traje negro
bajaron del auto y caminaron hacia los padres
de Araceli.
—¿Es aquí donde solicitaron una caja?— preguntó el más alto de
ellos.
3
Las
flamas de los cirios de plata se estremecían por el viento que entraba
por la ventana. El fuego bailaba
de lado a lado, parecía que se iba a extinguir, pero después ardía
con más intensidad. La sala de los padres de Araceli se llenó de los
llantos estrepitosos de las mujeres y
de los llantos apagados de los hombres. Se llenó del olor de las gardenias y de
las rosas blancas que tanto le
gustaban a Araceli en vida, y que Elena pensó que sería una buena idea llevarle. La sala se llenó de un olor
a muerte que la muchacha de piel morena dejó con su súbita partida.
Heladio y Juana estaban sentados al
lado del ataúd donde yacía su única hija. Estaban tomados de la mano; Juana recargaba su cabeza en el hombro de
Heladio, y éste contemplaba el
fuego de uno de los cirios temblar. Los ojos de Heladio y de Juana daban
indicios de un dolor profundo, un
dolor insoportable, que ni siquiera el portador es capaz de describir. Al lado de los padres de Araceli, estaban
sentados Carlos junto con Elena, primos, tíos, y amigos cercanos. Todos sentían la muerte de aquella muchacha. Todos
recordaban la voz de Araceli, recordaban su risa,
y sintieron un dolor en el estómago cuando recordaron que jamás la volverían
a ver, solamente en sueños, si es
que tenían suerte.
Entró a la sala un joven alto, delgado, de piel blanca y con
lentes circulares. Todos lo voltearon
a ver cuando entró, nadie lo conocía, pero no dijeron nada. Pronunció un
apagado “buenas tardes”,
y se acercó al féretro de Araceli.
Colocó sus dedos delgados y largos sobre el
vidrio que separaba el rostro de Araceli del suyo, que separaba a los vivos de
los muertos. La escudriñó por un
rato. Escudriñó sus ojos cerrados con sus pestañas cortas, sus labios azules, su piel pálida, su pelo suelto, su
vestido blanco, y sus antebrazos cruzados encima de su pecho; también
notó las vendas con minúsculas manchas rojas que cubrían sus muñecas. El joven paseaba
sus ojos oscuros
por todo el rostro de Araceli. No pronunció palabra mientras la admiraba. Después, los ojos
del joven se detuvieron en las vendas manchadas de rojo. Sé que no quieres
que lo haga, pero ya no tengo otra opción./Por favor, Gabriel, ya no me hagas sentir tan culpable./Entiendo que tengo
que pensar en mis padres y en ti, pero ya no
puedo, ya no quiero vivir. Ya no lo aguanto. Siento que me vuelvo loca./Lo voy
a hacer, y espero que logres perdonarme./Te amo con todo mi corazón,
jamás he amado tanto a alguien, te lo juro./Dile a mis papás
que también los amo, por favor./Adiós, mi vida./
—Yo
también te amo— susurró el joven, mientras
en el vidrio de sus lentes se reflejaba
la flama de uno de los cirios perecer tácitamente, y detrás del redondo vidrio,
una lágrima escurrirse por su mejilla
hasta su mentón y caer sobre el féretro.
Me gustó mucho, saludos!
ResponderEliminarAhhh desde el comienzo fue una historia bien triste muy bueno
ResponderEliminarMuy interesante el cuento de principio a fin, con sentimientos que en algún punto llegar a sentir.
ResponderEliminarMuy descriptivo.
ResponderEliminar¿Eso es malo?
EliminarOh, que gran historia. Me encantó desde el principio, que genial al colocar los recuerdos.
ResponderEliminarUna historia muy superficial, no profundiza en una trama que pudo dar para más. Hay muchos elementos innecesarios y personajes que desaparecen, muchos por qués sin respuesta....
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