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Cómo asesinar a un escritor

 

Seudónimo anónimo

 

No estoy de acuerdo con tus ideas,

pero defiendo tu sagrado derecho a expresarlas.

Voltaire

 

El muchacho se levanta de mala gana y ajustándose los bifocales lee:

«El cuento de nunca acabar

(A manera de ensayo o mejor, ensayando el ensayo.)»

Calla, toma un vaso plástico con agua terrosa, se moja los labios y el que está a su lado lo anima para que continúe con la lectura. Vuelve a ajustarse los bifocales, acomoda los pliegos de papel a la distancia exacta y continúa:

» Terminó de leer. Los presentes se miraron unos a otros sin atreverse a comentar el texto.

» El Presidente del jurado (así con P mayúscula, y al cual llamaremos P punto, o sea P.) tosió. El escritor sentado a su izquierda, miembro número dos del tribunal y al que nombraremos Dos, bebió un sorbo de agua gaseada a todas luces caliente pues contuvo la mueca, intentó una sonrisa y fue cuando la mueca afloró invicta. 

» ¿Algún comentario? ─ preguntó tímidamente el jurado número tres (Tres)─, recuerden que esto es un debate, necesitamos que opinen algo para poner en el acta. 

» El P. se notaba molesto y esperó (im)pacientemente unos minutos, pero ninguno de los escritores rompió su mutismo: El muchacho de los audífonos, sentado al fondo, ordenaba una y otra vez los papeles, como tratando de encontrar algo o perderse de la vista del jurado. Un flaco, escuálido y barbudo, escribía sobre lo escrito. El pecoso de los espejuelos tachaba lo tachado. La única mujer participante se miraba en un espejito, dándole más rojo a sus labios rojos. Varios se habían colgado del techo y observaban como una araña se engullía a una mosquita (viva). El “enano” (más de seis pies de alto) le daba cuerdas al reloj de péndulo de la pared derecha. Un negro ─también el único─  esbozó una tímida sonrisa y su diente de oro iluminó el local.

» ¿Qué sucede no entendieron el relato? ¿está tan bueno que no merece crítica o tal malo que la merece menos? ─ preguntó irónicamente P. 

» El conductor de la actividad, temeroso de que le señalaran la situación como una falta, animó a los concursantes: Qué pasa socios… esto es una guerra, si no matas te matan.

» No se quebrantó el silencio, todo lo contrario, se hizo más profundo.

» El P., desde su posición paseó la vista por el auditórium buscando una explicación y ninguno le sostuvo la mirada (se había sentado en un extremo de la mesa, pues aclaró no le gustaba ser el centro, aunque inevitablemente por la cantidad de premios, libros publicados y viajes al exterior, era el centro).

» El debate del Cero (por aquello de ser original y empezar de cero) Encuentro Nacional de Escritores de Narrativa Mestiza había sido sustancioso. (Fue idea del P. llamar Mestiza a la literatura que dejó de ser negra, por ser mezcla. Entre los muchos argumentos al respecto enfatizó que tal designación constituía una manera “otra” y “latinoamericana” de designar a la novela negra: ¡Abajo Dashiell Hammett y Raymond Chandler! ¡Yanquis go home!: gritó con el puño izquierdo en alto para reafirmar su postura ideológica).

Hasta la lectura del cuento que nadie quería debatir (trece relatos lo precedieron), la crítica se había enfocado en detectar los puntos vulnerables. Se hizo énfasis (manera de destacarse los unos sobre los otros) en los problemas o desafíos que debe enfrentar quien se dispone a escribir una historia. Los participantes aprovechaban cada texto para hablar de: narrador, espacio, tiempo, nivel de realidad, puntos de vista espacial, persona gramatical desde la que se narra, semántica de los tiempos verbales y otras exquisiteces.

» Ante una obra que semejaba una pieza teatral, el escuálido barbudo disertó sobre los diez problemas más frecuentes en un diálogo. El aludido ripostó con las ondas dialógicas, las mudas y el salto cualitativo.

» Entonces él, (con un físico extremadamente ordinario donde solo destacaban sus ojos saltones y por demás asustados) se levantó (hasta ese momento nadie había reparado en su presencia) y de manera pausada, tal vez tímida ante el apabullante prestigio de los miembros del jurado, expuso las características que a su entender y dado sus estudios debía tener un relato para ser considerado dentro del “Neopolicial con mayúsculas”, y de lo cual nadie había hablado.

» Primero enumeró los elementos básicos del estilo negro: Un lenguaje directo y una descripción activa. Bromas y chistes. Un habla en argot y callejero. El uso de diálogos agramaticales. Descripciones acortadas de acontecimientos con serias implicaciones y el empleo de metáforas que captan la experiencia diaria del hombre común.

» Detuvo el discurso, sacó un pomito con café, se dio un buche y prosiguió: Como elementos del neopolicial, término acuñado por Vásquez Montalbán y argumentado por Leonardo Padura, hallamos la desacralización del héroe; la introducción de personajes novedosos y raros en la realidad nacional; exploración a diversos niveles de un referente social inmediato; el uso de recursos lúdicos; el punto de vista del otro y la libertad creativa en cuanto rasgos básicos.

» Seguidamente se limitó a citar frases que supuso del conocimiento del eminente jurado.

» Es la gran novela social del fin del milenio. Este formidable vehículo narrativo nos ha permitido poner en crisis las apariencias de las sociedades en que vivimos. Es ameno, tiene gancho y, por su intermedio entramos de lleno en la violencia interna de un Estado promotor de la ilegalidad y del crimen.

» Con estos relatos ─ prosiguió sin reparar en la rabia que comenzaba a nublar la vista del sapiente jurado─ en esta nueva época, definida con el controvertido rótulo de posmoderna, se produce desde el punto de vista literario la revisión de las historias oficiales, el rechazo de los frescos narrativos y el recurso a la polifonía textual, estrategias con las que se intenta reflejar una realidad tan caótica como diversa.

» Los que no habían reparado en el sujeto (bastante suelto en las explicaciones) lo detallaron de pies a cabeza. La única mujer dejó de enrojecerse los labios.

» Él prosiguió su charla: Como heredera de la literatura negra es una radiografía de la llamada civilización, tan eficaz y sofisticada como inhumana y destructora. Es un medio tan bueno como cualquier otro para comprender, primero, y para interrogar, después, el mundo en que vivimos. Por lo anterior sus autores recelan de los discursos autoritarios y se refugian en la cotidianeidad.

» P. fue a intervenir y se contuvo. Todos estaban absortos (varios parecían extremadamente preocupados) con la disertación. Se escuchaba de vez en cuando una tos nerviosa. Alguien rodó una silla que no lo interrumpió. El negro apretó su resguardo. Él se dio otro buche de café, se secó los labios con un pañuelo verdeamarillo que devolvió al bolsillo de la camisa y continuó: Dentro de las características fundamentales del neopolicial encontramos la relegación del enigma a un segundo plano y, en este punto, permítame citar a José Daniel Fierro, el escritor metido a policía que protagoniza La vida misma: Es una novela de crímenes muy jodidos, pero lo importante no son lo crímenes, sino (como en toda novela policíaca mexicana) el contexto. Aquí pocas veces se va a preguntar uno quién los mató, porque el que mata no es el que quiere la muerte. Hay distancia entre ejecutor y ordenador. Por lo tanto, lo importante suele ser el porqué.

» Bueno, bueno, eso ya es sabido ─ P. se lanzó al ataque y lo miró despectivamente ─ no tienes que alardear. Hace falta que lo lleves a la práctica.

» Lo propio digo ─ el hombre (muy pocos lo consideraban escritor pese sus años en Talleres Literarios y tertulias afines) de pelo maltratado y ropa reciclada pronunció la frase y se escuchó un murmullo que fue acallado por sendos piñazos sobre la mesa.  El primer golpetazo derribó los pomitos de agua Ciego Montero que empaparon el vestido rojo de la muchacha de los labios blancos de tanto rojo. El segundo desprendió el cartel del evento.

» Muchachito ─ el presidente del jurado habló entre dientes─ ¿deseas agregar algo más?

» Sí, a manera de conclusión: Como puede inferirse, el contexto actual del país es idóneo para este tipo de literatura. La situación está por encima del crimen lo que obliga a una interrogante: Donde está el crimen.

» Se escuchó un rugido a coro. P. se abalanzó sobre el muchacho que a duras penas esquivó algunos puñetazos.

»No te puedo permitir esa alusión ─ fue el bufido de P..     

» El representante del comité evaluador de la “actividad” intervino para apaciguar los ánimos y obvió el exabrupto de P.. No hubo pedido de disculpas. Cada cual en su sitio se fue calmando. Uno de los participantes, sin quitarse las gafas negras (tenía conjuntivitis) calificó lo fructífero del evento y se esfumó.

» El conductor, pálido, ojeroso y al parecer asustado, preguntó si todos habían leído su texto y un coro confirmó lo que sabía: todos habían leído. 

» Con un gesto de la cabeza indicó una puerta pintada de fucsia e informó lo evidente: Bueno señores, el Jurado pasa a evaluar las obras (que es lo que corresponde), nos vemos dentro de una hora.

 » (Esto puede ser irrelevante, pero se debe aclarar que, para estar en consonancia con el tipo de literatura, el evento se desarrollaba en el amplio comedor de la Central de la Policía y una cámara lo había filmado todo.)

» El portazo se tragó a los tres miembros del jurado. El resto de los participantes e invitados se fueron para el Bar de la Esquina, menos la muchacha que salió en busca de una almohadilla y no precisamente de olor.  

» No más entrar en la habitación acondicionada para analizar las obras, P. se cagó en Dios y en los catorce escritores que estaban concursando, y par de veces en la madre del supuesto cuentista.  

» La señora que limpiaba el local fue a salir y le indicaron que podía continuar en su labor siempre y cuando se limitara a escuchar.

» Ese títere no debe participar en estos eventos ─ el P. descorchó una botella de Decano, vertió un chorro en un rincón, pronunció una frase que nadie entendió y sirvió ron en tres vasos plásticos. Dos abrió una caja plástica y sacó una fuente de jamón, queso amarillo y aceitunas. Brindan. Beben. Comen, beben.

» Ese ciudadano me cae como una pata en los cojones─ dijo P. apuntando con su dedo índice hacia la puerta que por esta parte estaba pintada de negro. 

» Es un magnífico cretino ─ sentenció Dos, e hizo una mueca después del trago.  

» Tal vez estemos equivocados ─ dudó Tres, masticando queso.  

» Equivocado ni pinga. ¿Qué sabe de la narrativa mestiza?

» Sin desdorar a los presentes, parece que tiene información.

» Bueno, bueno, tú eres mi socio, pero a juzgar por sus argumentos se ha leído mil ensayos sobre el tema ─ afirmó Dos, mirando con sorna a P..

» Está rezagado, todavía la llama neopolicial. ¡Es un comepinga!

» Da lo mismo Juana que la hermana. Tú eres un especialista, debes reconocer que el hombre domina el tema, además no por gusto mientras disertaba te pusiste blanco. 

» ¡Blanco ni pinga!

» Ante la tercera pinga la mujer de la limpieza dejó caer la escoba y P. la observó detenidamente para después agregar:

» Perdóneme señora, puede que tenga razón, estoy ofendiendo a la pinga. El tipo es un culo.

» La mujer se inclinó, tomó la escoba y no dijo nada.

» Con el perdón de la señora, que sea un pinga o un culo, no importa, pero cuando el muchacho de Villa Pobre leyó el relato del travesti asesinado que quería actuar en Las Vegas (el cabaret de La Habana) después de actuar en Las Vegas (la Yuma) y…

» ¡Eso no es original! ─ interrumpió P.─ en los últimos tiempos se ha escrito más de maricones asesinados que de Héroes Nacionales del Trabajo.

» Sí, pero el individúo defendió el relato y mencionó una retahíla de investigadores que, al menos a mí, me dejaron fuera. Mira, por si acaso yo copié alguno de los nombres─ Dos terminó la última frase en un susurro ante la observación de Tres.

» ¿Copiaste los nombres?

» Si, copié y qué.

» Está bien, no hay problemas, en bueno copiar, ahora lee lo que copiaste ─ dijo Tres con sarcasmo.

» Silvie Bouffartigue, Cécile François, Magdalena López, Claudia Hammerschmidt, José Juan Colín y Christina Miller. Además, terminó con la enumeración de algunas de las características fundamentales del neopolicial latinoamericano que también pude anotar: Primera. Ley y sociedad, responsables del crimen; Segunda. El reflejo de la cultura de masas; Tercera. La primacía de “los otros” en la trama; Cuarta. Intertextualidad y metaficción y, Quinta. La escurridiza verdad…

» ¡MIERDA, ESO ES MIERDA! ─ P. se da un trago y escupe contra la pared del fondo. Ya se comieron la fuente de queso, jamón y solo quedan los palillos.

» ¿Quiénes, los investigadores que nombró y de los cuales citó párrafos enteros?

» ¡Todo eso es pinga! ¡pingaaaaa! ─ rugió P.

» Oye, el tipo es un conocedor del tema, mira, escucha, yo pude grabar lo que dijo ─ Tres, saca del bolsillo de la camisa un teléfono Samsung.

» ¿Lo grabaste a pesar de que sabias que ya lo grababan? ¿Yo copié y tu grabaste? ─ ahora el sarcasmo correspondió a Dos.

» Claro, esa es mi función, pero en este caso, mi intención es quedarme con su conferencia ─ Tres hizo una pausa antes de continuar─. Oye, porque vamos a lo que vamos, ¡fue una conferencia!

» Sí, sí, en eso tienes razón ─ apoyó Dos.

» ¡Aaaaah, ¡¿a qué tanto alboroto?! ¡Es un estúpido! Un petulante que se ha leído dos o tres libritos─ P. se volvió para la auxiliar de limpieza─. Perdóneme señora, pero debo reiterar que… ¡es un pinga culo o un culo pinga! ¡al final la misma pinga!

» Ríen, beben par de tragos y se vuelven a servir hasta repletar los vasos. Permanecen un rato en silencio, como sopesando lo que van a decir.

» Yo insisto, eso que dijo está empingao.

» A lo mejor empingao es lo que quisiera estar ─ P. lanzó una carcajada.  

» Na, na, na, el tipo no es yegua, ¡muchas mujeres que se ha dado en los eventos!

» Puede ser bisexual.

» Obvien eso, ¡dejémoslo hablar! ─ Tres, aprieta play.

» Por lo tanto, la gran diferencia de este nuevo tipo de relato detectivesco respecto a la novela policíaca tradicional es que, en el modelo clásico, el detective típico se orienta a descifrar un enigma como una muestra de un caso particular, pero no como reflejo de una condición social. Es decir, el delito tradicional se resuelve con la identificación de un criminal que actúa según una desviación respecto a una sociedad modelo, llámese burguesa, mientras que en la novela contemporánea, descubrir al malhechor no implica una resolución del verdadero crimen ya que, por lo general, éste permanece impune. Por lo tanto, la gran diferencia entre estos dos modelos narrativos radica en que el primero representa el crimen como un fenómeno posible de eliminar dentro de una sociedad moderna, mientras que el relato contemporáneo niega esta posibilidad describiendo un estado deforme de este proyecto socio-institucional.

» ¡Apaga eso! ─ el P. apura un trago largo a pico de botella ─ Eso es ¡Pinga y más pinga!

» Yo lo dudo, si escuchaste bien, son argumentos dados por ensayistas de Universidades importantísimas. 

» No te hagas el come bolas; no me refiero a esos tipos, hablo del escritorzuelo de pacotilla, el tipo es un mierda.

» Bueno, tal vez sea un mierda, pero no fue una mierda su exposición.

» Es una ¡pinga mierda! ─ bebió y volvió a escupir, esta vez contra la puerta negra─ Hizo una carta reclamando sus Derechos de Autor por la novelucha que le publicaron. 

» Todos se miran atónitos. P. sacó la “carta oculta” y se paralizó la conversación. Dos, fue quien rompió el hielo.

» En verdad, eso fue un escándalo de madre.

» Bueno, reclamar los derechos es un Derecho ─ después que Tres habló, pareció lamentarlo. 

» ¡Derecho mierda, traicionó la confianza de su jefe!

» Que no eras tú, ¿verdad?

» Si hubiera sido conmigo, lo descojonaba a palos. El jefe es mi socio. Un tipo encojonao encojonao. Un jefe que no estaba en na. Fíjate si es así, que creo que hasta existía una orientación de no publicarlo y el jefe se arriesgó y hasta lo coló en el plan editorial. Uno tiene que ser agradecido.

» Tres lo pensó tres veces antes de responder.

» Bueno quizás le deba agradecimientos a ese jefe, pero lo que es a ti, él no tiene nada que agradecerte. Tú le devaluaste su primera novela y te jactaste de ello delante de todos mientras se emborrachaban en la cervecera del puerto, lo cruel es que él te escuchaba sentado en otra mesa y acababas de informarle que la novela la habías aprobado. No recuerdas nada por el estado en que estabas, pero gritaste en medio del salón atestado de escritores y borrachos: ¡¿Novela policiaca eso?! Es pura pinga, una mierda desde el mismo título que es un plagio, escuchen, El cartero llama dos veces, ¿siempre?

» Plagio, plagio, no es─ aclaró Tres ─ más bien es una suerte de parodia cuando termina con la interrogante.

» ¿Ahora se llama así?, ¡coño que suerte la suya! pero bien, aceptando lo que dices, estaba mal escrita. 

» No, no, no, entre nosotros, otro de sus evaluadores fui yo y la novela es excelente.

» ¡Patí y pa tu comité! Lo repito, era una basura, ¡una pinga! y si no lo era; lo fue por mis cojones. ¡Tú eres tan comemierda como él! A lo mejor quieres mamársela P. se da un trago y se abalanza sobre Tres.   

» Dos, interviene y se coloca entre ambos. Tres le manotea en la cara, se aleja unos pasos, y apunta a P. con el dedo índice:

» Tú la tienes cogida con el hombre, porque no fue solo esa novela la que rechazaste ¿te olvidaste del libro de relatos ya aprobado al que te le opusiste en el Consejo Editorial alegando que estaba desfasado, que era literatura del siglo XIX? Si no llega a ser porque en la votación nadie tuvo en cuenta tu opinión no se lo aprueban…

» Total al final no fue seleccionado dentro del plan del año y nada tuve que ver  P. sonríe.  

» Adujeron problemas ideológicos y que no era tiempo todavía para darla a conocer se da un trago y traga en seco─, puede que sea esa la causa… yo la catalogué de publicable y no me acusen de Pilatos.

» Dos niega con la cabeza y busca el rostro de Tres: A mí no me importa su filiación, y también le rechacé un libro, es más, se lo descojoné, le hice talcos cada uno de sus cuentos donde de manera irónica imitaba la narrativa de los ochenta. Entre ellos a mí, ¡escuchen eso!, a mí, que soy una ¡Gloria de la Cultura Nacional! ¡este tipo es un paranoico paródico!

» El P. dio unos pasos tambaleantes. Con la botella en alto intentó ser honesto:

» Bueno, sí chicos, me cae mal, y siendo sincero o con muchos ceros después del uno, también le di O a su último libro de relatos, Nueve Cuentos. Estúpido, imitando a J.D. Salinger, ¡que se meta a custodio de un campo de arroz o que busque un día perfecto para meterse un plátano macho por el culo! ─Casi se ahoga con la carcajada y el trago.

» Creo que existe ensañamiento contra el tipo ─ Tres interrumpió la burla.  

» ¡Ensañamiento pinga! ─ P. se empina hasta el fondo los tres vasos, uno detrás de otro─, si no ha trascendido es por su temperamento. Vive encerrado en sí mismo y encima de eso es un protestón, un irreverente. ¡Un inadaptado! No cree en dios, no tiene ideología, y en la cerca no se puede estar y para colmo se parece a Buster Keaton. Es un caraepalo. No se sabe de qué lado está o si está en algún lado.

» Sí, es verdad, con él nunca se sabe.

» Pero ─ Tres hace una pausa. Después de ingerirse medio vaso se decide─, ¿nunca fueron amigos? Tú lo invitabas a la casa ─ dice a Dos─, y él te invitaba a sus actividades. Y tú ─ señala a P.─, eras uña y carne con él.  

» Yo estaba equivocado… lo que sucedió con el jefe me abrió los ojos, además quienes tu sabes me halaron las orejas…

» ¿Las orejas solamente? ¿no te condicionarían tus salidas del país?

» ¿Estás con los indios o los cowboys? ─  P. abrió los brazos, empinó el pecho y golpeó a Tres.  

» Te aclaro que no estoy con él, pero estoy contra cualquier hijoeputá─ con la última palabra empujó a P..

» ¡¡Pues estás contra mí, ¡y más hijoeputa serás tú!!─ lanzó un piñazo que Tres esquivó.

» Te guste o no, hay que ser justo.

» ¡Justo pinga! ¡Por su culpa casi expulsan al jefe! Y ahora mismo ¡te vas tú también pa la pinga!

» El P. (o la P., a estas alturas del relato da lo mismo, ya que no ha dejado de tener al órgano reproductor masculino en su boca, digo, en su verbo) toma la botella por el pico y cuando va a golpear a Tres, la mujer de la limpieza se interpone. En la mano derecha sostiene firme una pistola, y en la zurda, y no menos firme, enarbola un carné.

» ¡ESTÁ BUENO YA! ¡DÉJENSE DE HABLAR TANTA BASURA Y DÍGANME… DEL CUENTO QUE ESCRIBIÓ EL TIPO ¡¿QUÉ?!»

 

(Esta supuesta invención literaria es un hecho real ocurrido en uno de los tantos Encuentros de Talleres Literarios de este archipiélago. Convertido en relato para poder participar en un importantísimo Concurso de Cuentos convocado por una Editora Nacional en coordinación con una extranjera y que constituye el último de los textos que evalúan los miembros del jurado).

 

En la sala de la casa del presidente del jurado este lee por cuarta vez “El cuento de nunca acabar” y exclama indignado:

Me cagó en dios mil veces y otras mil en el hijo de puta que escribió este relato. ¡Busquen la plica! ─ rugió.

Los miembros del jurado del CUC (Concurso Uno de Cuentos, por sus siglas en español y con un premio en metálico de mil USD ─ por aquello de que el dólar ya no es un dolor) no tenían previsto ese relato entre los posibles premios y por eso era la única plica que no habían abierto antes del veredicto (muchas veces a un Premio que se respete lo prestigia más un buen nombre que un buen cuento) y por tanto lo dejaron (desecharon) en cualquier lugar.

─¡Tiene que aparecer! ─los ojos del presidente estaban desorbitados.

Buscaron por todos los rincones. Una y otra vez removieron los libros, los portafolios, los bultos de papeles. Hurgaron en los bolsillos de todos, en las gavetas, tras los cuadros, en el congelador, el televisor. La habitación era pequeña. Fueron al baño, nadie se había limpiado nada.  Una hora después se escuchó la pregunta salvadora en boca de la muchacha de la limpieza:  

─¿Acaso se refieren a El cuento de nunca acabar?

─¡¡¡ Síííiiiii!!!

─¡Allí está!

 La mujer (que obviamente no es la del cuento que concursaba) señaló el sobre y explicó al presidente del jurado que cuando él la dejó sola para que limpiara la sala encontró la carta (la plica) en un tarjetero, muy manchada y arrugada, casi dividida en dos, por el medio, como si una primera intención de hacerla pedazos por su nulo valor hubiera sido interrumpida. Sin saber qué hacer con ella, la colocó bajo el florero que decoraba la mesa alrededor de la cual habían deliberado.

─Parece una broma macabra, pero ¡estaba delante de nuestros ojos!

Uno de los organizadores tomó el sobre y el presidente se lo arrancó de las manos y terminó de rasgarlo y para leer tuvo que empatar la página.

Leyó. La observó por delante y por detrás. Volvió a leer. En un primer momento no dijo nada, luego estalló.  

─¡Esto es una burla! ¡Una traición!

─¿Quién es?

─¡Anónimo! ¡Firma Antónimo de Anónimo, sin dirección, sin currículo y lo peor… nos dona el Premio para que compremos pasta dental y papel sanitario en las tiendas por divisas! Es inaudita la falta de respeto.

─¡Coño, yo que pensé defenderlo! ─habla un jurado.   

─¡Esto no puede quedarse aquí! ─ exclama otro con indignación.

─¡Entréguenoslo a la policía! ─ blande el tercero una medalla que no llegan a descifrar ─ indudable se cuestiona la honestidad del jurado.

─¡Que busquen las huellas! ¡eso es una manera solapada de cuestionarse al país! Si analizamos bien las citas ponen en dudas nuestro sistema─ ordena la sala congraciándose con el de la medalla mientras hace notar un carné en el bolsillo de la camisa.

─¡Que encuentren al hijo de puta y lo metan preso!

─Claramente están todos confederados.

Tocan el timbre. La puerta se abre y entran los patrocinadores en busca del veredicto. Los miembros del jurado se miran indecisos. El presidente toma un cuento que previamente habían seleccionado y lo tiende al tiempo que dice: este es el Premio.

La mujer de la limpieza antes de salir, los observó, recordó una frase leída cuando era una adolescente y creía en los intelectuales. Descargó el inodoro y la habitación quedó vacía.


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