Cómo asesinar a un escritor
Seudónimo
anónimo
No estoy
de acuerdo con tus ideas,
pero
defiendo tu sagrado derecho a expresarlas.
Voltaire
El muchacho se
levanta de mala gana y ajustándose los bifocales lee:
«El
cuento de nunca acabar
(A manera de ensayo
o mejor, ensayando el ensayo.)»
Calla, toma un vaso
plástico con agua terrosa, se moja los labios y el que está a su lado lo anima
para que continúe con la lectura. Vuelve a ajustarse los bifocales, acomoda los
pliegos de papel a la distancia exacta y continúa:
» Terminó de leer. Los
presentes se miraron unos a otros sin atreverse a comentar el texto.
» El Presidente del
jurado (así con P mayúscula, y al cual llamaremos P punto, o sea P.) tosió. El
escritor sentado a su izquierda, miembro número dos del tribunal y al que nombraremos
Dos, bebió un sorbo de agua gaseada a todas luces caliente pues contuvo la
mueca, intentó una sonrisa y fue cuando la mueca afloró invicta.
» ¿Algún comentario?
─ preguntó tímidamente el jurado número tres (Tres)─, recuerden que esto es un
debate, necesitamos que opinen algo para poner en el acta.
» El P. se notaba
molesto y esperó (im)pacientemente unos minutos, pero ninguno de los escritores
rompió su mutismo: El muchacho de los audífonos, sentado al fondo, ordenaba una
y otra vez los papeles, como tratando de encontrar algo o perderse de la vista
del jurado. Un flaco, escuálido y barbudo, escribía sobre lo escrito. El pecoso
de los espejuelos tachaba lo tachado. La única mujer participante se miraba en
un espejito, dándole más rojo a sus labios rojos. Varios se habían colgado del
techo y observaban como una araña se engullía a una mosquita (viva). El “enano”
(más de seis pies de alto) le daba cuerdas al reloj de péndulo de la pared
derecha. Un negro ─también el único─ esbozó una tímida sonrisa y su diente de oro
iluminó el local.
» ¿Qué sucede no
entendieron el relato? ¿está tan bueno que no merece crítica o tal malo que la
merece menos? ─ preguntó irónicamente P.
» El conductor de la
actividad, temeroso de que le señalaran la situación como una falta, animó a
los concursantes: Qué pasa socios… esto es una guerra, si no matas te matan.
» No se quebrantó el
silencio, todo lo contrario, se hizo más profundo.
» El P., desde su
posición paseó la vista por el auditórium buscando una explicación y ninguno le
sostuvo la mirada (se había sentado en un extremo de la mesa, pues aclaró no le
gustaba ser el centro, aunque inevitablemente por la cantidad de premios,
libros publicados y viajes al exterior, era el centro).
» El debate del Cero
(por aquello de ser original y empezar de cero) Encuentro Nacional de Escritores
de Narrativa Mestiza había sido sustancioso. (Fue idea del P. llamar Mestiza a
la literatura que dejó de ser negra, por ser mezcla. Entre los muchos
argumentos al respecto enfatizó que tal designación constituía una manera
“otra” y “latinoamericana” de designar a la novela negra: ¡Abajo Dashiell
Hammett y Raymond Chandler! ¡Yanquis go home!: gritó con el puño izquierdo en
alto para reafirmar su postura ideológica).
Hasta la lectura del
cuento que nadie quería debatir (trece relatos lo precedieron), la crítica se
había enfocado en detectar los puntos vulnerables. Se hizo énfasis (manera de
destacarse los unos sobre los otros) en los problemas o desafíos que debe
enfrentar quien se dispone a escribir una historia. Los participantes aprovechaban
cada texto para hablar de: narrador, espacio, tiempo, nivel de realidad, puntos
de vista espacial, persona gramatical desde la que se narra, semántica de los
tiempos verbales y otras exquisiteces.
» Ante una obra que
semejaba una pieza teatral, el escuálido barbudo disertó sobre los diez
problemas más frecuentes en un diálogo. El aludido ripostó con las ondas
dialógicas, las mudas y el salto cualitativo.
» Entonces él, (con
un físico extremadamente ordinario donde solo destacaban sus ojos saltones y
por demás asustados) se levantó (hasta ese momento nadie había reparado en su
presencia) y de manera pausada, tal vez tímida ante el apabullante prestigio de
los miembros del jurado, expuso las características que a su entender y dado
sus estudios debía tener un relato para ser considerado dentro del “Neopolicial
con mayúsculas”, y de lo cual nadie había hablado.
» Primero enumeró
los elementos básicos del estilo negro: Un
lenguaje directo y una descripción activa. Bromas y chistes. Un habla en argot
y callejero. El uso de diálogos agramaticales. Descripciones acortadas de
acontecimientos con serias implicaciones y el empleo de metáforas que captan la
experiencia diaria del hombre común.
» Detuvo el
discurso, sacó un pomito con café, se dio un buche y prosiguió: Como elementos
del neopolicial, término acuñado por Vásquez Montalbán y argumentado por
Leonardo Padura, hallamos la desacralización del héroe; la
introducción de personajes novedosos y raros en la realidad nacional;
exploración a diversos niveles de un referente social inmediato; el uso de
recursos lúdicos; el punto de vista del otro y la libertad creativa en cuanto
rasgos básicos.
» Seguidamente se
limitó a citar frases que supuso del conocimiento del eminente jurado.
» Es la gran novela
social del fin del milenio. Este formidable vehículo narrativo nos ha permitido
poner en crisis las apariencias de las sociedades en que vivimos. Es ameno,
tiene gancho y, por su intermedio entramos de lleno en la violencia interna de
un Estado promotor de la ilegalidad y del crimen.
» Con estos relatos ─ prosiguió sin
reparar en la rabia que comenzaba a nublar la vista del sapiente jurado─ en esta nueva época, definida con el
controvertido rótulo de posmoderna,
se produce desde el punto de vista literario la revisión de las historias
oficiales, el rechazo de los frescos narrativos y el recurso a la polifonía
textual, estrategias con las que se intenta reflejar una realidad tan caótica
como diversa.
» Los que no habían
reparado en el sujeto (bastante suelto en las explicaciones) lo detallaron de
pies a cabeza. La única mujer dejó de enrojecerse los labios.
» Él prosiguió su
charla: Como heredera de la literatura negra es
una radiografía de la llamada civilización, tan eficaz y sofisticada como
inhumana y destructora. Es un medio tan bueno como cualquier otro para
comprender, primero, y para interrogar, después, el mundo en que vivimos. Por
lo anterior sus autores recelan de los discursos autoritarios y se refugian en la
cotidianeidad.
» P. fue a
intervenir y se contuvo. Todos estaban absortos (varios parecían extremadamente
preocupados) con la disertación. Se escuchaba de vez en cuando una tos
nerviosa. Alguien rodó una silla que no lo interrumpió. El negro apretó su
resguardo. Él se dio otro buche de café, se secó los labios con un pañuelo verdeamarillo
que devolvió al bolsillo de la camisa y continuó: Dentro de las características
fundamentales del neopolicial encontramos la relegación del enigma a un segundo plano y, en este
punto, permítame citar a José Daniel Fierro,
el escritor metido a policía que protagoniza La vida misma: Es
una novela de crímenes muy jodidos, pero lo importante no son lo crímenes,
sino (como en toda novela policíaca mexicana) el contexto. Aquí pocas veces se
va a preguntar uno quién los mató, porque el que mata no es el que quiere la
muerte. Hay distancia entre ejecutor y ordenador. Por lo tanto, lo importante
suele ser el porqué.
» Bueno, bueno, eso
ya es sabido ─ P. se lanzó al ataque y lo miró despectivamente ─ no tienes que
alardear. Hace falta que lo lleves a la práctica.
» Lo propio digo ─ el
hombre (muy pocos lo consideraban escritor pese sus años en Talleres Literarios
y tertulias afines) de pelo maltratado y ropa reciclada pronunció la frase y se
escuchó un murmullo que fue acallado por sendos piñazos sobre la mesa. El primer golpetazo derribó los pomitos de
agua Ciego Montero que empaparon el vestido rojo de la muchacha de los labios
blancos de tanto rojo. El segundo desprendió el cartel del evento.
» Muchachito ─ el
presidente del jurado habló entre dientes─ ¿deseas agregar algo más?
» Sí, a manera de
conclusión: Como puede inferirse, el contexto actual del país es
idóneo para este tipo de literatura. La situación está por encima del crimen lo
que obliga a una interrogante: Donde está el crimen.
» Se escuchó un rugido
a coro. P. se abalanzó sobre el muchacho que a duras penas esquivó algunos
puñetazos.
»No te puedo permitir
esa alusión ─ fue el bufido de P..
» El representante
del comité evaluador de la “actividad” intervino para apaciguar los ánimos y obvió
el exabrupto de P.. No hubo pedido de disculpas. Cada cual en su sitio se fue
calmando. Uno de los participantes, sin quitarse las gafas negras (tenía
conjuntivitis) calificó lo fructífero del evento y se esfumó.
» El conductor, pálido, ojeroso y al parecer asustado, preguntó
si todos habían leído su texto y un coro confirmó lo que sabía: todos habían
leído.
» Con un gesto de la cabeza indicó una puerta pintada de
fucsia e informó lo evidente: Bueno señores, el Jurado pasa a evaluar las obras
(que es lo que corresponde), nos vemos dentro de una hora.
» (Esto puede ser
irrelevante, pero se debe aclarar que, para estar en consonancia con el tipo de
literatura, el evento se desarrollaba en el amplio comedor de la Central de la Policía
y una cámara lo había filmado todo.)
» El portazo se tragó a los tres miembros del jurado. El
resto de los participantes e invitados se fueron para el Bar de la Esquina,
menos la muchacha que salió en busca de una almohadilla y no precisamente de
olor.
» No más entrar en la habitación acondicionada para analizar
las obras, P. se cagó en Dios y en los catorce escritores que estaban
concursando, y par de veces en la madre del supuesto cuentista.
» La señora que limpiaba el local fue a salir y le
indicaron que podía continuar en su labor siempre y cuando se limitara a
escuchar.
» Ese títere no debe participar en estos eventos ─ el P.
descorchó una botella de Decano, vertió un chorro en un rincón, pronunció una
frase que nadie entendió y sirvió ron en tres vasos plásticos. Dos abrió una
caja plástica y sacó una fuente de jamón, queso amarillo y aceitunas. Brindan.
Beben. Comen, beben.
» Ese ciudadano me cae como una pata en los cojones─ dijo
P. apuntando con su dedo índice hacia la puerta que por esta parte estaba pintada
de negro.
» Es un magnífico cretino ─ sentenció Dos, e hizo una mueca
después del trago.
» Tal vez estemos equivocados ─ dudó Tres, masticando
queso.
» Equivocado ni pinga. ¿Qué sabe de la narrativa mestiza?
» Sin desdorar a los presentes, parece que tiene
información.
» Bueno, bueno, tú eres mi socio, pero a juzgar por sus
argumentos se ha leído mil ensayos sobre el tema ─ afirmó Dos, mirando con
sorna a P..
» Está rezagado, todavía la llama neopolicial. ¡Es un comepinga!
» Da lo mismo Juana que la hermana. Tú eres un
especialista, debes reconocer que el hombre domina el tema, además no por gusto
mientras disertaba te pusiste blanco.
» ¡Blanco ni pinga!
» Ante la tercera pinga la mujer de la limpieza dejó caer
la escoba y P. la observó detenidamente para después agregar:
» Perdóneme señora, puede que tenga razón, estoy ofendiendo
a la pinga. El tipo es un culo.
» La mujer se inclinó, tomó la escoba y no dijo nada.
» Con el perdón de la señora, que sea un pinga o un culo, no
importa, pero cuando el muchacho de Villa Pobre leyó el relato del travesti
asesinado que quería actuar en Las Vegas (el cabaret de La Habana) después de
actuar en Las Vegas (la Yuma) y…
» ¡Eso no es original! ─ interrumpió P.─ en los últimos tiempos
se ha escrito más de maricones asesinados que de Héroes Nacionales del Trabajo.
» Sí, pero el individúo defendió el relato y mencionó una retahíla
de investigadores que, al menos a mí, me dejaron fuera. Mira, por si acaso yo
copié alguno de los nombres─ Dos terminó la última frase en un susurro ante la
observación de Tres.
» ¿Copiaste los nombres?
» Si, copié y qué.
» Está bien, no hay problemas, en bueno copiar, ahora lee
lo que copiaste ─ dijo Tres con sarcasmo.
» Silvie Bouffartigue, Cécile
François, Magdalena López, Claudia
Hammerschmidt, José Juan Colín y
Christina Miller. Además, terminó con la enumeración de algunas de las características
fundamentales del neopolicial latinoamericano que también pude anotar: Primera. Ley y
sociedad, responsables del crimen; Segunda. El reflejo de la cultura de masas; Tercera. La primacía de “los otros” en la trama; Cuarta. Intertextualidad y metaficción y, Quinta. La escurridiza verdad…
» ¡MIERDA, ESO ES
MIERDA! ─ P. se da un trago y escupe contra la pared del fondo. Ya se comieron
la fuente de queso, jamón y solo quedan los palillos.
» ¿Quiénes, los
investigadores que nombró y de los cuales citó párrafos enteros?
» ¡Todo eso es pinga! ¡pingaaaaa! ─ rugió P.
» Oye, el tipo es
un conocedor del tema, mira, escucha, yo pude grabar lo que dijo ─ Tres, saca
del bolsillo de la camisa un teléfono Samsung.
» ¿Lo grabaste a
pesar de que sabias que ya lo grababan? ¿Yo copié y tu grabaste? ─ ahora el
sarcasmo correspondió a Dos.
» Claro, esa es mi
función, pero en este caso, mi intención es quedarme con su conferencia ─ Tres
hizo una pausa antes de continuar─. Oye, porque vamos a lo que vamos, ¡fue una
conferencia!
» Sí, sí, en eso tienes
razón ─ apoyó Dos.
» ¡Aaaaah, ¡¿a qué
tanto alboroto?! ¡Es un estúpido! Un petulante que se ha leído dos o tres
libritos─ P. se volvió para la auxiliar de limpieza─. Perdóneme señora, pero
debo reiterar que… ¡es un pinga culo o un culo pinga! ¡al final la misma pinga!
» Ríen, beben par
de tragos y se vuelven a servir hasta repletar los vasos. Permanecen un rato en
silencio, como sopesando lo que van a decir.
» Yo insisto, eso
que dijo está empingao.
» A lo mejor
empingao es lo que quisiera estar ─ P. lanzó una carcajada.
» Na, na, na, el
tipo no es yegua, ¡muchas mujeres que se ha dado en los eventos!
» Puede ser
bisexual.
» Obvien eso, ¡dejémoslo
hablar! ─ Tres, aprieta play.
» Por lo tanto, la gran diferencia de este
nuevo tipo de relato detectivesco respecto a la novela policíaca tradicional es
que, en el modelo clásico, el detective típico se orienta a descifrar un enigma
como una muestra de un caso particular, pero no como reflejo de una condición
social. Es decir, el delito tradicional se resuelve con la identificación de un
criminal que actúa según una desviación respecto a una sociedad modelo, llámese
burguesa, mientras que en la novela contemporánea, descubrir al malhechor no
implica una resolución del verdadero crimen ya que, por lo general, éste
permanece impune. Por lo tanto, la gran diferencia entre estos dos modelos
narrativos radica en que el primero representa el crimen como un fenómeno
posible de eliminar dentro de una sociedad moderna, mientras que el relato
contemporáneo niega esta posibilidad describiendo un estado deforme de este
proyecto socio-institucional.
» ¡Apaga eso! ─ el
P. apura un trago largo a pico de botella ─ Eso es ¡Pinga y más pinga!
» Yo lo dudo, si
escuchaste bien, son argumentos dados por ensayistas de Universidades importantísimas.
» No te hagas el come bolas; no me refiero a esos tipos, hablo del escritorzuelo de pacotilla, el
tipo es un mierda.
» Bueno, tal vez
sea un mierda, pero no fue una mierda su exposición.
» Es una ¡pinga mierda!
─ bebió y volvió a escupir, esta vez contra la puerta negra─ Hizo una carta
reclamando sus Derechos de Autor por la novelucha que le publicaron.
» Todos se miran atónitos. P. sacó la “carta oculta” y se
paralizó la conversación. Dos, fue quien rompió el hielo.
» En verdad, eso
fue un escándalo de madre.
» Bueno, reclamar
los derechos es un Derecho ─ después que Tres habló, pareció lamentarlo.
» ¡Derecho mierda,
traicionó la confianza de su jefe!
» Que no eras tú, ¿verdad?
» Si hubiera sido
conmigo, lo descojonaba a palos. El jefe es mi socio. Un tipo encojonao
encojonao. Un jefe que no estaba en na. Fíjate si es así, que creo que hasta existía
una orientación de no publicarlo y el jefe se arriesgó y hasta lo coló en el
plan editorial. Uno tiene que ser agradecido.
» Tres lo pensó tres veces antes de responder.
» Bueno quizás le
deba agradecimientos a ese jefe, pero lo que es a ti, él no tiene nada que
agradecerte. Tú le devaluaste su primera novela y te jactaste de ello delante
de todos mientras se emborrachaban en la cervecera del puerto, lo cruel es que él
te escuchaba sentado en otra mesa y acababas de informarle que la novela la
habías aprobado. No recuerdas nada por el estado en que estabas, pero gritaste
en medio del salón atestado de escritores y borrachos: ¡¿Novela policiaca eso?!
Es pura pinga, una mierda desde el mismo título que es un plagio, escuchen, El
cartero llama dos veces, ¿siempre?
» Plagio, plagio, no es─ aclaró Tres ─ más bien es una suerte
de parodia cuando termina con la interrogante.
» ¿Ahora se llama así?, ¡coño que suerte la suya! pero
bien, aceptando lo que dices, estaba mal escrita.
» No, no, no, entre
nosotros, otro de sus evaluadores fui yo y la novela es excelente.
» ¡Patí y pa tu
comité! Lo repito, era una basura, ¡una pinga! y si no lo era; lo fue por mis
cojones. ¡Tú eres tan comemierda como él! A lo mejor quieres mamársela ─ P. se da un trago y se abalanza sobre Tres.
» Dos, interviene y se coloca entre ambos. Tres le manotea en
la cara, se aleja unos pasos, y apunta a P. con el dedo índice:
» Tú la tienes cogida con el hombre, porque no fue solo esa novela la que rechazaste ¿te
olvidaste del libro de relatos ya aprobado al que te le opusiste en el Consejo
Editorial alegando que estaba desfasado, que era literatura del siglo XIX? Si
no llega a ser porque en la votación nadie tuvo en cuenta tu opinión no se lo aprueban…
» Total al final no fue
seleccionado dentro del plan del año y nada tuve que ver─ P.
sonríe.
» Adujeron problemas ideológicos
y que no era tiempo todavía para darla a conocer ─ se da un trago y traga en seco─, puede que
sea esa la causa… yo la catalogué de publicable y no me acusen de Pilatos.
» Dos niega con la cabeza y busca el rostro de Tres: A mí
no me importa su filiación, y también
le rechacé un libro, es más, se lo descojoné, le hice talcos cada uno de sus cuentos
donde de manera irónica imitaba la narrativa de los ochenta. Entre ellos a mí, ¡escuchen
eso!, a mí, que soy una ¡Gloria de la Cultura Nacional! ¡este tipo es un paranoico
paródico!
» El P. dio unos pasos
tambaleantes. Con la botella en alto intentó ser honesto:
» Bueno, sí chicos,
me cae mal, y siendo sincero o con muchos ceros después del uno, también le di
O a su último libro de relatos, Nueve Cuentos. Estúpido, imitando a J.D.
Salinger, ¡que se meta a custodio de un campo de arroz o que busque un día
perfecto para meterse un plátano macho por el culo! ─Casi se ahoga con la
carcajada y el trago.
» Creo que existe
ensañamiento contra el tipo ─ Tres interrumpió la burla.
» ¡Ensañamiento
pinga! ─ P. se empina hasta el fondo los tres vasos, uno detrás de otro─, si no
ha trascendido es por su temperamento. Vive encerrado en sí mismo y encima de
eso es un protestón, un irreverente. ¡Un inadaptado! No cree en dios, no tiene
ideología, y en la cerca no se puede estar y para colmo se parece a Buster
Keaton. Es un caraepalo. No se sabe de qué lado está o si está en algún lado.
» Sí, es verdad, con
él nunca se sabe.
» Pero ─ Tres hace
una pausa. Después de ingerirse medio vaso se decide─, ¿nunca fueron amigos? Tú
lo invitabas a la casa ─ dice a Dos─, y él te invitaba a sus actividades. Y tú ─
señala a P.─, eras uña y carne con él.
» Yo estaba
equivocado… lo que sucedió con el jefe me abrió los ojos, además quienes tu
sabes me halaron las orejas…
» ¿Las orejas
solamente? ¿no te condicionarían tus salidas del país?
» ¿Estás con los
indios o los cowboys? ─ P. abrió los
brazos, empinó el pecho y golpeó a Tres.
» Te aclaro que no
estoy con él, pero estoy contra cualquier hijoeputá─ con la última palabra
empujó a P..
» ¡¡Pues estás
contra mí, ¡y más hijoeputa serás tú!!─ lanzó un piñazo que Tres esquivó.
» Te guste o no, hay que ser justo.
» ¡Justo pinga! ¡Por
su culpa casi expulsan al jefe! Y ahora mismo ¡te vas tú también pa la pinga!
» El P. (o la P., a
estas alturas del relato da lo mismo, ya que no ha dejado de tener al órgano
reproductor masculino en su boca, digo, en su verbo) toma la botella por el
pico y cuando va a golpear a Tres, la mujer de la limpieza se interpone. En la
mano derecha sostiene firme una pistola, y en la zurda, y no menos firme, enarbola
un carné.
» ¡ESTÁ BUENO YA!
¡DÉJENSE DE HABLAR TANTA BASURA Y DÍGANME… DEL CUENTO QUE ESCRIBIÓ EL TIPO
¡¿QUÉ?!»
(Esta supuesta invención
literaria es un hecho real ocurrido en uno de los tantos Encuentros de Talleres
Literarios de este archipiélago. Convertido en relato para poder participar en
un importantísimo Concurso de Cuentos convocado por una Editora Nacional en
coordinación con una extranjera y que constituye el último de los textos que evalúan
los miembros del jurado).
En la sala de la
casa del presidente del jurado este lee por cuarta vez “El cuento de nunca
acabar” y exclama indignado:
─Me cagó en dios mil
veces y otras mil en el hijo de puta que escribió este relato. ¡Busquen la
plica! ─ rugió.
Los miembros del
jurado del CUC (Concurso Uno de Cuentos, por sus siglas en español y con un
premio en metálico de mil USD ─ por aquello de que el dólar ya no es un dolor) no
tenían previsto ese relato entre los posibles premios y por eso era la única
plica que no habían abierto antes del veredicto (muchas veces a un Premio que
se respete lo prestigia más un buen nombre que un buen cuento) y por tanto lo
dejaron (desecharon) en cualquier lugar.
─¡Tiene que aparecer!
─los ojos del presidente estaban desorbitados.
Buscaron por todos
los rincones. Una y otra vez removieron los libros, los portafolios, los bultos
de papeles. Hurgaron en los bolsillos de todos, en las gavetas, tras los
cuadros, en el congelador, el televisor. La habitación era pequeña. Fueron al
baño, nadie se había limpiado nada. Una
hora después se escuchó la pregunta salvadora en boca de la muchacha de la
limpieza:
─¿Acaso se refieren
a El cuento de nunca acabar?
─¡¡¡ Síííiiiii!!!
─¡Allí está!
La mujer (que obviamente no es la del cuento
que concursaba) señaló el sobre y explicó al presidente del jurado que cuando
él la dejó sola para que limpiara la sala encontró la carta (la plica) en un tarjetero, muy manchada y arrugada,
casi dividida en dos, por el medio, como si una primera intención de hacerla
pedazos por su nulo valor hubiera sido interrumpida. Sin saber qué hacer con
ella, la colocó bajo el florero que decoraba la mesa alrededor de la cual
habían deliberado.
─Parece una broma
macabra, pero ¡estaba delante de nuestros ojos!
Uno de los
organizadores tomó el sobre y el presidente se lo arrancó de las manos y terminó
de rasgarlo y para leer tuvo que empatar la página.
Leyó. La observó por
delante y por detrás. Volvió a leer. En un primer momento no dijo nada, luego
estalló.
─¡Esto es una burla!
¡Una traición!
─¿Quién es?
─¡Anónimo! ¡Firma Antónimo
de Anónimo, sin dirección, sin currículo y lo peor… nos dona el Premio para que
compremos pasta dental y papel sanitario en las tiendas por divisas! Es
inaudita la falta de respeto.
─¡Coño, yo que pensé
defenderlo! ─habla un jurado.
─¡Esto no puede
quedarse aquí! ─ exclama otro con indignación.
─¡Entréguenoslo a la
policía! ─ blande el tercero una medalla que no llegan a descifrar ─ indudable
se cuestiona la honestidad del jurado.
─¡Que busquen las
huellas! ¡eso es una manera solapada de cuestionarse al país! Si analizamos
bien las citas ponen en dudas nuestro sistema─ ordena la sala congraciándose
con el de la medalla mientras hace notar un carné en el bolsillo de la camisa.
─¡Que encuentren al
hijo de puta y lo metan preso!
─Claramente están
todos confederados.
Tocan el timbre. La
puerta se abre y entran los patrocinadores en busca del veredicto. Los miembros
del jurado se miran indecisos. El presidente toma un cuento que previamente
habían seleccionado y lo tiende al tiempo que dice: este es el Premio.
La mujer de la
limpieza antes de salir, los observó, recordó una frase leída cuando era una
adolescente y creía en los intelectuales. Descargó el inodoro y la habitación
quedó vacía.
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