Gusanos
Seudonimo: Zoila
La vestimenta me hacía ver un poco mayor y los espejuelos de cristales
(fondo de botellas como suelen decirse) medios oscuros disimulaban la miopía y
el ligero estrabismo que tenía desde pequeña. Todo ese conjunto completaba el
atuendo de maestra antigua. No sabía yo, que era una moda intencionada para
evitar que los adolescentes se fijasen en algo más que letras y números cuando estuviésemos
delante de un pizarrón. De hecho, esa era una forma de orientar a los futuros
maestros que comenzábamos con apenas doce años en los inicios de una revolución
que daba sus primeros pasos y donde una vez graduada ya con dieciocho me casé y
fui a vivir a un lugar intrincado que no importa su nombre ni en qué lugar era.
por que como dice el refrán, fue “donde el diablo dio las tres voces y nadie lo
oyó”. Durante ese tiempo trabajé con un
grupo de niños de once a doce años de los cuales asistían muy pocos al aula
porque debían hacer largas caminatas a primeras horas del día para estar justo
a tiempo antes de comenzar la clase y no todos contaban con una familia que
tuviese en la mente el futuro luminoso salvo el deseo de que comenzasen a trabajar
para ayudar en la economía de la casa.
El comercio con la antigua unión soviética que era nuestro principal
proveedor, nos dejó en el momento cero. No había de nada. Y yo, que era maestra
rural veía la situación de los alumnos y del país que ya comenzaba a mostrar los
primeros episodios del periodo especial, cada sector de la población escribía sus
capítulos con pelos y señales y educación no escapó de esto.
La harina para hacer el pan escaseo, y cuando se lograba hacer tenía tan
mala calidad que se desmoronaba en las manos, no aguantaba al día siguiente porque
enseguida cogía mohos.
En cambio en algunas cafeterías se vendían unos panes de ajonjolí con
hamburguesas a los que se le hacían grandes colas y eran despachados por carnet
de identidad para evitar aglomeraciones o que las personas cogiesen dobles. Ese
día se garantizaba la merienda escolar de los hijos para el otro día.
Cercano a la escuela había kioscos que ocasionalmente vendían panes con
pepinos y dulces de calabaza china, éstos, eran asediado por las madres como si
fueran manjar para tener el desayuno de los hijos garantizados y a veces
también se le decía al vendedor, quédate con los pepinos y véndeme el pan, y él
decía: no te los puedo vender porque me quitan el negocio. Aquello se volvía un
dilema. Había que repetir la cola para hace varias compras.(cuando nos
enterábamos de casualidad)
A pesar de estas situaciones en la escuela se elaboraban almuerzos para
alumnos y trabajadores, en dependencia de lo que hubiese en almacén, se
cocinaba con carbón o leña y en la gran mayoría de las veces, se comió arroz,
sopa de arroz, agua con arroz y azúcar.
Mi hijo, contaba con nueve años en ese tiempo y para garantizar que el
comiese algo yo lo llevaba conmigo y mis alumnos a la hora de almorzar. Estos,
eran los últimos en hacerlo y se le garantizaba un poco más si querían repetir.
Yo, en cambio, en dependencia de lo que hubiese o comía el pan con pepinos que tenía
por caerle atrás al carrito ambulante o le agregaba un poco de dulce de
calabaza china o de lo contrario nos llevábamos el almuerzo y lo mejorábamos en
casa, es por tal motivo que siempre tenía la cartera llena de cacharros
plásticos.
Un día, en que habían terminado tarde el almuerzo y ya eran pasadas las dos
de la tarde, los muchachos estaban desesperados y entramos al comedor. Tomé mi
bandeja y mi hijo la suya. Yo me senté al lado de otra maestra y mi hijo se
sentó frente a mí, No bien me disponía a almorzar cuando percibí bolas de arroz
que al revolverlas comprobé que eran madejas de gusanos cocinados junto con
piedras y cascaras de arroz. No dije nada y las aparté tratando de limpiarlo
pero se me revolvía el estómago entre el hambre y el asco sin poder llevarme
una cucharada a la boca. Aparté la bandeja y observe a mi hijo que devoraba aquel
arroz y la sopa mirándome de reojos. Yo,
estaba en silencio sin perderle ni pie ni pisada a él y a los otros niños. Se
lo terminó todo y me dijo levantando la cabeza hacia mi bandeja.
─Mami, ¿no quieres?
─No mijo, no tengo hambre, luego me como un pan con pepinos si aparece el
carrito.
─Dámela entonces mami.
─Si “mijo”, comételo.
Lo devoró todo con un hambre de mil demonios, mientras yo lo observaba con
un nudo en la garganta y los ojos a punto de estallar en llantos.
Salimos del comedor, el niño, la maestra y yo.
Cuando de pronto ella me dice: .─Hay amiga, yo no me pude comer nada, ¡que desabría!
y ese olor a carbón en las comidas, no me acabo de acostumbrar.
A lo que yo contesto como una autómata o acabada de salir de una sala de
electroshock. Sin recordar que mi hijo va a mi lado.
─Ni me digas nada, esa comida con
gusanos no me la pasaba. ¡Eran tan grandes y tan gordos que solo de recordarlos
me dan nauseas!
Y mi hijo levantando la cabeza con una mirada acusadora y de asco reflejado
en el rostro me preguntó con rechazo.
─¿Y tú… me distes arroz con gusanos?
Le pasé la mano por la cabeza mientras él con un movimiento despectivo me
rechazaba la caricia y le dije:
─¡Tú, tenías hambre!... ¿no? ¿Te hicieron algo los gusanos?
Él se quedó en silencio y me dijo; ¡tú eres mala!… (Aún no me lo perdona).
Triste de punta a cabo😔. Una situación deplorable
ResponderEliminarVíctimas somos de una utopía que cobró y sigue cobrando a muchas generaciones, los que dijeron una vez " el verdadero revolucionario no mira de qué lado se vive mejor" son los mismos que toda su vida y a toda su familia y amistades le han garantizado un lado mejor. " Maldito el hombre que confía en otro hombre", eso no está escrito en la Biblia por gusto.
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