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El hueco

 

Seudónimo: Las cosas que me siguen

 

Down in the hole…

wind in the phone lines.

Bruce Springsteen

 

 

Cuando te agarra la depresión, el teléfono cobra vida propia y comienza a reproducir los audios uno detrás del otro. Sucede que siempre hay un montón de amigas dispuestas a darte consejos y a decirte cosas como “ luego no digas que no te advertí” o “ es el padre de tu hijo” o “ no es para tanto, no hagas tanto drama” o “ dónde vas a encontrar otro hombre como él ” y también hay otras mucho más optimistas “ tienes que poner de tu parte, todo pasa”, pero si hay algo cierto, algo jodidamente cierto es quien está en el hueco eres tú y no ellas (aunque con mucho gusto les cederías tu lugar aunque solo fuera por una semana, sí, con eso sería suficiente)

Pero, por desgracia es como si recién despertaras y la tristeza te acompaña como un perro apaleado y fiel, y tú una bella durmiente sin puto sueño porque el insomnio se alimenta de la impotencia y el dolor.

Si al menos su esposo hubiera muerto de un infarto, si la dejara vivir en paz, si se fuera con la otra. Pero no, en su vida nada había sido fácil y tampoco era diferente esta vez.

Se arrastró como pudo hasta el baño, y dejó que el agua corriera despacio y silenciosa. Luego fue y abrió la puerta de la sala. Qué te pasa, dijo el niño, hace rato estoy tocando el timbre. Nada, respondió mirándolo con una sonrisa, ¿qué me va a pasar?

Ya en el cuarto comenzó diligente a ordenar los libros. Mamá, la maestra me preguntó por qué no fuiste a la reunión, me dio esto para ti. Ella leyó el papel. Ves, ¿qué dice ahí? Reunión de padres ¿Cierto? El niño la mira sin hablar. ¿Dime qué dice? Que es con los padres, mamá.

Ajá, entonces tu padre también tiene que ir. El niño continuó ordenando el pequeño librero y ubicando los lápices y gomas en su sitio, mientras lo observa satisfecha, serás un buen hombre y lo abrazó con fuerza. Mami me duele, ella se detuvo y le examinó el hombro. Ya está mejorando. Él asintió.

Verás, necesito que hoy te quedes a dormir con tu abuelo ¿Te gusta la idea? Sabes qué pasa, también yo tengo que ordenar todo este reguero antes de que tu padre llegue ¿Comprendes? Él asintió entusiasmado. Sí, claro y abuelo me compra dulces y me regala chocolates y tiene una colonia azul y también me la presta cuando me baño. Ella sonrió palmeándose los muslos, ¡listo, no se hable más!

¿Puedes ir sin compañía por esta vez? Son unas pocas calles. Sí, claro mami. Te quiero mucho. Y yo a ti mi sol bueno, y yo a ti más.

 

El niño se alejó entre los árboles y el edificio vecino, ella solo se alejó de la puerta hasta que lo perdió de vista. Entonces colocó el candado en la reja de entrada.

(Nunca se sabe, hay muchos ladrones últimamente) pensó y aseguró por dentro con pestillos, por si acaso. Ya, al fin sola colocó la cafetera y prendió un cigarro. Luego fue sorbiendo el café, mientras pasaba la vista por la cocina admirada como la primera vez. Buen café, del caro, al igual que los cigarros. Todo era bueno en su casa, eso era innegable.

Se sirvió otra taza de café, encendió otro cigarro y fue hacia el baño, descorrió la cortina y cerró la ducha. Tendré que dejarlo, delicioso café pero no me ayuda con el sueño.

Tampoco es que tú me ayudes mucho que digamos (dijo mirándolo críticamente) Si al menos no me hubieras mentido, si no me hubieras golpeado, al menos si la policía hubiera hecho caso, pero sobre todo si nunca. ¿Escuchas bien? Si nunca hubieras lastimado al niño.

Pero no, él ya no escuchaba, ni lo haría más. ¡Típico!

Quería decirle tantas cosas. Ya en el cuarto se perfumó y se peinó desenredando los nudos (eso pasa cuando llevas días sin usar un peine) y sonrió orgullosa a la imagen reflejada en el espejo.

Quería decirle tantas cosas, pero sucede que cuando la depresión te agarra y luego pasa, el teléfono cobra vida y comienza a reproducir los mensajes de voz de las amigas “no hagas drama”, “solo fueron unos golpes, seguro estaba borracho”, “te pedirá perdón” o “pon de tu parte que todo pasa”.

Pero lo cierto es que quien está en el hueco ahora mismo eres tú. Exactamente en el hueco de la cama, ese que tanto te gusta y que a fuerza de usar tiene la forma de tu cuerpo. Los ojos se cierran pesados como una pared sobre tu cabeza y recuerdas ya habías fregado la cafetera. Los pocos pelos y la sangre habrían desaparecido, pero habría que fregar una vez más y recordó el fogón, nunca se sabe. Pero, no sería ahora. El teléfono repite monótono los audios que se disipan en el viento. No importa, tampoco los escuchas, dormida al fin como estás, después del largo insomnio.

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