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De humanos y palomas

 

Seudónimo: Tere Mejía

 

 

Sentados en las afueras de un pequeño café, quizás en París, o Madrid, o Miami, o Beirut, David y Sasha hablaban de asuntos interesantes y también de temas baladíes.

El aire olía a gardenias y el sol ya comenzaba a anunciar su próximo retiro coloreando de rosa pálido y dorado los hermosos nimbos y cirros suspendidos en el cielo como trozos de algodón.

Una bandada de palomas blancas y grises revoloteaban alrededor de ellos, picaban aquí y allá los restos de panecillos que una viejecita, sentada un poco más allá, les dejaba caer, mientras que una pareja de jovencitos se besaban como si no hubiera en este mundo nadie más.

—¡Qué hermosas son las palomas, David! —comentó Sasha—, me deleitan cuando vuelan juntas y planean delicadamente sobre la plaza. Mira qué tiernas se ven las que están acurrucaditas en la ventana de este edificio detrás de nosotros, espera, les tomaré una foto.

Sasha se levantó, buscó en su bolso la vieja cámara Kodak que siempre le acompañaba y se subió a una de las sillas vacías de afuera del cafecito para acercarse más a las palomas y tomarles una buena foto. Le llamó la atención que, en la esquina del alféizar de la ventana del segundo piso, había una mochila verde oscuro a medio abrir con algo brillante en su interior que no pudo descifrar, no podía alcanzarla y no creyó tampoco que debía de hacerlo.

Bajó de la silla sin haberle tomado la foto a las palomas porque estas habían salido disparadas al sentir que invadían su privacidad.

Quiso contarle a David lo de la mochila abandonada —como pensaba—, pero él ya estaba diciéndole algo en ese momento.

—Sasha, ¿sabías —preguntó en tono confidencial— que son tremendamente peligrosas?

—¿Peligrosas? ¿Quiénes?, ¿las palomas? —preguntó a su vez Sasha visiblemente extrañado.

—Sí, devastadoras —añadió David y argumentó—, hace poco leí un artículo donde se decía que les hacen mucho daño a los edificios de las ciudades, porque el ácido de sus excrementos provoca corrosión, oxidación de los metales y el deterioro general de los materiales que se encuentran en los edificios como el hormigón, la piedra caliza y el cemento, por no hablar del impacto estético —concluyó.

—Pero, David, ¿en qué tiempo las palomas pueden hacer esos estragos?, este edificio tiene seguramente más de setenta años y se ve en muy buen estado.

—No sé —confesó David—, pero hay quien dice que las deberían de exterminar.

En el mismo momento en que Sasha, incrédulo, abría los ojos ante el absurdo que estaba diciendo David, mientras la viejecita continuaba dándole migas de pan a las palomas, y la pareja de jovencitos seguían disfrutando de sus besos, se sintió una terrible explosión, y la viejecita, la pareja, Sasha, David, las palomas, las sillas y las mesas, el cafecito y el edificio completo detrás de ellos, en aquel ocaso, ahora terriblemente gris, volaron en pedazos.

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