“Hombre nuevo”
Seudónimo: Meursault
Dicen que no le podemos dejar los zapatos puestos. ¿Por
qué? No sé, creo que así está establecido que sea. Está bien, está bien. Y
volvió a mover los cordones, hizo el nudo, el lazo. Déjame, ve a preguntarle a
mi mamá si llegó el carro. Me senté, zafé el lazo, el nudo, estiré los cordones
y te saqué los zapatos. No te los puedo dejar, ellos dicen que no. Afuera llegó
mi padre, siéntate, le dijo mi hermana, él se quedó de pie. ¿Va a venir tu tía?
No sé. Es mejor que no vengan. ¿Y los zapatos? No se los puedo poner, ellos
dicen que no. Y abuela salió del cuarto y nos quedamos solos. Me senté al lado
de tu cabeza, la cama se hundió y te recostaste a mi pierna. Tenía muchas ganas
de decirte algo, creo que lo hice, después te acaricié la frente y el pelo y te
abotoné la camisa, la camisa roja que me habías dicho que te gustaba. Te di la
mano, en realidad aguanté tu mano, un peso dormido y lento que se dejó caer, y la
coloqué en tu barriga. Hace años ya, cuando todavía podías inflar y desinflar
la barriga, me decías que pusiera mi oído y yo escuchaba tus tripas y los
sonidos del corazón y los gases y los líquidos del organismo. A veces
permanecía pegado a tu cuerpo para escuchar todas esas cosas y me preguntabas
si iba a estudiar medicina. No me gusta la sangre, ni los muertos. Y terminé
estudiando Literatura. Las palabras y los trucos del lenguaje y los libros y la
poesía y el arte es peor que la medicina. Después de leer algunos libros le he
perdido el asco a la sangre y he aceptado la muerte. He aceptado la muerte
mucho antes de ver tu muerte. Entonces me deshago de los miedos y los ascos y
las furias propias de ver tu cuerpo siendo solo un cuerpo sin gracia, sin
aliento. La puerta del cuarto se abre y entra mi abuela otra vez y se sienta a
tu lado, pero tú no la notas. Es mejor así.
Laura
querida;
Me
recuerdo en esta hora de muchas cosas, de cuando te presenté a mi abuelo en
casa de María Antonia… recuerdo que en ese momento me comentaste que si una vez
nos escribíamos alguna carta lo haríamos de este modo, como lo hizo Guevara. Me
tocó a mí cumplir aquella promesa, ya estoy sentado frente a la laptop tocando
las mismas letras que eligió Guevara. Los dos coincidimos en que Guevara pudo
haber sido un gran escritor, tenía voz, pero él, como mismo hicimos tú y yo,
decidió hacer otra cosa. No abrazó la carrera literaria como nosotros no nos
abrazamos el uno al otro. Es una lástima, estarás pensando en este momento,
bueno, piensa que también es una lástima que la carta de Guevara no sea
romántica. La de él es una carta de despedida, la mía es una carta de retorno.
Ayer
murió mi abuelo. Ya no me queda nada en este país. Mis padres van a continuar
estáticos, ridículos ante esta nueva realidad que nos les asombra, pero tampoco
esperaban. Todos estos cambios me impulsan a partir, a alejarme de todo cuanto
conozco. Dicen que las personas siempre intentan regresar a donde fueron
felices alguna vez. Es por ello que quiero volver a ti, a tus ojos inexpresivos
contemplando mis lecturas, como una experta jugadora de póker que contiene sus
emociones para no alertar a su oponente de posibles estrategias. He decidido
volver a ti para aliviar un poco este peso. El desmoronamiento ha lanzado sus
escombros sobre mí.
Solo
siento pena por mi abuela. En los últimos meses todos veían el final inminente
de mi abuelo, pero ella se negaba a pensar que la muerte estaba tan cerca. La
muerte había llegado a mi abuelo hace años, lo estaba consumiendo de a poco y
le abría heridas a cada rato. Él siempre subestimó esas cosas, tenía una fe
inquebrantable en el mejoramiento, pero las enfermedades no entienden de fe, ni
de esperanza. A las enfermedades hay que extirparlas a tiempo, sino se vuelven
una hidra que lo corrompe todo. Solo mi abuela no vio venir la acaecida muerte.
La acaecida muerte representa para ella y para la familia la última etapa de un
periodo.
La
próxima vez que hablemos será de frente. No tuve el coraje de sostener mi voz
en una llamada, prefiero escribir, así de paso hago de esta carta mi memoria
escrita. Los momentos como este deben ser guardados en papel y tinta para la
posteridad. Jamás volveremos a ser los mismos. El entusiasmo y las
posibilidades de la utopía han muerto. Todos sabemos que mi abuelo hizo lo que
pudo y no lo que quería, pero en esa diferencia entre querer y poder se rasgó
nuestra confianza.
Te
abraza con todo fervor
Descenso.
¡Ya llegó el carro! ─ Dice una vecina que ha venido a traer café,
agua, jugo, lo que se nos ofrezca. Tiene las manos vacías, nadie quiere nada,
mi hermana dice que jugo, pero nadie la escucha y la vecina en realidad tampoco
tiene nada para ofrecer. Ella ha venido a ver el muerto, a estar en el chisme y
enterarse de todo. La vecina es como ese buitre que sobrevuela los cadáveres
para después esparcir los miembros y alimentar a otros buitres hambrientos de
morbo y curiosidad. Ella repartirá la historia por los oídos hediondos de la
comunidad. Al final atraerá más aves de rapiña que vendrán buscando su propio
pedazo de carne y grasa. ─ ¡Ya llegó el
carro! ─ Vuelve a decir.
¿Qué carro? Pregunta mi madre. ─ El carro de muertos ─ dice mi padre por lo bajo.
Ya vienen a buscarte, han llegado dos hombres altos y
flacos a buscarte. Ahora te envuelven en una sábana que mi abuela les dio, te
ponen en una camilla de plástico y te amarran con cinturones negros. Verte
envuelto en ese capullo fúnebre me hace pensar que te están reteniendo para que
no escapes, que quieren asegurarse de que no salgas corriendo y te pierdas por
ahí. Ellos no pueden permitirse que tú regreses, que te incorpores a la vida.
Los hombres levantan la camilla y te sacan del cuarto. Mi hermana te mira, mi
padre también te mira. Le echo el brazo a mi abuela por la espalda. Ellos se
encargarán de bajarlo, no te preocupes, ve tú en otro carro. Entonces mi abuela
se sienta a esperar otro carro.
Salgo con los hombres y contigo por el pasillo, el pasillo
ahora es uno de esos túneles oscuros y fríos, y por los huecos de la
ventilación entra la lluvia y el viento y lo vuelve todo más dramático. Los
hombres aprietan los ojos. Llegamos al elevador y toco el botón. Las puertas
metálicas se abren. ─ Hay que ponerlo de pie, no cabe acostado ─ dice uno de los hombres.
Entonces te enderezan y te yerguen a mi lado y me da la impresión de sentir tu
agonía póstuma, agitado por el ajetreo de estar parado en un momento como este.
Mis ojos quieren volverse para otra parte y miran el piso y mirar el techo,
pero el techo es un espejo donde estamos reflejados tú y yo y los ojos cansados
de los hombres flacos. El descenso a la planta baja es lento. 12… 11… 10… 9…
La estrechez del elevador me hace pensar en la estrechez de
féretro que está a punto de acogerte. Tengo tiempo para evocar cuando te
presenté a Laura en casa de María Antonia. A veces los recuerdos que se nos
muestran no son recuerdos felices, pero la posibilidad de rememorar cualquier
experiencia es validad para sostenerte en mi memoria. Laura es uno de esos
temas que jamás pudimos tocar con entendimiento. Ella representó para ti la
corrupción de mi alma.
Me decías que ella solo me utilizaría, que su esencia era
egoísta, cruel. Yo también comencé a odiarla. Después pasaron muchas cosas.
Laura causó tanto daño en mis fibras como ninguna otra mujer lo había hecho
antes. Es tan parte de mí como lo eres tú, solo que tú estás muerto ¿En
realidad estás muerto? ella continúa atractiva. Me perderé en el Sueño Laura.
Las campanas del elevador me sacan de un letargo impreciso
entre Laura y tú. Los hombres me preguntan si eso es que ya llegamos, les digo
que sí y ellos aguantan la camilla. Las puertas metálicas se abren y ellos
acomodan el cuerpo en la posición horizontal que adoptarás para siempre. Te
sacan, como dicen, con los pies por delante. Sin zapatos, porque está
establecido que no debes tener zapatos. Y hay gente en el lobby esperando para
ver el muerto, pero tú estás envuelto en una sábana y no se te ve la cara y no
se sabe que eres tú, pero ellos me ven a tu lado, me ven los ojos rojos y saben
que tú eres tú. Se me acercan para darme el pésame y les digo que gracias,
aunque realmente no sé si responder gracias o simplemente no decir nada. Una
señora te mira y se siente mal y se tiene que sentar. Ella ven en tu imagen su
futuro inmediato. Tu generación puede verse extrapolada a tu cuerpo sin rostro,
ellos pueden concebir su propia cara debajo de esas sábanas. La gente se
despide de ti. Hacen una hilera para verte partir.
Óbolo.
El chofer del carro abre las puertas de atrás y los
hombres te deslizan hasta el interior. Todo pasa muy rápido. La lluvia y el
viento hace que todo sea más rápido. El chofer me mira y me pregunta si yo soy
el acompañante y le digo que sí y me dice siéntese junto a mí. El carro por
dentro es viejo y decadente, quizás sea yo que no puedo dejar de verlo todo
viejo y decadente. El chofer abre la ventanilla, gira la llave, el carro
enciende, pisa el acelerador y comenzamos a surcar las estrechas calles de La
Habana. El chofer es un anciano y es, tal vez, más flaco que los hombres
flacos.
Mi
hermana queridísima:
Ya puedo escribir: ya puedo
decir con que ternura y agradecimiento y respeto te quiero… ya estoy todos los
días en peligro de dar mi sueño por mi familia, y por mi deber. Sí, porque no
hay modo de ayudarlos desde dentro. Es sabido que los hombres que han intentado
cambiar la historia de su patria chica primero deben exiliarse, templar su
corazón con la lejanía y la añoranza. Yo quiero ayudarlos a ustedes y no hay
otro modo.
Desde que nuestro abuelo murió
no hago otra cosa que pensar en ti, mi hermana más joven, pensar en cómo
afrontaras esta nueva realidad para la que nadie está preparado. ¿Cuáles serán
tus símbolos? ¿Dóndes vas a consultar la historia? ¿Qué valores permearán tu
vida? Todo lo que alguna vez viví con él ya se ha ido a la tumba. Temo por ti,
la juventud se está evaporando, cae en la apatía de no hacer nada. Nuestros
padres piensan que yo estuve junto a ellos para apoyarlos, ellos no entienden
que la permanencia no significa apoyo. ¿Qué será de ti?...
La lluvia me distrae, me saca de este momento y me lanza a
la playa, a los veranos de cuando era niño y podíamos ir a la playa y meternos
en el agua. Fue ahí donde me explicaste que el agua salada cura las heridas,
que cuando tuviera una herida me echara agua salada. Quizá por eso siempre he
asociado el agua, cualquier agua, con un proceso de sanación. Cierro los ojos y
me dejo llevar por el flash de las luces amarillas y blancas del tráfico. Es la
playa. Las luces son los rayos que se meten entre las palmas y te dan en la
cara y se mueven por el vaivén del aire y las hojas. La luz se mueve. ¡Dame la
mano! Escucho tu voz. Me hundo en la débil reminiscencia de tu voz. Quiero
escucharte de nuevo. ¡Dame la mano! Me llamas. Y estás ahí, con la mano
extendida, llena de arena. ¡Vamos a meternos en el agua! Y yo me recuesto a la
palma, es que me corté el pie, te respondo. El agua salada cura las heridas, me
dices. Pero estás muerto. ¿En realidad estás muerto? ¿Cómo se cura eso? ¿Qué
tipo de agua hace falta para sacarte de eso?
El chofer me toca con el codo ─ Ya llegamos ─me indica. Me bajo del carro y él
también se baja, se para a mi lado y me dice que me acompaña en
el sentimiento. No sé qué decir a eso. Él se me queda mirando por un momento
extendido. En ese minuto pienso que no te han puesto ninguna moneda dentro de
la boca. No podrías pagarle a Caronte para viajar en la barca, entonces meto mi
mano en el bolsillo y saco un purruño de billetes suelto, escojo algunos. Tome
esto, le digo, como si estuviese pagando los óbolos del inframundo. ─ Muchas gracias, joven ─ me responde.
El lugar es un poco oscuro, prácticamente desierto.
─Hoy es una noche tranquila ─ me dice uno de los hombres. Ese
es el modo que él encuentra para indicar que hoy no se han muerto muchas
personas. Me siento en una silla. Ellos te sacan del carro y te ponen sobre
otra camilla, de ahí te arrastran hasta otra sala y me llaman. Otra vez estamos
solos, parce que fueron a buscar los instrumentos, eso dijeron. Es en este
instante, al ver tus ojos abiertos, siento por primera vez la crudeza de la
muerte. Han cambiado. Tus ojos se han tornado azules y vidriosos. Han cambiado.
Tus ojos son como los ojos de los animales disecados del museo de Ciencias Naturales,
parecen ojos de plástico. No puedo seguir viéndolos, odiaría recordar esa
mirada, odiaría pensar en ti y ver estos ojos plásticos y secos. Acaricio tu
frente y cierro tus ojos.
Escucho a los hombres flacos, uno de ellos dice ´Vamos a
terminar con el hombre nuevo´. El hombre nuevo, pobres, no saben que otro
eufemismo usar para referirse a un muerto. Pobres, el hombre nuevo es un
cadáver sobre la mesa de un tanatorio. Ellos se paran junto a ti y ponen sobre
la mesa un bulto de algodón, algunas pinzas…
Lo siguiente prefiero no decirlo, no puedo narrar todo lo que hicieron
con tu cuerpo.
A mi abuela también quise consolarla. Llegaron todos
juntos, un racimo de familiares ajenos y mis padres y mi abuela. Los familiares
eran de otro muerto, doblaron a la derecha y se sentaron a velar su muerto. Mi
abuela y mis padres se quedaron solos. Le di un pañuelo a mi abuela y lo mojó
muy rápido. ¿No va a venir más nadie? Le pregunté. Ella me dijo que no, que no
le había avisado a nadie más. Mejor así. Nos sentamos a esperar, todavía no
subían el cuerpo. Yo pensé que él duraría para siempre, me dice ella, pero
nadie es inmortal.
Peste.
Es un frente frío. Esta lluvia y el tiempo así es un frente
frío, dice mi mamá y se hunde en el pecho de mi padre. Yo me cruzo de brazos y
camino hasta la ventana. Es verdad. Este tiempo es de un frente frío. ─ Eso es bueno─ me comenta una señora. Ella me da un vasito de café. ─Llevo años aquí y he visto
tanto. Cada familia viene y se sienta y acompaña a su pariente y llora y luego
se va. Es probable que regresen, entonces ellos serán los difuntos y guiaran
otros familiares y compañías que volverán a esta estancia, tomaran mi café y
después se irán para volver sin vida y continuar el ciclo. El frío es bueno, por
duro que suene, los cuerpos se conservan mejor y se pueden velar por toda la
noche. El calor de una noche de verano puede sacar todos los gases del cuerpo.
Y una noche con ese olor es lo peor que hay. ─ dice la señora. Y tiene razón.
Eso es lo malo de un país tropical. Todo, prácticamente todo, se descompone más
rápido. Los procesos, las revoluciones son vertiginosas y se crean y se
fortalecen y se corrompen y se destruyen y se evaporan y dejan, como una
neblina envenena, el ambiente lleno de peste.
Ya te traen dentro de la caja. No te volveré a tocar. La
caja es de bagazo, forrada con una tela mala y azul, un azul grisáceo y feo,
como un trapo delgado que han lavado mil veces y comienza a verse traslucido,
así es la tela que forra la caja. Tiene unos remaches amarillos, imitación mala
del oro. Un cristal en la parte superior que nos permite ver tu cara. Adentro
debe ser incómodo. ¿Lo es? Y tú estás ahí metido.
El resto de la noche es monótona y fría hasta el amanecer.
Cementerio.
Llegamos a la entrada del cementerio de Colón y el carro se
detuvo. ─ ¿Pasarán por la
capilla o será entierro directo? ─ Pregunta alguien. Mi abuela dice que pasaremos por la
capilla.
El capellán tiene una túnica blanca. ─ ¿Cuál es la diferencia entre un cura y un capellán? ─le pregunta mi mamá a
mi papá. Mi papá se queda un momento mirando al capellán,
pretende buscar algún tipo de respuesta en la estampa, tal vez no
pretende buscar nada. ─ Es lo mismo ─ le responde. Yo me volteo y le explico al oído
que un capellán está relacionado con
la celebración de misas y un cura se
encarga del cuidado y la doctrina espiritual de los feligreses. Mi madre se
queda en silencio.
Señor, Padre Santo y bueno, Dios todopoderoso y
eterno;
Humildemente te suplicamos por tu siervo, a quien llamaste
de este mundo a tu presencia. Concédele franquear victoriosamente las puertas
de la muerte, para que habite con tus santos en el cielo, en la igualdad que
prometiste. Elévalo a tu reino y congratúlalo con sus necesidades como él supo
contribuir con sus capacidades. Que se vea liberado de toda pena material y
que, cuando llegue el momento de la resurrección y del premio, sea colocado
entre los santos y elegidos, para que junto a ti goce de la vida inmortal en el
reino eterno.
Amén
El capellán te rocía con agua bendita y te despide. ¿Qué
pensarás en este momento? Tú que nunca fuiste religioso.
Mi mamá dice en voz baja, pero todos la escuchamos ─ Para mí es lo mismo un capellán y un cura.
Mi papá y yo aguantamos la caja por la parte de tus hombros,
los enterradores aguantan la caja por tus pies. Te levantamos de la mesa y te
sacamos de la capilla. La mañana está nublada. Sales con los pies por delante,
otra vez, y bajamos los escalones muy despacio. Mi abuela va atrás con mi mamá.
El asfalto está mojado y se ve negro y brillosos. A lo
largo de la calle se extienden hileras de tumbas y obeliscos y querubines
estáticos. Es un panorama hermoso. No lo digo en voz alta porque mi abuela no
entendería la belleza que hay en todo esto. Tú si lo entenderías, también te
gustaba el ambiente lúgubre del cementerio, pero ahora no puedes decir nada.
Vamos caminando y los árboles se empinan y las flores que crecen en las
jardineras se enreden en los troncos. Las ramas de las copas se unen y crean un
techo natural que nos separa del cielo y hace que nuestra vista se concentre en
todas estas lapidas, en todo este mármol. El cementerio es ocre y pálido y
todas las degradaciones del gris sin llegar a blanco, el cementerio es
silencio, el cementerio es paloma sobre las alas de los ángeles, el cementerio
es Cristo inamovible multiplicado en cada loza, el cementerio es sueño, el
cementerio es miedo, el cementerio es olvido, es nada, es muerte… el cementerio
es hermoso, no sé, no puedo decir algo diferente a eso.
Descenso II.
¡Que chasco fue para nosotros tu colapso! ¡Que contentos
deben estar tus enemigos! Aun así, más allá de la afinidad u odio que se
extienda sobre ti, te recordaremos, te recordaran siempre; y habrá que dedicar
un momento en toda conversación sobre los grandes fenómenos de la historia para
hablar de ti.
Los sepultureros ponen las sogas bajo el ataúd y cada uno
aguanta un cabo. Se paran con las piernas abiertas sobre la fosa, se doblan por
la cintura y comienza tu descenso final. Ellos le dan riendas a la soga y la
caja se hunde tres metros bajo tierra. Ahora pendes de una soga que aguantan
hombres extraños, manos ajenas a ti. El ataúd choca con la base. Me da la
impresión de ver un movimiento en ti. ¿En verdad estás muerto? Sacan las
cuerdas. Descansa en paz. Ponen la tapa de granito simulación de mármol. Estás
muerto y enterrado.
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