Renacer
White
12
Al
terminar la ceremonia, Pedro se acercó hasta el frondoso cedro sembrado por su
bisabuelo en el perímetro del pequeño cementerio familiar; allí permaneció
recibiendo las condolencias de los presentes;
por último, el señor David, próspero comerciante comprador de buena parte de sus
producciones, acompañado de su hija Elizabeth, se le acercó, y expresó:
─Sentimos lo que ha pasado, sabe usted que
puede contar con nosotros y, por favor, debe ser fuerte para superar esta
terrible tragedia. Mi hija, al igual que yo, quedamos a su disposición para lo
que necesite.
Mientras
el hombre le hablaba se sentía al límite de sus fuerzas después de todo lo que
había sucedido, pero permanecía inalterable cumpliendo con su deber de atender
a las personas reunidas en su granja con los que mantenía excelentes relaciones
de amistad y comerciales, por lo que, sobreponiéndose a su agotamiento y
tristeza, le respondió amablemente:
─Muchas gracias. Les agradezco me hayan acompañado
en este momento tan difícil para mí.
La
joven, que permanecía junto a su padre, le dedicó una tierna mirada, pero de
inmediato inclinó la cabeza cuando de sus ojos comenzaron a brotar sendas
lágrimas, estimuladas por el visible sufrimiento de aquel hombre que desde
hacía tiempo aparecía en sus sueños.
Al
despedirlos a todos y quedarse completamente solo, se quitó el saco y se sentó
sobre la tierra recostado al tronco del cedro, miró las cinco nuevas sepulturas,
y suspiró tan profundo que sintió como si su corazón se detuviera, entonces, cerró
los ojos apretándolos con fuerza para no ver los montículos y, a la vez, movió
su cabeza de un lado para otro tratando de negar lo sucedido; de repente comenzó a sollozar con un
incontenible llanto; desahogando el profundo dolor que
sentía permaneció durante un buen rato hasta calmarse y quedar en silencio. No sentía el menor deseo de irse de aquel lugar y decidió
quedarse a esperar la oscuridad de la noche para reflexionar sobre el trágico
suceso donde murieron ahogados sus padres, su esposa y sus dos pequeños hijos; pero sin dudas a pesar de su agitado estado emocional, el agotamiento físico y mental acumulado
desde que recibió la noticia y partió al rescate de sus cuerpos en poco tiempo terminó
por vencerlo hasta quedarse profundamente dormido. Al amanecer, la repentina y
fría lluvia lo obligó a buscar refugio dentro de la casa.
Al
día siguiente, y cada día, como los que se sucedieron durante los primeros
meses, significaba un gran reto donde se esforzaba por seguir adelante a pesar
del vacío que sentía en su vida, entre otras cosas, al entrar a la casa y no
escuchar aquellas voces familiares o ver a sus hijos jugando, pero lo soportaba
más, porque cada cierto tiempo recibía ayuda de los demás granjeros en los
múltiples quehaceres de su vasta propiedad, y también le colaboraban con
alimentos y golosinas de parte de sus esposas;
pero, con el paso del tiempo, comenzó a manifestar cambios en su conducta.
La
constante soledad en que vivía rodeado de tantos recuerdos y el esfuerzo que
hacía en cada jornada de trabajo lo habían ido convirtiendo en una persona recluida
en sí misma para tratar de no demostrar por lo que estaba pasando, hasta llegar
el día de rechazar categóricamente la asistencia que le brindaban para poder
permanecer solo desde que comenzó a sufrir las crisis de ansiedad y se calmaba
permaneciendo en el cementerio familiar, donde comenzaba a hablar con las fotos
que identificaban las sepulturas. Se estaba definiendo cada vez más como un
hombre sin esperanzas de superar su tragedia y alcanzar una mejor forma de
vivir y ni siquiera consideraba la posibilidad de vender la propiedad para
marcharse bien lejos, debido a la tradicional promesa familiar de hijos a padres
de que nunca abandonarían sus tierras y las cuidarían por encima de todo para el
futuro heredero.
No
obstante, mantenía un mínimo de contacto social cuando viajaba al pueblo para
vender su producción de quesos. Debía cruzar el río por el único lugar posible
en toda la región, donde el cauce se ensanchaba provocando la disminución de la
altura y presión del agua, permitiendo el paso a caballo o tirando de los
carruajes. Se detenía un buen rato en el centro de la débil
corriente para dar de beber a sus sedientos animales y, a su vez, pedía le sucediera
lo mismo que a sus seres queridos. Pensaba que si una repentina y poderosa
crecida se volvía a repetir varias millas río arriba y al pasar por aquel lugar
lo impactaba, arrastrándolo, y se ahogaba, él no rompería la promesa hecha,
porque su muerte sería considerada un accidente como les ocurrió a sus padres,
esposa e hijos en ese mismo lugar cuando regresaban del mercado de hacer
compras de diversos artículos que necesitaban, en tanto él se había quedado
trabajando en la granja. Pero lo que deseaba no sucedía y regresaba al rancho reviviendo sus dolorosos
recuerdos ocurridos en ese mismo lugar.
También
aprovechaba para comprar lo que necesitaba, que por lo habitual lo hacía casi
siempre en los mismos lugares y con las mismas personas, con las que apenas intercambiaba
algunas palabras. Sin embargo, en la medida que su condición mental e imagen
empeoraban, sobre todo su higiene en la ropa, dejaron de adquirir sus quesos,
alegando ir mal en los negocios; solo David, el rico comerciante,
los compraba para ayudarlo, utilizándolos como un alimento más en los cerdos
que criaba para usar su carne en la fabricación de jamones.
Una
tarde de regreso a su granja, al cruzaba el río, detuvo el carruaje para pedir
su único deseo convertido en una verdadera obsesión, pues cada día que pasaba
su conciencia se disociaba más y más de
la realidad y solo deseaba morir ahogado. Después de esperar lo suficiente y entender
que ese día no ocurriría su accidental muerte, arreó los caballos para
continuar y antes de llegar a la orilla divisó en aguas poco profundas un
objeto que brillaba al reflejar los rayos del sol. En ese instante su
curiosidad pudo más y sin pensarlo dos veces, con un poco de esfuerzo, logró
sacar fuera del agua y poner sobre la carreta un mediano cofre de madera
reforzada con algunas láminas de blanco acero; mas,
no lo pudo abrir al estar cerrado con un grueso candado y necesitaba
herramientas que no traía consigo.
Cuando
llegó a la casa se encerró en su cuarto y con la ayuda de un martillo pudo forzar
la cerradura, y la sorpresa que recibió hizo que se sentara para reponerse de
la impresión. En su interior halló un libro colocado dentro de una bolsa de
nailon muy bien amarrada para que no se mojara su interior. De primer momento
comenzó a desamarrarla, pero sus nudos estaban tan apretados que la colocó
nuevamente en el cofre y lo deslizó debajo de la cama para intentarlo en otra
oportunidad ya que en ese momento tenía cosas que hacer; pero
los días fueron pasando y lo olvidó por completo.
En
una noche que estaba acostado sobre la alfombra colocada en el piso de su
dormitorio, se mantenía con la vista fija en un punto en el techo y al voltear
la cabeza de un lado para otro para relajar su cuello, divisó debajo de la cama
en la penumbra de la luz de la vela el cofre que permanecía olvidado desde que
lo colocó en ese sitio. Se quedó mirándolo con extrañeza mientras recordaba
haber dejado un libro en su interior. Animándose, se arrastró por la superficie
de la alfombra hasta llegar a alcanzarlo y se sentó sobre el piso recostado al
borde de la cama. Con sumo cuidado y esfuerzo logró abrir las amarras y tomar
el libro que permanecía en muy buen estado de conservación. Colocó la vela
encendida sobre la mesita que tenía a su lado y comenzó a hojearlo; se
detenía por momentos en la lectura de pequeños párrafos en alguna que
otra página sin dejar de observar las ilustraciones que mostraba. Visiblemente
interesado, cada noche, sin importar lo cansado que pudiera estar, a
la luz del candelabro continuaba su lectura:
pero comenzó a hacerlo en voz alta, dándole la sensación de que ya no estaba
tan solo. Después de mucho tiempo donde sólo anotaba los resultados de la venta
de sus quesos y los gastos, empezó a sentir un despertar de sus millones de neuronas; su
mente volvía a conectarse con la palabra escrita y el influyente
mensaje de la imagen, y
en la medida que avanzaba en su lectura, tenía momentos en que sin percatarse, se
detenía a reflexionar sobre su vida y cuando terminó, quedó con deseos de
volver a leerlo, pero esta vez, más que eso, estudiaba al detalle el contenido
de cada página. Más que un libro encontrado, pensaba que este lo había
encontrado a él para devolverle la cordura y cambiar su actitud ante la vida y
la muerte y lo mucho de bueno que aún podía hacer.
En
su próximo viaje al pueblo, lo primero que hizo fue ir a la barbería;
comprar ropa y zapatos de máxima calidad y, además, alquiló una habitación en
un pequeño hotel ubicado cerca de la zona del mercado, donde tomó un buen baño
y cambió su vestuario. Su imagen se transformó de forma radical, causando
admiración a su paso y cuando llegó a la posada de David, a vender sus quesos,
la joven tuvo que aguantarse de su padre para no perder el equilibrio y caer al
suelo. Menuda y agradable sorpresa había recibido ella y al ir hasta la mesa para
llevarles un refrigerio, donde se encontraba Pedro conversando con su padre, se
sintió nerviosa y él, amablemente, pidió permiso para poder hablarle. El sabio
mercader consintió y los dejó solos. Para ese entonces, era otro hombre y sus
palabras llenaron de felicidad a Elizabeth. Ya
no vivía deseando morir y también pensaba en su vasta hacienda, que necesitaba
la continuidad de sus herederos.
Al
marcharse, el anciano y su hija lo despidieron en el umbral de la puerta y
antes de entrar, la muchacha preguntó:
─Padre, él me habló del hallazgo de un
libro que cambió su vida…, acaso fue usted quien lo colocó
en el lecho del río?
─Sí, mi hija, necesitaba una ayuda
muy especial. En las enseñanzas de ese libro encontró el camino de su
salvación. Lo hice por él y por ti.
Ella
lo abrazó y le dijo. ─Gracias
por creer en él y permitirme ser feliz.
De
regreso, se detuvo en el cruce del río para dar de beber a los caballos y deseó
que nunca más sucediera un accidente fatal en ese lugar. Al llegar a la granja se
encaminó al cementerio familiar y en las tumbas de su esposa e hijos les pidió
perdón por desear rehacer su vida, pero les aseguró que nunca los olvidaría
hasta su muerte. A la mañana siguiente fue a visitar a las personas que vivían
en las granjas cercanas a la suya para contarles los últimos acontecimientos de
su vida, a la vez, que les pedía, perdonaran su mal comportamiento. Por
supuesto que lo hicieron y volvieron muy contentos a ayudarlo sabiendo que muy
pronto su existencia cambiaría para bien, como ya lo estaba haciendo, y
volvería a ser la excelente persona que siempre había sido.
Un
buen día de camino a la granja le indicó a la hermosa muchacha, ya convertida
en su esposa, dónde encontró el cofre con el libro que le permitió con su
lectura renacer espiritualmente permitiéndole superar el pasado y ser nuevamente
feliz. Tuvieron varios hijos unidos en un solo brazo e ideal, que les dieron
prosperidad y merecido reconocimiento social cuando cada semana llevaban
grandes cantidades de mercancías al mercado.
Con
el paso de los años, Pedro envejeció y sus ojos ya no le permitían leer cada
noche algún que otro pasaje de su libro preferido, pero su querida esposa lo
hacía por él hasta que se quedaba plácidamente dormido.
Comentarios
Publicar un comentario