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El cuerdo infame y feliz

 

Seudónimo: Manatí

 

 

 

Nació, creció y vivió allí toda la vida, cualquiera puede decir que era un hombre sin emociones, al menos, no las exteriorizaba. Era un ser indecente, no sabía lo que era la desazón del alma, es que hasta muchos se cuestionaban si poseía alguna. Era un desamorado de la vida para algunos, para otros, después de vivida la propia existencia, era el ser más cuerdo que hubiera pisado la tierra de esta isla.

Desconocía la palabra empatía, pues era algo que no practicaba. En lenguaje claro y vulgar, le importaba un pepino lo que pensaran de él. Era feliz a su manera, si es que vamos a endosarle, para caracterizarlo, una palabra del vocabulario humano.

Pero en buena lid, en una sociedad donde todos luchan por eso que llaman felicidad y que nunca alcanzaban a plenitud, el más feliz era nuestro cuerdo infame, por el aquello de que aquel o aquella que no aspira, ni se frustra ni llora. Es algo de locos no tener preferencias, sin embargo, tenerlas usualmente te llevan por caminos fangosos, porque no siempre lo preferente se vende en los mercados. Son metas y aspiraciones que nos complican la existencia, y del cual se valen los más listos y despiadados para esclavizarte y obtener ellos una mejor vida.

Es muy difícil hacer un gran paréntesis para olvidar un proceso que le cambio la vida a todos, ello te conduciría a la ficción con ninguna atadura a la realidad, pues la quimera de nuestros pensamientos no sobrevive ni nos reconforta, si no tratamos de recrear lo vivido, darles formas más bellas o en última instancia, hacer más llevadero el pasado que cargamos a cuesta. Todos queremos olvidar el pasado deslucido y caricaturesco, por ello lo vestimos con las mejores galas y guardamos la ropa sucia tras el desván. Esa, nadie quiere lavarla, solo olvidarla. Él fue la excepción de la regla, y ahora cuando todos caminaban lenta y penosamente frustrados, el caminaba erguido como si este mundo le hubiera pertenecido, como diría Sinatra, a su manera.

Pero esta actitud en nuestro cuerdo infame no era la consecuencia de un ejercicio intelectual ni una postura definida ante la existencia terrenal. Era simple y llanamente que Tobías era así desde que nació y fue abandonado en el portal de la vieja Emiliana. Criado durante diez años por una vieja ya vencida que nunca tuvo descendencia. No recibió ni siquiera el amor de su madre natural, quien lo abandono a su suerte, cuando ni siquiera podía entender ese mundo que lo rodeaba. Lo que la cábala le dio al nacer fue la miseria de apellido.

Como todo bebé, no pidió permiso para nacer, y la vieja que lo crio, le machacó día tras día, que tampoco tenía que pedir permiso para vivir. Y él nunca lo pidió, tomando lo que la vida le regalaba sin exigirle esfuerzo alguno.

Emiliana se esforzó con Tobías, porque para una mujer tratada inmisericordemente por la vida, que no le había dado más que sufrimientos y escaseces materiales y espirituales, ese regalo madrugador situado en la puerta de su casita, en el barrio marginal en que vivía en La Habana de los cincuenta del siglo pasado, fue lo único que amó con pasión en su deambular por este mundo. 

Recogió con cuidado el paquetico humano y lo acostó en su cama y en ese lecho, junto a la vieja, vegetó Tobías toda su vida. La vieja se extralimitaba en el cuidado del niño y Tobías nunca mataperreo en un barrio, donde por un sóplame la oreja, podías caer muerto por una cuchillada. Nadie arriesga un tesoro en una mesa de juego, y Tobías era la fortuna de Emiliana.

Pero uno no nace sin entorno social, no importa que la sociedad no se aperciba de ti, reconociéndote o no, vives en ella y aunque para la generalidad y sobre todo para los políticos, seas solamente un número, vives dentro de ella y tienes dos caminos, te insertas en ella con todos los pros y los contras, o la miras con la indiferencia clásica de los animales irracionales.

En el caso de Tobías, vivir con esa indiferencia, en ocasiones, lo obligaba a tener que invertir más tiempo para evitar que un obstáculo se atravesara en su camino. El caminaba el triple con tal de no pasar por el lado de lo que podía detenerlo. A eso se llama comúnmente tener una vida sin tropiezos, que no muchos logran, sobre todo cuando no abandonas el raciocinio y no permites que las ideas y las emociones de otros inunden tu ser.

Si en lugar de Adán hubiera sido Tobías quien habitara en el Jardín del Edén, no se hubiera comido la manzana y la Biblia de la humanidad o de los religiosos, a lo mejor incluyera como plato preferido la serpiente asada.

Quizás las mujeres tuvieran descendencia por contratos y no por amor, porque se hubiera impuesto el raciocinio, al comprender que su pareja no se dejó convencer por una libidinosa serpiente. ¿Saben cuántas guerras humanas se hubieran evitado con el predominio del raciocinio? Pero primó para la humanidad el engaño de una serpiente hablante para saciar el deseo y la pasión de Adán y Eva.

Eso lo pensaría Tobías si se hubiera propuesto pensar en la humanidad, pero la generalidad piensa lo contrario, pues quieren el libre albedrio, sentir emociones y disfrutar el amor, meterse en la vida de los demás, juzgar, condenar, hacer el entorno complicado por ideas que nadie sabe a ciencia cierta a donde nos llevaran o a donde iremos a parar si sobrevivimos. Asesinamos la vida en el planeta sabiendo que estamos serruchando el gajo que nos sostiene, pero la emoción y el amor nos seduce a escala individual.

¡Ah! ¡Las ideas, las emociones, el amor! Tobías nunca pensó en eso, eran monedas falsas en su estrecha visión de la vida. Pensaba que el hombre, como los demás animales, tenían un objetivo en la vida: vivir a su imagen y semejanza propia. ¿Para qué complicarse por cuestiones baladíes?

Pero, aunque quieras deshacerte de lo que te rodea, no puedes. El mundo y las personas están ahí. Cuando más, lo que te permiten es la indiferencia, no sin castigos. Vaya hombre, si yo me jodo, pues los demás también, si no haces lo que te piden pues tu castigo llevarás.

Lo que si no podía la apatía de Tobías era detener los cambios en la sociedad que lo rodeaba. Y hubo un enero de 1959 y la vida de todos se iluminó con las nuevas promesas. Casi todos creyeron a la misma vez. Nada cuesta regalar esperanzas, si a cambio cobras con esfuerzo colectivo. Nada cuesta ofrecer un futuro luminoso, que se promete en la distancia y no en el presente, si acaso, amagos superficiales de una nueva vida, que en el momento no puedes cuestionar, pero que pasado los años puedes palpar que solo eran falsos juramentos.

Trece años contaba Tobías cuando una muchachita se apareció en la puerta de su casa para alfabetizarlo a él y a la vieja porque nunca había ido a la escuela. Eso no es mi culpa dijo Tobías.

No había escuela en el barrio de Tobías, allí lo único que existía era pobreza.

─Nadie te culpa, le respondió la alfabetizadora, solo que ahora tienes la oportunidad y debes aprovecharla.

─Hasta ahora no me hizo falta, ni creo que lo necesitaré.

─Nuestro país ha cambiado, ahora tenemos futuro, ripostó ella.

─Para mí nada ha cambiado, sigo viviendo en las mismas.

─La vida cambiará y lo mejor es estar preparado para enfrentarla, justificó ella.

Emiliana tomo cartas en el asunto y le explicó a Tobías que no había ido a la escuela porque no existía en el barrio, pero que, si el estado venía a ofrecértelo a cambio de nada, era una falta de educación no aceptarlo. Tobías mordió el anzuelo y se alfabetizó, no sin cuestionarse para que le servía saber que la OEA era un ministerio de colonias, o que los barbudos habían derrotado a la dictadura, y otras que para el eran sandeces ideológicas.

¿Te educaban para que fueras culto o para ser fiel a una línea política? Se cuestionaba Tobías.

─¿Pudieras usar otro libro para alfabetizarme y no esta cartilla?, cuestionó a la muchacha en una ocasión.

─Después que aprendas a leer y a escribir podrás elegir lo que quieras, le advirtió ella.

Y Tobías aprendió a leer y a escribir y los planes del nuevo gobierno le permitieron alcanzar hasta el 12 grado sin pagar un centavo. Emiliana lo becó para que cursara la secundaria básica y la enseñanza media, y de paso tuviera desayuno, almuerzo y comida asegurada. Y ella descansó no un día ni dos, sino definitivamente, cuando Tobías regresó a la casa con los estudios aprobados. Los seis años de estudios ocasionaron algunos cambios en Tobías, porque su visión de ser, no coincidía con la turba entusiasta de sus compañeros, para los que todo lo que se hacía estaba bien hecho.

Le decían el binario, cuando de binario nada había en Tobías, solo un frio y fino razonamiento sobre la vida que nadie le inculcó. Aprendió a observar los hechos y la vida con un distanciamiento personal horroroso. Tenía en venas el extrañamiento que quería Brecht para observar los hechos, y el nada sabía de Brecht. Era su visión personal de niño abandonado y criado por una extraña a la que amó sobre todas las cosas en su vida, educación de una anciana hastiada de su miserable vida, engañada hasta el final y que no aceptaba ser burlada ni una vez más. La vida es mierda, le aconsejaba Emiliana, todos se acercan por un interés malsano, y entonces Tobías no quería acercamientos. Le hacía caso extremo al ser quien, sin interés alguno, lo había acogido en su lecho.

Cuando en la beca, los estudiantes, en la mañana, iban a escaldar surcos o recoger frutos se asignaban las tareas por parejas. Tobías exigía el surco para el solo. El hacía el trabajo de dos, pero lo hacía con felicidad. Siempre en un trabajo entre dos o en colectivos, está el que se recuesta al de al lado. Tobías le decía al profesor que él no era horcón para soportar el peso ajeno.

Aquello era calificado de individualismo, pero Tobías hacía el trabajo de dos y nunca se retrasaba y quiéranlo o no, era el más productivo del aula, era como se calificaba entonces y ahora, un estudiante de vanguardia en la producción, aunque el motivo esencial de la beca era el estudio, pero en un pueblo en Revolución, como dicen algunos políticos, todo vale.

En los estudios similar actitud, Tobías estudiaba solo, no quería integrarse a ningún grupo de estudios. Lo incriminaban como individualista, porque en los grupos de estudios se va a ayudar a los más retrasados.

Pero Tobías recordaba a Emiliana diciéndole “quien nos ayudó en la vida” y ella misma respondía “nadie”. Pues entonces, martillaba sobre la mente del niño, ayúdese usted mismo, no espere nada bueno de los demás. Emiliana era analfabeta pero también sufrida en el desengaño, y preparaba a su hijo postizo para un mundo que siempre le había sido adverso.

Asumía en la existencia Tobías la moral del mafioso y tenía como divisa que hay hombres que quieren hacerte creer que son mejores que tú, pero porque solo quieren ganar a costa tuya, y que las decisiones que tomamos son las que nos definen, por lo que nunca debes cuestionártelas, porque no se eligen bandos, sino oportunidades y, en definitiva, no se puede cambiar ni la realidad ni el pasado, pero si la percepción de ambos.

─Profe, ¿Cuál es la ley de la vida?

─¿Cual Tobías?

─Prevalecen los más fuertes y desaparecen los débiles.

─Tobías esa es una teoría de la naturaleza no aplicada a la vida social. La vida en sociedad está matizada por el humanismo, los fuertes ayudan a los débiles.

─Profe, esa generalidad tiene sus intríngulis, porque lo que demuestra la humanidad históricamente es que los fuertes doblegan, martirizan y asesinan a los más débiles.

─Tobías no puedes aplicar tus conocimientos para tu provecho personal, sino de la sociedad. El conocimiento debe hacerte ver que hay que luchar para que las cosas malas se erradiquen de la humanidad. Mirar con los brazos cruzados lo que sucede es un crimen.

─A mí nadie nunca me ayudó, ni quiero ayuda tampoco, seré capaz de ser lo que soy sin ayuda de nadie.

La postura individual de Tobías llamo la atención del colectivo de profesores de la escuela, y tras evaluar la postura del alumno, dictaminaron la necesidad de buscar la ayuda profesional de un psicólogo.

Allá fue el descreído de Tobías a visitar al psicólogo, por decisión de su escuela, quien, tras varias consultas, y dejando a un lado todas las consideraciones clínicas, afirmaba que, por la falta de amor de todo tipo, materno, paterno, filial y familiar en el que fue criado, manifestaba un profundo arraigo individual para enfrentar los problemas cotidianos. Si hubiera sido criado de tal forma entre monos, estuviera trepado felizmente a un árbol sin ser cuestionado por sus congéneres.

La posología a utilizar aconsejaba, esforzarlo a integrarse al colectivo.

Como Tobías no aceptaba esfuerzos de nadie para ser cambiado todo quedó ahí, porque no estaba loco, no tenía problemas endocrinos, y era saludable, incluso, más sano que algunos de sus compañeros. Su coeficiente de inteligencia, decía el documento, está sobre lo normal.

Lo normal es lo aceptable, los que están por debajo son algo burros, y los que están por arriba usualmente son algo excéntricos, que les da hasta por construir bombas atómicas, algunos no perciben los intereses de la humanidad, otros como Tobías les da por ser como les da la gana, lo que, en castellano castizo, no le hacen daño a nadie, por el contrario, no asedian a los demás ni se deja acosar por los que le rodean.

Fue entonces cuando sus compañeros de aula, enterados de los resultados del examen psicológico, comenzaron a decirle el cuerdo infame y feliz. Y lo aceptaron hasta el último día de clases tal y como Tobías era, porque indiscutiblemente que Tobías no necesitaba ayuda de nadie. Si no te mofabas o lo molestabas, era como si no existiera. Un personaje aburrido para el resto del alumnado, quien se pasaba el día estudiando o leyendo, sin importarle hacia donde marchaba el mundo de los demás, ni el suyo propio. El pasado se fue y el futuro no ha llegado, pensaba Tobías. No hay razón para preocuparse de lo que se fue o de lo que no ha arribado, salvo que te expongas a ser manipulado o engañado, o a meterte en camisa de once varas.

Era una vida sin emociones, sin sabor, pero una vida que no quería ser molestada y derecho a ello tenía, pero la sociedad insiste en hacerte la vida un embrollo. Eres, pronosticó un barbudo cabezón, un ser social. Quieras o no quieras vives en sociedad, aunque te vayas a vivir a una isla abandonada, aislado de todos, menos de la naturaleza.

Llegó la edad de conseguir un trabajo después de los estudios. Nada le acomodaba a Tobías con 24 años en las costillas. Todo se había transformado en política, incluso la estrategia popular, que desafiaba a los imperios criminales de la época o de toda época.

Nada de guerras, ni de confrontaciones que no me pertenecen, cavilaba Tobías. Todos querían ser ingenieros, médicos, profesionales de cualquier cosa. Tobías no. Se percató que no muchos querían cortar el césped de los jardines, salvo los ancianos que nada tenían que hacer o ya estaban vencidos por la vida y la edad no les permitía aspirar a otra cosa.

Jardinero, se dijo Tobías y 50 años después es uno de los mejores jardineros de la ciudad. No un jardinero cualquiera, sino un artista de la jardinería. Coge un árbol y lo poda geométricamente, de un árbol puede salir una ficha de ajedrez, un animalito casero o una hermosa dama. Todos lo llaman para podar árboles, porque los encargados del estado para esa faena, lo que hacen es asesinar arboledas, hasta beben ron cuando le caen arriba a un árbol.

Tobías no, mira el árbol y le pregunta al cliente que desea tener. Dicha la petición se dedica al trabajo, si cree que no hay la frondosidad para lo que le piden, dice que no se puede hacer y sugiere lo que podía hacer bellamente. El cliente usualmente acepta y manos a la obra.

La yerba es otra cosa, se pone en cuclillas machete en mano, y chas chas miles de veces, hasta que el jardín exterior queda a la misma medida en todas sus partes. Siempre primero, con el rastrillo, limpia las excrecencias de perros y gatos, que pululan sin dueños y hasta con ellos, por la ciudad. Finalizada la labor recoge la yerba y la mierda en sacos y la deposita en el tanque de basura. Cobra su tarifa y hasta la próxima. Cobra su estipendio y se va, nada de amistad.

Y ahí está todavía Tobías, sin aburrirse de ser jardinero. 68 años a cuestas viviendo en una sociedad en ruinas, lo que a él no le causa la más mínima emoción, nada esperaba del futuro que se hizo presente y que frustró a todos aquellos que creyeron en él.

Es ahora cuando sería interesante contactar a los compañeros de aula de Tobías, digo mejor, los que aún quedan en el país, porque seguro que más de la mitad viajaron de improviso a tierras extranjeras y sin explicarle a Tobías, que no habló nunca con ellos, ni se interesó por sus aspiraciones. Recuerden, quien no aspira no se frustra.

Pero quizás pueda conversar con los que se quedaron, apabullados por un sistema que no cumplió con lo prometido. Pero no, si no le intereso a Tobías cuando era adolescente, menos le importa ahora que no lograron alcanzar sus aspiraciones, pues él a eso le llama fracaso, frustración por confiar en aquellos que acostumbran a tomar a las personas como horcones para dejar caer su peso, aquellos para los cuales una persona solo es eso, un número y para de contar.

Tobías no odia a los fracasados, cuando no lo eran tampoco los tenía en cuenta, pero le molesta oírlos entre ellos trazar nuevos planes, disponerse con sus escasas fuerzas a lograr un cambio necesario en la sociedad, pero casi todos están en ese estado de “Good bye Lenin”, en la creencia de que habían errado el camino, sin reconocer que han andado por trillos sinuosos todo el tiempo. Nadie quiere reconocer que todo se fue a la mierda, solo los jóvenes están seguros que no quieren seguir viviendo en esta porquería de sociedad.

Y si no vas a la sociedad, esta viene a ti. Es como el refrán si la montaña no viene a Mahoma, pues este va a la montaña.

Tobías siempre estuvo desconectado de toda política, en esa esfera es un perfecto analfabeto, por nunca creer en ella.

Está detenido en una prisión por asalariado del imperialismo yanqui, por haber violado una Constitución, que nunca ha leído ni por la que ha votado, por intentar derrotar el sistema que rige el país, por delincuente criminoso, que portaba un machete afilado.

Todo, por podar un árbol que al finalizar el trabajo en sus hojas se leía “Patria o Vida”, por petición del cliente, y por caminar hacia su casa, un 11 de Julio, al lado de una manifestación de jóvenes, con un machete, su instrumento de trabajo.

Las autoridades no le creen y lo acusan hasta de antisocial por no tener relaciones personales con sus vecinos. El perfecto agente de la CIA, dicen algunos de los policías.

Aquí no escapa ni el ratón, cuando de mantenerse en el poder se trata. Estamos como siempre, prometiendo nuevas esperanzas y destrozando el presente en el que se basa el futuro.

No sé si Tobías querrá que le lleven algo a prisión. No tiene familiares ni amigos que se preocupen y ocupen de él.

Allí no se relaciona con ningún preso, menos con el interrogador policial que, aunque lo piensa no lo dice, pero si cree que está loco.

No importa, en las prisiones cubanas hay trabajos de jardinero y Tobías siempre se acostumbró a vivir solo, lo que no fue óbice para que el sistema le fuera arriba.

Al menos tendrá una ración de comida al día y no morirá de hambre. Él no es político ni hace huelgas para joder al estómago. Va a ser un prisionero modelo.

¿Qué diría Emiliana?

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