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La volanta

 

Lisley Durañón

 

 

Decidió llamar, ya no podía seguir esperando junto al portal. La lluvia ya era cosa seria y lo peor era, que comenzaban los relámpagos y los truenos a hacer de las suyas. Se acercó y mirando a cada lado de la calle, levantó el índice y apretó el timbre. Esperó unos segundos, aguantando la respiración para poder escuchar y en efecto sintió unos pasos acercarse. Se abrió la puerta pero solo a medias. Desde dentro un peculiar olor hizo que su nariz se dilatara. Completamente a oscuras Berta con un rictus en el rostro lo miró fijamente. Siempre fue una mujer extraña por eso no dudó en preguntarle.

–Buenas noches, necesito ver a Ramiro. ¿Él está? Me dijo que viniera a verlo a las 9─ la mujer lo miró inexpresiva. Con un gesto abrió la puerta de par en par, pasando junto a él rumbo a la calle, como una figura fantasmagórica. Gonzalito la miró perplejo.

Estaba allí, tal como habían acordado, a esa hora los vecinos estarían viendo la novela y sería lo mejor. Después irían hasta el espigón evitando ser visto por el viejo Desiderio para salir. Ramiro conocía muy bien la zona. Llegar mar afuera seria cosa fácil. Había lluvia pero el viento no era muy fuerte, como el mismo aseguró, eso era lo único que podía joder la cosa. Lo conoció en un operativo que habían hecho en casa de Rosa la jabá, allí iba todas las tardes y se gastaba entre tragos y putas, la mitad de la venta.

─Como están las cosas, ahora mismo el pesca'o es cosa gorda─ decía en tono vulgar. Riendo mostraba una dentadura dispar, en la que relucía un colmillo de oro, símbolo de las épocas de bonanzas. Al tiempo que sobaba las nalgas de Soraya una de las muchachas del Tropicanita, como solían llamarle a aquel remedo de bar de mala muerte. Fue ese día que lo marcó, como posible vínculo entre él y sus planes futuros. Aquel pescador imberbe conocía como la palma de su mano toda la costa norte. Lugar donde lo esperaba Eva, para juntos partir hacia la felicidad. Fue así que diseñó una estrategia, pero antes debía tomar previsiones, para que todo estuviera bajo control.

Ramiro era un hombre desconfiado, imagínate, como podría proponerle una cosa así. De plano no le creería. Pensaría, que seguramente Gonzalito querría embarcarlo. Nunca tuvieron más rose que aquella fiesta del comité, en la que dio un tremendo escandalo a Berta su mujer, luego de llegar borracho, y percatarse de que ella estaba bailando con una de las vecinas. – ¿Berta, que tú haces aquí en esta putería?─ ella asustada, trato de correr hacia la casa, pero Ramiro hábil en amarres, la tenía asida por su larga trenza rematada en la nuca con un gracioso pañuelo de seda. Mientras ella lloraba y el gritaba, los vecinos acostumbrados a la algarabía de ambos, continuaron con sus festejos. Solo Gonzalito se acercó para llamarle la atención. La reacción de la mujer fue inmediata.─ ¡no se meta oficial, él es mi marido!─ Desiderio el vigilante del espigón, se le acercó con la gorra entre las manos, y tímidamente le dijo –Yo se lo iba a decir jefe, esos dos son tal para cual, es mejor dejarlos─

Fue solo esa vez. Nunca más, ni un sí, ni un no. Gonzalito se hacía el de la vista gorda y Ramiro evitaba salirse demasiado del plato. De esta forma Coexistían en aquel mundo patas arriba.

En la oficina sonó el teléfono –Capitán Gonzalo, ya vamos a comenzar─ le informaba el oficial a cargo de la guardia operativa. –Enseguida voy para allá, envíame con Santi, la orden de registro─ al colgar sintió una extraña sensación y sacudió la cabeza haciendo un gesto de negación. La lluvia por momentos fuerte, no podía detenerlos. Descolgó la gruesa capa del perchero y se encaminó a la salida de la estación. Abrió el carro patrulla, el chofer le extendió un papel, lo dobló meticulosamente, seguidamente lo introdujo en el bolsillo de la capa y se abrochó el cinturón. Rumbo al objetivo, absorto en sus pensamientos dejó de escuchar todo a su alrededor –Este es un pueblo pequeño, cualquier movimiento podía ser detectado con facilidad─ por esa razón que un tipejo de éstos, estuviera vendiendo drogas, de las pacas que recalaban era cosa fácil de saber. Ya lo dice el refrán “Pueblo chiquito, infierno grande”.

El operativo, lo estaban haciendo para dar un escarmiento a los otros, era algo inadmisible lo que estaba sucediendo. Gonzalito permitía muchas cosas. Entendía que la situación cada vez era menos insostenible, que la gente no tenia de dónde. Pero las drogas ¡no! Eso era harina de otro costal. Los seguían dos carros patrullas, un tercero los había adelantado, para neutralizar cualquier escape por la costa.

Llegaron a la casa señalada con el número 673, hizo un gesto a uno de los oficiales, que se había bajado del otro carro. El hombre caminó hasta la casa contigua de la cual salió con una mujer de mediana edad y otras dos mayores, una de ellas, con una visible cojera que la obligaba a llevar un palo de escoba a modo de bastón. Todas guarecidas bajo un gran nylon transparente. Se acercaron a Gonzalito, caminaron todos juntos y en silencio hacia la casa de Chano. Empujaron la puerta de la verja abierta, y pasaron al portal, el lugar era un auténtico desastre, sucio y lleno de basura. Una silla plástica sin patas encima de una caja de madera carcomida, apoyada contra la pared. Una bicicleta sin ruedas y oxidada, varias latas con tierra solo con el tallo muerto de alguna planta ornamental. Acercó los nudillos a la puerta y con el primer toque, esta quedó abierta. Todos se miraron – ¡Chano, vamos a pasar!─grito ─ ¡Tenemos una orden de registro!─ diciendo esto, quitó el broche de la funda de su makarov y con la mano sobre ella, se dispuso a entrar. La casa no era demasiado grande. Dentro, el hedor era insoportable, pero al parecer provenía de otra parte de la casa. La sala se componía de un sofá y una destartalada butaca frente a un televisor. Latas y botellas de cerveza por todos lados. Un gato durmiendo despreocupado sobre una silla rota. Contiguo a la sala un pequeño comedor compuesto por una vitrina, una mesa y tres sillas. Sobre la mesa botes de pastillas, papeles, más latas de cervezas y colillas de cigarros. Luego, el cuarto, en el centro un camastro con una colchoneta mugrienta, un trozo de tela revuelto a modo de sabana y un pequeño escaparate detrás de la puerta. Fue hasta el comedor se asomó por una de las ventanas y vió la patrulla apostada a unos metros, el oficial le hizo un gesto con la mano, Gonzalito respondió, rápidamente. Fue hasta la entrada y llamó a los testigos, al parecer Chano no había estado por allí. Ya nadie podría correr ningún peligro. Dio orden de comenzar el registro. Las mujeres al entrar instintivamente se cubrieron la nariz. Aun así los oficiales comenzaron la faena, mientras unos abrían gavetas y levantaban todo de su sitio, otros tomaban fotos.

Agobiado por el mal olor, caminó hacia la cocina contigua al cuarto y abrió la destartalada ventana que tenía como único seguro un alambre desde el marco, hasta un extremo de esta. Lo zafó y dejó entrar el aire del mar y también la lluvia. Volteó a ver el espacio y se dijo para si ─¿Cómo puede un hombre vivir así?─ encima de la cocina una cafetera sucia una olla con comida podrida, vasos y platos llenos de un pegote de grasa y restos de comida. Abrió el horno de la vieja cocina, miró con cierta repulsión. Acababa de descubrir el origen del mal olor. Una rata muerta en estado de putrefacción. Al abrirlo las gusanos comenzaron a pulular, caían como granos de arroz en movimiento. Sintió un enorme asco. Se puso de pie junto a la ventana para volver a tomar el aire. En ese preciso instante volvió a bajar la tapa del horno algo le había llamado la atención. En el fondo había una vasija de barro, de la que sobresalía un pedazo de nylon, de esos que se utilizan para echar basura. Aguantó la respiración y metió la mano dentro hasta que toco algo duro. Por su experiencia, al contacto dedujo rápidamente ─¡coño esto es dinero!─ los minutos siguientes no tuvieron antecedentes, sacó el bulto y lo metió en el bolsillo interior izquierdo de la capa. Su constitución física impedía notar algo extraño, era un hombre alto con brazos y piernas fuertes, con el corazón acelerado pero visiblemente calmado. Se puso de pie. Una llamada al teléfono lo hizo temblar, al parecer Chano había sido detenido borracho en casa de una guaricandilla, que frecuentaba por el parque. En ese preciso instantes, entró uno de los peritos a la cocina –Capitán, venga, hemos encontrado algo─ al entrar a la habitación vió como la vieja colchoneta había sido cortada en dos mitades, desde su ángulo podía ver pequeños bulticos que habían sido introducidos por una abertura lateral. –Ahora si se jodio, terminen de revisar todo, voy para la unidad, acaban de detener a Chano por el parque, el jefe me acaba de llamar─ se tocó el hombro con dos de sus dedos. Y salió con toda doble intensión, entre el hedor, el susto y la duda debía escapar de aquel lugar. Hizo una señal al chofer que fumaba un cigarro junto al carro a pesar de la lluvia. Ya dentro le ordenó pasar primero por su casa, la excusa, buscar unas pastillas para el estómago, según le comentó el chofer – Oiga jefe a mí también la peste esa, me viró el estómago al revés. Al llegar fue directo al baño, levantó el techo por encima del botiquín y allí puso el paquete. Ahora un poco más calmado se lavó las manos, la cara y las secó con la mirada perdida. Fue hasta la cocina se sirvió un vaso de agua. Lo levantó a la altura de la barbilla, pero no bebió nada ─¡A lo hecho pecho!─ se dijo, puso el vaso lleno sobre la meseta y salió de la casa con la mente fría.

De vuelta a la patrulla y la unidad, no tuvo claridad de nada de lo que hizo. Habló con Chano que asumió toda la culpa, dijo que estaba dispuesto a colaborar y firmó cuanto papel le pusieron enfrente. Salió de la unidad y manejó en modo automático, hasta la casa. Fue directo al baño donde tomó una larga ducha. Todo le daba vueltas en la cabeza ─El universo actúa de manera extraña, el universo actúa de manera extraña─ repetía Eva en su mente. Hacía casi un año, que mantenían una relación por internet. Se había quedado con la línea telefónica de su primo Oscar, cuando se fue de misión médica a Brasil, con toda intensión. Creó un perfil falso y comenzó a buscarla hasta que un día la encontró. Luego de unos meses de amistad le confesó su verdadera identidad. Eva enseguida le hizo una video llamada. Esa noche lloraron al verse. Recordaron el hermoso pasado que tenían en común y al que, a pesar de todos los años que habían transcurrido, ambos continuaban aferrados. Ella aún sola, sin hijos, a pesar de sus 35 años y su belleza exuberante. Había logrado titularse en medicina en la universidad de Kentucky sin ninguna dificultad. Siempre fue brillante en todo lo que tenía como propósito. Al graduarse volvió a la Florida, quería estar cerca de sus padres, que ya no eran tan jóvenes. Tenían una vida cómoda. Recordaron y lloraron el día de la partida. Se habían escapado de la escuela y terminaron en la costa, había sido su primera vez. Todo fue tan lindo y espontáneo. Regresaron a casa riendo, cantando –te paso a buscar mañana temprano para la escuela─ un beso en el rostro para ser discretos, una sonrisa cómplice, la mano sutil en el talle. El beso y el adiós.

En la madrugada, la madre la llamó susurrando ─Evita mi amor despierta, tenemos que hacer algo.─ aún dormida la muchacha no comprendía que pasaba, la madre tuvo que moverla para despertarla completamente. ─¿Qué pasa mamá?─ dijo ella asustada─ nada mi amor─ dijo la madre sacando unos jean y una camiseta negra del closet─ vístete por favor─

─¿Pero, qué pasa mami, qué hora es?─ la madre sacó la cabeza fuera del cuarto y en ese momento entró el padre de la muchacha, este se arrodilló junto a ella y tomando su cara con ambas manos le dijo –Amor mío ¿cuándo tu papa, te ha engañado? Nunca, es cierto─ ella asintió, con los ojos aguados, sabía lo que estaba por ocurrir─ vamos vístete pronto, solo tenemos 20 minutos─ tenía la certeza de que no lo volvería ver nunca más.

Habían pasado casi 15 años en los que ninguno de los dos había encontrado la felicidad en ninguna parte, ambos aún seguían solos. Gonzalito no podía dejar de escuchar a Eva repitiendo –El universo actúa de manera extraña, solo debemos aprender a entender su lenguaje, y más temprano que tarde, todo comenzara a tener sentido.

El mareo había cedido, salió del baño. Luego de vestirse llamo a su madre a Matanzas, había ido a visitar a su hermana. Cuando estuvo más calmado. Regreso al baño y extrajo el paquete del falso techo. Primero comenzó a organizar los billetes de 5, 10, 20, 50, y 100 y luego de esto comenzó a contar, 200, 500, 1000, 15 000, 30 000, hasta llegar hasta 60 000 dólares americanos. Estuvo largo rato mirando el dinero encima de la cama, hasta que llegado un momento lo recogió y lo puso de vuelta a su escondite nuevamente. Esa noche cuando habló con Eva, pactaron la salida para el sábado en la noche. Él tendría el respaldo de todo el domingo para desaparecer. Era martes así que tenía buen trabajo para organizarlo todo, sin levantar sospechas. Por su parte Ella prepararía todo y haría personalmente la travesía. El mar siempre había sido su amigo. Su padre le había enseñado a nadar antes que a caminar. Recordó todas las veces que se había escapado hasta el límite de las aguas. En su añoranza por volver a Cuba, solo para verlo. Además le indicó de algunas previsiones que debía tomar. Si todo salía bien en 3 ó 4 horas, estarían juntos para siempre.

Hablar con Ramiro fue más fácil de lo que pensó. El arte del engaño tuvo el efecto que esperaba. Como lo de las drogas y el registro a Chano, era la noticia, todo el mundo estaba al corriente. Por lo que, lo hizo citar a la estación de policía con la excusa de ser parte del proceso investigativo, le hizo creer que en la madrugada se haría un operativo, pero inicialmente necesitaban un pescador común con un bote, para no levantar sospechas. Le dijo, que eso se lo debía el, a la sociedad por ser tan rata. Luego tendría su reconocimiento por prestar, tal servicio a la patria. Ramiro se puso de pie, no sin antes haber firmado unos falsos documentos de confiabilidad, y otros de compromiso a toda costa. Mientras tanto, Gonzalito reía para sus adentros. Cuando finalmente estuvo a solas. Acodado sobre la mesa se preguntaba ─¿Por qué haces todo ésto? ¿Lo haces por amor? ¿Y por qué lo del dinero?, Bueno, era un plus, nunca viene mal. Pero… ¿y de que vale toda esta mentira? Eres jefe del departamento de investigación, ¿para qué? A menos que sean grandes delitos al estado, allí estamos, sino callamos, sino extorsionamos, sino aplicamos la ley, si no, somos sobornados, sino, te lo decomisamos, sino, sino, sino, y mientras tanto alguien viviendo en un paraíso. ¡Coño, vivir! Que rico tener una vida ─ ¡A lo hecho pecho!─ se dijo nuevamente y salió de la oficina.

Con Eva no hablaría más hasta el sábado. Metió en una bolsa de plástico, todo tal y como ella le había indicado. Ramiro debía llevarlo unas millas mar adentro. Eva entraría a buscarlo. Si se encontraba con alguna patrulla alegaría que estaba perdida, nadie espera encontrarse una mujer sola en alta mar, pero no habría de ocurrir ningún problema, habían decretado que vivirían juntos el resto de sus vidas.

Va a comenzar a llover se dijo para sus adentros. Tocó el timbre de la puerta, esta se abrió, Berta salió con el rostro desencajado. Sin emitir una palabra pasó por su lado y se perdió calle abajo. Dentro, la casa permanecía en penumbras. Sacó el celular y encendió la linterna. Vislumbró a Ramiro sentado a la mesa del comedor, y se dijo para si ─borracho de mierda─ lo llamó entonces en voz baja –¡Ramiro, Ramiro!─ el hombre no se movió. Entonces fue acercandose, hasta darse cuenta de lo que recién había sucedido. El hombre tenía la cabeza sobre un plato de sopa. Su instinto policial lo llevó a la conclusión, de que Berta, había asesinado a Ramiro, cansada de sus abusos e infidelidades. Le había cortado el cuello de un solo tajo. La mancha de sangre iba creciendo por segundos, resbalando desde al mantel hasta el piso. La cara de Ramiro permanecía con una mueca estúpida. Intuyó que por el comportamiento de la mujer , estaría en shock. Seguramente no pudo reconocerlo con la capa puesta y la oscuridad. Fue entonces que su mente comenzó a trabajar aceleradamente. Metió la mano en el bolsillo derecho del muerto, efectivamente encontró las llaves. Se había criado con el mar de fondo. Por lo tanto los nudos y los barcos también le eran familiares. Su padre había sido un gran marinero, conoció a Hemingway, como le brillaban los ojos al viejo con aquellas historias.

Con las llaves en el bolsillo y la mochila a la espalda se dirigió al espigón. Al llegar aguardó unos minutos, para reconocer el terreno. La lluvia que era muy fuerte, tenía al viejo Desiderio recluido en la parte trasera. Era un lugar tranquilo realmente, allí, nunca pasaba nada. Abrió la cerca y entró, La volanta, era el nombre que Ramiro le había puesto a su bote, estaba a solo 12 pasos. Caminó hacia él, con gran nerviosismo, pero con pasos firme. Ya dentro, soltó el amarre y comenzó a remar amparado por la lluvia. Su excelente forma física lo hizo perderse rápidamente en la negrura de la noche. De un bolsillo lateral de la mochila, saco la brújula. Las manecillas fluorescentes hacían innecesario alguna fuente de luz. Escuchó una lancha a la altura del horizonte, por el ruido del motor dedujo que serían los guardafronteras. Estuvo quieto hasta perderlos de vista y entonces comenzó a remar con un vehemente ritmo. Comprobó que mantenía el rumbo y al ver el reloj, calló en cuenta, que llevaba remando más de una hora, pero debía remar media hora más. Cuando por fin llegó el momento, encendió su celular y activo el GPS para las coordenadas indicadas por Eva. Debían de encontrarse de frente. Solo de pensar en ella ganó una cuota extra de fuerza. La lluvia había cesado. Buscó entre las llaves del muerto, hasta encontrar la correcta y echó a andar, aquella vieja máquina. El viento frio le quemaba los pulmones, pero seguía pensando en ella, en su risa, pensó también en su pobre madre, y en como reaccionarían todos. Pero ya no podía volver atrás. Miró las estrellas y pensó –ustedes me guían─ al cabo de 2 horas el GPS le anunciaba que llegaba al sitio pactado. Sintió mariposas en el estómago, a menos de 100 metros vió parpadear una luz roja, que de pronto cambió a amarilla, era la señal. Ahí estaba la felicidad, al alcance de su mano. Los próximos minutos fueron de alegría frenética. Eva entre sus brazos adoloridos. Besos lágrimas promesas. Para cuando recuperaron la calma, lo hizo bajar al camarote, a un compartimento que había preparado especialmente para él. Le dio un sedante con una botella de agua. –Tomate esta pastilla y descansa, el resto del viaje yo me encargo─ le dijo, se dieron un largo y dulce beso. Subió a la proa, mientras él se acurrucaba como un niño, entre las suaves mantas allí dispuestas. 3 horas después amanecía, Eva se encontraba atracando el barco en el puerto de Key West. Llevaba el pelo suelto, revuelto por el viento y una sonrisa de felicidad grabada en su cara.

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