El Muerto de la Cuneta
(un
relato, tres versiones)
Ernesto Alejandro Bandomo Ihanes
Esta historia se desarrolla en un lugar
llamado Cuatro Caminos. Un joven estudiante esperaba que alguna persona de alma
bondadosa se ofreciera para llevarlo de regreso a su casa, había salido antes
de la escuela sin esperar el ómnibus. Empezaba a caer la tarde, el sol se
escondía entre un gran maizal que se extendía frente a la mirada del muchacho
que se encontraba de pie en una pequeña parada un tanto abandonada a la orilla
de un camino polvoriento y desolado.
Alberto se dirigía también a su casa, después
de una larga jornada de trabajo, era el chófer de un lada blanco. Serían cerca
de las seis de la tarde cuando pasó por aquel sitio y lo vio, estaba solo y se
notaba algo cansado. Debió haberlo recogido, pero no se detuvo a pesar de que el
muchacho le hizo seña enseñándole dos billetes de cien pesos. Alberto venía
algo apurado, en verdad sin razón. Por el espejo retrovisor vio la figura del
joven como se perdía en la distancia a merced de la noche que ya empezaba a
pintar la carretera. Por aquel lugar pasaban muy pocas personas, a unos cuantos
kilómetros quedaba un pueblecito, se rumoreaba por esos parajes frecuentaban
maleantes y ladrones. El estudiante no debió quedarse en ese lugar, hubo quien
lo adelantara hasta ese punto del camino, advirtiéndole no debía esperar la
noche allí. Alberto sabía eso, la mala fama de Cuatro Caminos y le causó preocupación
dejar a su suerte aquel chico, al que no le costaba nada haber recogido, solo
detenerse unos minutos. ¿Y si algo le sucediese? Se sentiría culpable. Pensó
por un momento —Debo regresar— Hizo un alto en el camino, pisó el freno y luego
el acelerador, decidió regresar. Al llegar no encontró a nadie, la parada
estaba solitaria, buscó con la vista. —¿Quizás alguien lo recogió? — Imaginó.
Al otro día rumbo a su trabajo, escuchó la
noticia, un asesinato, habían encontrado muerto a un joven en una cuneta cerca
de Cuatro Caminos. Lo acontecido le heló hasta los huesos, un fuerte escalofrío
lo estremeció. ¿Habría sido el mismo a quién se negó recoger el día anterior? Se
sintió tan culpable que no pudo contener el llanto. Un inocente había muerto
por su culpa, él pudo evitarlo si se hubiese detenido un instante.
Al pasar por el lugar del crimen observó varios
carros de policía, criminalística y tendido en el suelo tapado con una sábana
blanca un cuerpo. Se detuvo, quiso llegar hasta donde se encontraban los
peritos, pero sólo consiguió acercarse hasta la cinta desde donde algunos
pobladores presenciaban la tragedia. Alberto no logró ver el cadáver. Desde ese
día lo atormentaba aquella muerte, tenía pesadillas todas las noches, en las
que a veces escuchaba una voz que lo llamaba. En otras se veía con las manos
llenas de sangre y la ropa. En ocasiones llegaba hasta ese lugar, recogía al
joven, a mitad del camino cuando volteaba a verlo, veía una calavera postrada en
el asiento de atrás dentro del carro y se despertaba sudando y sofocado en las madrugadas.
Se estaba volviendo loco…
Lo que Alberto tiempo después descubrió con
los habitantes del pueblo, fue escalofriante. El muerto aquella tarde hubiese sido
él, de haberse detenido. El estudiante era un asesino serial que se dedicaba a
matar a los chóferes para robarles el carro y luego vender las piezas
clandestinamente. El cuerpo sin vida debajo de las sábanas era de un desdichado
que si se detuvo a recoger al chico aquella tarde.
EL
MUERTO DE LA CUNETA.
(SEGUNDA
VERSIÓN)
Esta historia se desarrolla en un lugar
llamado Cuatro Caminos. Un joven estudiante esperaba que alguna persona de alma
bondadosa se ofreciera para llevarlo de regreso a su casa, había salido antes
de la escuela sin esperar el ómnibus. Empezaba a caer la tarde, el sol se
escondía entre un gran maizal que se extendía frente a la mirada del muchacho que
se encontraba de pie en una pequeña parada un tanto abandonada a la orilla de
un camino polvoriento y desolado. Alberto se dirigía también a su casa, después
de una larga jornada de trabajo, era el chófer de un lada blanco. Serían cerca
de las seis de la tarde cuando pasó por aquel sitio y lo vio, estaba solo y se
notaba algo cansado. El chico le hace seña enseñándole dos billetes de cien
pesos. Alberto venía algo apurado, en verdad sin razón, pero se detuvo más
adelante, miró por el espejo retrovisor, vio la figura del muchacho a merced de
la noche que ya empezaba a pintar la carretera. Por ese lugar pasaban muy pocas
personas, a unos cuantos kilómetros quedaba un pueblecito, se rumoreaba por
esos parajes era frecuente ser víctima de maleantes y ladrones. Alberto sabía
de la fama de Cuatro Caminos, así que dio marcha atrás y no dudó en recoger al
estudiante, al montarse, Alberto lo mira y le dice:
—Joven, no debió haberse quedado en este lugar
tan solo —
A lo que el muchacho rápidamente responde:
—Hubo quien me adelantara hasta este punto del
camino, advirtiéndome no debía esperar la noche aquí—
Alberto lo observa detenidamente de arriba abajo,
se enamora de la inocencia de aquel chaval y una mala idea cruza por su mente
enferma, aprovechando la soledad del lugar le comenta que el carro tiene
algunas fallas que debe arreglar en un momento y lo apaga, se baja del vehículo,
abre el maletero, luego regresa y le dice que se baje un momento para que lo
ayude, al hacerlo, Alberto lo coge del brazo y lo invita a que le toque el
miembro que ya se le veía algo abultado por encima del pantalón. El joven
asustado trata de correr pero Alberto lo detiene y golpea brutalmente
haciéndolo caer de rodillas, le arranca la ropa y empieza besar, morder y penetrar
salvajemente, mientras, el joven pedía auxilio a gritos ahogados, cosa que
provocaba más excitación en la mirada de Alberto que estaba como poseído, era
un violador que disfrutaba de hacer este tipo de atropellos, ya había estado
preso justo por este tipo de crimen. Luego lo deja tirado cerca de una cuneta a
la orilla del camino inconsciente, lo orina y sonriendo se abrocha el pantalón.
No se percató que alguien lo observaba desde el maizal y cuando se marchaba memorizo
la chapa del carro mientras se alejaba dejando atrás sin remordimiento alguno
aquel desdichado.
Al otro día rumbo a su trabajo, escuchó la
noticia, un asesinato, habían encontrado muerto a un joven en una cuneta cerca
de Cuatro Caminos. Al pasar por el lugar de los hechos pudo ver algunos carros
de policía, criminalística y tendido en el suelo tapado con una sábana blanca
un cuerpo y recordó lo que había sucedido el día anterior, logra excitarse un
poco sobando su entrepierna dentro del vehículo. Se detuvo, quiso llegar hasta
el lugar del crimen, pero sólo logra acercarse hasta la cinta desde donde
varios pobladores presenciaban la tragedia.
Desde ese día todas las noches soñaba con
aquel momento, en las que a veces escuchaba la voz del joven como gritaba
mientras él lo penetraba sin piedad. En otras se veía con las manos llenas de
sangre y la ropa. En ocasiones reconstruía los hechos, podía ver al joven
desnudo tendido en el suelo y se despertaba sudando y excitado a mitad de la
madrugada. Definitivamente, era un enfermo mental…
Una mañana la policía llega hasta la casa de Alberto,
llevaba una semana sin asistir a su trabajo, los vecinos se quejaban que
provenía un mal olor de dentro de la casa y hacía ya varios días no lo veían.
Encuentran el cuerpo sin vida de Alberto lleno de sangre en la sala de su casa con
los pantalones abajo y el miembro decapitado. Era una escena siniestra…
Días antes…
Alguien toca la puerta de Alberto, era un
joven de apenas 22 años de edad, el mismo que aquella tarde había visto todo
escondido en el maizal. Venía a cobrar venganza, traía una navaja en la mano...
EL
MUERTO DE LA CUNETA.
(TERCERA
VERSIÓN)
Esta historia se desarrolla en un lugar
llamado Cuatro Caminos. Un joven estudiante esperaba que alguna persona de alma
bondadosa se ofreciera para llevarlo de regreso a su casa, había salido antes
de la escuela sin esperar el ómnibus. Empezaba a caer la tarde, el sol se
escondía entre un gran maizal que se extendía frente a la mirada del muchacho que
se encontraba de pie en una pequeña parada un tanto abandonada a la orilla de
un camino polvoriento y desolado. Alberto se dirigía también a su casa, después
de una larga jornada de trabajo, era el chófer de un lada blanco. Serían cerca
de las seis de la tarde cuando pasó por aquel sitio y lo vio, estaba solo y se
notaba algo cansado. Debió recogerlo, pero no se detuvo a pesar de que el
muchacho le hizo seña enseñándole dos billetes de cien pesos. Alberto venía
algo apurado, en verdad sin razón. Por el espejo retrovisor vio la figura del
joven como se perdía en la distancia a merced de la noche que ya empezaba a
pintar la carretera. Por ese lugar pasaban muy pocas personas, a unos cuantos
kilómetros quedaba un pueblecito, se rumoreaba por esos parajes era frecuente
ser víctima de maleantes y ladrones. El estudiante, no debió quedarse en ese sitio,
hubo quien lo adelantara hasta ese punto del camino, advirtiéndole no debía
esperar la noche allí. Alberto lo sabía, la fama de Cuatro Caminos y eso hizo que
se preocupara un poco, dejar a su suerte a ese chico, al que no le costaba nada
haber recogido, solo detenerse unos minutos. ¿Y si algo le sucediese? Se sentiría
culpable.
Pensó por un momento —Debo regresar— Hizo un alto
en el camino, pisó el freno y luego el acelerador, decidió regresar. Al llegar
no encontró a nadie, la parada estaba solitaria, busco con la vista. —¿Quizás
alguien lo recogió? — Imaginó.
Al otro día rumbo a su trabajo, escuchó la
noticia, un asesinato, habían encontrado muerto a un joven en una cuneta cerca
de Cuatro Caminos. Lo acontecido le heló hasta los huesos, un fuerte escalofrío
lo estremeció. ¿Habría sido el mismo a quién se negó recoger el día anterior?
Se sintió tan culpable que no pudo contener el llanto. Un inocente había muerto
por su culpa, él pudo haberlo evitado si se hubiese detenido un instante.
Al pasar por el lugar de los hechos observó varios
carros de policía, criminalística y tendido en el suelo tapado con una sábana
blanca un cuerpo.
Se detuvo, quiso llegar hasta donde estaban
los peritos, pero sólo consigue acercarse hasta la cinta desde donde algunos
pobladores presenciaban la tragedia. Alberto no logró ver el cadáver. Desde ese
día lo atormentaba aquella muerte, tenía pesadillas todas las noches, en las
que a veces escuchaba una voz que lo llamaba. En otras se veía con las manos
llenas de sangre y la ropa. En ocasiones llegaba hasta ese sitio, recogía al
joven y a mitad del camino cuando volteaba a verlo veía una calavera postrada
en el asiento de atrás despertándose, sudando y sofocado por las madrugadas. Se
estaba volviendo loco…
Una tarde en la que venía del trabajo y pasó
por ese lugar que tan desagradable recuerdo le traía ocurre algo. Alberto aparece
muerto al día siguiente. Algunos comentan que terminó volviéndose loco por no
soportar la culpa en su conciencia y se suicidó, hay quienes alegan tuvo un
accidente en donde perdió la vida, otros, que fue víctima de algún ladrón que
frecuentaba el sitio y lo mató. Nunca se supo realmente lo que sucedió. Pasaron
los años y aquella historia quedó en boca y recuerdo de los lugareños que
cuentan que en las tardes del cuatro de Julio muy cerca de las seis de la tarde
se puede ver al chico en la parada pidiendo que alguien lo recoja y un lada
blanco que aparece entre una densa niebla y el llanto desesperado de un hombre llamándolo…
Diez años después...
Andrés, venía esa tarde del trabajo cuando ve
a un adolescente haciendo señas cerca de la vieja parada donde habían hecho una
especie de tumba los familiares del joven estudiante que años atrás habían
asesinado en ese lugar. Le pareció extraño ver a alguien tan solo a esa hora allí
y enseguida le dio botella, notó en el rostro del chico una extraña palidez, pero
no le dio importancia. Pocos minutos después entre una densa niebla que
empezaba a cubrir el lugar se ve aparecer un lada blanco…
NUEVAS ENTRADAS DE
OBRAS AL II CONCURSO INTERNACIONAL DE CUENTO PRIMIGENIOS
El II Concurso Internacional de Cuento
Primigenios publica de manera exclusiva las obras concursantes en el blog de la
Editorial “Memorias del hombre nuevo”. En esta edición un jurado determinará el
cuento ganador, pero la interacción de los lectores con los cuentos publicados
es algo importante para la promoción y divulgación de la obra y los contenidos
editoriales de Primigenios, Lunetra e Isliada.org.
Las obras publicadas en el blog no han
sido editadas ni corregidas, según la regla del Concurso. Los autores son
responsables de las erratas que puedan aparecer.
El Concurso Internacional de Cuento
Primigenios ha recibido hasta la fecha más de 50 obras ya publicadas en el blog
“Memorias del hombre nuevo”, para que los lectores puedan acceder a todos los
cuentos concursantes. Además se publicarán las estadísticas de lectores por
obra y otros datos de interés que nos permitirán promover la lectura y el amor
por la nueva literatura, esa que se escribe desde cualquier lugar del mundo.
Muy ingenioso!!!!! Me encantó el manejó astuto e inteligente de las versiones. Un juego particular de lectura que descoloca al lector. ¿Y si todas ellas forman parte de una única versión? Inquietante. Felicitaciones. De los mejores que he leído a mi parecer, por supuesto, una simple lectora.
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