El rumbo trastornado
Autor: Serafín Álvarez Mirabal
I
Cuando decidiste irte del central en plena
crisis del “periodo especial” (1), llevabas varios días con aquello
trabado entre pecho y espalda, porque no querías quedar mal con Ravelo, que fue
quien te llevó para allí hacía una tonga de años. Ibas atravesando el patio, en
eso lo viste salir del edificio, con la agenda debajo del brazo. Él también te
vio y vino hacia ti. No lo dejaste llegar.
─Tengo que decirte una cosa ─le soltaste.
─¿Qué cosa?
─Me voy de aquí.
─¡Ah! Tú estás loco ─te respondió.
─Si, por irme.
─¡Pero si este central es tu vida, Tato!
─Si te refieres al trabajo, mi vida es la
mecánica, y la grasa, los tornillos y las tuercas los hay en cualquier parte.
─¡Pero y el olor a cachaza!
─A mí, después de tantos años aquí, me apesta.
Luego pasó mucho tiempo y en medio de la tarea
“Álvaro Reinoso” (2), cuando destimbalaron el central, vino a verte
por si tenías forma de ayudarlo a buscarse algo que hacer, para enrumbarse de
nuevo y lo hiciste.
II
Al terminar
la reunión para chequear el avance de la obra, el director dijo que se
incorporaba un ingeniero nuevo para el grupo. Ya lo habías visto y de hecho
sabías que había estado haciendo algo con el proyectista, pero sin bajar a la
planta. Muy joven, con cara de niño travieso y pelo lacio, daba la impresión de
que estaba más para la jodedera que para otra cosa. Sin embargo, no te
pareció ni bien ni mal lo que dijeron y pensaste en probar el alcance de sus
pasos.
Cuando Sergio,
el inversionista, lo trajo para presentarlo oficialmente, estaban montando la
estructura de la máquina y saliste de allá abajo lleno de polvo y grasa. Se
llamaba Néstor. Lo miraste, examinándolo y dijiste:
─¿Ingeniero
Mecánico?, pero no hay mecánico de buró. El que no se embarre de grasa y no se
machuque los dedos con los hierros, no hallará nunca el camino de la mecánica ─y
sonreíste extendiéndole la mano engrasada, que él aceptó sorprendido.
El día que
se terminó de montar el elevador de canjilones y se pudo probar, dejaba más
material en el piso que el que elevaba. ¡El proyectista puso una cara...!
─¡Te fuiste
con la de trapo! ─le dijiste y no supo qué responderte.
Después te
diste cuenta de que, al irse para la casa, Néstor se llevaba unos planos. Al
otro día vino derecho a donde estabas, antes de cambiarse. Traía una solución
al problema y se fueron para allá abajo directo. A la de él le sumaste tus
mañas y subieron a preparar las condiciones para meterle mano, en cuanto
tuvieran el visto bueno de Sergio. En eso llegó con el proyectista.
─Los
canjilones son muy estrechos y al giran por encima casi todo el material cae
hacia abajo de nuevo ─explicó el proyectista algo que ya sabían–. Yo no sé cómo
no “nos dimos” cuenta antes ─se lamentó en plural, cuando debió hacerlo en
primera persona del singular. Su propuesta era cambiar el juego de canjilones
por un nuevo diseño, pero había que meterle el pie al fabricante y si lo
asimilaba atrasar todo por lo menos dos meses.
─¡No comas
mierda! –le soltaste y se quedó frío. Sergio te echó una mirada de reproche,
pero no le diste tiempo al regaño–. Néstor tiene la solución y se hace en par
de días ─se quedaron patitiesos. Y se fueron al plano que estaba sobre el banco
de trabajo del taller.
─Los
canjilones tienen que ser más anchos a partir de aquí ─Néstor señaló un punto
en el dibujo –, por lo que hay que darles un corte con la mecha así en las dos
caras, les damos calor, los abrimos unos veinte milímetros y rellenamos con
soldadura el espacio. Además, le ponemos un deflector adicional al punto de
descarga, para acercarlo a los canjilones. Todo se hace ahí mismo, sin tener
que desmontarlos ─y levantó su rostro risueño de muchacho alegre.
─Es cierto ─aceptó
el proyectista, después de meditar por largo rato, como si le costara.
III
Osvaldito
llegó aquel domingo a tu casa con el dominó trancado y el doble nueve en la
mano. Había “resuelto” (3) para que le oficializaran el contrato del
gas, pero le exigían un balón vacío para entregar, cuando fuera a buscar el
nuevo.
─¿Y qué tú
quieres que yo haga? ─preguntaste, para saber qué
rumbo tomar.
─Tato, que me ayudes a reparar
uno que “conseguí” (3), porque hay que chapistearlo un poco.
Tenerlo delante y hacer una
mueca fue lo mismo, aquello no era un balón, era más bien un colador.
–¡Trae masilla y pintura! ─dijiste,
con la mejor disposición de iniciar la marcha.
Como siete horas después le
estaban dando la primera mano de pintura. Entonces le recomendaste a Osvaldito:
─Cuando se seque, envuélvelo en
algodón y llévalo tú mismo hasta la pila de los balones vacíos, porque si lo
tiran, como hacen normalmente, ahí mismo se jode el negocio: lo que hemos hecho
es un balón de masilla.
IV
Te demoraste tanto que Sergio no
siguió esperando por las cervezas debajo de los cocos en la playa. Su hija iba
delante y tú detrás, entonces oíste cuando ella le dijo lo del robo de las toallas
que estaban en el balcón de la cabaña, y te pusiste la botella de cerveza en la
boca para que no se saliera la risa.
–Es verdad, Papi, pregúntale a
Tato –dijo la niña, sin poder ocultar la mentirilla.
María, la mujer de Sergio, le
contó espantada como al asomarse al balcón de la cabaña que ocupaban en la
villa, comprobó que le faltaban las toallas. Enseguida llamó a Tato, que estaba
en la suya, para revisar, porque le parecía que el ladrón estaba en el cuarto
de los niños. Entonces Sergio se volvió hacia ti, sin inmutarse, y ya no
pudiste contenerte. Les explicaste, entre risas, como habías ayudado a Tatico a
robarle las toallas a María, delante incluso de los muchachos, que se convirtieron
en cómplices del chiste.
Esa noche, estabas con Cachita y
Tatico tomándote una cerveza en el portal, cuando se le apagó el carro a uno al
frente de tu cabaña. Ya el tipo llevaba tremendo rato ahí, dándole y dándole al
arranque y nada, entonces te le acercaste.
─¿Qué le pasa al Lada, compay?
─No sé, chico, se apagó y no hay
manera de que arranque otra vez ─dijo apesadumbrado.
─Déjame ver, porque si sigues
dándole al arranque te quedas sin carga en la batería ─ pero como no se veía nada por la oscuridad,
lo empujaron hasta debajo del farol de la calle y te pusiste a revisar ─Tatico,
trae las herramientas ─orientaste, el hombre te miró con cara de contento y no dijo
nada, pero al ver la caja de llaves no pudo contenerse ─¡Usted si está
preparado para la guerra!
─Un mecánico sin herramientas no
es nada ─sentenciaste.
Media hora después, se asomó
Sergio, avisado por las pruebas de arranque que estabas haciendo, y se acercó,
hasta darse cuenta de que el mecánico del carro roto eras tú. Pasado un tiempo
similar, ya quedaron resueltos todos los problemas. El dueño del carro no sabía
qué hacer.
─¿Qué vas a hacer ahora? Tomarte
una cerveza con nosotros, antes de irte. Tatico trae una para cada uno, incluye
a Sergio ─concluiste.
Cuando el hombre se fue, Sergio,
pasándote el brazo por los hombros te dijo:
─Lo tuyo no tiene comparación,
mira que enredarte con así estando de vacaciones en la playa y de noche.
─¿Qué iba a hacer, dejar a ese
pobre diablo embarcado, si yo podía ayudarlo?
El día de la invitación al
cabaret Tropicana juntaron cuatro mesas para todos los de la fábrica, que eran
prácticamente los mismos de la playa. Ese día también le hiciste otra broma a
María, porque parece que los zapatos le molestaban y se los quitó. Al darte
cuenta, empezaste a toser, sacaste el pañuelo, te inclinaste, los desapareciste
en un santiamén y nadie lo advirtió. Pero Sergio quiso volver a sacarla a
bailar, notó la falta y se armó la recholata. Al final ya no había donde
buscarlos y dijiste:
─A ver qué voy a hacer un acto
de magia. ¡Abra cadabra! ─señalaste la cartera de María que estaba colgada
detrás de su silla y hubo una explosión de risa generalizada.
V
En el taller un grupo conversaba
de los problemas cotidianos:
─Ayer pasaron por la casa
vendiendo frijoles negros a cincuenta pesos la libra, ¡no sé a dónde vamos a
llegar! –comentó Julián, dándose vuelta frente a su taquilla.
─En el barrio estaban a
cuarenta, pero los colorados eran a setenta ─añadió el Jimagua.
─El dólar americano sigue
subiendo y no hay quien lo pare ─apuntó Machado –, el litro de aceite está a
cuatrocientos y la carne de puerco por las nubes. Si esto sigue así no se sabe
qué vamos a comer.
─Piedras; comeremos piedras,
raíces y verdolaga ─les soltaste.
─Tato está delirando ─expresó el
Jimagua como un comentario para sí, luego añadió dirigiéndose a él –. Oye, hay
que decirle a los de Producción que no te vayan a buscar tanto por la
madrugada, que te está haciendo daño.
─¿Anoche también te trajeron,
Tato? –indagó Julián para ver si cambiabas la ruta.
–Sí, pero eso a mí no me hace
mella –volviste al camino–. Pero ustedes se encierran aquí, me meten curva con
la pincha, se ponen a hablar basura y no conocen lo que es pasar trabajo y
hambre.
–¿Tú sí, Tato? ─pregunta Machado
malicioso.
─Si la Santa Bárbara que está en
loma del Blanquizal hablara, te podría decir cuántas veces mi hermano y yo
desayunamos con las frutas que le ponían, cuando íbamos para la escuela.
Al día siguiente por la mañana, el
Jimagua te pidió algo en voz muy baja, mientras se cambiaba de ropa. Le
respondiste con una sonrisa.
─No tienes lio, pero… ─y
continuaste tan bajito que Néstor y Julián no pudieron escuchar lo otro. Lo único
claro fue el contraste entre la cara seria del Jimagua y la tuya.
Antes de la hora del almuerzo la
escena se repitió más o menos en los mismos términos.
─¡Pero yo no puedo hacer eso! ─se
quejó el Jimagua.
─Yo tampoco puedo darte diez
metros de cable eléctrico como tú quieres, ¡a una otra! ─y de nuevo sonreíste,
dejando el camino abierto.
Néstor y Julián se miraron e
intentaron averiguar, pero ni uno ni el otro les enseñaron el rastro.
Al regreso del comedor, mientras
hacían una media en la escalera, volviste a la carga.
─Bueno, ¿te decides o no?
El aludido sonrió nerviosamente
y se te acercó, diciéndote algo al oído:
─¡No, así no vale!, alto y
claro, para que lo oigan todos ─ y los demás se miraron, antes de volver la
vista al Jimagua, esperando.
─Vamos compadre, ¡decídete! ─lo
exhortó Machado.
–¡Concho, Tato! ¡Me cago en
Dios, chico! ─soltó al fin el Jimagua y hubo una risotada sin igual.
VI
Se te rompió el refrigerador y
fuiste a buscar el mecánico de refrigeración, porque a eso tan especifico si no
le llegas, que accedió a venir a verlo enseguida. Al rato viste un carro
moderno parando frente a tu casa. El dueño, que lo conoces de vista, te
preguntó por él al bajarse, y sin más, y ni siquiera saludarte y pedirte
permiso, fue directo adonde estaba trabajando el técnico.
─Socio, tengo problemas otra vez
con el “frízer” (4) que me arreglaste, te dejé un recado.
─¡Ah! Mi mujer no me dijo nada ─contestó.
─Bueno, mata aquí rápido que
estoy cogido ─y se inclinó para ponerle unos billetes en el bolsillo de la
camisa. Luego, sin mirarte, se volvió y se fue.
Y tú por poco explotas de las
ganas de cagarte en su madre, pero fue todo tan rápido, que no te dio tiempo.
─El comemierda éste se cree que,
porque tiene unos pesos y una “paladar” (5), es el dueño del mundo. Yo lo
sabía, pero no me dio la gana de priorizarlo. Tu tranquilo, Tato, que hasta que
no termine aquí, no voy para allá. De todas formas, ya tengo algo adelantado ─dijo,
volteándose hacia ti sonriendo, mientras se tocaba el bolsillo de la camisa.
VII
Hace como
cuatro años llevabas un tiempo dándole taller al tema de la ubicación laboral
de Daniel, tu hijo más pequeño, cuando terminara la universidad ─porque uno
siempre se cree que está en condiciones de ser el que resuelva todos los
problemas de los hijos –, y hasta tenías previsto hablar con Carlos, tu antiguo
compañero de secundaria, por su perfil similar y un buen lugar donde trabajaba,
pero un día, viniendo de regreso para la casa, le comentaste que debían ir analizando
ese tema.
─¿Te
imaginas que te ubiquen de profesor de Geografía en una secundaria? ─Su
respuesta fue categórica:
─¡Me
suicido! Pero, Papá, no cojas lucha con eso, que yo no voy a ejercer en Cuba ─y
no supiste qué coño más decirle, porque es una persona tan diáfana en sus
criterios y acciones, que se independizó prácticamente desde que estaba en
segundo año de la carrera.
Ahora está
estudiando un posgrado en la Sorbona de Paris, donde lleva casi dos años, ya
tiene trabajo estable y ha comenzado a ayudarlos económicamente.
Con Tatico,
que ya una vez estuvo tratando de cogerle la vuelta a vivir en Miami por casi
un año y no lo logró –allá no podía ir de cacerías, ni pesquerías o pelear
gallos, los fines de semana, cosas que le gusta hacer, por ejemplo–, estaban
hablando de la situación actual, los problemas que se le presentan para salir
adelante con la chapistería –es trabajador por cuenta propia ─para poder tener
todo lo que requiere para hacerlo, porque se repite mucho que empieza un compromiso
y cuando va por la mitad, tiene que verificar lo que cuesta, cuánto va a cobrar
o la cuenta no da y eso no lo asimilan todos los clientes.
En estos
momentos está replanteándose el problema de dónde vivir definitivamente. Tiene
un amigo que se fue por Nicaragua con su esposa y un niño y ya está en México,
en la frontera esperando, sin embargo, él decidió ver qué pasa si reabren la
embajada ─que debe ser pronto –, porque no está dispuesto a irse dando brincos
de un país a otro por Centroamérica, con la mujer y la nieta más pequeña, con lo
que cuesta y los riesgos que entraña.
Él tiene
dos hijas de parejas distintas, la mayor está con ustedes porque es con abuela Cachita
con quien quiere vivir ─y ya dijo que de aquí no se mueve, si no es junto con
ella –. Todo eso conlleva que él siempre está pendiente para abastecer de lo
imprescindible en dos casas.
─¿Pipo, tú
sabes lo que es estar pensando en irme, si es aquí donde quisiera estar? Hice
una casa como quería, a mi gusto, tengo un carro moderno, un trabajo. ¿¡A
empezar de cero otra vez…!?
No dices
nada. Esa no es la solución que tú deseas.
VIII
El día once de julio, con la
circulación por las redes de las noticias de las manifestaciones y que se supo
que aquí también había, Tatico y la mujer, que estaban en tú casa, salieron
para allá. Tardaron en regresar y al hacerlo hablaban de la participación de
mucha gente y del recorrido que hicieron. Aunque pasaron por las tiendas en MLC (6) no hubo bandolerismo, pero si
expresiones de rechazo.
Tú estabas sentado delante del
televisor cuando Díaz Canel (7) dio su primera versión de lo
ocurrido y llamó a los revolucionarios a tomar las calles. Agarraste el teléfono
para compartir con Sergio tu contrariedad con eso, que fue suya de inmediato.
IX
Cachita está en estos días que
lo mismo tira una recta de cien millas, que una slider de noventa y siete. Se
quedó anclada con lo del prolapso vaginal, que ya estaba lista para programarse
la operación al llegar la Covid y los hospitales todavía están a medias, menos
mal que lo del seno fue una falsa alarma y que tus problemas con la próstata y
las plaquetas siguen controlados por el tratamiento, independientemente de las
dificultades para encontrar todas las medicinas –incluyendo las donaciones de
la iglesia–, porque como ya sabemos de lo que dijo el ministro el “cuadro
básico” (8) está incompleto.
Los precios de los alimentos la
presionan constantemente, y a ella si no le puedes hacer el discurso de las
raíces, la verdolaga y las naranjas de la Santa Bárbara del Blanquizal, porque
la bronca que te hecha la oye Díaz Canel en su oficina.
Ahora súmale que la declararon
disponible en el trabajo, faltándole poco tiempo para jubilarse ─porque al
juntar las dos unidades y como el que se queda es el jefe del lado de allá, el
muy hijo de buena madre está dejando fuera gente del lado de acá para ajustar
la plantilla ─y la mandaron a buscar de la para darle las opciones que tenían
para ofertarle:
─Nada que sirva: recepcionista
para trabajar veinticuatro por setenta y dos o de auxiliar de limpieza, con
menos salario y en la empresa ambas, que para ir a que me dijeran esa mierda,
tuve que gastar ciento cuarenta pesos en transporte, ¡imagínate que tenga que ser
así todos los días!, ¿sólo en eso se gasta todo lo que gane en el mes? ─te dijo
al regreso ─¡Que se las metan por donde les quepan!
Hoy se levantó con el moño
virado, conociendo, además, las últimas conclusiones de Tatico.
─¡Ay, Cuba! ¡¿Hasta cuándo y hasta dónde?! ─soltó.
Notas:
(1) “periodo especial”. ─crisis económica ocurrida
en Cuba en los años noventa del siglo pasado, atribuida a la desaparición del
campo socialista y su Consejo de Ayuda Mutua Económica CAME, al cual
pertenecía.
(2) tarea “Álvaro Reinoso”. ─nombre que se le dio
a la decisión de cerrar una parte considerable de los centrales azucareros y
vender como chatarra las maquinarias y equipos, por su supuesta obsolescencia.
(3) resolver, conseguir. ─verbos comúnmente
utilizados en Cuba para referirse a gestiones realizadas de manera ilícita.
(4) “frízer”.
─nevera horizontal.
(5) “paladar”. ─término utilizado para nombrar restaurantes y cafeterías
particulares.
(6) tiendas en MLC. ─tiendas en las
que sólo pueden comprar las personas con acceso a Moneda Libremente Convertible
MLC, haciendo los pagos por tarjeta magnética.
(7) Díaz Canel. ─Miguel Díaz Canel
Bermúdez, primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y
Presidente de la República.
(8) “cuadro básico” de medicamentos.
─aquellos medicamentos que deben ser suficientes para poder atender las
necesidades de la población.
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“Memorias del hombre nuevo”, para que los lectores puedan acceder a todos los
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