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El contrato

 

Doá

 

Tiemblan sus manos. Arrugadas, como el tiempo. Un pincel se le desborda entre los dedos, con tinta negra, tan negra como el petróleo. El olor de la tinta espesa huele a hierro fuerte, putrefacto. Marea a la pobre anciana de los brazos de gelatina. Se le caen los ojos como pesadas puertas de metal, impenetrables. La tristeza se le resbala en agua escurridiza, que se mezcla con la tinta espesa, y como vinagre y aceite, se repelen. La tinta y la lágrima no se llevan, o por el contrario, entonan su danza agridulce. El papel tenso espera su destino, en una quietud absoluta, encima del escritorio de madera destruido por roedores.

Pobre anciana. Su tembladera parece un baile descompuesto, movido por las últimas fuerzas de la vida. Una presión de dedos se esparce por toda la curvatura de su espalda , hasta llegar a sus orejas, a sus oídos. El profundo ronquido de la sombra le susurra amablemente que el tiempo no tiene prisa, pero ella sí. Mucha prisa. La sombra toca los ojos de la anciana. De repente, ya no son puertas pesadas. Sus ojos son nubes de tormenta, electricidad de fuego y lluvia de cascabel.

La anciana suspira, y observa ahora los dados que ha lanzado la sombra. No tienen números, tienen letras. La gelatina de su cuerpo, de repente, se convierte en piedra. En un intento de grito, la mujer arrugada intenta levantarse del escritorio. Rompe el frasco de la tinta y el olor se difunde en sus entrañas. Es el olor de los hospitales a medianoche, de las guerras imprevistas, de la enfermedad y el miedo. La sombra se desliza en su suspensión macabra y en silencio sepulcral se apodera de la puerta. La tinta se esparce en toda la habitación, mientras la anciana se arrastra hacia la ventana cerrada. Es la única salida.

La sombra se desliza y arrastra a la mujer nuevamente al escritorio en un llanto incontrolable. El olor es insoportable. La tinta penetra la piel de la anciana y consigue emitir el grito ahogado. El dolor es tan agudo, que la anciana se desmaya.

Una luz suave y azul difumina la habitación. Las manos arrugadas de la anciana ahora son tersas, y acarician otro rostro arrugado. El de su padre sonriente. Está postrado en una cama blanca, en una habitación blanca, con bata blanca. Le acaricia la cabeza, el pelo fresco y joven , la niña hace lo mismo en un pelo gris, que al tocarlo, se cae. El pelo de los viejos se parece a la pelusilla de los recién nacidos, solo que cruzan portales diferentes. Ese silencio lleno de ternura, de la calma que a veces otorga la enfermedad, interrumpe la sonrisa que se convierte en espuma y en un pitido de máquina. Las enfermeras entran y arrastran a la hija confundida fuera. Lo último que vio la niña fue una puerta cerrada. Así es como empieza a veces la soledad.

Una punzada en el pecho despierta nuevamente a la anciana, con lágrimas en los ojos, que no sabe distinguir si son de pena o son producto del pútrido olor de la tinta que ahora se resbala en su cuerpo. Empieza a consumirla, en recuerdos, en memorias. Los estímulos de la memoria son casi tan insoportables como el olor. La anciana regresa a ver el papel desnudo en el escritorio. Se vuelve cada vez más tentador.

El dolor vuelve a su piel y siente que empieza a quemar. Interna y externamente. Se apagan de nuevo sus ojos, en un profundo sueño de llamas y calor. En la escena aparece un niño , de aproximadamente 4 años. Mira detenidamente una pared, y se ríe. Todo le da gracia. La ventana, la puerta, el suelo, el árbol, el viento, excepto la anciana. Sus ojos se entrecruzan y el risueño niño deja de reír. Hay un puente roto que no logra conectar sus miradas. El niño no quiere a la abuela, porque la abuela solo sabe llorar. El niño aprendió a reír en otros lares. Al niño no le gustan los adultos tristes, le disgustan, le dan asco. Uno de los grandes arrepentimientos de la anciana es no poder dominar su profunda tristeza. El niño creció y nunca la volvió a visitar. Huyó para siempre de las lágrimas, los corazones rotos y la oscuridad.

La sombra envuelve a la anciana que empieza a profundizar en su llanto, pequeñito, que ya no se escucha, casi del tamaño de la misma mujer, cuyo cuerpo cada vez se encoge más. Alza la cabeza y mira el espejo que la sombra le ha puesto en frente.

Reconoce cada arruga de su rostro. Recuerda el mes, el año en que empezaron a acentuarse cada uno de los pliegues de su piel. Mientras se observa en el espejo, las arrugas se multiplican y  su piel se retuerce. La sombra pasa sus dedos entre cada arruga, hurgando en los bolsillos del tiempo. Le susurra una vez más, algo que no alcanzo a escuchar. Intercambian algunas palabras entre ellos, mientras la sombra envuelve entre sus ondas a la anciana en una especie de abrazo neblinoso.

La sombra retrocede de puntillas y extiende sus brazos solemnemente. La anciana se para ágilmente, como si hubiera rejuvenecido 10 años. Sus pasos resuenan como el latido del corazón de un gigante en toda la habitación oscura. Se aproxima decididamente al escritorio mientras un haz de luz morada atraviesa el cristal de la ventana. Se sienta suavemente y saca de su bolsillo un papel doblado. Lo desenvuelve con delicadeza, como si fuera un recién nacido. Besa a su familia de papel una última vez y por primera vez, sonríe. Está segura. La sombra se aproxima y le entrega una pluma y un nuevo frasco de tinta, mientras extiende el papel fresco sobre la mesa del escritorio.

La anciana destapa el nuevo frasco y se expande un aroma. Huele a árbol tierno, a brisa y a columpio. Ya no es anciana de gelatina. Acepta el destino de los dados de letras. Y firma el papel. La sombra eleva a la anciana hacia sus brazos y la envuelve como a una nueva criatura.

Hay contratos de los que uno no puede retractarse.


NUEVAS ENTRADAS DE OBRAS AL II CONCURSO INTERNACIONAL DE CUENTO PRIMIGENIOS

 

El II Concurso Internacional de Cuento Primigenios publica de manera exclusiva las obras concursantes en el blog de la Editorial “Memorias del hombre nuevo”. En esta edición un jurado determinará el cuento ganador, pero la interacción de los lectores con los cuentos publicados es algo importante para la promoción y divulgación de la obra y los contenidos editoriales de Primigenios, Lunetra e Isliada.org.

Las obras publicadas en el blog no han sido editadas ni corregidas, según la regla del Concurso. Los autores son responsables de las erratas que puedan aparecer.

El Concurso Internacional de Cuento Primigenios ha recibido hasta la fecha más de 50 obras ya publicadas en el blog “Memorias del hombre nuevo”, para que los lectores puedan acceder a todos los cuentos concursantes. Además se publicarán las estadísticas de lectores por obra y otros datos de interés que nos permitirán promover la lectura y el amor por la nueva literatura, esa que se escribe desde cualquier lugar del mundo. 



 

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