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Sin Pasos

 

Seudónimo Francisco Roldan

 


Me miré los dedos de las manos, todos carcomidos. Es que siempre necesitaba arrancarme un pellejo y masticarlo con la punta de los dientes. No podría asegurarme por donde comenzar a contar ésta historia y eso me pone algo nervioso, no he tomado en  cuenta que decidí, sin pensarlo, estar expuesto en un destino que no me pertenece y encima por fuera de la ley.  Poco sabía de él y de ella. No es mi deseo parecer discreto. Pero es la verdad.

Voy a poner los ojos nuevamente en blanco y créanme que todo lo que les voy a contar finalmente tiene un motivo, noble para algunos, pero no estoy seguro, hace mucho que vivo disfrazados de fantasmas.

El ritual comenzó con la vigilancia nocturna en el campo de batalla al que serví, cual diablo nos invita con facilidad bajo una voz y pensamientos de una nación. Allí pasaba largas horas  mirando hacia el cielo  cuando surgía la claridad de la vía láctea, agazapado en una trinchera con un fusil Sterlingl. La luz del día podía cegarte más que el fuego a la distancia. En realidad lo que nos encandila no es la luz directamente en los ojos, sino acostumbrarse a cierta oscuridad.

Todo se agravó una vez que regresé, cuando lo único  que podía ver del exterior se limitaba a un tragaluz en la habitación donde vivía, una pensión debajo de un edificio lo más parecido a un sótano. Mi cerebro moría de aburrimiento, más que en una silla de ruedas, sentía estar en una silla eléctrica intelectual. Observaba los zapatos pasar - porque es todo lo que me permitía ver el minúsculo cuadrilátero- contaba los pasos de los transeúntes, apresurados o detenidos, propios de camino.      Me daba curiosidad conocer sus vidas pero ni siquiera podría seguirlos si quisiera, podían contarme una historia pero no quienes eran. Debía conformarme con una vista periférica. La obsesión se hizo tal que a diario comencé a hacer relatos sobre los zapatos. No sentía, ni siento motivos para que la esperanza me devuelva mis pasos, porque, primero y ante todo, es algo que jamás sucederá, y en segundo lugar la esperanza es mejor que no exista porque es lo mismo a esperar que alguien lo haga por nosotros, y nadie podría caminar por mí nuevamente. Así que me dedicaba a no quitar ojo de cada zapato. Dicen que aquellos que logran observar cada detalle de los otros son aquellos que están acostumbrados a adelantarse a lo que los perturba, pero a pesar de que ello sea o no cierto me inspira la gana investigarlos a todos. Mi hermano siempre me dice que se ven solo caras, no historias. Yo siempre estuve en desacuerdo.

—Algún día saldrás y lo comprobarás. —Lo mismo repetía la asistente social cada vez que me entregaba una miserable pensión por haber sobrevivido a la guerra. Me he preguntado miles de veces ¿Por qué fui elegido para recibir la Medalla de Honor y no todos los que dieron su  vida? ¿Hay distinción por sobrevivir? Lo único que recordaba del ser humano era que caminaban por encima de otros, putrefactos, con la misma naturalidad con que lo hacen las moscas en la materia fecal.

Aquella noche no tenía nada para comer, pero eso tampoco era algo que me preocupara ese día, tenía el presentimiento de que sucedería algo inesperado. Haciendo un paréntesis y disculpando mis saltos en el tiempo durante este relato,  en realidad lo que más te preocupa en la guerra, sin sentimentalismos, es que la comida alcance. Cosa que nunca sucedía, y a ello te terminas acostumbrando. Cuando regresé había bajado  cuarenta kilos, un día con el estómago vacío no iba a matarme. Decidí volcar mi atención al tragaluz. Eran las ocho y cuarenta  de la noche cuando  la danza de zapatos comenzó a escasear abruptamente. Pero ésta vez estaba ansioso por  unos mocasines que se detenían siempre a la misma hora para apagar un cigarrillo consumido hasta el filtro. Y allí estaban, los mocasines que más curiosidad me daban. Podía oler el cigarrillo importado  porque el propietario de mi recinto prometía reponer los vidrios "Que chiflón entra por allí Miguel, voy a avisar al consorcio” decía cada vez que venía a cobrar el alquiler. Pero nunca enviaba a nadie.

Regresando al acontecimiento, olvidé mencionar que los mocasines siempre esperaban a unos Charol rojos, y que por primera vez habían acudido a su cita. Ese era el motivo por el cual cada noche, a las doce en punto, lo escuchaba llegar, esperar, suspirar, quejarse y chasquearse los dedos. Podía imaginarlo a él, pero  a ella, portadora de tal pequeñísimo calzado, me era imposible. Hubo una discusión  contra la pared, no era de forcejeo. Parecía que ella le pedía que hablase bajo. Luego de la discusión los zapatos se marcharon, un par para cada lado.

Me recordó cuando en la trinchera, con los ojos abiertos como cuencos vacíos de pavor, vimos las botas marcharse. A la mañana siguiente, grados bajo cero, debíamos identificar los rastros de las pisadas, porque el tipo de huella del calzado era el único dato que podíamos obtener para seguir con vida. "La suela es un sello" Con la huella podíamos saber hacia dónde se dirigían. No hay diferencia con buscar un arma homicida. Y de ellos, de los charoles y los mocasines que me daban más curiosidad,  no pude adivinar absolutamente nada más.

Volví a la normalidad, desesperanzado de que no hubiera sucedido nada que acolchonara mi plano aburrimiento. Observé de soslayo mis zapatos arrumbados a un costado de la puerta, debajo de las medallas llenas de polvo. ¿Cuánto tiempo llevaban sin pisadas? Le había pedido a Manuel que los donara, pero ¿Quién querría semejante despojo de cuero agujereado? Por dónde vienes no es a dónde a vas, y esos pobres ya no irían a ningún lado. ¡No soy un asesino! Dije en voz alta. A menudo solía recordármelo para no morir ahogado en mi consciencia. Ni siquiera los pragmáticos pueden hacer una visita final a su memoria, ¡Es imposible! En la guerra más que miedo a morir, se siente pánico de que te maten. Es como estar frente a un fotógrafo, uno debe mantener las  apariencias y la tela de fondo que sirve como lienzo es la bandera.

La lamparita de la cocina se fundió de repente y la única luz que ingresaba era la de la calle. Me sobresalté cuando un ruido azotó contra el tragaluz. Si bien no hay motivos para creer en fantasmas tampoco los hay para no creer. Fue entonces que lo vi. Allí estaba su  rostro, desechado sobre la orilla de mi escotilla, aplastado en el suelo de la vereda del exterior con sus gigantes ojos azules, el portador de los mocasines.

 

***

Manuel no había pagado la línea de teléfono por lo que no podía llamar a emergencias, tampoco lograría subir para auxiliarlo, no había forma de hacerlo a menos que me    tirara de la silla y me arrastrara sobre mis muñones para subir escalón por escalón con     mis propios codos. Observé si sus pupilas estaban tiesas. Aún no, un lagrimeo lo hizo parpadear al mirarme. Ya antes de decir esta parte estoy un poco arrepentido, porque experimenté una naturaleza silenciosa, el hecho de que alguien lo hubiera matado me había dado a conocer su rostro. Esa maldita división de mi conciencia ha sido culpable de atroces hechos. Giré la silla de ruedas y me acerqué, estiré mi cabeza cuanto pude al darme cuenta de que sus ojos me suplicaban que escuche sus últimas palabras, pero casi no podía pronunciarse  y fue entonces que con un último suspiro arrojó uno de sus zapatos hacia adentro. No podía precisar dónde estaba herido, pero a juzgar por la caída, podrían haberlo apuñalado. No podía hacer nada, me quedé paralizado observando su devenir. Generalmente cuando te acostumbras a la soledad comienzas a sentirte espectador de las cosas que suceden, la soledad aparece mezclada con un sentido de impureza hacia los otros, no es que uno se crea superior, simplemente ves a aquellos como seres groseros, mezquinos, consideras que la soledad te ha llevado al Olimpo. Algo se había roto en mi, en aquel momento la muerte se hizo una luz que le daba  razonamiento a una larga pesadilla. Siempre supe que estaba hecho de astillas, que no solo me faltaban mis piernas, sino algún resto de compasión hacia mí. Yo me creía un asesino, yo había matado en la guerra, y cuando la mente llega a ese borde de desesperación moral no hay salida, y cuando se hubo hecho todo lo posible por superarlo, como un hombre que busca con un reflector en su mano galaxias, en verdad solo intenta hallar de nuevo su propio espíritu.

Disto mucho de ser escritor. Lo sé. Las cosas sucedieron así. Lo vi morir sin hacer nada. Existe una trágica coherencia en mi relato para narrar primero mis pensamientos, y luego que tras las primeras horas de la mañana, lo envolvieron en una bolsa negra y se lo llevaron.

Su mocasín yacía en mi sótano con alguna interpretación simbólica. Atado entre sus cordones encontré los restos de un aviso clasificado.

AVISO "He perdido mi bolígrafo en calle Sáenz 342, si lo encuentra devolver a su dueño que abonará el valor del mismo"

 

Era un mensaje misterioso, no de esos que hay descifrarlos, sino más bien de aquellos que hay que ir a buscarlos. Sin decir una palabra al respecto, cuando mi hermano Manuel vino por la mañana le pedí que fuera por los periódicos. Me había preguntado si había escuchado algo al respecto, que la policía había acordonado la zona y que era un bullicio la calle. Le dije que me había quedado dormido. Al traerme los periódicos mientras Manuel acomodaba unas compras en mi alacena, leí todos los artículos publicados del día. No me importaba su muerte, quería saber quién era, conocer su historia. No había ningún artículo, como si ese hombre no existiese. ¿Qué significaba aquel anuncio? Se me ocurrió responder al aviso. Y esperar. Tomé un bolígrafo y redacte lo que luego le pediría a Manuel que llevara hasta los periódicos. Tarea que me costó conocer porque no sabía en cual había sido publicado. Me limité a los de la zona local.

"He encontrado su bolígrafo en calle Sáenz  342"

 

Manuel no hizo preguntas. Se marchó preguntando si necesitaba algo. Le pedí que me ayudara a recostarme sobre la cama. Se marchó dudando de mi poca conversación con respecto a lo sucedido, ya que siempre quiero saber lo que sucede fuera.

Me dormí con sus ojos muertos clavados en mi cabeza. En los campos uno se conforma con escuchar a los muertos, en hacer de cuenta que están vivos. Hubiera deseado tener la lección fundamental que me permita dormir por las noches, pero no lo he logrado. La noche llegó pronto, ya no me importaban los zapatos que pasaran haciendo sombra en mi suelo. Me quedé realmente dormido.

Soné girando ciento ochenta grados con mi actual realidad. Estaba refugiado en un tanque cuando escuché que el motor comenzaba a ahogarse y aunque no fuera algo inteligente salir de él, lo hice de todos modos. Arriba en el peliagudo cielo vi una hélice detenida ante mis ojos que me cortaba la cabeza. Me desperté hecho agua. Vi el reloj de pared y eras las doce y cuarenta de la noche.

Y allí estaban ellos, los zapatos charol rojos, en el filo del tragaluz. Sus piernas impacientes iban de atrás hacia adelante, en un cauteloso taconear.  Esperaba, eso era evidente, con un llanto atravesado en su respiración. No era un llanto de amor, era un sollozo desesperado. Podía escuchar sus latidos del corazón, se que parecerá muy abstracto lo que digo, pero esos suspiros nada tenían que ver con improbables abandonos. Aquella era para ella la hora única. 

 

***

En la mañana Manuel, sin que se lo pidiera me contó los rumores. Fingí desinterés. Me trajo un periódico donde se relataba el hecho del hombre muerto sobre la vereda, la madrugada anterior.

 

«En la madrugada de ayer fue hallado en un sector desolado en la vereda del Boulevard de Los Cóndores, el cuerpo sin vida de un hombre, con varias lesiones en la espalda ocasionadas por un arma punzante. Los forenses aseguran que murió casi inmediatamente tras el primer apuñalamiento. La policía no pudo identificar al hombre ya que poseía varias identidades falsas. Sospechan de un homicidio dentro del ámbito de trata de personas, ya que el operativo se activó tras una denuncia anónima que obligó a la policía local de mostrar su fotografía en los periódicos como prueba de su muerte a cambio de dar con posibles implicados. Según informó la Policía de la Ciudad, al momento de los allanamientos inducidos por falsa información, solo se comprobó actividad ilícita de venta de estupefacientes. »

 

—Te respondieron el anuncio, Miguel— dijo mi hermano quitándome de mi abstracción. — Dice que lo entregues a las  once. ¿De qué bolígrafo se trata, tan importante es? le respondí que no iría de todas formas, que tenía el día libre de ocuparse de mí.  El odiaba que le dijera eso.

Cuando al fin me quedé solo planifiqué como salir, un soplo operístico en mi corazón me arrebató el miedo a ver el mundo después de mucho tiempo encerrado. Es el aire lo que dispersa los límites de los hogares, el aire que se lleva o trae lo que no es tuyo. A lo largo de mi vida, cuyas épocas han sido lo suficientemente ambiguas, me demostraron que no existe tal cosa como el miedo, la muerte pasa por nuestras narices todo el tiempo, somos como el coche fúnebre que va a buscar el cajón. Había bloqueado muchos pensamientos de suicidio, pero la guerra me ha dejado el camino de un borracho, que gira sobre el césped de un camino borrado. No tenía nada que perder. Si me mataban retomaría al fin los pasos que no puedo dar para hundirme hasta las narices en el frente de la seda que envuelven a los cuerpos.

Coloqué una manta sobre mis faldas y le pedí al encargado que me dejara en la entrada del edificio. — Algún día tenía que salir—Dijo. A simple vista parecía un nocturno vulgar, arrastrando con mis manos las ruedas de la silla. La noche es como una ciudad en el vacío, uno camina cuidando de no poner un pie en los intersticios, como si   

abajo no hubiera nada. Pero abajo se encuentra todo. Incluso la red que sostiene el sumidero de corruptos, el hambre de los que vagan, la soledad de los desdichados y el terror de las víctimas.

Era medianoche cuando llegué al lugar indicado. Un hombre calvo se asomó de un auto gris plata y como si me hubiera convocado me arrimé hacia él.

—Federico Otavio, buen disfraz— Dijo quitando sus brazos por fuera de la ventanilla. La altura de nuestros asientos parecía ser apropiada para ambos — ¿Entiende que sin Calvino dejan de zumbar los abejorros? — intimó con un ojo tuerto aquel desconocido.

—Claro, se lo llevaron en una bolsa, —confirmé conjeturando que Calvino era el fantasma de mocasines, muerto en el recoveco del tragaluz de mi habitación.

Alguien bajó por la puerta trasera con un niño envuelto en una manta.

Fue un silencio complejo el de mi cabeza. Su llanto iluminó mi alma embrutecida. ¿Fue el día señalado por el destino? Uno no consigue darle crédito a su propia mirada, hasta que se entrega al reflejo de otros pares de ojos. Lo dejaron en mi regazo, aquella pálida y diminuta figura.

Apresuré la marcha para acudir a la misma cita que observaba desde el tragaluz, cada viernes a las doce y cuarenta. Ahí estaban otra vez los zapatos charol rojo, esperando. Ella, castaña y de cansada  apariencia, con ojeras y demasiado labial en los labios, se abalanzó sobre el niño y lo tomó entre sus brazos.

Mis ojos hicieron algebra con su mirada de agradecimiento. Ella no hizo preguntas, yo tampoco. Quien sabe cuál sea verdaderamente su historia, quizás hubiera aceptado la hoguera si no fuera por el niño. Con la misma tristeza que la falta de cualquier fe, en un infierno de degradaciones espaciotemporales, sentí en mí el galvanismo de un ser que muerto, como el monstruo de Frankenstein, descubre la única verdad, y es que lo que nos hace sentir vivos son las sensaciones. Porque el humano es experto en crear un engendro con apariencia humana, producto de un experimento, cuyo aspecto provoca el pánico ante el espejo.

Ella me ofreció su tarjeta personal en agradecimiento, dijo que huiría, pero que en aquella dirección podría recibir correspondencia sin que nadie la encontrara.

Sus ojos lloraban en la inmundicia de la calle  haciendo eco en el resistido cielo. Los míos navegaron, al igual que mis piernas, sin moverse en el tiempo.

Afuera, las misas y las comuniones continuarían celebrándose en los cien mil altares de las catedrales del mundo.

 


NUEVAS ENTRADAS DE OBRAS AL II CONCURSO INTERNACIONAL DE CUENTO PRIMIGENIOS

 

El II Concurso Internacional de Cuento Primigenios publica de manera exclusiva las obras concursantes en el blog de la Editorial “Memorias del hombre nuevo”. En esta edición un jurado determinará el cuento ganador, pero la interacción de los lectores con los cuentos publicados es algo importante para la promoción y divulgación de la obra y los contenidos editoriales de Primigenios, Lunetra e Isliada.org.

Las obras publicadas en el blog no han sido editadas ni corregidas, según la regla del Concurso. Los autores son responsables de las erratas que puedan aparecer.

El Concurso Internacional de Cuento Primigenios ha recibido hasta la fecha más de 50 obras ya publicadas en el blog “Memorias del hombre nuevo”, para que los lectores puedan acceder a todos los cuentos concursantes. Además se publicarán las estadísticas de lectores por obra y otros datos de interés que nos permitirán promover la lectura y el amor por la nueva literatura, esa que se escribe desde cualquier lugar del mundo.

 



 

Comentarios

  1. Me ha gustado mucho el relato. Una historia muy bien desarrollada, con una presentación de los acontecimientos muy bien enlazados. Una lectura muy agradable.

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