Tomar
cerveza con Chaplin
Santana
Sentarse en un bar a tomar una
cerveza puede deparar la aproximación, no deseada, de un borracho pegajoso, de
una mujer con pícaras intenciones, o de un bravucón con picazón en la mandíbula
inferior.
A pesar de estos posibles
inconvenientes decidí refrescar el gaznate con el líquido espumoso, y tomé
asiento en uno de esos bares particulares desparramados por la ciudad en
tiempos recientes, más sosegados que los estatales, para disipar,
momentáneamente, la presión laboral a que me veía sometido en las últimas
semanas.
Los suaves efectos luminosos, mas
la música con un volumen adecuado—expandía la voz de un destacado cantante español
en las llamadas décadas prodigiosas─ , influyó sobremanera a pesar de lo caro
de la oferta existente.
Ya había ingerido algunos sorbos, e
intentaba disfrutar del solitario momento atrayendo recuerdos agradables—el
alcohol es impulsor de ello—cuando vi a un individuo entrar al local con la
vista fija, enigmática mirada, en mi persona. Le resté importancia al
encontronazo visual al verlo sentarse en la barra y pedir, en voz baja,
igualmente cerveza.
─¿Cuántas películas de Chaplin
usted ha visto?
La interrupción abrupta de mis
cavilaciones, a escasos segundos de desviar mi atención hacia la entrada, era
suficiente para declararlo persona no grata. Lo miré directo al rostro para
asegurarme de no conocerlo o, al menos, no recordar haber sido compañero de
aula, de trabajo, ni siquiera antiguo vecino.
─Todas—contesté casi con cortesía
para evitar una desagradable reacción.
─Entonces amigo, usted sabe de la
amarga alegría de vivir.
Y seguidamente se sentó en una
silla cercana a la mía, con una disculpa expresada de manera ridícula. Sin
dudas no venía ebrio cuando entró al bar pocos minutos antes, y supuse que su
disimulado abatimiento tenía otro origen.
─Chaplin fue un genio en aunar esa
dicotomía. —dije resignado por la imprevista compañía. ¿Usted es conocedor de
su obra?
─Particularmente admirador de esa
sutil manera de superar la tristeza con un soplo de humor. Incluso,─ era
evidente el ardor en sus ojos—la música de Candilejas es realmente
estremecedora por hacernos saber lo frágil que somos en el amor.
La versión en voz del cantante español
se deslizó sobre la mesa y quedó danzando entre los vasos. El encendió un
cigarro absorto en atrapar su letra.
─Me disculpa la curiosidad, pero
tengo la impresión de que recién ha tenido un desengaño amoroso.
─Yo no lo calificaría así.—Hizo una
pausa para inclinar hacia la boca el contenido del vaso.—Descubrí el nexo entre
Chaplin y mi matrimonio.
Aquella confesión me pareció
absurda, exagerada, a tal punto que por mi mente cruzó la idea de estar
compartiendo con un maníaco de la personalidad del gran artista. Apuré el
último trago para cortar la conversación.
─Bien amigo, ha sido un placer…
─Espere, ─ me sujetó del brazo—no
se vaya sin conocer la respuesta completa a su… curiosidad.
El agarre físico y el tono irónico
de la última palabra lo asimilé de mala gana, pero pensé que escuchar su
tontería dos minutos más era preferible a provocar un altercado en aquel sitio.
─Su esposa tiene una amiga nombrada
Alina. ¿Cierto?
Mi asombro quiso, a la vez,
desentrañar con dureza el inesperado desvío, e indagar quién era este individuo
frente a mí.
─Sí…aunque apenas la conocí en una
ocasión, sé que son compañeras de trabajo. ¿A qué viene esa pregunta?—pregunté
con la sospecha de no ser casual el interés en buscar el acercamiento.
─Su esposa, perdone la necesidad de
desahogarme, y Alina, quien fue mi mujer hasta hace pocos días, se citaban en
las mañanas una o dos veces en la semana en mi casa para ver los clásicos de
Canillitas, mientras me encontraba en el trabajo. Supongo que reían, echaban
sus lagrimitas, pero también se revolcaban en el sofá frente al televisor,
hasta el día que las sorprendí desnudas, en tanto Chaplin se balanceaba
bufonesco delante de los tres.
Exhaló, sin exaltarse, algunos
improperios hacia su expareja. Le escuché silencioso pues no atinaba a indagar
o sacudir su confesión. Para entonces, música y letra se habían volatilizado en
nuestros sentidos. Cuando vislumbré una tregua en su descarga, una ambigua
despedida selló aquel encuentro.
Salí a la calle con una mescolanza
de turbidez, molestia y desorientación. ¿Lesbiana?, ¿Cómo es posible?, ¿En qué
fallé para provocar ese cambio drástico?, ¿Acaso ella siempre se inclinó,
subrepticiamente, hacia las mujeres desde la época del noviazgo conmigo?
Meditaba sin percatarme de
transeúntes, edificios, vendedores, del trozo de ciudad ajena al impacto en mi psiquis.
De repente los árboles eran fantasmas en poses extrañas; semáforos y lumínicos
parpadeaban sin interrupción; desde el interior de los ómnibus todos me
sonreían con malicia; las aves se espantaban, en misteriosa complicidad, al
intuir mi cercano torbellino.
Al abrir el cerrojo de la puerta,
aún no digería no solo mi posición, sino la de ella. Durante años me ha
mostrado cariño sin intervalos, aunque en la cama no la pasión anhelada de mi
parte. La he querido sin aspavientos, sin grandes fisuras.
Esa noche hablamos de asuntos
ordinarios, e hice un esfuerzo descomunal para no denunciar mi semblante bajo
las brazas de la angustia. Ninguno de los dos, para bien, intentamos tener
sexo. Por la revoltura de pensamientos—causas y efectos—tardé mucho en alejarme
de la realidad a través del sueño.
En la mañana, agotado de tanto
batuqueo mental, la senté en la cama frente a mí convencido de mi decisión.
─Ayer me enteré de que a tu amiga
Alina el marido la botó de la casa.
─Se fue para la casa de un pariente
Dejó caer el semblante, pero le
noté la zozobra en la brevedad de sus palabras.
─Supe también del motivo. —lo dije
sin agravar demasiado la entonación.
Su ángulo ocular se amplió, y quedó
en una pieza. Solo fue capaz de apretujarse las manos sudorosas. Las glándulas lagrimales,
al hincharse, incitaron como efecto dominó contraer cada músculo del rostro a
punto de sucumbir.
La atajé a tiempo, y le susurré con
mis manos enlazándose a las suyas.
─Si estás de acuerdo, puedes
decirle a Alina que venga a vivir con nosotros. Será una variante para
reencontrar la dicha, quizás estropeada largo tiempo por la monotonía. Amor, yo
lo creo razonable… ¿y tú?
NUEVAS ENTRADAS DE
OBRAS AL II CONCURSO INTERNACIONAL DE CUENTO PRIMIGENIOS
El II Concurso Internacional de Cuento
Primigenios publica de manera exclusiva las obras concursantes en el blog de la
Editorial “Memorias del hombre nuevo”. En esta edición un jurado determinará el
cuento ganador, pero la interacción de los lectores con los cuentos publicados
es algo importante para la promoción y divulgación de la obra y los contenidos
editoriales de Primigenios, Lunetra e Isliada.org.
Las obras publicadas en el blog no han
sido editadas ni corregidas, según la regla del Concurso. Los autores son
responsables de las erratas que puedan aparecer.
El Concurso Internacional de Cuento
Primigenios ha recibido hasta la fecha más de 50 obras ya publicadas en el blog
“Memorias del hombre nuevo”, para que los lectores puedan acceder a todos los
cuentos concursantes. Además se publicarán las estadísticas de lectores por
obra y otros datos de interés que nos permitirán promover la lectura y el amor
por la nueva literatura, esa que se escribe desde cualquier lugar del mundo.
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