Morder el polvo
Alexander
Jiménez del Toro
Sofía
tiene el pubis cubierto de bellos rojos. Sus tetas no son ni pequeñas ni
grandes, tienen las proporciones exactas. Al viejo le gusta mirar el cuerpo de
Sofía. Le gusta que se desnude despacio. De esa manera tan sensual que a veces
el viejo siente un movimiento en su entrepierna. Ya ha probado con otras y no
funciona, pero con Sofía es diferente.
Hoy
el viejo ha pensado tirarse del balcón, estuvo a punto de hacerlo, había
acumulado los motivos suficientes para hacerlo, pero a última hora sintió
miedo. Es increíble, había reunido el valor para irse a la guerra, para dejarlo
todo, sus amigos, su familia, su país, y largarse. Pero ahora no tenía los
cojones para morir. Ahora quería seguir viviendo y viniendo a esta casa. Porque
en esta casa él deja de ser el pobre hombre que llegó de la guerra sin poder
caminar, el maldito inválido. En esta casa él se convierte en un hombre vivo.
Sí, porque así es como se siente cuando esta mujer se desnuda delante de sus
ojos y la sangre comienza a correr más rápido dentro de las venas, y el olor
del sexo de Sofía llega a la nariz del viejo, y ella se quita la ropa y parece
una reina desnuda. La ve frotarse las tetas con las manos. Ve las manos de
Sofía que descienden hasta el sexo. Ve a Sofía morderse los labios, y los
brazos, y arañarse, y retorcerse como una poseída en el piso. La ve gritar en
un idioma que no conoce. Y de repente algo lo empuja. Lo empuja de la silla con
tanta fuerza que cae al suelo. Se arrastra. Se arrastra y a su lado hay otros
cuerpos que también se arrastran. El fusil pesa demasiado. Los chorros de sudor
empapan su uniforme. Los ojos del viejo están fijos en alguna parte del
horizonte. Detrás de aquellos arboles aparece el enemigo. El viejo ve al
enemigo y dispara. Dispara sin preguntar quién es el enemigo. La orden fue
disparar. No importa si el enemigo tiene familia. No importa si el enemigo es
un muchacho que lo sorprendió la guerra y se tuvo que alistar en las filas del
ejército. Porque era obligatorio alistarse en el ejército. El enemigo no
importa, te repite el capitán. Tú no importas. Tú también eres el enemigo de
alguien. Y ese alguien tira una granada que viene a caer sobre tus piernas. Las
piernas de Sofía están abiertas y ahora el viejo puede ver el pubis cubierto de
bellos rojos. Puede ver el sexo de Sofía dilatado y húmedo.
El capitán le grita: ¡Soldado, levántese cojone! El viejo intenta incorporarse, pero no puede. Se queda ahí, sobre esa silla de ruedas.
El II Concurso Internacional de Cuento
Primigenios publica de manera exclusiva las obras concursantes en el blog de la
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Muy bueno. La guerra no deja nada bueno dolor dolor muerte y destrucción y siempre tenemos un capitán ordenando nos que disparemos contra un enemigo y siempre somos enemigos de alguien.
ResponderEliminarMuchas gracias por leer.
EliminarSaludos
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