Lucy
J. R. Hernández
Llevaba una hora y media sentada en el columpio, enfurruñada y sin ganas de
ir a casa. El parque era una ruina de barras oxidadas, maderos sueltos, un tobogán
retorcido y una barra de equilibrio con dos balancines a cada lado; también había
nubes oscuras por encima, pero de momento el único goteo era el de la luz. El cielo
parecía repleto de pinchazos diminutos. Yo tenía una panorámica perfecta de toda
la zona y del café que estaba frente a la calle, y no quería que me molestaran,
así que me había sentado allí porque los columpios quedaban casi detrás de la torre
del tobogán.
Nerea Campos había sido vista por última vez en esta esquina. Venir aquí era
como peregrinar y muchos chicos de varios colegios ya lo habían hecho. Su pelo rojizo
se había desteñido en los carteles repartidos por los escaparates de las tiendas,
aunque su boca no dejaba de sonreír, y yo no podía evitar preguntarme cuántos de
esos dientes conservaría.
Estaba peleándome con el encendedor cuando un coche gris aparcó junto a la
valla. Olía a unos buenos euros, un Rolls-Royce
Phantom, el mismo que había visto con dos ocupantes en la carretera que llevaba
al aserradero. El conductor era el moreno; cruzó y se dirigió al café. Alto, insultantemente
atractivo incluso desde la distancia, llevaba el mentón rasurado y lentes negros
de aviador. Me descubrió a la vuelta.
Aparté enseguida el cigarrillo
y él sonrió.
─No pasa nada, no soy policía.
Traía botones abiertos en la
camisa, lo que le daba un aire desahogado a su traje de ejecutivo. Sus manos estaban
envueltas en guantes de cuero, aunque el frío era insignificante, y su sonrisa deslumbraba
como si estuviera hecha de cuchillas. Bajó la cara y supe que observaba el panfleto
de la escuela y el rímel barato que me hacía parecer mayor, pero no mucho… no había
manera de ponerle más curvas a mi falda ni a la vieja sudadera del uniforme.
─¿Puedes pasarme uno, guapa?─
preguntó─ No se lo diré a nadie.
Saqué otro Lucky Strike y se lo alargué.
─No los has comprado ahí enfrente,
¿verdad? Valentine es muy estricto con las edades de las chicas.
─Sí, lo sé.
─Pero de vez en cuando se toma
el día libre. Eres bastante hábil. ¿Le has dicho al memo de la barra que tienes
dieciocho?
─¿Es obvio que miento?
─¡Por un mínimo de cinco!
─Claro. Váyase.
Pero en vez de hacerlo, él
se quitó los lentes. Sus ojos eran oscuros y exquisitos y decían que él no quería
irse. La vanidad comenzó a latirme del mismo modo que la sangre después de una carrera.
─¿Me dejarías pagarte el cigarrillo?
Mi amigo Félix Vega dice que la gratitud genera beneficios.
─¿Puede comprarme otros?
─Por supuesto. ¿Qué te parecen
unos Lucky Blue NEO, los que saben a menta?
─Aquí no tienen de esos.
─Pues habrá que ir a buscarlos
a la Avenida del Puerto.
Le aventé una salva de tierra
con la punta de una bota.
─Creo que no, gracias.
Cogí la mochila, que crujió,
y salí del parque por entre los tablones sueltos. Mientras caminaba, el aire se
condensó y un enjambre de agujas líquidas comenzó a precipitarse; detrás de mí hubo
un ronroneo y luces doradas.
─¿Por lo menos podría dejarte
en algún lugar? ¡Vas a empaparte!
─¡De acuerdo!─ le grité─ ¡Venga,
vamos!
Se echó a reír y me abrió la
portezuela. Los cristales echaron reflejos de agua en su cara, inundándola con una
especie de lepra brillante.
─Eres una chica hermosa, ¿lo
sabías?─ dijo mientras daba marcha y salíamos hacia la carretera─ Las pelirrojas
siempre me recuerdan el vino y los cortes de carne: uno nunca se aburre.
La tapicería y los mandos estaban relucientes, en general todas las partes que podía
ver del coche lucían extremadamente fregadas. Pensé que ningún
germen, ningún olor ni
mancha desagradable tendrían la oportunidad de sobrevivir allí.
─¿Estabas esperando a alguien?─
preguntó.
─A los muertos. Y a las criaturas
que viven bajo los suelos de las casas.
─Aquí en Ruggedale se dice
que hay una de ésas en cada piso y que por las noches abren los ventanales para
que el viento los haga chirriar, y si las sorprendes, empezarán a fingir que lloran.
Habrás tenido toda una aventura.
─Algo así.
─¿Podría saber tu nombre?
─Lucy.
─¿Lucy in the Sky with Diamonds, como la chica
de los Beatles? Clásico
y elegante. Yo me llamo Iván─ se inclinó para encender la reproductora y alejé la mochila,
acomodándola encima de mis piernas─ Iván Ferrer. Es un placer conocerte, Lucy. Puedes
fumar si deseas.
Dejamos atrás la calle 4 para
incorporarnos a la avenida y vi pasar la mole negra del manicomio, el Handbell
Hill Hospital. Sus ventanas eran alfilerazos
en la colina borrosa.
─Esto tiene pinta de durar
toda la noche─ comenté.
─Es posible, pero cuando llueve
así de fuerte, por lo general le sigue un momento de calma. ¿Te gustaría que nos
detuviéramos? La verdad es que tampoco me parece sensato conducir ahora.
─¿Y dónde se puede aparcar?
─Tengo a mi Bella Rosa cerca de aquí.
Giró el volante hacia la zona
de la marina. No era la primera vez que yo me acercaba, aunque jamás había pasado
del letrero que notificaba PROHIBIDO EL PASO SALVO A LOS PROPIETARIOS DE BARCOS.
En esta parte tan alejada del pueblo no había rumores de campanillas bajo las aguas,
ninguna historia de cementerios sumergidos o ataúdes con metástasis de corales.
El rompeolas parecía desierto, pero en algún lugar habría una caseta de vigilancia
aunque no era probable que los guardias se animaran a hacer recorridos, considerando
el clima. Iván Ferrer llevó el auto hasta el aparcamiento más grande, me cubrió
la cara con su chaqueta y corrimos para subir a bordo.
Por lo que yo sabía, el Club
Náutico permitía embarcaciones con un máximo de 18 metros de largo, pero el Bella Rosa era discreto en comparación y
se veía tan inmaculado como el coche. La cabina parecía recién pintada: algunas
paredes, el suelo y los muebles se hallaban cubiertos con sábanas de plástico. La
puerta del camarote estaba cerrada.
─¿Qué te parece? ¿Te gusta?
─Fantástico. ¿Es aquí donde
usted pasa el tiempo?
─A veces.
El agua rugía contra las ventanas
de la timonera. Él se fue a la cocina y regresó con un vaso de vino y una Coca-Cola.
─¿Necesita de otra persona
que le ayude a navegar?
─No desde hace años. En cuanto
salgo al mar, lejos de los canales de navegación, puedo poner el piloto automático
e irme a dormir.
─¿No le importa marcharse solo
a las zonas profundas?
─Suele liberarme de muchas
cargas.
─¡Yo no me atrevería!
─Bueno, de tanto en tanto invito
a un par de colegas.
Se había sentado frente a mí
con los brazos apoyados en el respaldo. Ya no llevaba los guantes, así que podía
ver que sus tendones abultaban y exhibían fuerza física. La Coca-Cola estaba helada y amarga y recosté
un momento la cabeza sobre ella.
─Eres guapo de infarto. ¿Te
parece mal que te lo diga? Debería ser ilegal verse así de bien.
─Vaya, ¿eso crees?
─Me siento rara… mareada.
─Calma, Lucy de los Diamantes─
su sonrisa eran tan tensa que casi se le hundía la piel en las mejillas─ Tranquila,
no pasa nada, no luches contra el sueño. Ahora, bebe de nuevo y te sentirás mejor,
¿lo comprendes? Te ayudaré.
El hombre descorrió la cremallera
de mis botas y me las quitó, luego me di cuenta de que él me levantaba, abría alguna
puerta con la cadera y me dejaba en una superficie suave, también forrada con plástico.
Después, su sombra me oscureció la vista y su lengua se deslizó por el borde de
mi labio inferior. Hizo presión allí, como si no pudiera decidirse entre besar y
morder. Una de sus manos me sujetaba un brazo. La otra, estaba rodeándolo con una
cadena.
─Eres una niña muy buena, muy
especial. Nada de gritar ni de dar patadas. Oh, bella… no sabía que te portarías
tan bien.
Cortó mi sudadera, desabrochó
la falda y lo tiró todo a un rincón. Oí el golpeteo sobre la alfombra del camarote,
probablemente un cortaplumas. Traté de flexionar las piernas mientras él se quitaba
su propia camisa a tirones; tenía el torso musculado, pero de forma elegante, no
pesada, un torso que hacía más ostensible la puñalada morena de sus ojos. La cadena
se sentía como una lengua de hielo. En cuanto se inclinó para pasarla en torno a
mi brazo libre, le hundí la aguja en el cuello.
En la inconsciencia es imposible
administrar el tiempo. Yo, por mi parte, disponía de muchísimo. Trituré la jeringa
(una cánula con cabeza de ampolla de 50 ml, que podía cubrir utilizando las puntas
de tres dedos) y la eché al retrete. El espejo me mostró mis pequeños pechos cubiertos
de encaje, mi cintura ridículamente estrecha, la rociada de pecas encima de los
muslos, y me sentí tan cómoda y segura en mi piel como un camaleón en la suya.
Escuché los mordisqueos al
levantar la mochila.
─De acuerdo─ dije─ Todo está bien. Ya podéis salir.
Se movieron desde distintos lugares: los compartimentos, el interior del forro
raído de la espaldera, las sombras de los bolsillos. Algunos no eran mayores que
las ratas, pero los dos que podían quedarse bajo las camas estaban desenvolviendo
sus pieles y sus articulaciones dislocadas, estirándolas igual que mudas de ropa.
La primera vez que escuché este tipo de sonido, había pensado inmediatamente en
una mezcla de goma de mascar y cristales. Los demás también hacían ruidos: crujidos
y sollozos.
─Entrad─ les dije.
El hombre tumbado en la cama
nos miró a todos, parpadeando. Supe que su criterio racional estaba diciéndole que
la situación no podía ser auténtica, pero su pensamiento instintivo le decía que
sí lo era. Tiró de los aros atornillados con cadenas que le incrustaban los brazos
y las piernas al colchón.
─Lucy, ¿qué estás…?
Me envolví en su camisa como
lo haría una amante. Saqué el cajón de una de las mesillas, recogí el cortaplumas
e introduje la hoja por el revestimiento interno de la madera. Una delgada lámina
se separó y las catorce trenzas pelirrojas quedaron a la luz, colocadas metódicamente
en fila.
Las criaturas que vivían bajo
las camas gritaron al reconocer los cabellos. Quizás tuvieran la costumbre de tirar
de ellos cariñosamente por las noches.
─No pude evitarlo─ dijo él.
─Entiendo.
─Y una mierda, bonita. ¿Cómo
podrías?
─No soy una chiquilla, señor
Ferrer. No tengo trece años. Es simplemente que lo aparento.
Varios de los pequeños escalaron
los pliegues de las mantas y treparon a la cama. Los movimientos pujantes de los
corazones eran claramente perceptibles.
─Diles que se alejen.
Las criaturas mayores habían
empezado a salivar.
─¡No lo he hecho yo!─ gritó
él─ Haz que se vayan y te lo diré. No sólo… ¡no sólo he sido yo!
Volqué la mochila con el pie
y las fotografías se desparramaron. Las niñas se parecían a mí (es decir, yo a ellas)
todas tan delgadas, pálidas, con tonos de pelo que iban desde el anaranjado hasta
el caoba. Los montones de dientes rodaron entre las imágenes.
─Ya lo sé. Valentine, ese que
es tan estricto con las edades de las chicas, y Félix Vega, tu otro colega de juergas…
los dos te acusaron antes de morir, y también Frades, ese tipo del aserradero al
que le pagasteis por moler dos o tres cadáveres en su sierra. Tengo todos vuestros
tesoros.
Las criaturas movieron las
manos sobre los esbeltos músculos con la misma satisfacción y tranquilidad que él
había empleado para tocarme, comprobaron las saludables fibras y los costados de
carne. Hundieron las uñas y empezaron a despellejar.
Rescaté el vaso de vino, que seguía fuera, comprobé que los gritos de la tormenta eran mucho más profundos y volví a la habitación para sentarme, brindar por las chicas muertas y mirar, como las otras veces.
NUEVAS ENTRADAS DE OBRAS AL II CONCURSO INTERNACIONAL DE CUENTO PRIMIGENIOS
El II Concurso Internacional de Cuento
Primigenios publica de manera exclusiva las obras concursantes en el blog de la
Editorial “Memorias del hombre nuevo”. En esta edición un jurado determinará el
cuento ganador, pero la interacción de los lectores con los cuentos publicados
es algo importante para la promoción y divulgación de la obra y los contenidos
editoriales de Primigenios, Lunetra e Isliada.org.
Las obras publicadas en el blog no han
sido editadas ni corregidas, según la regla del Concurso. Los autores son
responsables de las erratas que puedan aparecer.
El Concurso Internacional de Cuento
Primigenios ha recibido hasta la fecha más de 50 obras ya publicadas en el blog
“Memorias del hombre nuevo”, para que los lectores puedan acceder a todos los
cuentos concursantes. Además se publicarán las estadísticas de lectores por
obra y otros datos de interés que nos permitirán promover la lectura y el amor
por la nueva literatura, esa que se escribe desde cualquier lugar del mundo.
Bello cuento con trabajo inesperado del final me ha gustado mucho los personajes femeninos protagónicos no abundan. He leído otras publicaciones de esta escritora y todas me han gustado. Magnifico cuento
ResponderEliminarMe ha gustado el cuento un montón. Ingenua y vivaz la protagonista. Final fantasioso pero perfecto
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